miércoles, 30 de marzo de 2011
Lorca: la deconstrucción de una imagen
martes, 29 de marzo de 2011
CÉSAR KLAUER
Ínsula se presenta en Madrid
* En la foto, poco o nada conocida, cortesía de Rafael Lassaletta Cano, aparece su madre, Mercedes Cano García de la Torre, con José Luis Cano, su hermano, quien era un poco más joven que ella. La instantánea debió de tomarse en 1930, o en todo caso un poco antes, y está hecha durante una excursión, aunque el lugar no hayamos podido precisarlo.
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lunes, 28 de marzo de 2011
El estilo Campra
El caso es que muy cerca del Instituto se encontraba el Estadio de la Falange (hoy lleva el nombre de Emilio Campra), donde el Almería solía jugar sus partidos de fútbol, en la tercera división, en la que entonces militaba. A veces nos llevaban allí a hacer gimnasia y siempre nos encontrábamos en la pista a un hombre corpulento, en chándal, con un silbato que le colgaba del cuello y un cronómetro en la mano, observando a los atletas, dando órdenes o vigilando el tiempo que empleaban en sus carreras. Este hombre se llamaba Emilio Campra y hoy he vuelto a acordarme de él porque Carlos Arribas, en el diario El País, le dedica un reportaje, donde se cuenta que en 1972 inventó una técnica revolucionaria para el lanzamiento de peso que siguen con éxito destacados atletas de diversos países. En aquellos años, circulaba en la ciudad una cierta leyenda sobre Campra, ya que, además de un destacado atleta de mediofondo, de 800 metros, había llegado a competir en Portugal e Italia, llegando a ser campeón de España de piragüismo y un experto buceador. Después, cuando tuvo que retirarse por una lesión se haría entrenador, en 1952.
Cuando se acercaban los campeonatos escolares, Campra, un hombre serio y algo distante, solía hacer pruebas en el estadio para escoger a aquellos que tenían condiciones y dedicarse a entrenarlos. Se fijaba, sobre todo, en aquellos chicos que estaban mejor dotados para las distintas pruebas atléticas, a los que luego él, tras duros entrenamientos, lograba pulir y hacerlos competir con éxito en los campeonatos escolares. En una ocasión, seguro de mí mismo, me presenté a las pruebas de atletismo, pero tras observarme correr y tomarme algunos tiempos, me llamó, me tomó el pulso, me preguntó si me gustaban otros deportes, le contesté que sí, que sobre todo el baloncesto, y me aconsejó que me dedicara a él. Y así concluyó mi carrera de atleta escolar, antes de ni siquiera haberla comenzado. Uno de mis actuales cuñados, Manolo Veiga, entonces sólo un compañero de clase, acabó convirtiéndose en un joven campeón de atletismo, a nivel regional, a las órdenes de Campra.
Hoy, al leer el reportaje en el periódico, he vuelto a recordar este episodio de mi juventud y, sobre todo, me ha alegrado saber que aquel hombre que tanto creía en el atletismo, y que tanto trabajo callado debió de hacer, sin apenas recompensas, sea hoy, por fin, reconocido, a sus 89 años, como un entrenador revolucionario. Y quiero agradecerle que fuera tan sincero y que no me hiciera abrigar falsas esperanzas sobre algo para lo que no estaba dotado. Espero, también, que esa técnica de lanzar el peso con dos pasos cortos, y no con uno largo, como sigue siendo habitual, acabe siendo conocida como estilo Campra.
* La foto es de Francisco Bonilla y la ha publicado el diario El País. En ella no consigo recordar, ni apenas reconocer, a aquel hombre de 47 años a quien yo conocí y traté, aunque muy poco, en aquellas modestas pistas de atletismo.
sábado, 26 de marzo de 2011
ALBERTO TUGUES
"La historia de una visión"
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Lo maté en sueños...
Max Aub, Crímenes ejemplares
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No quería soñar lo que estaba soñando y, sin embargo, lo soñaba. Al despertar, no podía decir lo que había soñado, no podía explicarlo. El poder de lo oculto se le había revelado en el sueño, una forma parecía avanzar hacia él, amenazadora, pero vio sólo la parte iluminada. A la noche siguiente, al querer ver la otra parte de lo oculto, al querer completar la forma que había visto, quedó prendido en el sueño y ya no despertó: lo encontraron muerto en el comedor, colgado de un cinturón.
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"La conversación de los otros"
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Cada tarde salía a dar un paseo por la ciudad. El inconveniente era que al pasar por el lado de los otros transeúntes, escuchaba sin querer sus conversaciones (la mala costumbre de hablar en voz alta, se decía). De este modo, casi sin darse cuenta, pasaba de un problema a otro: en una calle oía las frases de un asunto laboral, en otra calle le sorprendían las palabras de una discusión amorosa, y en una esquina le ensordecía el pleito violento de unos vecinos. Por ese motivo siempre llegaba a su casa tan fatigado, agobiado por los problemas de los otros.
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* Alberto Tugues (Barcelona, 1947), ha publicado libros de poemas en prosa y cuentos, Guía urbana de perplejos (Arts del Llibre, 1989), El archivo del copista (Arts del Llibre, 1990), Ejercicios breves de eternidad (Cuadernos Bauma, 1995), Distritos postales para ausentes (El Bardo, 1998), Historias breves de este mundo (Random House Mondadori, 2002), Lugar de perdición, El espía del ramo marchito, El caso de una sangre derramada (Emboscall, 2006-7-8), y pronto aparecerá Cancionero de prisión (March Editor). Fue miembro fundador de las revistas de poesía Asimetría, Hora de poesía y Poesía 080 Barcelona, y en la actualidad coordina los Encuentros 080 en la Asociación Colegial de Escritores de Cataluña.
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* La ilustración es de Aninés Macadam.
El primer libro de `Tres rosas amarillas´
Cualquier excusa es buena para acercarse un rato por la Librería Tres rosas amarillas, pero si yo viviera en Madrid, hoy sábado, 26 de marzo, me pasaría por allí, hacia las 8 de la tarde, para asistir a la presentación del libro Tres rosas amarillas. Relatos 01, a la que asistirán los autores: Eduardo Cano, Javier Pascual Echalecu y Javier Sagarna, que serán presentados por -afirma la convocatoria- la mejor de las rosas amarillas, María Martinón Torres. Como no tengo el gusto de conocer a María, no me atrevo a respaldar un juicio tan contundente, pero descubrir lo que pudiera haber de verdad es otro aliciente más para llegarse hasta la librería, comprar algún libro y charlar un rato con los buenos amigos que uno suele encontrarse siempre allí, con José Luis a la cabeza.
