Si vas a Cantabria,
no puedes dejar de pasarte por Santoña. Recorres el paseo marítimo, pasas por
alto el monumento-horror al que voló por los aires y vas derecha a por las
anchoas. Después de llenar una bolsa con las especialidades de la casa, te
entrará el hambre, o no, da igual, se trata de cenar cositas típicas del lugar.
Te indican el restaurante de la Emilia (otro monumento, en esta ocasión a la
anchoa), y allí te diriges. Ves a la señora en un cartelón, ves los chuletones, las rodajas de bonito y
las sardinas haciéndose en una barbacoa montada en el exterior, hueles la
mezcla de aromas, te empapas el pelo y la ropa de humo y ahí ya matarías por
las viandas hechas a la brasa.
Cumplidas nuestras
expectativas, satisfechos y felices de la vida, volvíamos a Isla mi señor y yo,
él conduciendo, yo de paquete, cuando se
equivocó y tiró para Noja. Enseguida se dio cuenta y cruzó la carretera, entró en
un callejón y reculó para retomar la dirección correcta. Al pasar por una
rotonda, pareció que no respetaba un ceda el paso y el paquete dijo: “Ten
cuidado”. Fue decirlo y oírse y verse una sirena azulada a nuestra espalda. Mi esposo
detuvo el coche en el arcén. Y en eso apareció la cara desencajada de una
autoridad, autoridad, en la ventanilla. “¿No ha visto que le hacíamos señales
con la linterna?”, gritó desaforado. “No he visto nada, señor agente”, contestó
mi esposo. Ahí ya me hice carne y dejé mi condición de paquete. “Yo tampoco”,
intervine. Y el de verde oliva que se coloca en el cristal del limpiaparabrisas
y nos hace una demostración impresionante de cómo se abre y cierra la luz de
una linterna. Y otra vez la misma pregunta. Y nosotros que no hemos visto nada.
Entonces La Autoridad dice que el conductor ha cometido una infracción al echar
marcha atrás en el arcén. Mi santo le explica lo de la equivocación y él le
pregunta si ha bebido. Y mi santo que no. A mí me dan ganas de decirle: “¡Cálmese,
joven, que le va a dar algo!”, pero me muerdo la lengua por si la multa. “Comprenderá
que resulte sospechoso que dé la vuelta sin atender a nuestras señales”, sigue
el guardia civil con el mismo tono desquiciado. Y otra vez que si ha bebido. “No señor, no he
bebido. Íbamos para Isla, sabe usted, y me equivoqué... “, vuelve mi marido a
repetir la historia. “¿Cómo que no has bebido, y la botella de Rioja que te
acabas de meter entre pecho y espalda, qué? Hágale la prueba del alcohol, señor
agente, ya verá, ya verá”, me dan ganas de decir, pero no está el horno para
bollos mucho menos para chistes.
Después de repetir las
mismas preguntas y no concretar de qué éramos sospechosos, el Número se fue
calmando él solito y nos perdonó la multa (más bien parecía que era la vida lo
que nos perdonaba) y nos ordenó continuar. Sólo faltó que nos hubiera apuntado
con una metralleta para que la aventura hubiese sido tope de estimulante. Subidón
de adrenalina. Tal vez en otra ocasión.
...
* Lola Sanabria mantiene una bitácora que lleva su nombre: http://lolasanabria.blogspot.de/
..
8 comentarios:
Mil gracias, Fernando, por dejar aquí nuestro amable encuentro con la Autoridad.
Abrazos a pares.
Como protagonista de este simpático relato de Lola, no puedo evitar dejar mi impronta sobre este suceso ocurrido con la Guardia Civil. Sé que el resultado es lo que importa, no hubo multa, pero desde entonces no puedo dormir bien, continuamente se me aparece la escena y todo termina con la misma pregunta: ¿Cuál fue el móvil que llevó a este agente a pararme? ¿Control de alcoholemia? ¿Cambio de dirección mal realizado? ¿Maniobras sospechosas en la noche? ¿Las dos o tres cosas juntas?
Esto es insoportable. No saber, quedarte con la duda. Estoy por volver a Noja y pedir una entrevista con este hombre aún a riesgo de que se arrepienta y me multe con retraso. Es casi mejor eso que este sin vivir.
Encantada de leer el viaje y el "encuentro" con la Autoridad. Gracias a Lola y a Fernando
Fernando, se te está llenando la nave de "monstruas". El otro día, Paz, hoy, Lola...
Qué gusto, hijas, qué gusto!
Hazlo, Juan, hazlo y nos lo cuentas.
Jajajaja, muy buena la anécdota y muy bien contada. Cuando trabajaba como guía, visitaba mucho Santoña y era un éxito asegurado llevar a la gente a que vieran como se limpiaban las anchoas: todas aquellas señoras con un cubo de plástico entre las piernas y limpiando pescadito a todas horas :) En tu escrito he olido hasta el mar.
Gracias por compartir.
Alissia
http://alissiatraves.blogspot.com.es/
En mi país (hablo desde mi propia experiencia, quizá otro argentino no comparta mi opinión)los encuentros con la autoridad siempre son tortuosos.
Sin embargo esta "Autoridad" me ha dado el placer leerte, LOla, y por tal motivo le estoy agradecida.
Lola, Fernando, afectuosos saludos
Gracias, chicas y chicos, por dejar aquí vuestros comentarios.
¡Ay las anchoas de Santoña, qué ricas están!
Abrazos a repartir.
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