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Queridos/as todos/as:
Hace un año, poco más o menos, me preguntaban en una revista mi opinión sobre el cuento español de hoy. Contesté lo que os transcribo ahora:
“En el espacio del relato breve, es cierto, sobreviven como un eco trémulo ciertas corrientes de escritura reguladas aún por una noción de intensidad, de autenticidad y de exigencia, y ajenas —consecuentemente— a las imposiciones del management editorial y los balances contables. Esto es un hecho. Pero aun así —y tal como ocurre en el entorno de la novela— la ausencia flagrante de cualquier autoconciencia dentro del medio, la adhesión entre infantil y sonámbula a lo más viscoso del imaginario social, el apego angustiado, compulsivo o servil a todos los valores y las prácticas de una sociedad capitalista que se cae a pedazos, arrojan como suma, también aquí, una expresión artística extremadamente pobre, mansa, ensimismada, conformista y banal, muy alejada —y esto es lo importante— de la conmoción y la deflagración sensibles que serían esperables del acto poético, bajo cualquiera de sus formas.
No creo, pues, que el cuento español contemporáneo sea el último rayo de sol en el otoño de Oslo. (Diría más bien que estos destellos es preciso buscarlos cada vez más en espacios distintos al del arte: que es ya cuestión de supervivencia pura el que seamos capaces de reinventar una poética de la vida y de la acción transformadoras). Pero sí pienso, con todo, que algo en el cuento —o más bien en la poesía a la que el cuento sirve de vehículo— podría suministrarnos aún esas lecciones de lucidez, de intensidad y de audacia de las que estamos tan menesterosos, como el Axel de Verne tomaba “lecciones de abismo” para viajar al centro de la tierra”.
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......Queridos/as todos/as:
Hace un año, poco más o menos, me preguntaban en una revista mi opinión sobre el cuento español de hoy. Contesté lo que os transcribo ahora:
“En el espacio del relato breve, es cierto, sobreviven como un eco trémulo ciertas corrientes de escritura reguladas aún por una noción de intensidad, de autenticidad y de exigencia, y ajenas —consecuentemente— a las imposiciones del management editorial y los balances contables. Esto es un hecho. Pero aun así —y tal como ocurre en el entorno de la novela— la ausencia flagrante de cualquier autoconciencia dentro del medio, la adhesión entre infantil y sonámbula a lo más viscoso del imaginario social, el apego angustiado, compulsivo o servil a todos los valores y las prácticas de una sociedad capitalista que se cae a pedazos, arrojan como suma, también aquí, una expresión artística extremadamente pobre, mansa, ensimismada, conformista y banal, muy alejada —y esto es lo importante— de la conmoción y la deflagración sensibles que serían esperables del acto poético, bajo cualquiera de sus formas.
No creo, pues, que el cuento español contemporáneo sea el último rayo de sol en el otoño de Oslo. (Diría más bien que estos destellos es preciso buscarlos cada vez más en espacios distintos al del arte: que es ya cuestión de supervivencia pura el que seamos capaces de reinventar una poética de la vida y de la acción transformadoras). Pero sí pienso, con todo, que algo en el cuento —o más bien en la poesía a la que el cuento sirve de vehículo— podría suministrarnos aún esas lecciones de lucidez, de intensidad y de audacia de las que estamos tan menesterosos, como el Axel de Verne tomaba “lecciones de abismo” para viajar al centro de la tierra”.
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Un día tras otro compruebo lo infundado de estas esperanzas que enunciaba tan tímidamente y con tantas reticencias, ay.
Y un día tras otro, también, se corrobora palabra por palabra el diagnóstico lúgubre del primer párrafo.
Comparto —que es a lo que voy con todo esto— el estupor de Fernando ante las reacciones atrabiliarias y airadas (cuando no abiertamente cazurras) que han suscitado —a estas alturas del tebeo— los “22 dogmas” de La llave de los campos. Y no puedo sino respirar con alivio al leer su explicación del texto, exacta, equilibrada y, en más de un punto, clarividente.
No es preciso añadir nada a sus palabras, desde luego.
Pero sí quiero, no obstante, señalar que buena parte de lo que nos proponíamos con el manifiesto (a saber: abrir una brecha dentro del consenso casi unánime en torno al realismo correoso y mugriento dentro del cuento español) es, a fecha de hoy, una tarea en vías de cumplirse.