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viernes, 25 de marzo de 2011
FRANCISCO CORRALES
"La espera"
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Al oír las palabras de Aurora, el viejo Amador llora como nunca antes lo había hecho.
Aurora y Amador se enamoraron mucho tiempo atrás, a los doce años. Entre besos y promesas dibujaron la casa de sus sueños, tendremos una cabaña, sí, en el bosque, ¿vale, Amador?, y una ventana con postigos y en el jardín plantaremos un membrillo, ¿vale, Amador?, y al atardecer nos arroparemos, muy juntitos, con una manta roja, y con mariposas azules, ¿vale, Amador? Por supuesto, Aurora.
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A los catorce años ella se hartó de él y de su triste cabaña. Pero Amador no desesperó. Desde el banco que había bajo su casa la vio reír con su nuevo novio, la vio casarse, criar media docena de hijos, una manada de nietos y la vio reír y enfermar de Alzheimer y, la semana pasada, enviudar. Por eso esta tarde ha pedido permiso a sus hijos para sacarla de paseo. Y la ha cogido de mano y se han internado por un sendero. Señor, señor, le decía sin reconocerlo. Al llegar a la cabaña del bosque, la ha sentado frente a la ventana con postigos. Al cabo de un rato ella le ha dicho, mira Amador, ya floreció el membrillo. Entonces él ha desempolvado del armario la manta roja con mariposa azules, y se ha sentado a su lado, muy juntitos los dos, y ha llorado como nunca antes lo había hecho.
-¿Quieres que prepare ya la cena Aurora?
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"Sonrisas"
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El joven se acerca al desconocido y lo encara. Primero lo intimida mostrándole las cuatro calaveras tatuadas en los nudillos de su mano derecha y las tachuelas de la nariz. Después lo amenaza. Tú, saco de mierda, vuelve a reírte y te parto los morros. Como el aludido sigue sonriendo sin dejar de chupetear su helado de chocolate, procede a intervenir saltándole los botones dorados de su camisa blanca, además de un par de dientes. Ejecutada la sentencia, regresa a su casa y se tumba en la cama. Al cabo se acuerda de la acusación de su exnovia. Sólo sabes reírte como los cobardes, cambia, pollito. Y por amor había cambiado. Por amor se tatuó las calaveras, quemó sus libros de Herman Hesse y el póster de Gandhi y ensayó la frase ante el espejo durante semanas, tú, saco de mierda… No puede evitar llamarla. Tenías que haberlo visto, tía, sangraba como un cerdo. Tu pollito ha crecido, te quiero.
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En ese instante otro joven también se acurruca en su cama. Mira al techo sin entender, como casi siempre. Por eso a sus veintiséis años, salvo su madre, todos lo siguen llamando El Subnormal. Ahora, por ejemplo, tampoco entiende por qué no está en el almacén en su primer día de trabajo. Lo ves, hijo, como puedes, le animó su madre al firmar el milagroso contrato. Claro que podía y lo iba a demostrar. Unos días antes había quemado sus libros de Julio Verne, sus soldaditos de plomo, su póster de Superman y luego ensayó la frase ante el espejo, embutido en esa camisa blanca de botones dorados que tanto quiere: soy normal, soy normal… Hoy, muy nervioso, ha salido hacia su cita laboral con una hora de antelación y ella le ha permitido endulzar la espera con un helado, pero no te manches. De ahí que al verla entrar en su cuarto, intente ocultar entre las sábanas los lamparones de chocolate y sangre. Por Dios, hijo, ¿qué has hecho? Nada, mamá, sólo sonreír a la gente, como tú me dices.........
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* Francisco Corrales es licenciado en Filología Hispánica y profesor de enseñanza secundaria. Ha preparado para la editorial Castalia varias ediciones didácticas de dramaturgos españoles del siglo XX. Su obra Hagan juego ha recibido el Premio Internacional de Novela Corta "Salvador García Aguilar". En la actualidad colabora en la revista literaria Hilos de araña.
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* El dibujo es de Enzo Cucchi....
jueves, 24 de marzo de 2011
En verde Veronés
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martes, 22 de marzo de 2011
FERMÍN LÓPEZ COSTERO
“Robinson”
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Todas las mañanas bajo corriendo hasta la playa, para ver si las olas han arrastrado algún objeto que pueda serme útil: un jirón de vela, unas tablas, alguna cuerda, un barril de ron… Pero, rara es la vez que encuentro algo provechoso.
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“Los aparecidos”
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Luego, cuando desaparecen, me quedo durante horas muy triste, abrazado a las flores que amorosamente han depositado sobre mi lápida.
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* Fermín López Costero (Cacabelos, León, 1962) ha publicado cuentos, Pequeño catálogo de historias breves (2003); poesía, Memorial de las piedras (2009), con el que obtuvo el Premio «Joaquín Benito de Lucas»; y un volumen de microrrelatos, La soledad del farero y otras historias fulgurantes (Leteo, 2009). En el 2006 apareció su Catálogo bibliográfico de Antonio Pereira. Y ese mismo año fue comisario de la exposición bibliográfica «Antonio Pereira y su obra», organizada en Ponferrada (León). Estos microrrelatos son inéditos.
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lunes, 21 de marzo de 2011
Los poetas del Pentágono, por Víctor Canicio
En esas ocultas dependencias y más concretamente en el despacho de su director (“El poeta del Pentágono”) se libraron auténticas batallas lingüísticas. Una de las más sonadas, en tiempos del coronel Gus-Gus Beam, amigo de las musas, fue la que eligió Tormenta del desierto como denominación de origen patentada a efectos de márketing y para ennoblecer en lo posible la estratégica operación que se llamó también guerra del Golfo. La oficina secreta albergó asimismo al lujurioso Eutimio, un imperturbable gallego que se arrepintió después de sus pecados y pasó unos años trabajando de jardinero en el monasterio benedictino del Stiftsburg, cerca de Heidelberg y el río Neckar, donde cultivaba hiedras trepadoras. En un apacible entorno.
