UN
DÍA MUY LARGO
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Lo dijo el Ivancito, el guía
responsable, nada más subirnos al autocar. “Será todo el rato andando hasta las
seis de la tarde. Si alguno quiere volver al hotel conmigo después de comer,
puede hacerlo. Ja, ja, ja (se rió el malvado), ya sé que ahora todos están
dispuestos a llegar hasta el final, van de refresco, pero ya veremos a
mediodía”.
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Nos juntaron a todos en una plaza después
de advertirnos, una vez más, de que tuviéramos separados los carnés de los
pasaportes y vigiláramos los bolsos y las mochilas, y el Ivancito nos presentó
a la guía local. Repartieron auriculares y aparatos y la mujer nos dijo que no
perdiéramos de vista su paraguas, que no nos confiáramos porque la estuviéramos
oyendo ya que podía desaparecer al doblar una esquina y ya no volver a
encontrarla. Y se puso a andar y a hablar, paraguas en alto, y ya no dejó de
hacerlo hasta que nos abandonó, primero en la comida y más tarde cerca de la
parada del tranvía. Una mujer imbatible, lo juro.
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Casa de Kafka
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El barrio judío, la sinagoga, el
cementerio judío con sus enterramientos en pisos y las lápidas torcidas que
apenas vimos desde la calle (ya lo verán en otra ocasión por dentro, ahora no
hay tiempo); la Universidad; el puente de Carlos IV hasta arriba de gente, con
puestos y pintores y la figura de Nepomuceno, el santurrón que tiró el
emperador al río Moldava porque se negó a contarle los secretos de la reina; el
reloj astronómico con sus agujas girando en dirección contraria, con su
carillón y sus apóstoles asomándose a la hora, a carreras con la muerte; el
otro santurrón, Jan Hus, en mitad de la plaza, con las llamas debajo, mira tú
que meterse con el Poder ese de la Iglesia y criticar su afán de acumular
riquezas, ¡hala, a la hoguera por hereje!; la catedral de San Nicolás, la de
Nuestra señora de Tyn... Aquí paramos para ir al baño y cambiar dinero y
enseguida otra vez en marcha, el paraguas que volaba y lo veías perderse por
momentos entre la multitud mientras escuchabas la voz de la dueña. “A mi
derecha, un teatro negro. Si alguien quiere entradas para la función de la
noche, que me lo diga y se las saco. El teatro negro es...”. Así hasta que se
paraba, y mientras te mostraba el escaparate con cristal de Bohemia, auténtico,
y repartía vales descuento, tú recuperabas algo de resuello y mirabas el reloj
echando cuentas del tiempo que faltaba para comer. Entonces ella reanudaba la
marcha y el monólogo, y cuando ya estabas a punto de decirle que te calles y
pares que estoy hasta el mismísimo de la Guerra de los Treinta Años, que allá
ellos con sus cosas, que tampoco me importa ahora mismo la jodida peste, ni las
cruces que dan cuenta de ella, que nos dejes en paz tomándonos una cervecita,
ella paraba justo delante del restaurante y veías al Ivancito que eso era buena
señal porque se acercaba el descanso.
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Cementerio judío
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Comida típica en una cervecería con
fabricación propia. Gulash. Es decir, tres trozos de carne estofada, arroz y
alguna patata cocida, después de una sopa. Nos lo dijo La incansable, poco
antes de dejarnos por primera vez. “Ja, ja. La comida tómensela como una
aportación cultural más”. Y así hubo que tomarla, qué remedio. Y andarse con
ojo para que no te quitaran el plato antes de haber acabado. ¡Qué manía!, en
cuanto dejabas un momento descansar el tenedor, una mano entraba por un lateral
y te dejaba sin la última patata. La cerveza buenísima, de lúpulo, menos amarga
que la alemana. Medio litro por cabeza por menos de treinta coronas. Y el café
ni olerlo. Una se preguntaba si en esas condiciones iba a poder soportar otras
cuantas horas de pateo, sin café ni nada. Las piernas y los pies me latían de
puro agotamiento. Pero allí nadie se volvió al hotel con el Ivancito. Y otra
vez la Mujer de hierro. “Tengo pilas para aquellos a los que se les hayan
agotado”, avisó mientras nos conminaba a colocarnos los auriculares y seguir su
paraguas. Le pedimos un café y ella nos dijo que era el estímulo para continuar
que, a mitad de camino, pararíamos para tomarlo. Empezamos derrengados pero
conforme iba avanzando la tarde, aquello fue el ejército de Pancho Villa.
