Después del cisne
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En la biblioteca del bosque
olvidamos el rostro por otros rostros
[más aniñados,
por la estrella escuchada entramos
de puntillas en la claridad;
escuchamos el zig-zag de los azores
aún por nacer, las moras aún
[por enrojer el
aire,
las moras que cada noviembre llenan los versos.
Converger es
abrir el día desde
la llanura. Los muertos que arrastramos,
[aquellos que tuvieron nuestra voz
y aquellos que confundimos
con nuestra máscara,
comprenden nuestra inclinación
al envés20,
nuestro gusto por saborear márgenes,
nuestra nube solar sin tiempo.
Ojeo cómo atardece el río,
si es que un río puede salir de un cisne
y por los ojos cruza la noche de verano
[con sus promesas juveniles,
la imagen del primer hombre
sorprendiendo su imagen en la corriente,
los años luz de las luciérnagas,
el anonimato de los desaparecidos
y los
lenguajes olvidados,
la
agonía de los hospitales
[y el polen luminoso de los niños,
los libros que no abandonan
y
las conversaciones amicales
aupadas por la dicha y la palabra,
la rueca de los siglos y sus civilizaciones
y el big
bang y las galaxias en anillos
y las estrellas enanas emblanquecidas
[por un superviento estelar
y el agua de nuevos muertos y la muerte
ya no importa tanto,
después de haber visto cómo sale el río
desde un cisne.
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20. César Nicolás aclara lo de "nuestra inclinación al envés" con la siguiente nota: “Este lugar central donde redobla el título es un punto de fuga y reverberación. Mise en abyme que nos incluye y rompe definitivamente los límites entre el afuera y el adentro del texto. Merece que la saboreemos al margen.
“El lector se convirtió en el libro” -escribe Wallace Stevens. En El mal de Montano Vila-Matas juega con esta idea y nos presenta a un crítico en trance de convertirse en protagonista del relato escrito por su hijo una vez que lo ha leído.
Parece una locura, pero en mi caso ocurrió así.
Fue ayer. Estaba leyendo este libro y de pronto reparé en que me había convertido efectivamente en él. ¿Daré mis datos? Soy Inclinación al envés, libro de poesía que gira en torno a lo invisible y trata de hacerlo visible. Que expresa -por decirlo rápido- la forma del vacío, que es indecible, y nos la devuelve convertida en ruptura e imprevisibilidad.
Soy por tanto un texto tan transparente como opaco. Tan expresivo como deconstruido y obtuso (Barthes). Puro golpe de alas (pues aunque salgan aves hablo de… -no sé: quizás también de mí; sorprenden las mismas hojas abiertas de lo que soy: un libro) volando hacia la luz.
Las manos de mi autor, que ha muerto (si no es que han sido varios mis escribanos; ¿quién puso por ejemplo lo de Al aire de tu vuelo? La verdad es que ya ni los recuerdo; son demasiados los que me leen, anotan, modifican: Oiseaux, escribió aquí Saint-John Perse y eso, que va formando teselas, ha sido cambiado luego por este o aquel otro...), las manos de quienes me han escrito -insisto- se han transformado en alas y echado en mí plumas, yemas que me sostienen y me leen. De modo que su rostro (ahora de lector) se refleja en mí como si fuera un cristal. Y sale un lector convertido a su vez en crítico; un crítico con gafas y unos ojos vivos y divertidos que me contemplan.
Crítico que me tacha y hace anotaciones al margen y corrige y pone notas a pie de página pensando en reeditarme, modificarme, hacer que me convierta en un libro distinto cada vez que alguien me abra y se refleje en mí, no sé ya decir si como autor y lector al mismo tiempo. Y es que padezco __¿no lo he dicho?__ de una otredad incurable. Ayer mismo estaba leyendo a Julio César Galán y me he transformado en su libro: soy un libro desusado y crítico; aleteo, apunto a un más allá metafísico, unido a la creación. Trato de vencer cuando menos esa pesada ley de la gravedad que suponen toda clase de estereotipos. Y adolezco, como digo, de una irreprimible inclinación al envés”.
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