—Ora et labora —le decían allí—. Lo demás nos será dado por los cielos.
Entre las propuestas del lujurioso Eutimio, mientras ejerció brevemente de Poeta del Pentágono, figuraron interesantes denominaciones aplicadas como Defensa del ataque, Patata caliente (papa en la versión para América Latina) y Todo verdor perecerá. Fueron rechazadas. El laureado general Phileas P. Patton, que lo sucedió en el cargo, propuso para la campaña de Libia Odisea del amanecer. Con devastadoras resonancias y muy pérfidos aire de epopeya. VÍCTOR CANICIO.
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* Víctor Canicio (Barcelona, 1937) vive entre España y Alemania, donde ha trabajado como profesor y traductor, de obras de Heinrich Böll y Peter Handke, entre otros. Es autor también de varios libros sobre la emigración, como Vida de un emigrante español (Gedisa, Barcelona, 1979), de diversas novelas, así como de numerosas adaptaciones de clásicos alemanes (Goethe, Hauptmann, Heine, Lasker-Schüler, Musil) para Deutsche Welle TV.
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domingo, 20 de marzo de 2011
De Rodríguez a Aldecoa
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sábado, 19 de marzo de 2011
RICARDO SUMALAVIA
"Calendarios"
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Aprendimos esta lengua a costa de mucho sacrificio. Primero fue memorizar todas las frases hechas, aquellas construcciones que con sólo repetirlas obtenías resultados inmediatos. Luego fue matizar su uso dentro de otras nuevas –más personales, más creativas- con un léxico que se fue haciendo abundante y atractivo.
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Lo duro en este camino, sin embargo, es que mi hermano se estancó en la primera etapa. Y no hay marcha atrás. No podemos volver a nuestra lengua materna –la tenemos prohibida-. Pero, como digo, no hay avance con él. Al principio él enlazaba todas estas frases con maestría. Nos superaba notablemente y nadie notaba su carencia de vocabulario. Sobre todo era un maestro cuando reproducía los esloganes de los comerciales de televisión. No obstante, con el tiempo esas frases fueron cayendo en desuso. Quizá lo pudo disimular con el silencio, pero algo en él lo impulsó a repetirlas vanamente. Por supuesto, cada vez era menos lo que él obtenía a cambio. Y sí, él vive en casa, con nosotros, que vamos almacenando sus palabras, como también lo hacemos con los calendarios viejos..........
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* Ricardo Sumalavia (Lima, 1968) ofrece talleres de narrativa desde 1990. Vivió en Corea del Sur y actualmente reside en Burdeos donde hace cuatro años creó El Taller Virtual La Cueva. Ha publicado los libros de cuentos Habitaciones (1993), Retratos familiares (2001) y Enciclopedia mínima (2004). Sus cuentos han sido recogidos en diversas antologías de España e Hispanoamérica. Su primera novela, Que la tierra te sea leve, apareció en Bruguera. El microrrelato es inédito.
viernes, 18 de marzo de 2011
El Almanaque 2010 de la revista Ínsula
Acaba de aparecer el Almanaque 2010 de la revista Ínsula (771, marzo del 2011), ilustrado por Luis Gordillo y coordinado por la profesora Araceli Iravedra, de la Universidad de Oviedo, quien se ocupa, además, de la poesía en castellano. Como todos los años, la revista hace un balance de la literatura española en las cuatro lenguas del país publicada el año anterior. En esta ocasión, los responsables de los trabajos siempre varían, el comentario sobre la narrativa en castellano corre a cargo de Santos Alonso. Del teatro se ocupa César Oliva, de la literatura hispanoamericana Teodosio Fernández, y de los estudios literarios, Alberto Montaner, Luis Gómez Canseco, Valentín Núñez Rivera, Joaquín Álvarez Barrientos y Andrés Soria Olmedo. Por su parte, Jordi Marrugat, Olivia Rodríguez González y Mari José Olaziregi son los responsables de contarnos qué ha ocurrido en la literatura catalana, gallega y vasca, respectivamente. El almanaque de Ínsula ha acabado convirtiéndose en una herramienta imprescindible para entender lo que está ocurriendo tanto en las literaturas españolas como en las hispanoamericanas. No en vano, los colaboradores se escogen siempre entre reputados especialistas en sus materias respectivas.
jueves, 17 de marzo de 2011
Recuerdos de Josefina Aldecoa
Ayer murió Josefina Rodríguez en `Las magnolias´, su casa de campo de Mazcuerras, en la provincia de Santander, donde le gustaba pasar tranquila los veranos, escribiendo. Tenía 85 años. Podría decirse que a lo largo de su existencia han coexistido en ella cuatro personalidades o circunstancias vitales complementarias: la pedagoga (hija, sobrina, nieta y madre de maestras); la esposa del gran escritor Ignacio Aldecoa; la escritora de ficción y la persona que, por supuesto, englobaba a todas las demás. Claro que, digamos, esta convivencia no se ha producido siempre simultáneamente, y desde luego las cuatro, al fin y a la postre, eran una e indisoluble persona. Conocí menos a la pedagoga que fundó el prestigioso colegio Estilo en 1959, para que su hija Susana pudiera recibir una educación liberal, en la estela del ideario de la Institución Libre de Enseñanza. Traté, sobre todo, a la persona y a la escritora, si tal escisión es posible, pero a veces, en algún momento de la conversación, afloraba alguna de estas mujeres con especial ahínco, y a menudo, cuando venía a cuento de lo que estábamos tratando, la esposa enamorada y añorante de Ignacio Aldecoa, el año que pasaron en los Estados Unidos y los veranos felices en Ibiza.