En este sentido, lamento (y lo digo de verdad) contradecir al maestro José María Merino cuando no hace mucho, en un texto reproducido en este mismo blog, colocaba todo el cuento español contemporáneo bajo la sombra alargada (y —por qué no decirlo— bastante fúnebre) del realismo.
Obviamente, si partimos de un axioma arbitrario: escritura=realismo, entonces las innumerables variedades de la ficción nos aparecerán como modos o declinaciones de una única matriz realista, pero el precio que pagaremos por ello es que nuestra argumentación quede sujeta a un reglamento fuertemente tautológico (artículo 1°.: toda escritura es realista; artículo 2°.: cuando una escritura no sea realista se aplicará el artículo 1°.)
Tal como yo lo veo, en fin, no todo el monte es realismo (ni nada que se le aproxime) dentro del cuento español de hoy. De hecho, en el momento en que redactamos los “22 dogmas”, los miembros de La llave de los campos ya teníamos como fuente de inspiración al menos dos poéticas que se desviaban vigorosamente del código realista: el expresionismo lírico de Eloy Tizón, y el experimentalismo satírico de Hipólito G. Navarro. Casi seis años después de la difusión de nuestro manifiesto, hay ya tres libros —y ninguno de ellos ha pasado desapercibido— que ilustran en mayor o menor medida la apuesta anti-realista contenida en los “22 dogmas”: Nosotros, todos nosotros, de Víctor García Antón, El otro fuego, de Inés Mendoza, y La vida ausente, al que ya se ha referido Fernando en su entrada (títulos a los habría que añadir Andar por el aire, de Julio Jurado, de inminente aparición). Y hay, además de ello, una voluntad exploratoria, intensamente afín a nuestros planteamientos de entonces, en el trabajo de autores como Matías Candeira, Juan Carlos Márquez o Fernando Cañero.
Profundamente distintos entre sí, todos estos nombres (y algunos otros que se me olvidan, seguro) componen —a mi juicio al menos— una corriente bien diferenciada dentro del cuento, y nada proclive, es obvio, a las comodidades del realismo ni a las inercias de la representación clásica.
¿Hay vida inteligente en el planeta del realismo? Fffffffff… bueno: qué duda cabe de que la hubo; pero a la vista de muchas de las reacciones a las que hemos asistido aquí, la verdad es que me temo lo peor.
Como Fernando ha expuesto perfectamente, los “22 dogmas” enunciaban en tono polémico, en “negativo”, podríamos decir, una propuesta de transformación estética (y dejo aparte el lado político en todo esto que escribo ahora, pues el sesgo y las implicaciones de muchos de los comentarios del blog se califican por sí solos).
Al ser un texto colectivo, no soy quién para “positivar” esos 22 dogmas.
Pero sí me parece, en cambio, que en su conjunto apuestan nítidamente por una reapropiación por parte de la narrativa de la función poética del lenguaje…. Y por una reapropiación radical, desde luego, donde la dimensión poética de la palabra y de la experiencia vuelva a ser el nervio y el detonante de cualquier acto posible de escritura.
Para mí —y esto no puedo dejar de decirlo— esa operación es ya en sí misma un acto político. Y lo es en la medida en que la poesía es de por sí una palabra “en renuncia”, una palabra destituida. No hay de hecho poesía sin la búsqueda de eso que en la cadena significante escapa al orden de la significación, y atestigua —con esa misma pérdida, con esa fuga— la deuda insaldable en que el tener-lugar de la palabra se sostiene con respecto a lo que en ella no tiene ni tendrá nunca lugar… Pues la escritura poética es el decir restituido a su dimensión esencialmente u-tópica: la palabra devuelta a su futuro (a su apertura, a su luminosidad de claro en el bosque), y capaz —por eso mismo— de anunciar.
Escritura —para mí, ya digo (no impongo nada a nadie) — es el relámpago que alumbra ese imposible darse-a-la-vez y comparecer-juntos lo codificado y lo incodificable, lo dicho y lo indecible, lo que tiene forma y lo que es de otro modo que “con forma”: ese misterium coniunctionis en que culminaban las nupcias alquímicas.