Primero se descolgaron dos en unos servicios públicos mientras el resto
observaba el cambio de guardia a la entrada del castillo. Hubo quien tuvo
fuerzas para posar, sonriente, al lado de la estatua soldado que miraba de reojo
al guiri en cuestión. Más tarde desapareció una tía con una amiga, dejando con
nosotros a la sobrina, aprovechando que la guía iba a sacar las entradas para
la Catedral de San Vito. Entramos, dejando atrás a las despistadas. Allí nos
encontramos de nuevo con la historia del santurrón que habían tirado al río,
versión casquería. Nos contó La incansable que encontraron un resto orgánico
del confesor y dedujeron que era la lengua y eso era una señal porque, claro,
como el desdichado no quiso irse de ella..., pero más tarde, unas pruebas
determinaron que era el cerebro fosilizado y encogido por las aguas y el tiempo
y qué sé yo... Hasta ahí íbamos más o menos coordinando y siguiéndola pero
después, la cosa decayó de tal manera, que lo mismo nos daba que el siguiente
lugar fuera un salón que una cochera, lo que buscábamos era un poyo donde
sentarnos. La guía continuaba, inasequible al desaliento, hablando para las
paredes o para el aire porque nadie estaba en condiciones de escucharla.
Llegaban jirones de la historia de los dos curatas católicos arrojados por una
ventana, origen de una algarada que duró treinta años. Aparecieron la tía y la
amiga y entonces llegamos a un bar y la Dama de hierro nos dejó un rato para
mear y tomar un café. “Expreso, tráigame uno expreso, nada de americano o va a
pasar algo”. Nos reanimamos un poco aunque la mayoría de los aparatos no
funcionaban ni había pilas y tenías que acercarte mucho para seguir oyendo las
explicaciones de la guía. Me sacudí momentáneamente el aturdimiento cuando oí
que estábamos en el número veintidós, la casa de Franz Kafka, y vi una fachada
sencilla convertida en lugar de venta de souvenirs.
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Cuando apareció el Ivancito, estuve a
punto de echarme a llorar de alegría pues eso significaba que, o bien el recorrido
había finalizado, o estaba a punto de concluir. Devolvimos los auriculares y
los aparatos, y entonces ella, La invencible, dijo que todavía quedaba la
iglesia de no sé qué niño y nos arrastró hasta allí y todavía, después de
despedirse, se entretuvo en repartir estampitas y acompañarnos un trecho hasta
el tranvía. Lo dicho, un día interminable. Y encima el Ivancito va y nos dice
camino del hotel, que aquellos que quisieran salir a dar una vuelta al centro
por la noche, podían coger el autobús y el Metro. Ja, ja.
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* Os recuerdo que podéis mandarme vuestras crónicas de viajes. Publicaré encantado aquellas que me gusten.
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24 comentarios:
Yo juraría que la cerveza que probé a pocos kilómetros de Praga, camino de Karlovy Vary, servida a pie de fábrica, se llamaba Karlswrau (en ese país, todo empieza por Karl... lo que sea). Pero coincido con Lola: era una auténtica delicia y debería ser declarada patrimonio de la humanidad.
Enhorabuena por una crónica tan sufrida.