Apenas me ocupé de su obra literaria, pero en el 2004 reeditamos su primer libro, los cuentos de A ninguna parte (1962), en la editorial Menoscuarto, de José Ángel Zapatero; volumen al que había precedido, el mismo año, como número 1 de la colección Reloj de arena, El corazón y otros frutos amargos, de Ignacio Aldecoa, prologado por mí. El trato personal más asiduo, tras intercambiarnos algunas cartas, se produjo a comienzos de los años noventa. Así, por expresa invitación suya, todos los veranos, cuando en julio solía dar clase en los cursos de extranjeros de la UIMP, en Santander, destinaba un día a visitar a Josefina en `Las magnolias´, su retiro paradisíaco en Mazcuerras (la Luzmela de Concha Espina), una vieja casa de indianos cuyo jardín había rediseñado su yerno. Para mí uno de los alicientes del verano norteño era esa visita anual a Josefina. Desde la primera vez creamos un pequeño ritual. Yo solía llegar a media tarde, nos sentábamos en el porche de la casa, cuando el tiempo lo permitía, creo recordar que siempre, excepto en una sola ocasión en que no pudimos salir de la vivienda, donde a mí me llamaban mucho la atención los cuadros de Isabel Villar, tomábamos un aperitivo y charlábamos de la vida cultural española, de la educación, de los libros que habíamos leído y nos habían gustado, etc. Con Josefina podía hablarse de todo con absoluta libertad, pues era una mujer amable, educadísima y sumamente razonable y sensata. A mí, además, me interesaban los entresijos de los libros de su marido y la relación con sus amigos y compañeros de generación. Contestaba a todas las preguntas, nunca las eludía, pero siempre se mostraba discreta y algo cautelosa. Cuando hacía buen tiempo, le gustaba pasear un rato por el maravilloso jardín de la casa. Después, al acercarse la noche y la hora de cenar, cogíamos los coches y nos íbamos a Puente Arce, a Casa Setién, siempre acompañados por su hija Susana. Cenar con ambas, dos grandes damas, cultas, divertidas y entrañables, era siempre una experiencia muy grata. Eran tan sumamente educadas que Josefina me acompañaba en su coche y Susana nos seguía sola en el suyo, y con la excusa de que su yerno Isaac había diseñado el jardín del restaurante y eran amigas de los dueños, nunca conseguí que me dejaran pagar la cena.
Por aquellos años trabajé también en un artículo sobre la muy poco conocida literatura de viajes de Ignacio Aldecoa, empresa en la que conté, siempre generosa, con el apoyo y la ayuda incondicional de Josefina. De la escritora que ella era, con un público fiel y una crítica generosa, se ha comentado ya mucho, destacándose tanto el realismo intimista como el fondo autobiográfico de sus libros, y es quizá su faceta más pública. Sí me gustaría, sin embargo, mostrar la alegría que me produjo que su libro Historia de una maestra, novela basada en la vida de su madre, tuviera tanto éxito que llegaron a venderse más de 300.000 ejemplares. A veces, en contadas ocasiones, Josefina te hacía una confidencia, y le gustaba decir que seguía sintiéndose como aquella adolescente inquieta y curiosa que era cuando conoció a Rafael Sánchez Ferlosio, Alfonso Sastre, José María de Quinto, Carmen Martín Gaite, Jesús Fernández Santos y Ana María Matute, sus compañeros de generación, con los que tanto charló y tanto bebió. Siempre la recordaré así, como era: joven, elegante, discreta, inteligente y generosa, y con gran sentido del humor.
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* En la última foto aparecen Alfonso Sastre, Josefina Aldecoa, José María de Quinto y Rafael Sánchez Ferlosio.
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miércoles, 16 de marzo de 2011
OLGA BERNAD
"Espíritus del vino"
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Melancolía alcohólica de nueva madrugada,
acerada en su fragua de licores.
Un espíritu lento siento alzarse
mientras el mundo gira más que nunca
y olvida las renuncias, suspendiéndolas
de la frágil cordura evaporada.
La larga caravana del arrepentimiento
se ha detenido ahora bajo el cielo.
Reina la luna en el desierto grave:
la noche se ha encantado,
marca su territorio con estrellas,
hogueras vivas, altas y felices.
Por el caliente aliento del verano,
la irrealidad afina sus contornos.
Una parte de mí salió volando,
-rápida como un pájaro-
sedienta como siempre pero alegre,
con su porción de eternidad en las alas.
En los ojos la luz del vino oscuro,
la turbia niebla sobre la conciencia;
decir entonces sí, te amo entonces,
puedo besar los labios que no importan.
En la noche encantada, los arqueros
tienen también el brillo inmaculado,
incauto y misterioso de las presas.
Abre la puerta azul del cuarto negro,
ven conmigo al deseo y después deja
que a todos nos absuelva su inocencia.
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"King George"
No quería decirte cualquier cosa
ni de cualquier manera.
Quería disparar sobre tu frente
para lavar de golpe mi memoria
con un simple y sencillo asesinato.
Ahora muerdo
el polvo de la pólvora quemada
pegado al paladar y a mi saliva.
Yo no te maté apenas, sin embargo
tu frente se ha tragado mis preguntas.
Toda la noche estuve dando vueltas
al rastro de los besos que inventaba
con inquieta nostalgia de novicia
-esa brutal nostalgia de todo lo no sido-
y recuerdo
que al despertar tenía ya en la boca
cobrado mi salario:
el sinsabor exacto de tu nada.
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"Belchite 2002"
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¿Recuerdas aquel día?
La última visita al pueblo viejo.
Allí danzaban todos los fantasmas
que no pudimos ver, y lo visible
estaba lleno de huesudas manos
que agarraban con fuerza nuestros rostros.
Mirábamos la iglesia, el esqueleto
de un ángel que murió cuando existían.
Con mimbres de noviembre se ha tejido
el pueblo muerto.
Con deseo y con rabia,
con odio minucioso y laberíntico
se edificó esta destrucción paciente
que ahora respira así junto a mi boca.
Todo es cierto y es nuestro y, sin embargo,
no estuvimos allí; sobrevivimos
en la supervivencia de otros hombres.
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* Olga Bernad (Zaragoza, 1969) es licenciada en Filología Hispánica, especialidad de literatura, por la Universidad de Zaragoza. Ha publicado el libro de poemas Caricias perplejas (Siltolá, 2009) y la novela Andábata (Paréntesis, 2010). Colabora en el Heraldo de Aragón y mantiene en la red el blog Caricias perplejas. Estos poemas forman parte del libro Nostalgia armada que acaba de aparecer en colección Vela de Gavia de Ediciones de la Isla de Siltolá. http://cariciasperplejas.blogspot.com/, http://losotrosolgabernad.blogspot.com/
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lunes, 14 de marzo de 2011
MIGUEL IBÁÑEZ
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Conocí a Ludivina Fernández en un pueblo de la provincia de Palencia, en mayo de 1998, no sabría decir en qué día. Ludivina iba acompañada por Martín Santos Reguera, agricultor y almacenista de patatas. Ambos viajaban en un Renault Clío de color blanco.
