Temprano, cuando
las calles huelen a musgo y la calzada parece la piel cuarteada de un elefante,
me introduzco en el barrio antiguo como quien entra en un mapa.
Muchas
tiendas todavía se ocultan tras las persianas metálicas. Una ligera brisa lame
las paredes rugosas de los callejones. A medida que me desplazo, la luz va
dibujando tímidas líneas oblicuas en algunas esquinas. El barrio se despereza.
Librerías de viejo se codean con cafeterías modernas y estrechas. La tienda de
reliquias exhibe sus santos de escayola y sus muñecas antiguas muy cerca de los
pendientes de colores del local vecino. Una sobredosis de aromas procedente de
una exclusiva boutique de jabones precede a una pastelería que- aunque se llama
Caelum- muestra unos cruasanes de
plástico tras sus cortinas. La gente transita por la calle como figurantes en
un decorado de cartón-piedra.
Pero
yo tengo una misión. Busco aquella tienda que vi la última vez. Fundada a
principios del Siglo XX, la sombrerería posee esa atmósfera polvorienta propia
de lo que no cambia. El sombrerero parece haber envejecido al mismo ritmo que
el establecimiento. Meticuloso y nostálgico de aquellos tiempos en los que un
buen sombrero hongo imprimía clase a quien lo llevaba, se destiñe esperando un
cliente. Ordena los nuevos complementos que ha tenido que adquirir, resignado,
para ampliar su repertorio: pañuelos de caballero, corbatas y boinas. Necesito
volver a ver a ese hombre situado tras el mostrador y a la vez tan fuera del
tiempo. Pero parece que he perdido la brújula y sigo atascada en el presente:
una pareja de hombres se besan aparentando naturalidad pero a la vez comprobando
si son observados, un perro advierte a quien corresponda que esa farola es sólo
suya, el aire huele a salitre y a orines. Una colada de claridad empieza a
derramarse con decisión sobre las callejuelas
por las que avanzo. Voy doblando esquinas que primero prometen y
enseguida decepcionan.
Sigo
buscando. Paladeo la imagen que me obsesiona. Sombreros, que te protegen del
sol. Sombreros, que te convierten en alguien más alto y más elegante.
Anacrónicos como un reloj de cuerda. Decadentes como esa tienda que no consigo
encontrar. O quizás la palabra se refiera a otra cosa. Tal vez alude a los
hacedores de sombras. Entretanto, se completa la mañana y me tengo que ir.
Intento salir de esa región del mapa bañada ahora por diáfanos surcos de luz
vertical. Me imagino a mí misma observada por dos maestros titiriteros que
manipulan un etéreo teatro de sombras chinescas. Dos gigantes ociosos que,
desde arriba, se entretienen cambiando las fronteras sobre la cuadrícula de la
Ciudad Vieja. Son los “Sombreros”, que juegan con sus
espejos y tiran con habilidad de los hilos de luz, trazando líneas con ellos. Que fabrican
siluetas, las sueltan y después observan su trayectoria. Levanto la cabeza.
Sonrío sin conocer el motivo. Y entonces, aunque no he localizado esa
sombrerería que juraría haber visto en mi anterior incursión en el barrio
gótico de Barcelona, salgo del laberinto de callejuelas aliviada y fresca como
si emergiera de un sueño.
8 comentarios:
Excelente relato. Paz ya nos tiene acostumbrados a estos recorridos minuciosos por las callejuelas de su fértil imaginación. Editores, despertad, creo que Paz sigue inédita. Un abrazo, Fernando. Me alegra que tu blog siga activo incluso en Agosto. Somos muchos los que ya abandonamos al nuestro en una gasolinera.
Gracias Paz por compartir con nosotros tu mirada. Una prosa excelente y muy vivida. Me he sentido allí, y me han dado ganas de volver a pasear por el barrio gótico de Barna.
Un saludo,
Alissia
http://alissiatraves.blogspot.com.es/
Araceli, pásame en privado tu dirección que te envío un jamón pata negra por este altruista llamado a editores incautos.Si alguno pica le envío otro a él jaja. Gracias, gracias.
Gracias, Paz. Es un gozo leerte y callejearte.
Vuelve, vuelve.Y luego nos lo cuentas.Ya has visto que puede ser una experiencia casi paranormal.Gracias por comentar, Alissia
Ximens, me encanta callejear contigo.Gracias a ti.
Y cierro los ojos y me dejo llevar por esas calles que tan bien describes, por esos olores y sabores que me haces disfrutar. Gracias, Paz, por el paseo.
Besitos
Si Elysa, hay que pasear con todos los sentidos.Cuando vuelvas a Barcelona lo hacemos juntas.¡Un abrazo !
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