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EROS y TÁBANOS
-Llévame a los acantilados- le pidió su novia al empleado de la
funeraria.
Él, complaciente, arrancó el coche fúnebre y atravesaron la ciudad rumbo a la
costa.
Ya
habían rebasado las afueras, cuando ella se quitó la blusa:
-Te espero ahí detrás- dijo, pasando entre los asientos. A la luz del atardecer
sus senos oscilaron como dos frutos cálidos.
Durante
las obligadas esperas del trabajo, había ido él desgranando con disimulo ramos
y coronas de los difuntos transportados aquel día, dejando la carroza funeraria
convertida en un lecho de flores.
Ahora, en el retrovisor, mientras ascendían por las estrechas carreteras,
la contempló allí tendida, desnuda toda ya, sonriente, bellísima, con sus
largos cabellos esparcidos..., pero cuando llegaron a lo más alto vio con
sorpresa que a ella se le mudaba el gesto y empezaba a gritar dando manotazos:
-¡Tábanos, hay tábanos! – se podía oír su zumbido oscuro y pegajoso.
De
inmediato, paró el coche y se bajó con intención de abrir el portón trasero
para liberarla, pero sólo pudo esbozar un ademán ridículo en el aire, pues se
había olvidado de echar el freno de mano y el vehículo con ella dentro se le
estaba yendo, se le había ido ya, de hecho, ladera abajo.
Y
aunque corrió detrás para alcanzarla, apenas tuvo tiempo de ver tras el cristal
su bello rostro aterrado y, después, al fondo del abismo de la noche, contra
las rocas del acantilado, aquel estallido colosal de fuego y flores.
* Este microrrelato es inédito.
El cuadro es del pintor francés Anne-Louis Girodet, y lleva por título "Atala en la tumba".