No sé por qué me acuerdo de ellos ahora. Creo que iban a casarse.
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"Uno que se explica"
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Tuvimos tantas cosas que hacer, entre el trabajo, cursillos, cenas con amigos, las extraescolares de los niños, organizar las vacaciones de invierno, las de verano, las reuniones con el asesor matrimonial, la planificación de nuestras relaciones sexuales, que al final no nos quedó ni un minuto libre para eso del amor, tan bonito.
Pero como le dije a ella, tampoco pudimos ir a ver el MOMA de Nueva York y no por eso me pidió el divorcio.
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"Entre intelectuales"
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Él pasaba a mi lado y se tiró una pomposidad, y ya sé yo que lo hizo a propósito. Pues yo le solté una petulancia que lo dejé tieso. Bueno, pues acto seguido va el tío y se deja escapar una fatuidad, así como quien no quiere la cosa. Y entonces ya le tuve que expeler una rimbombancia que ahí ya se quedó aplastadito. Que no soy yo de esos que va por ahí arrojando ampulosidades, pero claro, si me faltan al respeto…
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* Miguel Ibáñez (Puente Viesgo, Cantabria, 1960) vive en Santander y trabaja como profesor de Lengua y Literatura en el IES Valle de Piélagos, de Renedo. En 1993 obtuvo el Premio de Poesía José Hierro con el libro Doce canciones para pasar el tiempo (1994). Ha publicado, además, Historias de dos ciudades (Devenir, 2004), Paisaje fluvial (2005) y el libro de relatos El lobo veloz (2006). Ha ganado diversos concursos y su obra está recogida en distintas antologías.
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* El cuadro es de Yves Klein.
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domingo, 13 de marzo de 2011
Joaquim Ibarz, nuestro hombre en América Latina
A estas alturas, uno ya sólo lee ciertos diarios por alguno de sus periodistas, colaboradores o corresponsales. Una de las razones por las que compraba cada día La Vanguardia era por las crónicas de Joaquim Ibarz, que acaba de fallecer, implacable siempre con los regímenes no democráticos, fueran de derechas o supuestamente de izquierdas. De Ibarz solía hablar, de vez en cuando, con mi amigo y compañero Guillermo Serés. Ambos son de Zaidín, un pequeño pueblo de la provincia de Huesca, y a él he recurrido para que me prestara ayuda y no limitarme a repetir lo que cuentan hoy los periódicos.
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Joaquim Ibarz se había comprado una casa en el centro de Zaidín, al lado de la de sus padres. Pagó de su bolsillo la restauración y donó su colección de arte centroamericano, tanto culto como artesanal, que había ido adquiriendo a lo largo de estas tres últimas décadas. Pintó la casa por fuera con colores vivos, caribeños (rosa, un azul subido, amarillo), y la convirtió en un museo que llamó, sintomáticamente, "Casa de usted. Casa vostra". Por desgracia, no llegó a verlo acabado, porque aún no había llegado el último contáiner con piezas, desde México D.F.
Me cuenta Guillermo que Ibarz solía acudir a su pueblo por la Virgen, Navidad o Pascua, y siempre se mostraba accesible y muy hablador, mordaz y curioso. A quienes no lo conocían, se presentaba como Joaquín de "Paulico", que era el mote por el que se conocía a su familia. Solía charlar con la gente de la realidad política, cultural, social, e incluso artística y literaria hispanoamericana, el tema que mejor conocía, pero también le gustaba conversar de los cultivos del pueblo, economía doméstica y de la situación en la tabla del C. F. Zaidín.
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sábado, 12 de marzo de 2011
¿A qué saben los besos de sirena? Cunqueriana, 1
El próximo 22 de diciembre se cumplen 100 años del nacimiento en la lucense Mondoñedo del gran escritor Álvaro Cunqueiro, por lo que ya se anuncian congresos y homenajes en varias ciudades gallegas, pero también en Barcelona y Madrid. Como he tenido la fortuna de ser invitado a los de Santiago de Compostela y Barcelona, me he puesto a releer al gran escritor mindoniense.
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En un artículo que Cunqueiro publicó en la revista Vida gallega, me he encontrado con una frase que ha logrado captar especialmente mi atención, pues me parece que haría las delicias de mi buen amigo mexicano, Javier Perucho, sirenólogo por vocación. Allí afirma Cunqueiro que a lo que más se parecen los besos de las sirenas es al sabor de la lamprea. Ahora falta saber si en México se conoce la lamprea y si la experiencia de un reputado sirenólogo, como es Javier, coincide con la de Cunqueiro.
Lo que tampoco quizá sepáis todos es que las sirenas de estirpe griega son mitad mujer y mitad pájaro, con alas, claro; pero las que provienen de los países nórdicos tienen cola de pez. Eso sí, la parte femenina, la cabeza y el torso, en ambas especies es siempre muy hermosa, con larga caballera y pechos bien formados, turgentes. Respecto a sus cabellos, sabemos que siguen siendo muy apreciados porque impiden que salgan las canas y previenen la calvicie, tras frotar con ellos el pelo de los desdichados humanos. Es sabido, en cambio, que las sirenas encantaban a los marinos con sus siempre ininteligibles cantos, prometiéndoles la eterna juventud. Y Cunqueiro nos cuenta con todo lujo de detalles, en su artículo “Abundancia de sirenas” (Fábulas y leyendas de la mar, Tusquets), al que remito a los curiosos, cómo conquistaban a los marinos.
En Almería, la ciudad donde nací, en el Cabo de Gata, existe un lugar llamado el Arrecife de las sirenas, que he visitado en numerosas ocasiones. Cuando éramos jóvenes y disfrutábamos de los primeros amores, solíamos bañarnos cerca, en la playa que hay delante de las salinas. El sol nos achicharraba pero entre los pocos años, que todo lo soportan, la correspondiente sombrilla, y una gran sandía que enterrábamos en la orilla, y que nos comíamos cuando estaba fresquita, lográbamos sobrevivir. Pero, la verdad, es que nunca tuve trato alguno con sirenas; ni carnal, ni de ningún otro tipo, por lo que no sé si tienen ombligo o no, o si su carne es comestible. En estas cuestiones, que tanto inquietaban a Cunqueiro, siento no poder ayudarlo.
