La casa del pino
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Existe un frío brillante que se da algunos
días de invierno. El sol está fuera y se aprecia su tacto, pero el aire helado
y la temperatura, que pende de una nube para caer con escándalo, rompen toda la
mañana limpia. Desde la casa se ve en la lejanía la Sierra; en días claros como
éste uno parece volar por los valles, ríos y tierras que transcurren veloces
hasta esa serranía que revienta enorme el horizonte. Así es la mañana; y el
niño llega y encuentra a su caballo bregando con la muerte, tumbado y el
costillar señalado como en un barco podrido de la marisma. El padre no habla,
saca su escopeta y le pega un tiro en la frente tranquila, dura, y suena el eco
como cayendo por la finca, tan alta, como rodando hasta el río que yace en la vaguada.
El niño mira la casa, mira el enorme pino; todo es paz, la sombra mecida de los
almendros se mueve sobre los surcos del terruño arado. Ahora hay silencio y ese
sol leve, casi muerto pero luminoso, como si fuera el resto de una explosión
lenta. El niño se pregunta todo, nada contesta. Entonces se va al coche y pone
la radio, buscando entretener su aliento... Volverá años más tarde a la casa
del pino y pensará en su caballo... y en su padre.
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* Francisco Silvera es narrador y ensayista. Este microrrelato es inédito.
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* Francisco Silvera es narrador y ensayista. Este microrrelato es inédito.
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