lunes, 27 de abril de 2009

Ha fallecido Antonio Pereira

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El poeta y narrador Antonio Pereira (Villafranca del Bierzo, León) ha muerto a los 85 años. Era, sobre todo, uno de los grandes escritores de cuentos de la segunda mitad del XX. Con Una ventana en la carretera (1966) obtuvo el Premio Leopoldo Alas. Pero quizá sus mejores libros sean El síndrome de Estocolmo (1989), por el que se le concedió el Premio Fastenrath de la Real Academia Española; Picassos en el desván (1991) y Las ciudades de poniente (1993), premio Torrente Ballester. En la antología Me gusta contar (1999) se recogen sus mejores cuentos. En el año 2000 fue galardonado con el Premio Castilla y León de las Letras. Es imposible entender la historia de la narrativa breve española de las cuatro últimas décadas sin contar con la obra de Antonio Pereira, por eso me indignó tanto, en su momento, la dura e injusta reseña que hace unos años le dedicó, en El Periódico de Cataluña, un aprendiz de escritor, de cabeza confusa y prosa torturada.
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Pereira, sus amigos le llamaban cariñosamente Pereirón, era un hombre entrañable, con un gran sentido del humor, a veces socarrón. Lo recuerdo ahora, la memoria es caprichosa, en los encuentros de Verines, desayunando junto a la ventana del hotel, en la playa de la Franca, con su conversación amena y divertida, relatando siempre alguna historia, con su habitual énfasis y picardía. El mejor homenaje que podemos brindarle, además de recordarlo con respeto y cariño, es leer alguno de sus mejores cuentos, como "Palabras, palabras para un rusa", o su modélico microrrelato "Picassos en el desván", incluído en su libro de 1991, que doy a continuación.
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Una vez estaba el novelador en una ciudad lejana y prometedora de fabulaciones cuando tuvo en las manos un periódico de su propio país y en él venía la noticia breve de tres picassos hallados en el trastero del difunto párroco de Priegue en el municipio pontevedrés de Nigrán, o sea un gouache de la época rosa del pintor más un retrato de madera de su prima María Ruiz más un temple sobre tela con una figura inacabada, y la adquisición tuvo lugar en 1920 (Maura sí) cuando el párroco fue requerido por su ordinario (los exhortos, las audiencias, la sagrada amatista) para que vendiera unas casas de su propiedad sitas en un barrio de Vigo poco acorde con la moral cristiana y el requerido vendió sus casas (los tasadores, el notario) y con los cuartos frescos marchó a París (Monforte, Venta de Baños, Hendaya), el cura de Priegue en el París de los hoteles con agua corriente y bidet mercando las obras por 28.000 pesetas (el fauvismo, el cubismo, el Moulin Rouge), y el novelador ni caso, busca que buscarás argumento para una novela río.
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4 comentarios:

Pedro Herrero dijo...

El texto adjunto está lleno de afluentes que se abren como paréntesis sobre el tema principal, que discurre entre las manos de un personaje ajeno a su cauce. Estoy de acuerdo en que el mejor homenaje a un escritor es seguir leyendo su obra. Descanse en paz, el maestro Pereira.

Anónimo dijo...

Estimado Fernando.
Vagando por Internet doy con tu entrada y con esta heladora noticia.
Yo admiraba profundamente a Pereira, pero él consiguió halagarme cuando, al conocerle, mientras le llevaba algunos libros suyos para que me los firmara, me reconoció, y me llamó por el apellido, como solían hacer antes los hombres.
Lo siento mucho. No es habitual releer novelas, pero sí poemas y cuentos. Hoy tenemos una buena razón para volver a sus libros.

Pedro Ugarte

Anónimo dijo...

Querido Fernando, acabo de leer en tu blog la noticia del fallecimiento de A, Pereira, con quien me unía una grata y amable amistad de años. He hablado mucho con él, escrito sobre él y sobre todo siento admiración por su obra. Me pilla desprevenido y me siento mal. ¡Que gran hombre! Un abrazo fuerte, Pedro M. Domene

Toni dijo...

Este microrrelato que descubrí gracias a ti (y ya van unos cuantos años desde aquel día) siempre me pareció extraordinario y su frase final es un soniquete que he tenido en mi cabeza desde entonces.