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viernes, 11 de marzo de 2011
Los cuentos del mudo
Hace unos días me preguntaba cómo llegué a los cuentos del narrador peruano Julio Ramón Ribeyro, y me parece que debió de ser por recomendación de Alfredo Bryce Echenique, quien seleccionaría y prologaría la antología de relatos Silvio en el rosedal (Tusquets, 1989). Aunque lo primero que leí de él fueron sus extraordinarias Prosas apátridas, en la edición de Tusquets, que vio la luz en 1975, libro que recomiendo fervientemente. Después, conforme fueron apareciendo en Tusquets, a finales de los ochenta, leí sus novelas: Crónica de San Gabriel, Los geniecillos dominicales y, en 1994, Cambio de guardia. Todo ello me rondaba porque ese día había quedado para charlar un rato con Paloma, quien está preparado una tesis sobre la obra narrativa breve del peruano. También recordé que el año pasado Seix Barral tuvo el acierto de editar en un solo volumen los cuentos completos de Ribeyro, con el título de La palabra del mudo, encabezados por un sustancioso prólogo que concluye con un decálogo, fechado en 1994, algunos de cuyos consejos me parece que deberían seguirse a rajatabla. Así, nos recuerda que, dado que el cuento debe contar una historia, debe "entretener, conmover, intrigar o sorprender", y en el caso de que sea real, debe parecer inventada, mientras que si es inventada, debe resultar real. El estilo tiene que ser directo, sencillo, y cada palabra ser absolutamente imprescindible. Su historia sólo debe mostrar, no enseñar, y debe partir de situaciones en las que los personajes vivan un conflicto que los obligue a tomar una decisión que ponga en juego su destino. Y debe concluir con un solo desenlace, que en caso de no ser aceptado por el lector, hará fracasar al cuento. Pero Ribeyro nos advierte también de que el cumplimiento de las observaciones anteriores no garantizan la escritura de un buen cuento, de modo que lo más sensato sea transgredirlas o inventar un nuevo decálogo.
* Julio Ramón Ribeyro estudió Letras y Derecho en la Universidad Católica de Lima, pero en 1960 emigró a París, donde trabajó como periodista en France Presse y, posteriormente, como consejero cultural y embajador ante la UNESCO. Sus obras han obtenido, entre otros, el Premio Juan Rulfo, en 1994. Entre sus volúmenes de colecciones de relatos figuran Los gallinazos sin plumas (1954), Cuentos de circunstancias (1958), Las botellas y los hombres (1964), Tres historias sublevantes (1964), Los cautivos (1972), El próximo mes me nivelo (1972), Silvio en El Rosedal (1977), Sólo para fumadores (1987) y Relatos santacrucinos (1992). Su narrativa breve ha sido reunida en La palabra del mudo (1973), La juventud en la otra ribera (1983) y, claro, en Cuentos completos (1994). También ha publicado varias novelas: Crónica de San Gabriel (1960), Los geniecillos dominicales (1965) y Cambio de guardia (1976); una recopilación de ensayos y artículos literarios, La caza sutil (1975); los textos aforísticos Dichos de Luder (1989); sus diarios, La tentación del fracaso (1992-1995; Seix Barral, 2003); y las piezas teatrales recogidas en Teatro (1975) y Atusparia (1981).
jueves, 10 de marzo de 2011
FRANCISCO RUIZ NOGUERA
"Batalla"
T. C. / C. S. P.
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Callar.
Tocar la piel.
Tan sólo el tacto,
tan sólo la mirada:
palpar la encarnadura de la vida:
¿tocar la vida misma?
¿Dice mi cuerpo
lo que mi lengua calla?
¿Es el lenguaje
––vestidura carnal del pensamiento––
la suma por completo de uno mismo?
Luchas territoriales:
la carne, la palabra
––el lenguaje, la vida,
¿dos facciones distintas?––
disputan sus fronteras
sobre incierto tablero en carne viva.
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miércoles, 9 de marzo de 2011
Mi biblioteca de libros de microrrelatos
El microrrelato es un texto narrativo brevísimo que cuenta una historia. Y no es, en cambio, un poema en prosa, ni un cuento, ni una fábula; aunque a veces se valga de alguna de las características de estos géneros literarios consolidados por la tradición. La conciencia por parte de los escritores de que posee más intensidad y precisión aún que el cuento, y más narratividad que la del poema en prosa, junto con el hecho de que todo ello podría dar lugar a un género literario distinto es reciente, pues sólo ha aparecido y adquirido pleno desarrollo en las últimas décadas. Así, han surgido libros exclusivamente de microrrelatos, antologías del género, y se han empezado a delimitar sus peculiaridades distintivas, a trazar su historia que no es la propia del cuento, ni tampoco la del poema en prosa, quizá sus parientes cercanos. Hoy en día, por fin, puede decirse que numerosos escritores de las dos orillas del Atlántico tienen plena conciencia de estar cultivando una forma literaria distinta, un género narrativo nuevo.
Cuando a comienzos de los años noventa del pasado siglo empecé a interesarme por la historia del microrrelato español, apenas si se había trabajado nada al respecto, entre nosotros. Conocíamos mejor, sin duda, el hispanoamericano, quizá debido al interés que venía suscitando la obra de Augusto Monterroso. Empezó a despertar mi curiosidad la antología de Antonio Fernández Ferrer, La mano de la hormiga. Los cuentos más breves del mundo y de las literaturas hispánicas (1990); los volúmenes de Javier Tomeo, Historias mínimas (1988), donde convivía la narrativa con el teatro brevísimo, y de Luis Mateo Díez, Los males menores (1993), compuesto por cuentos y microrrelatos; así como los primeros trabajos de investigación, de Irene Andres-Suárez, publicados en 1994, a los que luego se añadieron, aunque fueran anteriores en el tiempo, los que la profesora Francisca Noguerol venía dedicándole al microrrelato hispanoamericano.
