sábado, 31 de octubre de 2015

Julio Ramón Ribeyro en la revista Ínsula

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La revista Ínsula dedica su número de octubre al narrador peruano Julio Ramón Ribeyro. El monográfico ha sido coordinado por el profesor de la Universidad de Granada, Ángel Esteban, y cuenta con la colaboración del escritor Alonso Cueto y de diversos especialistas en su obra, como son: Peter Elmore, Eva Valero Juan, Irene Cabrejos, Javier de Navascués, Jesús Rodero, Agustín Prado Alvarado, Antonio González Montes y Paul Baudry.  Si alguien no conoce todavía la obra de este gran escritor le sugiero que empiece por sus cuentos, los diarios o por un libro como Prosas apátridas. En España lo ha editado Tusquets, Alfaguara y Seix Barral.
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jueves, 29 de octubre de 2015

FRANCISCO JAVIER IRAZOKI

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BANDADA DE TIJERAS
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Fue a finales de los años cincuenta del siglo XX. Mi hermana, en medio de un paisaje verde, lloraba mientras recorría un camino de tierra. Enseguida me describió las burlas padecidas en el colegio. Ella se expresaba en el euskera que nuestros padres nos enseñaron, y sus compañeros se reían. Para que yo no sufriera, me hizo aprender sin ira el castellano y sentí que con cada nueva palabra recibía un escudo. Así construí el muro detrás del cual Jorge Luis Borges, César Vallejo o Luis Cernuda me regalaron libertades. Comprendí que aquel refugio significaba igualmente una apertura.
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Al poco tiempo, la democracia trajo deseos justos de recuperar los idiomas apartados por el franquismo. Entre algunos supuestos protectores del euskera no faltaron las desmesuras. Tachar los letreros viales escritos en español fue una de sus tristezas culturales preferidas. Con palabras borradas cerraron las mentes. Su desafecto hacia otras lenguas era la prueba de la insinceridad con que defendían la propia; vi que usaban esa aventura para llenar el vacío íntimo. Al cumplir años he perdido convicciones. Una de ellas sigue conmigo y sé que va a acompañarme hasta los últimos días: quien ama un idioma ama todos los idiomas.
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* Este texto forma parte del libro Orquesta de desaparecidos, Hiperión, Madrid, 2015.
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lunes, 26 de octubre de 2015

CARMELA GRECIET

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EROS y TÁBANOS

-Llévame a los acantilados- le pidió su novia al empleado de la funeraria.

Él, complaciente, arrancó el coche fúnebre y atravesaron la ciudad rumbo a la costa.

Ya habían rebasado las afueras, cuando ella se quitó la blusa:

-Te espero ahí detrás- dijo, pasando entre los asientos. A la luz del atardecer sus senos oscilaron como dos frutos cálidos.

Durante las obligadas esperas del trabajo, había ido él desgranando con disimulo ramos y coronas de los difuntos transportados aquel día, dejando la carroza funeraria convertida en un lecho de flores.

Ahora, en el retrovisor, mientras ascendían por las estrechas carreteras, la contempló allí tendida, desnuda toda ya, sonriente, bellísima, con sus largos cabellos esparcidos..., pero cuando llegaron a lo más alto vio con sorpresa que a ella se le mudaba el gesto y empezaba a gritar dando manotazos:

-¡Tábanos, hay tábanos! – se podía oír su zumbido oscuro y pegajoso.

De inmediato, paró el coche y se bajó con intención de abrir el portón trasero para liberarla, pero sólo pudo esbozar un ademán ridículo en el aire, pues se había olvidado de echar el freno de mano y el vehículo con ella dentro se le estaba yendo, se le había ido ya, de hecho, ladera abajo. 

Y aunque corrió detrás para alcanzarla, apenas tuvo tiempo de ver tras el cristal su bello rostro aterrado y, después, al fondo del abismo de la noche, contra las rocas del acantilado, aquel estallido colosal de fuego y flores.
 
 

* Este microrrelato es inédito.
El cuadro es del pintor francés Anne-Louis Girodet, y lleva por título "Atala en la tumba".

jueves, 15 de octubre de 2015

ELOY SÁNCHEZ ROSILLO


SIN HACERSE NOTAR

Desde su día primero
nos parece el otoño el fin de algo,
no el comienzo de nada.
Se asienta entre nosotros con mucha lentitud,
ajeno al boato y a la altanería,
y aprendemos a amarlo
por el modo que tiene de no hacerse notar
con el ímpetu propio del que llega,
por las discretas formas que muestra al ofrecernos
sus dones empañados de rocío.
El adiós que aparenta decirnos se prolonga
en días aún dorados, llenos de golondrinas,
o en íntimas jornadas escritas por la lluvia,
borradas por la niebla.
Y cuando lo sentimos ya muy nuestro
y hasta pensamos que nos necesita,
se aleja sin ser visto.
En verdad no se acaba,
aunque desde el comienzo semejara un final.
Nadie lo ve marcharse;
se evapora, se esfuma
en su silencio y su melancolía.
Desaparece no sabemos cómo,
y el arrogante invierno, cuando irrumpe,
toma sin lucha posesión de todo.
 
(Quién lo diría, Tusquets, Barcelona, 2015)