Creo que nos quedamos saliendo de un restaurante. Y sea por lo que fuere, nos vimos formando parte de una manada que seguía las señales que nos encaminaban hacia Piazza Navona. Su mercado de Navidad aparece muy ponderado en todas las guías y crónicas sobre Roma. Bueno, pues, perded toda esperanza; se ha degradado mucho. Venden las mismas chucherías tontorronas de cualquier mercadillo navideño de cualquier otra ciudad de Occidente. Con algunas novedades, eso sí: las castañeras son ahora fornidos orientales, me imagino que tailandeses; y la befana (bruja) era una señora que ejercía su oficio con bastante desgana. Lo único que me hizo gracia, puesto que las fuentes tampoco era fácil apreciarlas, rodeadas como estaban de puestos de venta, fue un viejo carrusel lleno de niños que lo disfrutaban, aunque me parece que menos que sus papás. Y hubiera escrito mamás de no haber temido que me tacharais de machista. Una joven rubia, con una niña pequeña casi colgada a la espalda, tocaba con el acordeón (no, no era un bandoneón) el “Invierno porteño”, de Piazzola. Creo que todas las veces que he estado en Italia en los últimos años, me he topado siempre con alguien, en alguna plaza, que tocaba alguna de las estaciones de Piazzola. ....
...........
Por la noche, tras un merecido descanso en el hotel, teníamos previsto asistir a un recital de ópera en una de las iglesias de la ciudad, sin mérito artístico notable, pero donde estaban enterrados militares, periodistas y diplomáticos norteamericanos muertos en las dos guerras mundiales. No podemos presumir del recital de ópera porque, aunque digno, no pasaba de ser un espectáculo para turistas aficionados al bel canto, con un programa típicamente italiano, Verdi y Puccini, sobre todo, al que se les había añadido Mozart, como un excelente fichaje. Más tarde, la cena fue anodina y sólo es digno de recordar el empeño del camarero que nos sirvió por que comiéramos y bebiéramos más. Por no hablar de que no le pareció nada bien que tomáramos cerveza en vez de vino, y que no hiciéramos un poco más de gasto en dulces, café y licores. En fin.
Camino del hotel, por la plaza de España, nos encontramos delante de la fuente con una joven en cuclillas haciendo una foto de la barca, las escaleras y la iglesia de la Trinità dei Monti. ¿Y qué, se preguntaría Ratón, con buen criterio, pero con demasiada impaciencia? Pues que como la joven tardó en hacer la foto, al inclinarse los pantalones dejaban ver el triángulo de un tanga rojo, imagen instantánea que congregó a otros fotógrafos con intenciones no menos artísticas y un número creciente de admiradores. ¿Era realmente rojo el tanga? En honor a la verdad, no podría asegurarlo, pero sí puedo afirmar que las lencerías de la ciudad están llenas de ropa interior roja, para hombre y mujer; aunque destacan, sobre todo, al menos en los escaparates, las bragas, sujetadores, camisones, ligeros, tangas, y tentaciones, si es que estas últimas siguen llamándose así.
.......
Ah, por cierto, el desayuno del hotel es correcto, sin más; con muchas tartas y ninguna fruta. Dejadme que os advierta antes de acabar que en esta materia, y en casi ninguna otra, es mejor que no me hagáis mucho caso porque suelo ser bastante chinche.
...
* Los fotos son de Gemma Pellicer. ..........