martes, 30 de agosto de 2011

Cerezas

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Al final de la primavera empiezan a llegar las cerezas a las tiendas de mi barrio en Barcelona. Suelen ser de Aragón o del Valle del Jerte. Estas últimas son más caras, pero están más ricas. Siempre he comido cerezas, desde niño, pues ha sido y sigue siendo una de mis frutas preferidas, y no sólo por su sabor, sino también por su aspecto, por su belleza. En Berlín se venden cerezas, Kirsche, todo el verano. Todavía ahora se pueden comprar, aunque me temo que sean ya las últimas. Suelen estar cultivadas en Alemania y no desmerecen, en absoluto, de las mejores españolas, aunque no son baratas. Las de más calidad andan entre los 8 y 9 euros el kilo y suelen encontrarse en los mercados callejeros.
Acabo de enterarme de que es una fruta de origen griego, de la isla de Kerasos (la actual Giresun, cerca de Trebisonda), en la Costa del Mar Negro, desde donde los romanos, el general Lúculo, quien luchó allí contra Mitrídites del Ponto, la expandieron por todo el imperio. En fin, otra deuda que tenemos con la romanización, y esta no me la enseñaron en el colegio.  
Por lo visto, las cerezas tienen componentes antioxidantes y elevadas dosis de fibra y potasio. Son diuréticas y relajantes, por lo que resultan muy recomendables para las personas que padecen insomnio (¡Ojo, Merino!). 
Lo que me parece que no hace falta que os recuerde es que suelen utilizarse en tartas y licores. Me temo que el sábado, cuando vuelva al mercado, ya no habrá cerezas, o estarán a precios astronómicos. Chéjov, uno de mis autores predilectos, le concedió protagonismo a un huerto de cerezos, que no jardín, en una de sus mejores obras de teatro. Gabriel Miró también tituló una de sus obras con ellas: Las cerezas del cementerio. Y la entrañable Montserrat Roig llamó a uno de sus libros, El temps de les cireres. Pero no sigamos por este camino interminable. Habrá que esperar a la próxima cosecha para que regresen de nuevo. ¡Qué ricas!
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* Los cuadros son de Picasso, Meléndez, Cezanne y Garnier.
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lunes, 29 de agosto de 2011

SUSANA CAMPS

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DÍAS DE GLORIA 
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El abuelo mira a un lado y a otro y, cuando está seguro de que no lo ven, empieza su largo recorrido hacia el final del pasillo. Avanza con su andador muy, pero que muy despacio. A cada paso se hace estatua. No quiere que nadie intuya su destino. Se cruza con una cuidadora pero ella apenas levanta la vista; bien, señal que no levanta sospechas.
El abuelo es un héroe de la paciencia, un ave fénix de la tenacidad. Ahora, cuando más ansioso está por llegar a su destino, es cuando su andar se hace más lento. Se contiene gracias al carraspeo de las zapatillas que arrastra por el suelo: sabe que debe escuchar un “ras” cada vez más espaciado.
El ventanal ya está abierto. Eso supone una gran ventaja. Nadie ha imaginado lo que se propone; no habrá gritos, saltos, inmovilizaciones esta vez. No volverán a hablarle de Paco (su mejor amigo de la residencia se lanzó en abril, pero es un secreto. Estas cosas se silencian a rajatabla). Si lo consigue, demostrará que aún gobierna su destino, y no volverá a escuchar las mojigaterías de la psiquiatra.
El abuelo llega a su meta. Es un campeón. No pueden ni imaginarse lo que significa: ninguno de ellos, con sus piernas sanas, su libertad para entrar y salir, su idea preconcebida de lo que debe ser la vida de un anciano enfermo, tiene ni la más remota noción del fenomenal sabor a triunfo que supone alcanzar el ventanal, notar el aire en el rostro, inclinarse levemente hacia afuera, dejar que el cuerpo oscile respirando aire fresco y, unos segundos antes de que alguien lance el grito fatal y resuenen todos los demás a coro, antes de que en sus memorias flote la tragedia de abril y antes de que piensen en cómo ocultarlo de nuevo (casi los ve mirarle desde una fracción congelada de segundo, como si él fuera el espectador y no el protagonista), enarbolar a la velocidad del rayo el cigarro escondido y prenderlo con vertiginosa e insondable maestría, bien en alto: himno a la humanidad recuperada.
Todavía puede ser el más rápido, pobres diablos: ninguno, no, ninguno sabe qué bien sienta reírse de ellos a carcajadas, demostrarles quién es aún el abuelo y robarles pública y soberbiamente el triunfo al conseguir siquiera una, aunque sea una sola, pero sarcástica, gloriosa y fenomenal, calada.
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RIESGOS DOCENTES 
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Siempre llamándome PéguezPéguez esto, Péguez lo otro. Péguez cierra el móvil cuando estás en clase. ¡A los demás los llama por su nombre! ¿Tienes que sonagte así, que los compañegos no oyen ni togta? Para lo que tienen que oír, jopeta. Y al menos se ríen, que con sus gráficas plasta, todos muertos. El otro día cómo se puso el gangoso, total porque jugaba con mi imán y sus clips: volaban de su mesa a la mía. Péguez te pongo un punto negativo. Luego como el de ciencias nos contó lo del magnetismo, que si imantas un reloj se para, pues pensé vas a ver, me acerqué en el patio y zas, se lo puse bien cerca, cerca del corazón pero por la espalda, a ver qué pasaba. La mongui de la Rosa lo estropeó todo, me vio y se puso a gritar, las manos en los cachetes de foca, ¡para, animal, para! El gangoso retorciéndose por el suelo, sólo decía mag-ca-pasos, mag-ca-pasos. El Nando y yo es que nos partíamos, macho, qué cara de idiota ponía el tío. Pero jopeta. Ahora dicen que todo es culpa mía y que me va a caer un puro. Pues a la porra cachiporra y me piro vampiro, yo no voy a comerme el marrón.
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Susana Camps (Barcelona, 1963) estudió Filología y se doctoró en Traducción. Ha publicado relatos, críticas literarias y una novela. Tiene inédito un libro de microrrelatos, para el que le gustaría encontrar un buen editor.         
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* El dibujo es de Mathias Weischer.
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domingo, 28 de agosto de 2011