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Pero quizá debió de ser en abril del 2002, a raíz del II Congreso Internacional de Minificción, celebrado en Salamanca, cuando pude conocer y tratar a numerosos escritores e investigadores interesados en el género, como los argentinos Ana María Shua, David Lagmanovich y Raúl Brasca, el mexicano Guillermo Samperio, el chileno Juan Armando Epple, y los venezolanos Gabriel Jiménez Emán y Armando José Sequera, entre otros. La amistad con el mexicano Lauro Zavala viene de antes. A ellos habría que añadir los invitados españoles, como Julia Otxoa y Andrés Neuman, por no repetir otros nombres ya citados. De este trato surgirían, en los años siguientes, un sinfín de colaboraciones; acogidas, primero, en la revista Quimera, en los años en que fui su responsable (2001-2006), antologadas en Ciempiés. Los microrrelatos de `Quimera´ (2005), volumen que llevé a cabo en colaboración con Neus Rotger; luego en dos colecciones de la editorial Menoscuarto; en mi bitácora La nave de los locos, que ha propiciado la aparición de la antología Velas al viento. Los microrrelatos de `La nave de los locos´ (2010); y, por último, en el libro Soplando vidrio y otros estudios sobre el microrrelato español (2008).
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En lo que llevamos de siglo, el microrrelato ha recorrido un largo trecho, pues ya empezamos a tener una cierta idea sobre la historia del género, de modo que los autores pueden alimentarse de una fecunda tradición que arranca, por lo que sabemos hasta ahora, con la evolución del poema en prosa, en las postrimerías del Romanticismo, y empieza a desarrollarse durante el Modernismo, para llegar crecida hasta nuestros días, donde destacan nombres, además de los ya recordados, y ahora me limito a los españoles, como Luciano G. Egido (Cuentos del lejano oeste, 2003), José María Merino (La glorieta de los fugitivos, 2007), Juan Pedro Aparicio (La mitad del diablo, 2006), Pedro Ugarte (Materiales para una expedición, 2002), Julia Otxoa (Un extraño envío, 2006), Hipólito G. Navarro (Los últimos percances, 2005), Ángel Olgoso (La máquina de languidecer, 2009), Rubén Abella (No habría sido igual sin la lluvia, 2008), Juan Gracia Armendáriz (Cuentos del jíbaro, 2008) y Andrés Neuman, quien baraja en sus libros cuentos y microrrelatos y que junto a José María Merino, son los que han teorizado sobre el tema con especial lucidez. Pero en la red puede rastrearse asimismo la aparición de numerosos nuevos narradores que han apreciado en el género algunos de los valores que comparte con la poesía y el cuento, tales como la intensidad, la precisión y las posibilidades de experimentación que propicia su brevedad.
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1. De entre las varias antologías de que disponemos sobre las formas narrativas brevísimas, destacaría cuatro. Cito siempre la fecha de la primera edición. La pionera de Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares, Cuentos breves y extraordinarios, de 1955, sin distinción de épocas, ni países, en la que conviven el texto completo con el fragmento, el aforismo y la fábula con el microrrelato, y donde se recoge el seminal “El sueño de Chuang Tzu”. La antología del mexicano Edmundo Valadés (El libro de la imaginación, 1970), cuyas características son similares a la anterior, aunque se halle organizada por temas y motivos. La recopilación del argentino David Lagmanovich, La otra mirada. Antología del microrrelato hispánico (2005), el primero y más completo panorama histórico, de Rubén Darío hasta nuestros días, por lo que se refiere a los cultivadores del género en castellano. Mientras que las dos primeras citadas nos alertaron sobre la singularidad y el valor de las formas breves; la tercera contribuyó a sintetizar la tradición, poniendo énfasis en los autores y libros más destacados. Por último, quiero recordar tres compilaciones singulares. Primero, la del mexicano Lauro Zavala, El dinosaurio anotado (2002), en la que se recogen numerosas variantes del celebérrimo texto de Monterroso, además de su historia y los mejores estudios que se le han dedicado. En segundo lugar, la del chileno Juan Armando Epple, MicroQuijotes (2005), que compila lúcidas relecturas de distintos episodios de la novela de Cervantes. Y, por último, la de Enrique Turpin, Fábula rasa (2005), centrada en el género de la fábula, que a menudo adopta la dimensión y las hechuras propias del microrrelato, arrancando con Rubén Darío para concluir con una pieza de la argentina Ana María Shua. Por lo que se refiere tanto a la reflexión teórica como a la trayectoria histórica de esta narrativa brevísima, existe un libro imprescindible de David Lagmanovich, El microrrelato. Teoría e historia (2006).
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2. Si nos centramos en los clásicos españoles que han cultivado el género, habría que leer los siguientes libros y autores: Cuentos largos y otras prosas narrativas breves (2008), de Juan Ramón Jiménez; Disparates y otros caprichos (2005), de Ramón Gómez de la Serna; Pez, astro y gafas. Prosa narrativa breve (2007), de Federico García Lorca; Los niños tontos (1956), de Ana María Matute; Crímenes ejemplares (1957), de Max Aub; y Neutral corner (1962), de Ignacio Aldecoa.
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3. La fértil tradición mexicana comienza en una fecha temprana, con Julio Torri (Ensayos y poemas, 1917), pero tiene sus eslabones principales en Juan José Arreola (Confabulario, 1952), y Augusto Monterroso (Obras completas (y otros cuentos), 1959; y La Oveja negra y demás fábulas, 1969). Otros nombres también importantes serían los de Edmundo Valadés (Sólo los sueños y los deseos son inmortales, Palomita, 1986), fundador de la prestigiosa revista El cuento. Revista de imaginación (1939 y 1964-1999), que tanto hizo por la difusión inicial del género, y René Avilés Fabila. Con todo, para hacerse una idea de conjunto sobre lo que ha sido y es el microrrelato mexicano deben leerse las antologías de Lauro Zavala (Minificción mexicana, 2003) y Javier Perucho (El cuento jíbaro, 2006).
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4. No menos rica resulta la tradición argentina, que cuenta entre sus autores más destacados con Macedonio Fernández, Jorge Luis Borges, Adolfo Bioy Casares, Julio Cortázar, quienes lo cultivarían esporádicamente, si bien dejándonos piezas de grandísima calidad. O Enrique Anderson Imbert y Marco Denevi, cuyo libro Falsificaciones (1966) sigue siendo uno de los grandes clásicos del género. El volumen de Laura Pollastri, El límite de la palabra. Antología del microrrelato argentino contemporáneo (2007), nos proporciona, en este sentido, un panorama de los autores más recientes.
