martes, 21 de agosto de 2012

Voces y ecos latinoamericanos

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Durante los años sesenta, la narrativa hispanoamericana no solo nos proporcionó unos cuantos libros excelentes de nuevos narradores (Gabriel García Márquez, Julio Cortázar, Mario Vargas Llosa, Carlos Fuentes y Guillermo Cabrera Infante), sino que consiguió que nos fijáramos en una serie de autores (Borges, Alejo Carpentier, Miguel Ángel Asturias, José María Arguedas, Lezama Lima, Onetti, Ernesto Sábato, Juan Rulfo y Bioy Casares) que venían publicando en las décadas anteriores, sin que les hubiéramos prestado la atención que merecían, al menos en España. Entre nosotros, todo este fenómeno debió de arrancar con la publicación de La ciudad y los perros (1963), novela de Vargas Llosa que obtuvo el Premio Biblioteca Breve, y con la residencia en Barcelona de diversos narradores representados por la agente literaria Carmen Balcells.  
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Pablo Neruda y un joven Mario Vargas Llosa (sentados),
con Roger Caillois y Ángel Rama (de pie a la derecha),
en un encuentro literario en Viña de Mar, Chile (1969).
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Cuando, en 1968, Robert Saladrigas empezó a publicar los textos recogidos en el volumen que reseñamos (Voces del `boom´, Alfabia, Barcelona, 2011) era un joven escritor, de 28 años, que se ganaba la vida como periodista, habiendo destacado ya por sus reportajes sobre las confesiones no católicas en España, que en 1972 recogería en libro no sin antes padecer graves problemas con la censura. Tenía, además, cuatro obras de ficción en su haber: dos en castellano (Notas de un viaje, 1965, y Arañas, 1967) y otras dos en catalán (El cau, 1966, y Entre juliol i setembre, 1967, que obtuvo el premio Joaquim Ruyra de narrativa juvenil), aunque a partir de esta última fecha toda su obra de ficción aparecerá ya en catalán, en cuya literatura ha terminado ocupando un destacado lugar como narrador.
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El primero de estos “Monólogo con…”, título general de la sección, que se completaba con el nombre del entrevistado, apareció publicado en la prestigiosa revista Destino en los años en que la dirigió Néstor Luján, fue el dedicado al autor de Cien años de soledad. Este “Monólogo con Gabriel García Márquez”, quien entonces residía en el barrio de San Gervasio, de Barcelona, entregado a la composición de El otoño del patriarca, vio la luz el 30 de noviembre de 1968, siguiéndole 128 más, con escritores europeos, hispanoamericanos, catalanes y del resto de España, hasta que la serie concluyó en 1975, cuando Saladrigas dejó de colaborar en Destino, tras abandonar el  director la publicación.
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Luisa Mercedes Levinson
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Lo que le proporciona un gran valor a este conjunto de entrevistas es que, con la excepción de Cortázar, Cabrera Infante y Carlos Fuentes, aparecen tanto los grandes narradores del llamado boom, como muchos de sus no menos ilustres antecesores, mostrándonos un panorama bastante preciso de lo que era la mejor literatura latinoamericana del momento. Y todo ello, a pesar de que solo figuran dos poetas: los chilenos Neruda y Miguel Arteche (quien me sorprende tachando al gran Enrique Lihn de “poco lúcido”, p. 94), y un escritor brasileño, Jorge Amado, y que el resto fueran narradores en castellano.        
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Ahora, bien, ¿en qué consisten estos monólogos? Pues, constituyen, en esencia, entrevistas reales y atípicas, falsos monólogos, pues en ellos -lo aclara muy bien el autor en el prólogo- “el interlocutor incorpora a su discurso las cuestiones que les voy planteando –antes, por supuesto, había procurado familiarizarme con su obra-, alternándolas con mi propio discurso en el que trato de describir la atmósfera que nos envuelve, y sus reacciones gestuales en las distintas fases del diálogo” (p. 11). En suma, las preguntas no aparecen como tales; antes bien, se desprenden del relato. No se trataba solo, por tanto, de saber qué piensa el entrevistado sobre esto o aquello, sino que Saladrigas, escritor en ciernes por entonces, ensaya a menudo una especie de retrato literario de su interlocutor, como ocurre, por ejemplo, con Vargas Llosa (p. 25), Donoso (p. 35), el ácido Rulfo (p. 45), Lafourcade (p. 153) o esa “dama del gran mundo” que fue Luisa Mercedes Levinson (p. 89). Por su parte, Onetti, a quien también retrata, le espeta, al respecto: “Habrá podido comprobar que los rasgos de las caras expresan, a veces mejor que las palabras, lo que se esconde en el interior de los seres” (pp. 194 y 195).
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Juan Rulfo