FRANCISCO SILVERA

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TENEBRAE, II 
(La Muerte)
Leçons de Ténèbres. Office du Jeudi Saint.
Charpentier
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El Santo Padre iba a disfrutar de las matracas de más de setenta kilos que la Catedral Primada de Toledo iba a emplear para silenciar las voces de la gente en los días de la Pasión. Miles de jóvenes rellenos de fe ocupaban la ciudad adobándola de mochilas de peregrinos, banderines amarillos y blancos, guitarras de acordes simples y sonrisas extasiadas de virginidad y completud, sin dudas, deseos o afeites del pensamiento de los que otorgan el borde de la Salvación.
Toledo entera era una grita que las matracas debían callar, y el que recibe la potestad del Apóstol Pedro aguardaba en la sede del Arzobispo Primado; tras un sencillo menú de sopas de ajos sin jamón—, bacalao con garbanzos, tintos —variados— y repostería autóctona —mozárabe— con vinos dulces y café español —“Troppo vero” según sentenció jocoso—, el Papa se disponía a sestear.
Un grupo de jóvenes que anhelaba la cercanía del Cristo, aguardaba el Oficio de Tinieblas y las matracas, pero otro grupo se acercó a estos feligreses del mundo peruanos, sudafricanos, alemanes, polacos, hindúes, timorenses y un chino, y, en español, les recriminaron los millones que costaba todo aquello mientras en el Cuerno de África miles de niños morían diariamente de hambre, en países con guerras alimentadas por nuestro sector de exportación de armas.
-Yo sólo deseo que Dios alcance tu alma...
-¡Coño! —contestó el infiel—, ¿eso es todo lo que puedes argumentar?
-El Señor esté contigo... —replicó con una enorme sonrisa aclaratoria el cristiano ecuménico.
-¡Y con tu puta madre!
-Tío, no vayamos a liarla —sosegó otro infiel.
-Pero ¿tú lo has oído? Este tío es un zumbao, yo le he hecho una pregunta y me lanza esa gilipollez como si yo fuera tonto o no me enterara de nada, ¿no es eso una falta de respeto peor?
-Debes oír tu corazón y que la emoción de la presencia del Santo Padre te lo llene de alegría y fe; debes oír tu felicidad interior... colega —añadió hipostático.
-¿Colega? Pero ¿tú has visto al menda éste? ¿Colega? Tío, no cuela, no te hagas el moderno modosito que eres un pringao y se te ve de lejos —y el infiel meneaba unas rastas que llamaban la atención de los primeros policías que iban llegando.
-Satán está con vosotros y os va a castigar Nuestro Señor —agregó un sudamericano.
-No os lo deseo, de verdad, pero si no enmendáis arderéis en el Infierno y sus tormentos —incidió un aleman en correcto castellano.
-¡Policía! ¡Guarde usted el orden! ¡Estos ateos nos molestan! —clamó el francés.
-Bueno va, chavales, se acabó la broma.
Los descreídos, interpelados, se miraron alucinados, repletos de preguntas y debate.
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-Verá usted, policía, yo me siento en mi perfecto derecho a decirles a esta banda de hipócritas que sólo les mueve el egoísmo irracional de salvar sus culos del horno de fuego, mientras la mayor parte de la Humanidad vive el infierno en la Tierra. ¿Le parece excesivo? —inquirió al marmóreo y silente agente.
-El Señor esté con vosotros... —dijo gregoriano un muchacho de negro y con alzacuello.
-... Y con tu Espíritu —respondieron corifeos los cristianos.
-Vamos a rezar por estos paganos pobres de espíritu, para que el Señor los salve.
-Tío, ¿por qué no debatimos en vez de tanto rezar? ¿Estáis con los pobres?
De pronto voló un Nuevo Testamento e impactó en la frente del de las rastas, e, inmediatamente, hubo movimiento de masa de acá para allá y, en medio, la policía entonó sus porras. Los cristianos, perfectamente sincronizados, entre voces de “Te voy a partir la cara, bujarrón”, o “Dejad de follar a los niños”, se arrodillaron en círculo y comenzaron, las manos juntas en la frente agachada como corderos entregados, a orar en latín:
“Pater Noster qui es in caelis,
santificetur nomen tuum”...
Y uno de ellos dijo al final del primer padrenuestro:
-Señor, como en el circo romano perecieron tus amados mártires, aquí ofrecemos nosotros nuestras vidas en sacrificio por la fe. Hágase en nosotros según tu Palabra.
Entonces, y para sorpresa de todos, se abrió el Cielo y Jesucristo comenzó a descender sin truenos, trombas ni trompas, sino en un solemne silencio un tanto cansado. Alzó la derecha como un arma, el índice y el medio hacia delante, pulgar, meñique y anular conspirando hacia la palma de la mano, y clamó tronante:
-Hijos de puta.
Los infieles, henchidos del temor de Dios, se admiraron; los fieles sonreían como quien, por fin, ve cumplido el destino de años de esfuerzo y oblación.
Entonces Jesucristo aniquiló a treinta y tres cristianos, uno por cada año que pasó en el mundo, enviándolos directamente al Averno terrífico. Y, mientras apresurada y precipitadamente todas las matracas de Toledo comenzaban a sonar zumbando los aires empapados de incienso, el joven de las rastas exclamó:
-¡Hostias!
Y el Santo Padre, extrañando la paz vaticana, se despertó de su siesta.
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Francisco Silvera (Huelva, 1969) es narrador. Ha publicadoLas apoteosis (2000), Libro de las taxidermias (2002), Libro de los humores (2005) y Libro del ensoñamiento, además del ensayo Copérnico y Juan Ramón Jiménez: crisis de un paradigma (2008). Este texto es inédito.
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* En el grabado aparece Charpentier.
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sábado, 27 de agosto de 2011