También por eso, a la escritura poética le toca responder de aquello que en lo humano no es ni será nunca palabra (y que sólo la visión demasiado restrictiva de cierto psicoanálisis nombraría sumariamente como “pulsión”)... Y aún diría más: le toca responder de eso que en la palabra no termina de ser humano, precisamente porque la palabra “humano” le hace pantalla a una doble escisión: la que aboca esa supuesta “humanidad” al destino de un cuerpo sexuado, al darse de lo humano como hombre o como mujer, por un lado; y por otro a la división de lo humano —consumada a lo largo de la historia— en sujeto y objeto, dominadores y dominados, amos y esclavos.
La escritura poética responde del no-todo (ineludible) de lo humano. Del inacabamiento de lo humano. Y es, en este sentido, un eros encarnado (y un eros de naturaleza utópica), puesto que es la palabra que se sostiene en el lugar de esa escisión.
En esta dirección, el drama de la palabra poética es que en ella retorna eso que en el viviente ha escapado a toda sutura imaginaria y/o simbólica, lo que no ha sido capturado por el Otro (eso que en mí no ha encontrado palabra ni se ha transformado en hablante), y en que retorna, precisamente, como exceso -en el plano de la sensibilidad-, y simultáneamente como falta en el registro del significante. Para eso que retorna, los códigos del Otro no tienen nombre, para lo que en ese momento me desborda no hay imagen...
Y esto hace —tal como yo lo veo— que la operación poética responda a esta tensión justamente en el plano de la promesa: es decir, mediante una reconfiguración significante en la cual algo de lo que ahora me atraviesa se aloja en el lenguaje, se reabsorbe en él (y esto es lo que experimentamos como arrobo en la emoción estética); y algo queda a la vez en suspenso, diferido, circulando como un plus-de-sentido indefinidamente móvil (y esto es lo que en la emoción poética nos trastorna, nos “daña”) por la cadena de los significantes.
Esa desposesión consumada en el discurso poético es justamente la que viene a romper la ecuación lacaniana “discurso=falo”, por medio de un decir que destituye todo significado (y con él toda clausura, toda reificación de la experiencia individual y/o social); y pone en juego inagotablemente —ejecutivamente también— la potencia de una palabra desencadenada, viva: el sentido de la libertad.
Pienso, en suma, que por aquí va la idea de escritura que subyacía/subyace a los “22 dogmas” (aunque no pretendo, ya digo, hablar en nombre del resto de los miembros del grupo).
Y un día tras otro, también, se corrobora palabra por palabra el diagnóstico lúgubre del primer párrafo.
Comparto —que es a lo que voy con todo esto— el estupor de Fernando ante las reacciones atrabiliarias y airadas (cuando no abiertamente cazurras) que han suscitado —a estas alturas del tebeo— los “22 dogmas” de La llave de los campos. Y no puedo sino respirar con alivio al leer su explicación del texto, exacta, equilibrada y, en más de un punto, clarividente.
No es preciso añadir nada a sus palabras, desde luego.
Pero sí quiero, no obstante, señalar que buena parte de lo que nos proponíamos con el manifiesto (a saber: abrir una brecha dentro del consenso casi unánime en torno al realismo correoso y mugriento dentro del cuento español) es, a fecha de hoy, una tarea en vías de cumplirse.
En este sentido, lamento (y lo digo de verdad) contradecir al maestro José María Merino cuando no hace mucho, en un texto reproducido en este mismo blog, colocaba todo el cuento español contemporáneo bajo la sombra alargada (y —por qué no decirlo— bastante fúnebre) del realismo.
Obviamente, si partimos de un axioma arbitrario: escritura=realismo, entonces las innumerables variedades de la ficción nos aparecerán como modos o declinaciones de una única matriz realista, pero el precio que pagaremos por ello es que nuestra argumentación quede sujeta a un reglamento fuertemente tautológico (artículo 1°.: toda escritura es realista; artículo 2°.: cuando una escritura no sea realista se aplicará el artículo 1°.)
Tal como yo lo veo, en fin, no todo el monte es realismo (ni nada que se le aproxime) dentro del cuento español de hoy. De hecho, en el momento en que redactamos los “22 dogmas”, los miembros de La llave de los campos ya teníamos como fuente de inspiración al menos dos poéticas que se desviaban vigorosamente del código realista: el expresionismo lírico de Eloy Tizón, y el experimentalismo satírico de Hipólito G. Navarro. Casi seis años después de la difusión de nuestro manifiesto, hay ya tres libros —y ninguno de ellos ha pasado desapercibido— que ilustran en mayor o menor medida la apuesta anti-realista contenida en los “22 dogmas”: Nosotros, todos nosotros, de Víctor García Antón, El otro fuego, de Inés Mendoza, y La vida ausente, al que ya se ha referido Fernando en su entrada (títulos a los habría que añadir Andar por el aire, de Julio Jurado, de inminente aparición). Y hay, además de ello, una voluntad exploratoria, intensamente afín a nuestros planteamientos de entonces, en el trabajo de autores como Matías Candeira, Juan Carlos Márquez o Fernando Cañero.
