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Sea
uno religioso o no, resulta obligado en San Petersburgo visitar la catedral de
Vladimir, que se encuentra situada muy cerca de la casa museo de Dostoyevsky. El momento más adecuado para la visita es durante la celebración de una ceremonia
religiosa. Se accede a la nave central del templo subiendo unas escaleras que
nos llevan al primer piso y allí nos encontramos con un recinto más bien
pequeño, para las dimensiones habituales de las iglesias católicas, en el que
aparecen iconos adornados con jarrones de flores distribuidos por todo el espacio,
colgados de la pared o de las columnas, ante los que los feligreses hacen cola
para besarlos. A lo largo de la nave se produce un incesante bulle
bulle de gente de toda edad y condición (desde ancianas decrépitas a atractivas
jóvenes con tacones inverosímiles, sin que falten los hombres) que reza, se santigua o hace cola ante el
sacerdote para que le aconseje, quien se mantiene de pie, a la vista de todo el
mundo. Las mujeres van tocadas con velo, que entregan asimismo en la entrada a
las que no lo llevan consigo, pero se distingue también a algunas, pocas, que
no lo visten. Lo que no vimos fue a ningún turista, por lo que nosotros éramos
allí la nota discordante... Aunque en ningún momento nadie nos hizo ninguna indicación
de que no pudiéramos asistir a la ceremonia, sí recibimos más de un
empujón de los sacristanes y monaguillos que iban franqueando los diversos
recorridos de los sacerdotes por el templo durante la celebración de la
ceremonia.
Uno de
los objetivos que tiene la visita al templo son las ofrendas y peticiones que
se formulan en unos pequeños papeles rectangulares, impresos para el caso, que
se hallan distribuidos por las mesas o bancos del lugar, o se adquieren al comprar
velas. De tanto en tanto, unas mujeres limpian con paños los candelabros, para
que todo se mantengan impolutos y desaparezcan los restos de la cera quemada. Son
las mismas señoras que van limpiando los cristales que protegen los
iconos, para que la gente pueda volver a besarlos.
Antes
de que comience la ceremonia religiosa los sacristanes extienden por el suelo
una alfombra que nadie, excepto los oficiantes, debe pisar. Después, el
sacerdote recorre los márgenes de la iglesia repartiendo incienso y una vez
completado el recorrido se encierra tras el iconostasio a rezar. En el momento
que se inicia la ceremonia, un coro va replicando las oraciones que entona el
sacerdote, como un contrapunto cantado al rezo salmódico.
Se
trata, en suma, de ceremonias mucho más atractivas (los cánticos, las luces que
se atenúan o encienden en distinto grado), con mayor participación de los
feligreses y, desde luego, seguidas con más devoción que las católicas. Visitamos la catedral un
lunes, a las 6 de la tarde, la hora de la misa diaria, y la iglesia está llena. Uno de los sacerdotes que ofician, son nueve en
total, se sitúa en el centro de la nave y salmodia las oraciones con voz de
tenor. Sus compañeros se colocan al final de la nave y salmodian diversas
oraciones, a las que replica el coro, y una vez regresan todos al altar, las
alfombras se retiran y los fieles vuelven a situarse en torno a él. Por cierto, leo en un libro de Jean Mayer (Rusia y sus imperios. 1894-2005, Tusquets, Barcelona, 2007, p. 31) que la palabra pope, que los extranjeros suelen usar como sinónimo de sacerdote, es para los rusos un término despreciativo, casi ofensivo.
Es una
pena no entender los rezos y cánticos, pero sí se palpa la auténtica devoción con que la
gente participa, la cercanía y la vez la distancia entre los fieles y los
oficiantes. A pesar del empeño que pusieron, durante las siete décadas que duró
el régimen comunista, no lograron extirpar la religión. Ahora, Putin, sumamente
astuto, ha encontrado en la iglesia ortodoxa un inmejorable y fiel aliado, pues
ha restaurado los recintos religiosos y dignificado la vida de los sacerdotes,
cuyas cúpulas brillan hoy con tanto esplendor como en la época de los
zares. Y a ese propósito hay que decir que los soviéticos clausuraron la catedral en 1932, convirtiéndola en una fábrica de ropa interior, hasta que en 1990 fue reconstruida y vuelta a consagrar. Su construcción data de la década de 1760 y sus cinco cúpulas se le atribuyen a Domenico Trezzini. Las guías de viaje dicen que se ha convertido en una de las catedrales de más actividad en la ciudad, como prueban los numeros mendigos y babushkas (ancianas con el pañuelo en la cabeza) que piden limosna en la entrada, aunque el día que nosotros la visitamos nadie pedía en la puerta del templo.
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* Las fotos son de Gemma Pellicer...
5 comentarios:
Ya sabes, Fernando, que soy una fan de tus crónicas. Ésta me ha gustado especialmente, porque yo solo he visto esas ceremonias en las películas y siempre había pensado lo que confirmas, cómo son de atractivas. Y sí, muy astuto Putin.
Gracias a ambos por vuestros comentarios. Pedro, tienes razón, estaba mal, pero ya lo he corregido.
Por cierto, he ampliado un poco más la entrada. Saludos.
No he hallado "iconocastio" en mi diccionario, pero sí "iconostasio": Biombo con puertas que en las iglesias griegas está colocado delante del altar y se cierra para ocultar al sacerdote durante la consagración. La verdad es que no conocía ese palabro. Celebro conocerlo ahora gracias a ti.
Es verdad, las iglesias deben visitarse llenas de gente. Vacías no transmiten nada, más allá de su singularidad arquitectónica. En cambio, con la liturgia correspondiente se llenan de significado. Y ese significado, al margen de creencias, siempre resulta enriquecedor.
He vuelto a copiar el comentario de Pedro Herrero porque había desaparecido sin saber cómo.
Gracias por compartir. Tienes una escritura muy visual: ha sido como estar allí.
Saludos,
Alissia
http://alissiatraves.blogspot.com.es/
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