Uff, Lola, agotador pero precioso. Me has hecho reír pero me has recordado el viaje que hice a Praga hace 20 años (madredelamorhermoso cómo pasa el tiempo). Lo que pasa es que yo estuve toda una semana allí, así que pude ir al teatro negro y a la opera (aquí a dormir, calentito y agotados). Gracias por contarlo tan gracioso.
Gracias, Fernando, por colgar esta carrera por Praga. Me encanta lo de la lengua fuera.
Gracias, Pedro. A mí lo que me va es patear una ciudad a mi aire. Y tomarme las cervecitas que quiera bien repantingada en una silla, aunque vea la mitad de monumentos y bellezas. Pero bueno, a veces hay que tragar. En cierto modo esta crónica tiene mucho de crítica a los viajes organizados.
Besos volados por la calor
Celebré mis cinco primeros años con Ane llevándola a Praga, bueno en realidad es ella la que me lleva a mí a todos lados. Una ciudad preciosa que me gustaría poder visitar de nuevo; y eso que yo la recorrí tranquilo, sin prisas, degustándola.
Un abrazo para los dos.
Qué crónica más viva y vivida: es um placer acabar con la lengua fuera. Qué bien lo hemos visto todo...
A mí también me gustaría volver y pasear la ciudad, Ximens, Jesus.
Abrazos a pares. Y un tercero de propina, libre de humos para Jesus. ¡Ánimo que lo vas a conseguir!
En el único viaje organizado de ese estilo que participé ...me perdí. No, ni me perdí porque quisiera ...no,no ...me perdí porque me entretuve mirando un cuadro ¡y eso es una perdición! ¡hay que estar preparado mentalmente para seguir el ritmo del grupo! ¡no hacer preguntas!, ¡sacar las fotos donde te digan! ¡posar con cara de felicidad junto a la estatua de un señor que te da al pairo!....
Buuuuf, Lola....los organizados no son para mí. Una vez pensé que si no hubiera más remedio, si estuviera en una isla con tribus caníbales en Indonesia ...pues ¡hombre! ¡igual casi que mejor : organizado! y que por lo menos me coman con orden y concierto.
No conozco Praga. Pero cuando vaya allí me llevaré tu crónica y puede que invierta cinco o seis días en realizar tu peculiar maratón. ;) Como bien dices: a veces, no hay más remedio ....
Un abrazo para tí y las fotos : muy chulas.
Qué crónica más divertida. Casi casi entran ganas de volver al trabajo...
Estuve no hace demasiado, teníamos paraguas, no teníamos auriculares y creo que cominos en el mismo sitio. Afortunadamente fue solo un día, para romper el hielo; tuvimos otro a nuestro aire.
Con este segundo dia, decidí que: la cerveza de allí es posiblemente la que más me gusta del mundo y que es una ciudad en la que no me importaría estar una temporada.
Después de todo lo recuerdo como un buen viaje, por el segundo día evidentemente.
Me he reído mucho con el texto, e genial, y la incansable sería un robot japonés, casi seguro.
Un beso, Luisa
Como dice Julia, viva y vívida. He acabado agotada ya antes de leerlo compratía tus reticencias respecto a los viajes organizados, ahora tengo claro que nunca me apuntaré a un viaje así.
Abbracci per tutti il mondo
Gracias Julia, fue tal cual lo cuento. Bueno, ya sabemos que la memoria solo es fiel a una misma.
Laura ¿lo de los caníbales es literal o metafórico en plan sexual?, porque si es lo segundo, a lo mejor resulta interesante perderse.
Volver al trabajo para descansar de las vacaciones, César, es algo que ocurre en las familias organizadas. Se me pusieron los pelos como escarpias cuando una señora con niña dijo que al día siguiente tenían otra maratón parecida. ¡Y lo que mola decir he estado aquí, aquí y aquí, en la oficina!
Menos mal que en tu caso solo se rompió el hielo, Luisa, yo temía que se me rompiera el dique de contención de mi paciencia y acabara arreándole un paraguazo a la guía.
Abrazos fuertes que hoy ha refrescado.