Navegación aérea Madrid-Bristol-Bath, por Juan Martínez de las Rivas

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¿En qué diferente modo se conoce una ciudad que se visita repetidas veces en viajes obligados y ultrabreves? El mismo aeropuerto de la vecina y más agresivamente urbana Bristol; el mismo taxista apalabrado que conduce de noche por una carretera campestre hasta el monumental y calmo destino; el mismo hotel, después de ensayo y acierto; noche corta, mañana intensa, almuerzo temprano en uno de los tres restaurantes preferidos tras descartes de paseante; compra de un bocadillo de roastbeef con mostaza o wrap hebreo de M&S y porción de pastel de zanahoria para el vuelo (conviene esquivar los sucedáneos que ofrece la línea aérea), y vuelta. 
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Es el caso de mis viajes a Bath, Somerset, Reino Unido, ida y regreso en menos de veinticuatro horas cada mes y medio durante el último año. Las llevadas y traídas de mi hija en su curso escolar inglés me han convertido en especialista en los vuelos de coste bajo Madrid-Bristol; en la vida y opiniones de Terry, mi ya casi podríamos decir amigo taxista; en los vaivenes culinarios y laborales de The Fine Cheese Company; en la tienda de Apple, donde arrimo el i-Touch para leer sin el oneroso roaming mis cartas-e, y en alguna que otra cosilla más. Tras 15 estancias (o repeticiones o reencuentros) sobreentiendo el proceso viajero, con sus estaciones y trámites, y rastreo lo inesperado. Engancha la disciplina Low Cost, tan adictiva frente al insípido lujo del vuelo caro, con su tensante competición por el asiento. Me asombran los que sobrepagan por eximirse con speedy boarding de las carreras tras anuncios y reanuncios de salas de embarque. Las horas pasan rápidas entre espectáculos que de novato crees fronterizos de lo indigno, pero que después interpretas como sólo teatralmente oprobiosos, al modo de punzantes bromas de monologuista cómico: los azarosos exámenes de maletas, con sus quiebras morales (un pasajero de aspecto inocuo transformado en delator: ¿Por qué no revisan a ese que esconde el ordenador bajo la gabardina?). 
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No entiende el cliente acusado que no estamos en campo de detenidos sino en juego. Perderás veinte euros de sobreprecio compensables con futuras ganancias (no de dinero: un íntimo microorgullo de triunfador, una comodidad, incesante diversión de veterano). El vuelo nocturno sobre el mar ahonda el ánimo y espesa el tiempo. Monika me ofrece un auricular para escuchar juntos una canción que desconozco, su mundo recién descubierto. Los controles de pasaportes británicos son de primerísima calidad actoral. Comunican serena alerta permanente. La expresión de rutina desganada con que se adornan muchos funcionarios latinos, como signo de que desempeñan tareas inferiores a sus capacidades, parece mal vista.
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Terry conduce con sobriedad de cincuentón asentado por la carretera rural, que prefiero a la autovía. Malas experiencias antes de Terry. Nos envuelven setos altos como túnel por el que se desliza mi cansancio. Monika dormita. Charla apacible con Terry. Monika se despierta para corregirme, dije something en vez de anything. Entreveo pueblos finamente restaurados. La pasión de Terry es el baile. Caigo en que lo llaman baile de salón, nombre que desmerece tan loable actividad, que no practico. Hace décadas que acude cada semana con su mujer a un club de bailones. Lo bailan todo, lo que les echen, digamos, pero a ella le gusta en especial vestirse de rockera. Terry describe el vestido. Camiseta ajustada, faldita traviesa y bailarinas. Me hago idea. Añado un pañuelo anudado al cuello, quizá mitones. Una vez al año toman unas grandes vacaciones (de una semana) para bailar. Se alojan en cierto hotel de Las Vegas que contiene siete pistas de baile abiertas las veinticuatro horas con sus siete orquestas de lo mejorcito. Pasando de una pista a otra, bailan cada día hasta extenuarse. Les gusta bailar en clubes porque en otros lugares la gente parece creer que se exhiben, que se entregan por vanidad a florituras, cuando sólo bailan como saben, como debe bailarse. En bodas y aniversarios se les abre paso para admirarlos, se los aplaude incluso, pero no buscan deslumbrar sino percibir la consonancia de sus cuerpos y mentes, condecir la música. 