Profundamente distintos entre sí, todos estos nombres (y algunos otros que se me olvidan, seguro) componen —a mi juicio al menos— una corriente bien diferenciada dentro del cuento, y nada proclive, es obvio, a las comodidades del realismo ni a las inercias de la representación clásica.
¿Hay vida inteligente en el planeta del realismo? Fffffffff… bueno: qué duda cabe de que la hubo; pero a la vista de muchas de las reacciones a las que hemos asistido aquí, la verdad es que me temo lo peor.
Como Fernando ha expuesto perfectamente, los “22 dogmas” enunciaban en tono polémico, en “negativo”, podríamos decir, una propuesta de transformación estética (y dejo aparte el lado político en todo esto que escribo ahora, pues el sesgo y las implicaciones de muchos de los comentarios del blog se califican por sí solos).
Al ser un texto colectivo, no soy quién para “positivar” esos 22 dogmas.
Pero sí me parece, en cambio, que en su conjunto apuestan nítidamente por una reapropiación por parte de la narrativa de la función poética del lenguaje…. Y por una reapropiación radical, desde luego, donde la dimensión poética de la palabra y de la experiencia vuelva a ser el nervio y el detonante de cualquier acto posible de escritura.
Para mí —y esto no puedo dejar de decirlo— esa operación es ya en sí misma un acto político. Y lo es en la medida en que la poesía es de por sí una palabra “en renuncia”, una palabra destituida. No hay de hecho poesía sin la búsqueda de eso que en la cadena significante escapa al orden de la significación, y atestigua —con esa misma pérdida, con esa fuga— la deuda insaldable en que el tener-lugar de la palabra se sostiene con respecto a lo que en ella no tiene ni tendrá nunca lugar… Pues la escritura poética es el decir restituido a su dimensión esencialmente u-tópica: la palabra devuelta a su futuro (a su apertura, a su luminosidad de claro en el bosque), y capaz —por eso mismo— de anunciar.
Escritura —para mí, ya digo (no impongo nada a nadie) — es el relámpago que alumbra ese imposible darse-a-la-vez y comparecer-juntos lo codificado y lo incodificable, lo dicho y lo indecible, lo que tiene forma y lo que es de otro modo que “con forma”: ese misterium coniunctionis en que culminaban las nupcias alquímicas.
También por eso, a la escritura poética le toca responder de aquello que en lo humano no es ni será nunca palabra (y que sólo la visión demasiado restrictiva de cierto psicoanálisis nombraría sumariamente como “pulsión”)... Y aún diría más: le toca responder de eso que en la palabra no termina de ser humano, precisamente porque la palabra “humano” le hace pantalla a una doble escisión: la que aboca esa supuesta “humanidad” al destino de un cuerpo sexuado, al darse de lo humano como hombre o como mujer, por un lado; y por otro a la división de lo humano —consumada a lo largo de la historia— en sujeto y objeto, dominadores y dominados, amos y esclavos.
La escritura poética responde del no-todo (ineludible) de lo humano. Del inacabamiento de lo humano. Y es, en este sentido, un eros encarnado (y un eros de naturaleza utópica), puesto que es la palabra que se sostiene en el lugar de esa escisión.
En esta dirección, el drama de la palabra poética es que en ella retorna eso que en el viviente ha escapado a toda sutura imaginaria y/o simbólica, lo que no ha sido capturado por el Otro (eso que en mí no ha encontrado palabra ni se ha transformado en hablante), y en que retorna, precisamente, como exceso -en el plano de la sensibilidad-, y simultáneamente como falta en el registro del significante. Para eso que retorna, los códigos del Otro no tienen nombre, para lo que en ese momento me desborda no hay imagen...
