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Busquen
Saint-Etienne en el mapa de Francia. No está
cerca de París ni de Cannes ni del Mont-Saint-Michel..., pero sí
de Lyon, ciudad con la que, por cierto, no pudo ni podrá
nunca rivalizar.
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"Como otras ciudades industriales adolece
todavía
de la mala imagen de un ciudad negra, sucia y adormecida. La ciudad (que se sitúa
entre las 20 principales francesas en cuanto a número
de habitantes), no figura en muchos de los mapas meteorológicos
nacionales (Lyon está a menos de 60 kilómetros), y es ninguneada por parte de los medios de
comunicación nacionales. Si no se trata de grandes acontecimientos
deportivos (Campeonato del Mundo de Fútbol de 1998 por l'ASSE) o por algunos hechos relevantes
de tipo diverso (crímenes, delincuencia…) no se habla casi nunca de Saint-Étienne
en términos
de cultura local, historia, patrimonio, turismo, de la renovación
urbana, o de los grandes proyectos de la ciudad", según la Wikipedia.
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Y aunque así
son las cosas en Saint-Étienne, a finales de julio decidí terminar
mis vacaciones dando un paseo por sus calles, por las calles de mi
adolescencia.......
Y ahí
me encontraba, dispuesta a subirme a su tramway,
verdadera espina dorsal de la ciudad. Un dato importante: sus raíles
fueron los únicos de Francia en haberse resistido a la época
del desmantelamiento de todo lo que suponía un estorbo para los coches. Ahora, los tranvías
vuelven a estar de moda... ¡Cosas que pasan!
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Pero, si
me lo permiten, voy a cambiar de metáfora y sustituir la imagen "espina dorsal" por la
de "río"; el Sena, por ejemplo. Cuando se trata de
imaginar, prefiero hacerlo a lo grande, aunque en Saint-Étienne no haya otras aguas
que las de unas cuantas fuentes y de espectaculares tormentas estivales.
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Tenía
pues ante mí, un supuesto río de ocho kilómetros con sus dos orillas: la rive droite y
la rive gauche. Hasta las siete de la tarde, callejeé por la orilla izquierda de sus raíles: cafeterías, franquicias, cines, una pequeña
zona verde de cuando en cuando, plazas con árboles
frondosos, estatuas del ayer y del hoy: place de la République,
place Dorian, place Carnot, des Ursulines, Jean-Jaurès...
Luego, al igual que la temperatura el ambiente fue refrescando, y me sentí
atraída
hacia la otra orilla desde la que llegaban efluvios del amanecer.
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En la rive
droite descubrí un nuevo Saint-Etienne, un Saint-Étienne de ambiente
festivo, un Saint-Étienne musulmán en pleno Ramadán,
una ciudad que se despertaba al caer la noche, y cuyas calles no reconocía
por mucho que me las supiera de memoria.
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Entonces,
emprendí un
paseo de dificultad máxima por los caminos de mi mente. Unos caminos
resbaladizos de gravilla de prejuicios, con peligro de caídas
en precipicios de aprehensión y en desniveles de sentimientos dispares. Sentí
vértigo.
Los escaparates de las numerosas tiendas de dulces (dátiles
rellenos de pasta de almendra, bahlava y otras delicias...) no conseguían
atenuar cierta pizca de amargura, la amargura que ulcera todo aquel que se cree
desposeído
de algo que nunca fue suyo.
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Mareada
me tuve que sentar un rato en una placita en la que recordaba haber jugado a
la marelle –la rayuela, el cascayu–
con mis amigas. Otras niñas, con la cabeza cubierta, jugaban ahora a algo parecido;
cerré
los ojos para agarrarme con fuerza a sus risas y salir de una vez para todas de
aquellas zonas empatanadas de mi mente. Cuando los reabrí,
vi a contraluz a un hombre mayor que me estaba mirando con preocupación.
Con su chilaba blanca y su tapa de oración
en la cabeza, me pareció mucho más alto de lo normal. Una aparición,
pensé.
–¿Necesita
ayuda? –me
preguntó
con mucha amabilidad.
–No,
gracias. Estaba descansando.
-¿Es
usted de aquí? –me preguntó mientras miraba a las pequeñas
que seguían
jugando.
–No.
Sí.
Sí.
Bueno... Creo que sí.
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Entonces
el hombre soltó una gran carcajada, y tradujó
para un amigo lo que acaba de contestarle. Después
de intercambiar una o dos frases en un idioma que, en mi ignorancia llamaré
árabe,
la aparición concluyó en una gran sonrisa de luna creciente:
–Mi
amigo dice que no se preocupe, que le pasa a usted lo que a todos nosotros...
creemos que sí........
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* Dominique Vernay nació en 1953 en Chazelles-sur-Lyon, Francia, y reside desde hace años en Salinas, Asturias, donde trabaja como profesora de francés. Uno de sus relatos fue publicado en El País Semanal y otros emitidos por la Cadena Ser. Ha ganado varios premios en certámenes literarios, es coautora del libro In Crescendo (Editorial Anroart, 2012) y autora del libro No te quites la costra que te quedará marca (Autopublicación, 2013).
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* Dominique Vernay nació en 1953 en Chazelles-sur-Lyon, Francia, y reside desde hace años en Salinas, Asturias, donde trabaja como profesora de francés. Uno de sus relatos fue publicado en El País Semanal y otros emitidos por la Cadena Ser. Ha ganado varios premios en certámenes literarios, es coautora del libro In Crescendo (Editorial Anroart, 2012) y autora del libro No te quites la costra que te quedará marca (Autopublicación, 2013).
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