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En la recepción del hotel hojeo un folleto de excursiones al cercano Stonehenge. Quizá me acerque la próxima vez, me digo, engañándome, porque desconfío de los lugares mágicos. Iré en cambio a Prior Park, en las colinas que rodean Bath, un jardín en cuya historia cuentan Alexander Pope y Capability Brown, los grandes visionarios del paisaje inglés. También me acercaré a la casa (falsa) de Jane Austen (vivía unos portales más allá). Más que nada, por confirmar mi disgusto por las dramatizaciones de actoresguía con peluca y levita. Actores en túnica y sandalias atadas a las pantorrillas encontré en los baños romanos, en pleno centro de la hiperrestaurada Bath. Pero el inmenso genio hidráulico de los conquistadores latinos traspasa las modas museísticas infantilizadoras y nos impone el pasado en cada losa. Dejo a Monika en su internado. Corre a clase de arte. Con razón lo llaman industria educativa. Quisiera quedarme también. Un beso. Algún regalo encontraré todavía en el alegre, ambientado como decorado fílmico, centro de la ciudad. Hasta los extras, pordioseros y bebidos, cantan alborozadamente en esta reserva de bienestar, a sólo unos kilómetros de la Bristol de las algaradas y saqueos de hace semanas. Según los noticiarios, el desempleo de Bristol es socialmente explosivo (pero diez puntos menor que el de la depauperada y bostezante ciudad en que vivo). 
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Entro, hoy con mi mujer, en The Fine Cheese Co., y siento una rotunda felicidad difícil de justificar, porque nos toca una mesa expuesta a las corrientes de aire y compartida con cuatro comensales que no hubiera escogido, pero con los que acabamos (crónica de sociedad) departiendo amigablemente. Este desparejo local me recuerda a ciertos restaurantes de squatters (no necesitaba el castellano aún la palabra okupa) del Londres de mi estancia dieciochoañera. Una acertada mano de pintura entre celeste nórdico y turquesa es casi toda su reforma y decoración. Hay filas de sillas que miran a una pared con estante (ingenio). El loo es un retrete acasetado en un patio en abandono (encanto). Los camareros parecen aficionados (simpatía). Hay que pedir en la barra. Te traen los platos cuando toque (el tiempo no existe para el arte). Jamás encontraré aquí un burgués español que soporte cinco minutos sin largarse indignado. Incluso algunos ingleses se enfadan. Cuestión de reglas de juego, otra vez. 
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Pregunto al encargado, un veinteañero de estética neosesentista, por un plato cuyo ingrediente principal no me suena, y a su espalda me sonríe otra camarera y gestualiza un acceso de repulsión. Era anguila. En esta sorprendente tienda de Delicatessen y casa de comidas se ofrece cocina alta a precio de tabernita, y sin arte dramático hostelero. ¿Mercadotecnia inversa? Hasta que vimos el cartel de "Se Necesita Chef" en la puerta y retornaron a sólo dispensar sopas del día, decentes bocadillos y tartas caseras. Se esfumó el imposible. Guardo como fetiche en paño una de las a diario renovadas cartas en las que espigué manjares, por si alguna vez dudo si fueron sueño las perdices que allí comí. Un té y de nuevo a las carreras de pasajeros por los pasillos hasta las más alejadas salas de embarque. La excitación de los disimulados pasos alargados, la euforia de obtener asientos contiguos y el triunfo de colocar el equipaje de mano sobre nuestras cabezas, nos proporcionan el envión psicobioquímico óptimo para afrontar el vuelo de vuelta.
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* Juan Martínez de las Rivas (Buenos Aires, Argentina, 1957) pasó su infancia y juventud en Madrid. Formó parte del grupo CLOC de Arte y Desarte. Ha publicado en el 2009 la novela Fuga lenta (Acantilado).

