miércoles, 8 de agosto de 2012

Los restos del Vietnam, por Paz Monserrat Revillo

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Have a safe day
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Se despertó y me miró con una sonrisa triste. Yo ya le había visto antes, hojeando una revista en una tienda del aeropuerto. Me fijé en él porque me llamó la atención lo mucho que me recordaba a un tipo de personaje tantas veces visto en esas películas que tratan sobre la pesadilla de los que se quedan en la cuneta del sueño americano. Su aspecto me resultaba tan irreal y a la vez tan familiar como el de un personaje de cómic: silla de ruedas, cinta negra con flores blancas en la cabeza, coleta, perilla, brazos tatuados, camisa hawaiana..., todos los ingredientes para ser un veterano de Vietnam. Me pareció estar sentada al lado del protagonista de El retorno con veinte años más, y que yo era la reencarnación en vida de Jane Fonda, claro. Por eso, cuando, en un momento de la larga conversación que mantuvimos, me dijo que había ido de soldado a  la guerra de Vietnam, me dio un vuelco el corazón.
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Estábamos sentados en la primera fila del avión que me llevaba desde Orlando de vuelta a Nueva York, en mi primer viaje en solitario por los Estados Unidos. Él en el lado de la ventanilla, yo en medio y a mi derecha una mujer que nada más despegar se tomó una pastilla y se quedó dormida. Cuando llegué a mi asiento, él estaba dormitando. Estuve leyendo durante una media hora una novela ambientada en la Cuba de los años cincuenta.
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Se despertó. Me miró con su sonrisa triste y me preguntó si era capaz de leer en español. Yo le dije que era española. El reaccionó añadiendo un destello a sus ojos melancólicos  y me dijo: Yo soy puertorriqueño -con un extraño acento rescatado de su primera infancia en Nueva York, cuando creía que todo el mundo hablaba en español y que su abuela era su madre, según me contó después.
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Esa fue la única frase que me dijo en español. Después volvió al inglés. Tras unos momentos de tanteo tímido sobre temas de fogeo: presentaciones, motivo del viaje y ligero  interés por la geografía española, se puso a explicarme cosas. Al principio como abriendo pequeñas brechas en el cemento, yo ayudando con mis preguntas simples y seguramente mal construidas. Poco a poco las historias fluían engarzadas unas con otras, y al cabo de un rato su discurso era como una gran masa de agua rompiendo las compuertas de una presa. Yo estaba asombrada de que pudiera entenderle y de que pudiera estar pasándome eso a mí al final de mi viaje, cuando las experiencias y situaciones vividas sobrepasaban ya con mucho mis expectativas. Sólo de vez en cuando paraba y me pedía disculpas por hablar tanto, pero –me decía- es que llevo más de un año sin mantener una conversación con nadie, solamente dando órdenes a los operarios que reparan mi casa en Florida de los destrozos del último huracán. Y yo le decía Go on, que no me importaba, al contrario, que  me conmovía mucho lo que me contaba.
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El discurso fluía y en mi cabeza se agolpaban imágenes del viaje, de películas americanas, de mi infancia, de mis hijos… Pensamientos que se dispersaban como los insectos cuando se levanta una piedra, tropezando entre sí para dejar paso a esa nueva historia que lo inundaba todo. Cuando él me contaba que al volver de la guerra apenas podía hablar en inglés porque se pasó dos años hablando por señas y emborrachándose, yo recordé a mi hija pequeña absorbiendo la sensación de que nunca le pasaría nada malo, mientras yo la arropaba en la cama. Me explicó que mientras estás en la guerra no puedes pensar en nada: ni en la familia, ni en los amigos, solo puedes moverte como un autómata y respirar, tratando de no ahogarte, el aire enrarecido del desasosiego que inunda tus pulmones y tu vida. Me dijo que cuando volvió estaba medio loco, que no podía comunicarle a nadie lo que había vivido, solo podía beber y drogarse para soportarlo. Ellos esperaban ser recibidos como héroes, y la gente los trató como apestados. Ningún reconocimiento, ninguna compasión. Eran una vergüenza nacional y la gente se lo hacía saber. No entendían la expresión de su cara, la gente creía que estaban enfadados, y estaban zombies. Solamente se sentía comprendido cuando se encontraba con otro como él. Aunque no lo conociera, si se cruzaba con otro veterano, se reconocían entre sí y corría una energía especial en sus miradas que era una caricia en medio del infierno que vivían. Me dijo que él fue a la guerra convencido, no como otros que desertaron. Y lo peor, que volvería a ir para defender la seguridad de su país. Entonces me vino a la cabeza, caída a plomo, la imagen de los policías que nos miraban paternales desde las fotografías que inundaban las paredes del metro de Nueva York, advirtiendo de que cualquier información sobre objetos o personas extrañas podían ser vitales para la seguridad de todos.
"If  you see something, say something".
"Remain alert and have a safe day".
A  safe day, no a nice day, ni a happy day. Si te esfuerzas y vigilas desde por la mañana, tienes un día seguro. Si te esfuerzas por tu país tienes una vida segura. No una vida feliz, ni siquiera una vida satisfactoria, sino una vida segura. Pero primero tienes que superar el shock de volver del infierno. Primero tienes que asumir que solo has sido una herramienta para la supuesta seguridad de los otros. Primero tienes que drogarte hasta perder el sentido y caer en tu casa con tan mala pata que te desgarres la pierna con una astilla, y que la herida se infecte y la infección ya te haya paralizado medio cuerpo para cuando te vengan a rescatar, veinticuatro horas después. Y que tengas que convivir con una bonita silla de ruedas el resto de tus días. Para que, cuando ya te has recuperado, te has pasado años en un hospital para quitarte de todas tus adicciones, te has casado, y te has construido una casita, venga un huracán y destroce todo lo que tienes. Remain alert and have a safe day. Cómo podría haberse esforzado tanto como para evitar el huracán, me preguntaba yo. Porque él me contaba todo esto sin rabia, con la mansedumbre de los que ya lo han perdido todo y simplemente disfrutan con un rato de conversación en un avión.
Nos despedimos, me dijo que estaba contento de tener una amiga española. Me prometió  que si alguna vez volvía a tener un ordenador me escribiría. Me dio un beso. Sentí su fuerte aliento en mi cara, y me fui.
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Paz Monserrat Revillo (Tortosa, Tarragona, 1962) vive en Molins de Rei (Barcelona), es licenciada en Biología por la Universidad de Barcelona y tiene un máster en Educación ambiental por la UNED. Es profesora de instituto y coautora de libros de texto para bachillerato de la editorial Teide.
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* Os recuerdo que podéis mandarme vuestras crónicas de viajes. Publicaré encantado aquellas que me gusten.
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6 comentarios:

Lola Sanabria dijo...

Leyendo esta excelente crónica que va más allá de un viaje de placer, me vino a la cabeza la película "El desencanto", que no tiene nada que ver en cuanto a argumento pero sí en el fondo amargo de una visión diferente a la que nos quisieron colar.

Me gustó.

Abrazos pacíficos.

Gemma dijo...

Descorazona comprobar cómo se repite a lo largo del tiempo que los llamados "perdedores" asuman sin cuestionarlo el desprecio de los considerados "buenos ciudadanos"; el hecho de que lo asimilen hasta persuadirse de su condición de "fracasados", de "verdaderos miserables".
Un viaje muy bien narrado.
Abrazos

Propílogo dijo...

Qué tendrán los viajes, que sumen en ese estatus captador y creador de literatura...
Impresionante crónica, tan real, a la vez que tan literaria. Y qué profunda descripción de la inseguridad, del perdedor, de lo que marca una conversación con un desconocido.
Saludos
Gabriel

Yashira dijo...

Desde el principio se nota el interés por el desconocido en esta narración, la apertura hacia él, que le recuerda imágenes que están en su cabeza de películas, qué acertada está y sorprende su sorpresa (valga la redundancia) cuando se cumple su deducción de que se trata de un excombatiente de Vietnam. Fue triste la historia de estos hombres que después de vivir un infierno nadie se lo reconoció.
Me ha gustado mucho el relato de este viaje. Saludos.

Paz Monserrat Revillo dijo...

Gracias por vuestros comentarios tan generosos y certeros sobre los viajes, los "losers" y los desencantos.Y gracias al capitan de la nave.
Os devuelvo los abrazos "pacificos" y calurosos.
Paz

Beatriz AA dijo...

Hay conversaciones que son un viaje, o más que un viaje.

Muy buena narración.

Saludos.