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EL OÍDO SIN PÁRPADO
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Esta excelente y amena novela, Brilla, mar del Edén (Galaxia Gutenberg / Círculo de Lectores, Barcelona, 2014),
empieza como un relato de aventuras, con la lucha por la supervivencia, en la misteriosa
Isla de las Voces, donde se entremezclan sueño y realidad, y cuyos antecedentes
literarios podrían ser el Decameron, La tempestad y El señor de las moscas, de William Golding, o la versión cinematográfica
de Peter Brook. Con todo, el relato se alimenta de fuentes muy diversas: las
leyendas sobre el Triángulo de las Bermudas o las ideas de Lobsang Rampa y Carlos
Castaneda. Se trata de un espacio en el que residen de forma simultánea unos
aborígenes polinesios (los Wamani), anacrónicos guerrilleros comunistas, los restos
de un experimento científico y una especie de comuna orientalista, hasta
confluir las diversas tramas en una historia de amor, en la búsqueda de la
felicidad. También llama la atención la semejanza con algunos aspectos de la teleserie
Perdidos, aunque las coincidencias sean
meramente anecdóticas. No en balde, se produce un accidente de avión y unos cien
pasajeros se quedan atrapados en una extraña isla que parece tener vida propia,
y donde un hombre recupera las piernas que había perdido; amén del horror que supone
descubrir a otros habitantes, enfrentarse a ellos.
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Habría que destacar el
importante papel que desempeña la lengua, un castellano sobrio, en algunos
tramos cargado de lirismo, como aquella tan eficaz de la que se vale Jovellanos
para describir los alrededores del castillo de Bellver. La novela está contada
en primera persona por Juan Barbarin, profesor español de música en los Estados
Unidos, quien a veces se desdobla, anticipa la acción e incluso confiesa estar
escribiendo sus “memorias” (p. 323). Uno de los mayores aciertos estriba en que
consigue equilibrar la trama y el discurso, la acción y la reflexión. El
narrador contrapone a los personajes racionales con los soñadores, a los
reflexivos frente a los seres de acción, a los defensores del bien y los del
mal. Pero a veces le cede la voz a otros, como Wade, un Kurtz bendito, como lo
define, quizá junto a Juan el personaje más atractivo y el que acaba
mimetizándose con la isla; o bien al japonés Noboru y el mexicano Óscar Panero,
quien cuenta la historia de Xóchilt. Se trataría de tres novelas intercaladas (e
incluso hay una cuarta historia, la de la isla, que nos llega a través de un
vídeo), de las cuales prefiero la primera y la última, narradas de manera muy
distinta, pues mientras Wade cuenta su vida, la de Xóchilt nos llega por
persona interpuesta, remedando el español de México, como un homenaje a 2666, la novela inacabada de Roberto
Bolaño, que aparece en la isla entre los náufragos. En cualquier caso, cabe
señalar las hilarantes conversaciones de Wade, entonces un mecánico de coches,
con Salinger y Pynchon, a los que Andrés Ibáñez trata con provocativa irreverencia.
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No menos importancia adquieren
las distintas geografías que confluyen: la playa tropical, la selva, las
montañas o el volcán. Y aunque se trate de una isla plagada de sorpresas, a la
que se accede difícilmente y de la que resulta casi imposible salir, la
percibimos como abierta. El narrador, además, detiene su mirada en los cielos y
el mar, y se regodea en la flora y la fauna, cuyos nombres paladeamos con
gusto, porque atesoran cierta musicalidad.
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Novela de sentimientos y
pasiones, en ella el amor (Juan se enamora de diversas mujeres que aparecen en
escena, incluso -como don Giovanni y Jardiel Poncela- compone una lista de sus
ligues en USA), la amistad, el erotismo, el odio, la desconfianza, el placer y
el dolor están a menudo presentes, sin olvidar el humor. Además, la novela
supura culturalismo, no solo por el protagonismo de Bruckner, de su
extraordinaria Octava sinfonía, sino
también por las constantes referencias a pintores, escritores, músicos,
científicos, pensadores y charlatanes de diverso pelaje. En este terreno, lo
que aquí se denomina “el mundo espiritual” (el yoga, la meditación, etc.), influye
en la configuración de algunos personajes, y resulta bien traído y dosificado,
en general, en la trama.
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En esta historia cervantina,
contraria a la fe ciega en creencias e ideologías, se postula una recuperación
de la cultura humanística y de la convivencia armoniosa con la naturaleza y con
el resto de los humanos; una reconquista de la libertad. Y en la línea de
Vargas Llosa o Juan José Sebreli, cuestiona diversos postulados del
estructuralismo, como la idealización del pensamiento
salvaje, o cierta arrogancia de las vanguardias.
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Puesto que todos los que
presumen de estar en el secreto de las cosas parecen convencidos de que hoy
Shakespeare sería guionista de televisión, acaso sea esta la novela que -de
haber podido- les hubiera gustado escribir a los autores de las series actuales
de mayor éxito.
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* Esta reseña apareció publicada en el suplemento Babelia del diario El País el viernes, 18 de abril del 2014.
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