* La tercera foto es de Monika Martínez de las Rivas, y el resto es del autor del texto. En la primera aparecen unos grafiti de Bristol. En la segunda, el interior de la Fine Cheese Company, Bath. En la tercera puede verse al autor en el barrio viejo de Bristol. En la cuarta, el exterior de la Fine Cheese Co. La quinta muestra los baños romanos del manantial de agua caliente, Bath. En la sexta aparece el Prior Park, Bath. En la séptima, Bath y el río Avon.
  
* P.S. Durante los meses de agosto y septiembre, publicaré las microcrónicas de viaje que me mandéis, seleccionando las que más me gusten. Tienen que ser inéditas e ir acompañadas de fotos. Gracias.

viernes, 26 de agosto de 2011

Tango finlandés

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Me siento como los personajes de El ángel exterminador, atrapado en Argentina toda esta semana:  Santiago del Estero, Orlando Romano, la Richmond, Sol Gabetta... En fin, no me importaría quedarme allí para siempre. El caso es que anoche, tras el estupendo concierto de la violoncelista argentina, la sala estaba repleta y aplaudimos a rabiar, siguiendo con la sesión sudamericana, y con motivo del inicio de la temporada en el Konzerthaus, nos invitaron a escoger entre dos espectáculos de tango que se celebraba en otras salas del edificio. Nosotros nos fuimos a la Werner-Otto-Saal, situada en el último piso del Konzerthaus, donde actuaba un grupo de tango finlandés. Sí, de tango finlandés, con su cantante, piano, acordeón, violín y contrabajo correspondientes. Según comentó el pianista, los finlandeses mantienen un vínculo muy fuerte con los argentinos, y ello a pesar de que su lejanía geográfica parezca querer desmentirlo: ambos países arden por dentro, reveló. No le faltaba razón, pues en cuanto empezó la actuación, el oxímoron se deshizo y el tango escandinavo adquirió pleno sentido. ..
Puro producto multiculti, como dicen los alemanes, este es un espectáculo que seguramente solo puede darse en la ciudad que presume de ser la segunda capital del tango. El caso es que allí, más bien incómodos, unas cien personas, muchos de ellos con su correspondiente bebida, con ese peculiar estilo que tienen los alemanes para sostener en una mano una copa de vino, mientras en la otra sujetan una rosquilla salada, una Brezel, seguimos la música de este grupo que parecía salido de una película de Kaurismäaki. Como diría una buena amiga, eso sí con cariño, ¡cómo son estos jodidos alemanes!
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* En la foto el Konzerthaus, tras el monumento a Schiller, en la Gendarmenmarkt, de Berlín.
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jueves, 25 de agosto de 2011

Sol Gabetta

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Como esta noche me voy a oír a la chelista argentina Sol Gabetta, en el Konzerthaus, os dejo con ella.
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Konzerthausorchester Berlin
Dimitrij Kitajenko
Sol Gabetta Violoncello
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George Gershwin "Cuban Ouverture"
Camille Saint-Saëns Konzert für Violoncello und Orchester Nr. 1 a-Moll op. 33
Heitor Villa-Lobos Bachianas Brasileiras Nr. 7
Alberto Ginastera Danza final (Malambo) aus dem Ballett "Estancia" op. 8
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miércoles, 24 de agosto de 2011

En el Richmond, con Borges


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Ahora que cuentan las crónicas que la confitería Richmond, de Buenos Aires, ha cerrado, me gustaría saber si alguna vez jugaron al ajedrez o al billar, en su sótano, Macedonio Fernández, Borges u Oliverio Girondo. ¿O tan ilustres escritores se limitarían a mantenerse en la planta baja, en la cafetería charlando, sin descender nunca a los malabarismos del billar o a los cálculos del ajedrez?.......