Genial crónica, mordaz y divertida. Agotadito me has dejado, así que me imagino cómo acabarías tú. Praga es una ciudad para degustarla despacito, sin mapas, para pasar tres, cuatro y cinco veces por la misma calle. Un beso que hacía mucho que no te leía.
¡Ay, mi Ro, que no te había visto! Claro que sí, yo soy una desorganizada crónica y no me gusta que me organicen.
¡Vaya, el papi feliz! Con tanto biberón y tanto chupete, estás más atareado que un gato en una matanza, Ern.
Abrazos descansados.
Desternillante crónica, Lola.
Pero estoy con la otra Lola (Sanabria). Yo estuve cinco días hace unos años -en un hotel esquina a la calle Putova (anda que nos nos reímos ni ná con el nombrecito) y fue un viaje fantástico. Eso sí; íbamos a nuestro aire. Y hasta bailamos salsa en un local que parecía de una película de gánsters.
He dejado para el final lo de la cerveza: completamente de acuerdo con Pedro; Patrimonio de la Humanidad, ¡pero ya!, como decía el que fue a la iglesia a pedirle paciencia al Señor.
Pdta: si hay alguna errata es que todavía me estoy riendo.
Saludos.
Lola al terminar de leer me he dado cuenta de que estaba jadeando y no sé por qué, jeje
Los viajes organizados tienen eso, el tiempo no es tuyo. A veces toca parar mucho en sitios que a ti no te gusta y en cambio pasan rápidos otros que sí merecerían mayor detenimiento. Cuando no te da tiempo a organizarlo bien por tu cuenta quizá sea una solución. No sé.
No conozco Praga, espero solucionarlo algún día.
Un saludo indio
Mitakuye oyasin
Ya me olía yo algo raro, ahora se confirma, Elías, que se trataba de personalidades múltiples.
Ya estás tardando, David. Mira que tal y como va rajoylandia entramos en el túnel oscuro total. Aprovecha si te queda algún euro y date un garbeo por Praga.
Doble de besos.
¡Agotada me has dejado, hija mía! Desde luego el título no puede estar mejor colocado.
Me ratifico en mi tírria a los viajes organizados, si tengo ocasión de ir a Praga desde luego será a mi aire aunque se me escape alguna cosa.
Muy buena crónica, pero eso sí, muy cansina la Incansable.
Besitos
Propongo una visita microrrelatista. Digamos que un fin de semana con embutido en la mochila para comer bien. La cerveza la ponen ellos. A ver quién se anima.
¿Te apuntas, Elysa?
Abrazos con mucha chicha.
Un día muy largo y agotador, te he seguido en este trote por Praga y me has dejado para el arrastre... Yo tuve una semana para visitarla con tranquilidad, con concierto en iglesia y teatro negro y marionetas operísticas... Me apunto a Praga cuando queráis. Besos
Hoa Lola, muy divertida crónica. Una de mis promesas es no ir a Praga, y por ahora la estoy cumpliendo. Tengo amigos que han ido doscientas veces o más.
Conociéndote un poco no sé cómo aguantaste, te mereces una medalla.
Abrazos
Una que se apunta. Tomo nota Puri.
Y que lo digas, Arte, a mí eso de que me obliguen a seguir algo me rebela.
Doble de abrazos.
Tampoco yo he estado en Praga, pero menudo meneo me has dado por toda la ciudad.
Experimenté lo de la guía inalámbrica en el hermitage (jo, cómo suena): una voz que recibías en medio de una multitud y sin saber hacia donde ir.
Un abrazo Lola
Hola, Lola, me alegra saludarte. Divertida crítica a tiempo real de los viajes de agencia, con ese contrapunto tierno que nunca te falta (¿de verdad se llama "Ivancito"?) Me he reido mucho. Un fuerte abrazo.
Hola, Ana, un placer encontrarte por aquí.
Se llamaba Iván, para mí el Ivancito.
Besos a puñados.
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