Y esto hace —tal como yo lo veo— que la operación poética responda a esta tensión justamente en el plano de la promesa: es decir, mediante una reconfiguración significante en la cual algo de lo que ahora me atraviesa se aloja en el lenguaje, se reabsorbe en él (y esto es lo que experimentamos como arrobo en la emoción estética); y algo queda a la vez en suspenso, diferido, circulando como un plus-de-sentido indefinidamente móvil (y esto es lo que en la emoción poética nos trastorna, nos “daña”) por la cadena de los significantes.
Esa desposesión consumada en el discurso poético es justamente la que viene a romper la ecuación lacaniana “discurso=falo”, por medio de un decir que destituye todo significado (y con él toda clausura, toda reificación de la experiencia individual y/o social); y pone en juego inagotablemente —ejecutivamente también— la potencia de una palabra desencadenada, viva: el sentido de la libertad.
Pienso, en suma, que por aquí va la idea de escritura que subyacía/subyace a los “22 dogmas” (aunque no pretendo, ya digo, hablar en nombre del resto de los miembros del grupo).
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Me consta, obviamente, que nada de todo lo dicho os va a quitar el sueño (le hablo ahora a los escaldados por el manifiesto), y que seguiréis escribiendo vuestros cuentos apasionantes sobre lo despeinados que os vuelven los críos de la guardería, lo rica que os sale la paella, y lo mucho que llueve en Donosti, frente a la solanera que cae en Ronda.
Pues nada: cada uno a lo suyo, y que lo disfrutéis con salud.
Afortunadamente, ya digo, hay otras propuestas y otras posiciones dentro del cuento español de hoy, y hay también críticos con el conocimiento y la lucidez suficientes como para hacerse eco de ellas.
Disculpad lo extensísimo de mi intervención.
Y un abrazo ecuménico para todos y todas.
Ángel
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Me consta, obviamente, que nada de todo lo dicho os va a quitar el sueño (le hablo ahora a los escaldados por el manifiesto), y que seguiréis escribiendo vuestros cuentos apasionantes sobre lo despeinados que os vuelven los críos de la guardería, lo rica que os sale la paella, y lo mucho que llueve en Donosti, frente a la solanera que cae en Ronda.
Pues nada: cada uno a lo suyo, y que lo disfrutéis con salud.
Afortunadamente, ya digo, hay otras propuestas y otras posiciones dentro del cuento español de hoy, y hay también críticos con el conocimiento y la lucidez suficientes como para hacerse eco de ellas.
Disculpad lo extensísimo de mi intervención.
Y un abrazo ecuménico para todos y todas.
Ángel
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* En la primera foto aparece Marcel Duchamp; en la segunda, de Julian Wasser, 1963, el artista está jugando al ajedrez con la escritora Eve Babitz. Y la tercera es un celebérrimo cuadro de Óscar Domínguez, "La máquina de coser electrosexual", creo que apreciado por Ángel Zapata y presente en su poética.
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* En la primera foto aparece Marcel Duchamp; en la segunda, de Julian Wasser, 1963, el artista está jugando al ajedrez con la escritora Eve Babitz. Y la tercera es un celebérrimo cuadro de Óscar Domínguez, "La máquina de coser electrosexual", creo que apreciado por Ángel Zapata y presente en su poética.
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69 comentarios:
No sé si soy en primero en comentar después de la carta de Ángel Zapata, pero me da igual, porque mi comentario es muy simple (y espero que sonoro): PLAS PLAS PLAS. Mi aplauso. No sólo porque comparto muy mucho su visión de la escritura como relámpago poético, sino porque este texto es infinitamente más clarificador que los 22 dogmas. Fernando, con cada entrada, esto mejora. Lástima que no podamos discutor todo esto con cervezas. Mis felicitaciones a Zapata por esta rica "explanatio".
no sé puede discutir con cervezas, ¡prohibido!, mentiras, que rico unas cervecitas con esta conversación.
que pena, se me fue una tilde. (errata)
Una apuesta "por una reapropiación por parte de la narrativa de la función poética del lenguaje…. Y por una reapropiación radical, desde luego, donde la dimensión poética de la palabra y de la experiencia vuelva a ser el nervio y el detonante de cualquier acto posible de escritura".
Esta es la clave de la cuestión. Como Antonio Serrano Cueto aplaudo la carta de Ángel Zapata, lo cual me lleva a preguntar que si se podía manifestar una poética de este modo tan nítido, para qué demonios escribir un manifiesto dogmático. La poesía carece de dogmas.
Veo Fernando que somos varios los que nos tomaríamos la cerveza.