Nunca he podido dejar de pasar por la peatonal Florida, 468, cerca del cruce con Corrientes, ante la puerta de Richmond, sin pensar en que Borges solía dejarse caer por allí hacia las 8 de la tarde, para tomarse una taza de leche caliente, cuando las aristócratas habían abandonado el local, tras tomarse su té con scones, y planificar revistas, o inventar libros o antologías con sus amigos.
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Fundada en 1917, en un edificio obra del arquitecto belga Julio Dormal, quien también intervino en la última fase de las obras del Teatro Colón, la primera vez que yo visité la confitería, llevado por una mitomanía literaria incurable, en los primeros noventa, andaba ya de capa caída y tanto para los sillones Chesterfield como para las arañas holandesas habían pasado ya sus mejores días. La tarta Richmond, que siempre pedía como un rito, compuesta por bizcocho, chocolate, fresas y nata chantillí, seguía estando exquisita.
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Pero la Richmond, además, para los que hayan frecuentado la historia de la literatura argentina, es el lugar donde se reunieron, durante los años de entreguerras, los miembros del Grupo Florida, aquellos que se contraponían a los de Boedo, responsables de la revista Martín Fierro (1924-1927), cuya redacción estaba también muy cerca, en esta misma calle. Casi todos ellos, a diferencia de los populares miembros de Boedo, formaban parte de las clases pudientes argentinas, como fue el caso de, aparte de los ya citados, Leopoldo Marechal (autor de Adán Buenos Aires, el Ulises argentino), Conrado Nalé Roxló, Ricardo Güiraldes y pintores como Norah Borges, Xul Solar y Antonio Berni.
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Tanto diversos grupos de la sociedad civil como algunos diputados se han opuesto a su cierre. Por una vez, no han sido sólo los escritores y artistas los que han protestado. Nike, que iba a comprar el local para poner allí una de sus tiendas, ante el alboroto producido, parece haber  desistido..
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¿Qué pasaría si en Madrid cerraran el Café Gijón? Prefiero creer que la próxima vez que visite Buenos Aires podré volver al Richmond, sentarme en sus sillones ingleses y pedir una vez más la deliciosa tarta de la casa.                      
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* La caricatura es de Oliverio Girondo y en la foto aparece Xul Solar.
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martes, 23 de agosto de 2011

ORLANDO ROMANO


ANTES DEL ABISMO PENSARÉ EN TI

A David Lagmanovich
En el antiguo Oriente existía la creencia de que, segundos antes de morir, a la mente de los hombres acudían las percepciones, conocimientos o las ideas más brillantes a las que un ser humano podía aspirar. Guiándonos  por esta aseveración, el más torpe de los hombres podía concebir (secretamente) la teoría de la relatividad, dominar la técnica para pintar la Mona Lisa o  escribir como Shakespeare y Cervantes, saber dónde está el Santo Grial o vislumbrar el camino secreto que conduce hasta la ciudad perdida de El Dorado.

Todo lo mencionado termina como una desacertada conjetura si observamos el capítulo XXXVII del Libro de las Revelaciones, recuperado recientemente durante una excavación en la Caverna de las Brujas, en las encumbradas montañas de la provincia de Tucumán, en Argentina.

En dichas páginas, por ejemplo, se puede leer que lo último que pasó por la cabeza de Nietzsche fue el recuerdo de haber pisado mierda de gallina estando descalzo, cuando era muy niño. Oscar Wilde habría emitido un insulto de lo más ordinario porque tenía mugre en la uña del dedo gordo de su mano derecha. Aristóteles se fue con la pena de ignorar cómo se hacía el pan. Séneca vio, creyó ver, a una simple cucaracha muerta. Confucio miró el cielo y tomó la luna por un plato de arroz. Sócrates se marchó con el deseo de orinar encima de un hormiguero. Benjamín Franklin se preguntó si todas las ceras de las orejas tenían el mismo sabor que la suya, y el gran Leonardo Da Vinci soñó, antes de sucumbir, con una semilla de durazno.

De la nada venimos, y hacia la nada vamos. Nos perderemos en el fondo de los tiempos. Tal fue y será nuestro destino. Vida y muerte nos han llenado, en mayor parte, de humillaciones, angustias y dolores. Entonces yo, el pequeño Orlando, me pregunto: ¿por qué habríamos de llenar de oro nuestra mente para homenajearlas en ese instante en que se dan la mano? Vida y muerte, nada es lo que son. Por eso nuestra mayor nobleza, y quizá nuestra única venganza, antes del final, sea no pensar en nada.