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Una y otra vez reaparece en las entrevistas la revolución, el caso cubano, en concreto, la literatura comprometida (¿con la sociedad, o exclusivamente con la obra?, resulta a menudo el dilema que se plantean los autores), la aparición de un hombre nuevo, etc. La mayoría se muestra interesada en la política; aunque unos pocos, como el errante Donoso o la argentina Levinson, afirmen que no les preocupa demasiado. Algunos de ellos, por ejemplo, Jorge Amado, se declaran materialistas; otros se encuentran más cómodos con las ideas existencialistas, es el caso de Carlos Droguett; o se sienten marxista-surrealistas, como Lafourcade (p. 151); creen en la inspiración, pero se reconocen escépticos, así Onetti (pp. 196 y 201); o se consideran escritores marginados que gozan siéndolo, como Severo Sarduy (p. 224). Jorge Edwards, por su parte, se justifica innecesariamente por haber escrito ese valiente libro que es Persona non grata, a la vez que anuncia que “el futuro […] será del socialismo” (p. 212). En este sentido, Borges se lleva la palma, pues no tiene empacho alguno en definirse como “hombre de la revolución libertadora” (p. 161). De todo lo que se apunta en estas apasionantes páginas, las ideas políticas son las que más chirrían hoy, lo que debería entenderse como aviso para navegantes; pues, visto lo visto, la lucidez literaria no lleva siempre emparejada la política; cosa que ya sabíamos, pero que resulta sano constatar de nuevo.  
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En estas Voces del `boom´, que leemos ahora con la perspectiva de los cuarenta años transcurridos, se recogen 21 entrevistas que dado su interés nos saben a poco. Trece de estos autores ya han fallecido. Sobresale la presencia de nombres que el paso del tiempo ha sepultado casi en el olvido, al menos en España, como Néstor Sánchez, Droguett, Levinson (de quien tanto he oído hablar a su hija, la excelente escritora Luisa Valenzuela), Arteche, Nivaria Tejera, Lafourcade, Yáñez y Álvarez Gardeazábal. Quizá, por ello, hubiera resultado útil, es uno de los pocos reparos que puedo ponerle a la edición, unas sucintas biografías de estos autores que, a un lector no especialista en la materia, le costará situar dentro de la historia literaria.
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Saladrigas tiene hechuras de gran entrevistador pues consigue sacarle a cada uno de ellos lo mejor de sí mismos. Los observa con una cierta distancia, con respeto, claro, pero a veces también nos los presenta sazonados con una pizca de ironía. En ocasiones, llama la atención sobre el “tono de voz quedo” (p. 14) de García Márquez, e incluso intenta reproducir el lenguaje peculiar de Levinson y Manuel Puig, a quien le atribuye una “voz acarminada” (p. 112). El caso es que el narrador colombiano debió de sentirse tan cómodo que en la dedicatoria que le estampó en su ejemplar de Cien años de soledad se refería al encuentro como una “conversación infinita”. Cuando en 1972 el periodista Miguel Fernández Braso recoja en libro la larga entrevista con García Márquez, lo subtitulará precisamente Una conversación infinita. Vargas Llosa, por su parte, que entonces cree en la llegada de la revolución, reconoce la gran influencia que ha ejercido Borges sobre todos ellos (p. 28); Rulfo, ese extraño mudo, critica con tanta dureza como lucidez el llamado nouveau roman (p. 49) que tan de moda había estado; Asturias se presenta como el escritor más conscientemente indigenista; mientras que Lafourcade recuerda que su generación se enfrentó a la literatura criollista.
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El título del libro, Voces del `boom´,  resulta afortunado, aun cuando algunos de esos autores no hayan pasado de ser meros ecos. Lo importante, sin duda, es que el conjunto presenta un panorama bastante verosímil de aquellos escritores latinoamericanos que a finales de los sesenta y comienzos de los setenta estaban a disposición del lector español. Esperemos que Alfabia, u otro editor, se decida a publicar un volumen semejante con las conversaciones que mantuvo Saladrigas con los escritores españoles.
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* Esta reseña ha aparecido en el núm. 39 de la revista Guaraguao, correspondiente al verano del 2012. 
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2 comentarios:

Jesus Esnaola dijo...

Muy interesante, Fernando, gracias por la referencia. Mempo Giardinelli publicó no hace mucho "Así se escribe un cuento" en el que reunía entrevistas con grandes autores hispanoamericanos. Entrevistas sobre el proceso creativo más que nada, pero que acababan mezclando cualquier tema de interés. Últimamente andaba intentando conseguir "Teoriás del cuento" (alguno de los vol.) de Lauro Zavala. Me das una nueva opción que tal vez sea un poco más fácil de encontrar.

Abrazos

Fernando Valls dijo...

Si consigues dar con la antología de Lauro Zavala, `Teorías del cuento´, quizás en Amazon, te aconsejo que te hagas con ella. Son 4 volúmenes, aunque el último resulta inencontrable, por problemas de derechos de autor.
Pero tienes a mano el libro de entrevistas de Miguel Ángel Muñoz, con autores de cuentos, también muy recomendable. Lo publicó Páginas de Espuma. Saludos.