Me ha encantado leer estas palabras de Ángel Zapata, a quien considero uno de los maestros (para mí, "El Maestro") del relato actual. Me gusta su visión literaria y política y su defensa inteligente de ese "otro" relato que también se escribe en España, que no todo el monte es realista, como dijo él.
Creo que cuando habla alguien que escribe como él escribe y que sabe lo que él sabe de relato lo mínimo que podemos hacer es escucharle con el respeto que se merece. Harta estoy de que se presten orejas y se regalen aplausos a tantos que sin saber de nada hablan de todo. Escuchemos y aplaudamos por una vez a alguien que se lo merece.
Antonio, Juan, Antonio Tello, por ahora esa cerveza sólo puedo tomármela en Berlín. Pero Berlín bien vale una cerveza, una Weizen Bier. O sea, que daros por invitados, bitte.
Para echar más leña a este fuego diré que no veo grandes diferencias entre el sentido profundo de la frase de Ángel (la que el amigo Antonio esgrime como arma arrojadiza contra los dogmas) y el conjunto de los dogmas mismos.
Me pregunto ¿por qué tanta rabia?
Tengo un dogma 23 que no diré.
Empiezo a esbozar una teoría que explicaría este curioso encono contra los 22 dogmas: que quizá recuerdan demasiado a ciertos manifiestos, no siempre circunscritos a lo artístico, en los que se habla desde la rebelión, la rebeldía, la disconformidad, el deseo de libertad, o como queráis llamarlo.
Personalmente creo que son muy pocos los artistas -que merezcan ese nombre- que ESTÉN CONFORMES CON "LO QUE HAY"
Nosotros en aquel grupo tampoco lo estábamos, y cuando escribimos los dogmas no lo hicimos, repito, a modo de chiste o de autopublicidad, lo hicimos como hicimos muchas otras cosas (intervenciones, reseñas, rescate de textos, traducciones, juegos, experimentos colectivos, etc)
La mayoría de la gente que ha comentado (y atacado) con tanta pasión nuestros dogmas, me temo, desconoce por completo toda la labor que hicimos y que HASTA EL AÑO PASADO se podía ver en nuestra web.
Atacais este texto con un ahinco que ya me gustaria que dirigierais contra otras cosas.
Quizá es más fácil tildarnos de adolescentes, pseudonocilleros postmodernistas y otras hierbas aromáticas semejantes que preguntarse por que la historia del arte esta llena de manifiestos contra esta sociedad.
Quiza es mejor convencerse de que vivimos en el mejor de los mundos que tomar partido.
Quiza es mejor convencerse de que la literatura es un atestado con metaforas que emprender una busqueda.
No niego que creer todo eso es mas facil, pero aunque no puedo hablar por los demas del grupo La Llave, si puedo decir que cuando escribirmos los dogmas no lo hicimos desde ninguna comodidad.
Perdonad la falta de acentos, tengo problemas con el PC.
Ines Mendoza
Me gusta el olor a petróleo, me alegro de haber conocido este verano tu blog, Fernando, porque me estoy poniendo al día de estilos, corrientes, posturas.
Como lectora busco lucidez, chispas, rayos y truenos, no volver a ser la misma cuando acabo el cuento o la novela, ni durante. Busco la emoción, la energía, la zancadilla, el traspie, la caída.
Si estos dogmas ayudan, bienvenidos sean. Porque sin duda llevan una carga de análisis y reflexión que valoro. Gracias, Inés.