P.D: Puesto a elegir en nombre de la humanidad, yo no escogería divisar los secretos del Universo, sino simplemente contemplar un rostro amado.


* Orlando Romano (Tucumán, Argentina, 1972) es periodista y escritor. Su obra narrativa comprende las novelas Perro-diablo, Amigo fiel, Eclipse de gol y El beso de los árboles. Tiene en si haber tres libros de microrrelatos: Cuentos de un minuto, Cápsulas mínimas y La ciudad de los amores breves, el último está compuesto por historias de amor sobre mujeres. Su obra periodística más destacada es Escritores preferidos de nuestros escritores, volumen que recoge el testimonio de cincuenta autores argentinos sobre sus lecturas favoritas. Parte de su obra ha sido traducida al inglés y al italiano. Este texto es inédito.

lunes, 22 de agosto de 2011

Nueva York: inteligencia vertical, por Francisco Javier Irazoki

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Un mes en Nueva York da para muchos placeres. Urbe con más de cuatro mil rascacielos, el primero de sus goces viene de una inteligencia vertical. De una rara ligereza que junta edificios gigantescos y no nos impide ver el horizonte.
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Dividida en cinco distritos (Brooklyn, Queens, Manhattan, el Bronx y Staten Island), la ciudad sigue reuniendo los principales alicientes en Manhattan. De las pasiones financieras a la bohemia artística, con descansos en los 93 kilómetros de senderos de Central Park, cualquier empeño encuentra su espacio en Madison Square Garden, en las evocaciones literarias de Greenwich Village, en las fachadas góticas de las residencias próximas a Gramercy Park, en el mirador de Empire State, en las bulliciosas Tercera y Quinta Avenidas, en los mercados de Chinatown y otros tumultos.
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En cuanto empiezo a callejear por Nueva York, aguzo el oído. Es verano y la alcaldía ha organizado conciertos gratuitos. Son casi siempre actuaciones al aire libre. Sesiones calientes de jazz, soul y rhythm and blues. Por ejemplo, en un modesto parque del Bronx, a escasa distancia de tantos deterioros urbanísticos, personas septuagenarias y hasta octogenarias se mueven al ritmo de la música tocada en directo. Bailan con una alegría que embellece los cuerpos cansados. Aquí recuerdo la frase en que Octavio Paz se refiere a la poca gracia física de los ancianos europeos, sumisos ante esa esclavitud que imponen los miedos a la propia imagen y el recato obligatorio.
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Siguiendo el hilo musical, los amantes del jazz acuden al local Blue Note, situado cerca de la Sexta Avenida. Allí están, rodeados de comensales japoneses, David Villanueva, director de la editorial Demipage, y su familia. Villanueva, músico que en la actualidad registra su primer disco en solitario, elogia la destreza del contrabajista Gerald L. Cannon. Pero la mayoría del público ha venido a escuchar al pianista McCoy Tyner, que durante cuatro años complementó con su serenidad el talento libertario de John Coltrane. Tyner no sabe decepcionar. Hoy dirige a Ravi Coltrane, hijo risueño de su antiguo patrón, y a Gary Bartz, cuyas improvisaciones breves son los mejores regalos de la noche.
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Hay también una música que no se encierra en los clubes. En cualquier calle de Nueva York, la variedad sonora de los idiomas. Alrededor del 40 % de sus habitantes es de origen extranjero, con gran número de dominicanos, chinos, pakistaníes, jamaicanos y más judíos que en Tel Aviv. Un Babel tranquilo de 192 lenguas. Al visitante hispano lo protegen acentos de toda Latinoamérica. 
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Tampoco faltan museos de calidad. Sobresalen el de Historia Natural, el Metropolitan y la Frick Collection. En el Whitney, el MoMA y el Solomon R. Guggenhein, igualmente interesantes, desentonan las exposiciones recientes. Frente a un público escéptico, el autismo glorioso (subvencionado) del arte contemporáneo.
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Los turistas fotografían la Estatua de la Libertad. Creada en el siglo XIX por el escultor Frédéric-Auguste Bartholdi, fue un regalo de Francia a EE.UU. Sin que me parezca especialmente bella, la miro recordando un detalle personal. La estructura con armazón interior de hierro y láminas de cobre y la llama bañada en oro de su antorcha fueron fabricadas en el patio de mi vivienda de París. Tiene adherida a su base una placa de bronce con el poema de Emma Lazarus: “Dadme a los hastiados, a los pobres, a las muchedumbres que ansían respirar la libertad”.
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Naturalmente, ninguna cultura, por poderosa que sea, carece de debilidades. La gastronomía popular de Nueva York es menos refinada que la de Francia o España. Puede entristecernos la estampa del neoyorquino que, en su pausa laboral, se detiene entre los arbustos de un pequeño jardín y consume la comida extraída del envoltorio de plástico. No sentarse a la mesa parece una manera de prolongar la tensión del trabajo. El dirigente de atuendo impecable pierde así su elegancia. Como si tuviera el traje manchado por la prisa.
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Para despedirse es aconsejable recorrer el High Line Park. Lo construyeron recientemente en Manhattan sobre las vías de los desaparecidos trenes de mercancías. Se le notan las ideas copiadas de la Promenade Plantée de París, pero con menos ingenio floral y vistas más espectaculares. 
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Francisco Javier Irazoki (Lesaka, Navarra, 1954) es poeta. Desde 1993 reside en París. Sus dos libros más recientes son Los hombres intermitentes y La nota rota, ambos editados por Hiperión. Publica la columna Radio París en El Cultural (El Mundo).
* Las fotos son de Barbara Loyer. ...
* P.S. Durante los meses de agosto y septiembre, publicaré las microcrónicas de viaje que me mandéis, seleccionando las que más me gusten. Tienen que ser inéditas e ir acompañadas de fotos. Gracias.  
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domingo, 21 de agosto de 2011