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5. Disponemos también de antologías de microrrelatos por países, como son las de Henry González (La minificción en Colombia, 2002), Enrique Jaramillo Levi (La minificción en Panamá, 2003) y Violeta Rojo (La minificción en Venezuela, 2004), todas ellas publicadas en Bogotá, por la Universidad Pedagógica Nacional, y la de Víctor Manuel Ramos (La minificción en Honduras, 2007). Hay otras peruanas, como la de Giovanna Minardi (Breves, brevísimos. Antología de la minificción peruana, 2006 ), guatemaltecas, nicaragüenses….
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6. Respecto a la fortuna del microrrelato en nuestros días, digamos que en lo relativo a las dos últimas décadas, es necesario recordar los siguientes autores y obras: los españoles, evito repetir a los ya citados, Antonio F. Molina (Las huellas del equilibrista, 2005), Rafael Pérez Estrada (La sombra del obelisco, 1993; y El domador, 1995), José Jiménez Lozano (Un dedo en los labios, 1996) y José de la Colina (Portarrelatos, 2007, quien nació en Santander, pero ha pasado toda su vida en México); los mexicanos Guillermo Samperio (La cochinilla y otras ficciones breves, 1999) y Rogelio Guedea (Cruce de vías, 2010); los argentinos Luisa Valenzuela (Juego de villanos, 2008), Ana María Shua (Cazadores de letras, 2009), David Lagmanovich (Los cuatro elementos, 2007, y Por elección ajena, 2010) y Raúl Brasca (Todo tiempo futuro fue peor, 2004); los venezolanos Luis Britto García (Andanada, 2004) y Gabriel Jiménez Emán (El hombre de los pies perdidos, 2005); y los chilenos Pía Barros (Llamadas perdidas, 2006), Juan Armando Epple (Con tinta sangre, 2004), Diego Muñoz Valenzuela (Ángeles y verdugos, 2002) y Lilian Elphick (Ojo travieso, 2007). Al mismo Epple le debemos también dos antolologías no menos imprescindibles: Brevísima relación. Nueva antología del microcuento hispanoamericano (1999) y Cien microrrelatos chilenos (2002), así como la coordinación de un monográfico temprano de la Revista Interamericana de Bibliografía (XLVI, 1-4, 1996), editada por la OEA.
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Si usted ha hecho gran parte de estas lecturas, podrá presumir de ser un experto en el microrrelato hispánico, un género que han cultivado con fortuna autores tan imprescindibles como Rubén Darío, Juan Ramón Jiménez, Ramón Gómez de la Serna, Vicente Huidobro, Federico García Lorca, Max Aub, Macedonio Fernández, Juan José Arreola, Adolfo Bioy Casares, Marco Denevi, Augusto Monterroso y Luis Mateo Díez.
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* Este trabajo fue un encargo de la revista El Ciervo (LX, 720, marzo del 2011, pp. 40 y 41) , en la que que acaba de aparecer con el título de “Lectores y lecturas. Fernando Valls. Mi biblioteca de libros de microrrelatos”. En la foto aparece Augusto Monterroso.
lunes, 7 de marzo de 2011
JUAN SENÍS FERNÁNDEZ
"Punto de fuga"
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Supe que me llamaba Luis el día en que la madre de Jaime nos sorprendió conversando en la cocina.
- ¿Con quién hablas, hijo? – preguntó avanzando hacia mí con tal decisión que estuvo a punto de pisarme.
- Con mi amigo Luis – respondió Jaime impaciente, como siempre que le hacían explicar lo obvio.
Su madre echó una incrédula ojeada a su alrededor, sacudió los hombros y luego sacó una sartén de un armario.
- Pues nada, a jugar a otro sitio, que tengo que hacer la cena – dijo sin convicción, con el tono de quien intenta desembarazarse de un loco.
Aquella tarde jugamos juntos hasta la hora de cenar. Jaime parecía el de siempre, dulce conmigo pero un poco mandón, y no se dio cuenta de que yo había comprendido algo sobre mí que antes ignoraba. Los firmes trazos que hasta ese momento delimitaban mi conciencia habían empezado a borrarse y sentía todo mi ser arrastrado hacia un punto de fuga tan lejano y apenas visible como difícil de eludir.
A partir de entonces, Jaime me fue convocando cada vez menos tardes, hasta que dejó de hacerlo durante largos periodos de tiempo y luego ya casi del todo. Suspendido en un éter mudo con otros niños desahuciados como yo, en los que veía reflejada mi propia expresión de desamparo infinito pero con quienes no podía hablar, a veces un fogonazo inesperado me devolvía a su lado. Encontraba entonces a un Jaime crecido, envejecido y triste, en el que a duras penas reconocía su cara infantil, mientras que yo seguía siendo un niño aunque tuviera el alma cada vez más difuminada.
Ahora, sin embargo, llevo mucho tiempo junto a la cama donde Jaime yace conectado a una máquina que suelta pitidos agudos, con su calva nimbada por largas guedejas blancas brillando bajo la fría luz de un neón. De vez en cuando, una señora mayor y dos chicos jóvenes (uno de ellos, muy parecido a Jaime) lo miran compungidos desde el otro lado de un gran ventanal. Se turnan para entrar a verlo unos minutos al día y, cuando están dentro, contemplan a Jaime y lloran.
Aunque no me oyen, me gustaría decirles que no se preocupen, pues yo permanezco a su lado todo el tiempo, cogiéndole la mano, y no lo abandonaré cuando llegue el momento. Y, aunque tal vez Jaime tampoco me oiga, no dejo de repetirle que no tema, pues no estará muerto del todo mientras haya alguien que se acuerde de él.
A mí, en cambio, solo me quedan unas horas.
Las suyas.
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* Juan Senís Fernández (Oviedo, 1975) es doctor en Filología Hispánica y licenciado en Historia del Arte. En la actualidad es profesor en el I.E.S. San José y en la Facultad de Educación de Cuenca, donde reside. Ha publicado el ensayo Mujeres escritoras y mitos artísticos en la España contemporánea (Carmen Martín Gaite, Espido Freire, Lucía Etxebarria y Sylvia Plath) (Pliegos, 2009) y el libro infantil Astrizia y los asteroides (UCLM, 2005), así como diversos artículos y trabajos sobre literatura en revistas especializadas y publicaciones colectivas.
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