Fantômas: entre el cuchillo y la rosa

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Hoy, el diario Die Welt le dedica una página entera a Fantômas, uno de los más grandes villanos de la historia de la ficción, quien cumple nada menos que 100 años. El personaje apareció, por primera vez, en 1911, en una novela que llevaba por título el nombre del personaje, iniciándose una serie de relatos policíacos, obra de Marcel Allain y Pierre Souvestres. Después pasó al cine, a la televisión y a los tebeos. Lo que caracterizaba a Fantômas era su carácter despiadado y su habilidad para disfrazarse, para cambiar de identidad. La última novela de la serie, obra ya solo del primer autor, fue Fantômas Mène le Bal (1963).
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La verdad es que nunca leí ninguna de estas novelas, pero sí vi, durante mi infancia y juventud, todas las películas de Fantômas que se me pusieron a tiro. En la portada del primer Fantômas, obra de Gino Starace, aparece un hombre enmascarado sosteniendo una daga en la mano. 
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Entre los fascinados por el personaje se hallaban el pintor Magritte y el poeta John Ashbery, quien en 1986 escribió el prólogo a la nueva traducción inglesa de Fantômas.  
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Póster de la primera película sobre el personaje, Fantômas (1913), de Louis Feuillade.
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De 1913 data la primera versión cinematográfica, hubo cinco, dirigidas por Louis Feuillade y consideradas obras maestras del cine mudo. Siguieron otras muchas versiones, pero mi Fantomas preferido es el de 1964, cuando se estrena la primera de las tres películas dirigidas por André Hunebelle, con Jean Marais como Fantômas y Fandor, Louis de Funès como Juve y Mylène Demongeot como la esposa de Fandor, la fotógrafa Hélène, hechas al estilo de los primeros James Bond. Este fue, para mí, el Fantomas por excelencia. Luego, en 1980, vinieron los cuatro episodios rodados para la televisión, interpretados por Helmut Berger, pero ya no era lo mismo, habían perdido lo que tenían de naif, aunque estuvieran dirigidos por Claude Chabrol y Juan Luis Buñuel. De los tebeos, en cambio, sé poco, pero me consta que hubo versiones en Francia, México (Guillermo Mendizábal, en 1969, actualizó el personaje) y España.
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Los vanguardistas franceses mostraron un gran interés por el personaje, desde Apollinaire a Robert Desnos y Blaise Cendrars, quien denominó la serie “la Eneida moderna”, sin olvidar al pintor Magritte, declarado admirador del personaje. Más tarde, inspirado en una historieta dibujada por el mexicano Martré, Julio Cortázar compuso su folletín Fantomas contra los vampiros multinacionales (1975), publicado primero en el diario Excelsior con enorme éxito. Y, por último, el poeta John Ashbery prologó en 1986 la nueva traducción inglesa de Fantômas. Por no hablar de los luchadores de catch, las bandas de rock, la serie Alias y otras modernidades de menor interés aún.
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Si os detenéis en las imágenes, pueden observarse las curiosas variaciones que se producen entre la cubierta del libro, el cartel de la serie de películas iniciadas en 1913, protagonizadas por Fantômas, y el cuadro de René Magritte, de 1942, Le retour de la flame. Así, en el cartel cinematográfico, basado en la portada de uno de los libros, se ha suprimido el puñal que lleva en la mano derecha el personaje; mientras que Magritte lo convierte en una rosa. 
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