PD: Hace más de diez años escribí un breve texto en el que aparece la palabra guardería... No creo que vuelva a usar esa palabra, ni ese lugar... ;-)
No sé si lo peor a lo que puede llegar un cuento es al realismo. Pero el camino trillado, las soluciones fáciles, la lógica normalizada, la coherencia y los planteamientos convencionales son las trampas más frecuentes que encuentro en la mayoría de los relatos que leo, que incluso escribo. Los 22 dogmas son un intento de abrir una vía diferente por la que respirar, por la que enviar las historias a puntos de no retorno. Podemos esgrimir argumentos teóricos de acuerdo o en contra de lo que Ángel Zapata plantea. Pero un paso más, que ya se ha empezado a dar con nombres y apellidos, sería ver los resultados, poner ejemplos concretos, discutir sobre los logros alcanzados, plantearles objeciones. En la cuestión hay además un componente político que creo fundamental, que también hay que traducir, llevar a cabo, ejecutar en lo que se cuenta, en cómo se cuenta y en los vacíos desde los que se elige contar. En toda formación de un escritor hay pasos en falso que sin duda hay que dar, errores que nadie puede cometer por uno mismo. Mientras vamos pisando todos esos charcos tener en mente esos 22 dogmas puede servirnos de iluminación. Podrían ser 42 dogmas, pero son 22, los que ellos eligieron. Y está bien que sean prohibiciones, no amables invitaciones a hacer esto o lo otro. No voy a cometer el desliz de acabar con una última prohibición de cosecha propia, voy a ser implacable con lo que yo mismo escriba y con lo que escriban otros, pero el estricto vigilante que me ha crecido en la toma de conciencia no me va a impedir escribir y exhibir mi escritura para que otros me pongan los puntos sobre las íes. Creo que los cuentos no llegan al público lector medio y que sólo alcanzan a interesarles a otros cuentistas o a lectores muy especializados, que no merecen ser engañados con las mismas tácticas de la literatura de consumo más ramplona por medio de, por ejemplo, concursos en los que se hace competir galgos con yeguas. Quizás algún día alguien alcance a escribir algo que sea producto de todas esas exigencias. Por el momento, humildad, trabajo, crítica y prohibiciones, muchas prohibiciones en nuestros relatos. Perdón por la extensión, pero el tema me pilla en un momento en el que acabo de hacer una dura reseña sobre el premio Setenil de este año, más concretamente contra el jurado que ha elegido un libro que no se hizo ninguna de las prohibiciones que nos traemos entre manos.
Saludos y de nuevo perdón.
Sin entrar en polémica... Alguien debería sacar un manifiesto dogmático contra los comentarios largos como novelas de Ken Follet (perdón por el apellido). Dicho esto, a mí el realismo me sigue pareciendo tan válido como las historias de marcianos, los cuentos tan abiertos que podrían ser otra cosa o la prosa poética que parece poética prosaica. Respecto a los dogmas ya comentados: son útiles para hacernos pensar, para cabrearnos y para colocarnos en bandas enfrentadas y afrentadas que a lo mejor devienen en una mejor literatura... En cuentos que gusten a unos y hagan vomitar letras indigestas a otros. Por cierto, Jamás se me ocurriría tratar de imponer mis gustos al resto del mundo. Eso se lo dejo al de Corea del Norte y a los suplementos literarios.
Raúl, a mi no me molesta que los comentarios sean largos, cuando tienen sustancia y están bien fundamentados; me interesan poco, en cambio, los breves e insustanciales.
Pero lo que quería decir es que no podemos convertir al realismo en el payaso de las bofetadas... Quizá habría que aclarar de qué realismo estamos hablando, porque si se trata de la pervivencia del decimonónico es darle lanzada a rey muerto... Pero hoy se hace literatura realista (con los adjetivos calificativos que queráis) de tan alto nivel como la fantástica o experimental. Espero poder a ocuparme del asunto en breve.
Gracias a todos por vuestros comentarios.
P.S. Los anónimos no desisten ni poniéndoles un cartel delante de las narices. Deben tener poco que hacer y muchas ganas de perder el tiempo.
Fernando, igual me quejo tanto de los comentarios largos porque me estoy dejando la córnea leyendo en la pantalla de tres dedos por cuatro de mi teléfono móvil...
Pues como yo fui uno de los primeros "escaldados" y quizá también de los "cazurros" y nunca me he caracterizado por esconderme, todos mis respetos para personas a las que aprecio, como Ángel, Inés... y que piensan de una manera difererente de la mía en este asunto concreto. No creo que haya que llegar a pedir disculpas por los argumentos sostenidos, puesto que esto era un debate y un dialéctico startrekiano metafísico como Ángel sabe que la pasión es lo que se le supone a los debates y no la irrealista sangre de horchata. Supongo que realismos, como experimentalismos, los hay buenos y malos y que el propio Ángel, lector voraz, sabe de sobra que el buen y poderoso realismo no se agota en los pobretones ejemplos o caricaturas que él deliberadamente selecciona acerca de paellas que salen ricas y niños que regresan despeinados de la playa. Si eso es el realismo(=realismo casposo), yo también lo detesto. Creo que no es bueno caer en maniqueísmos entre corrientes buenas y malas porque uno acaba disparando casi a bulto y trazando "ejes del mal". A mí, personalmente, me divierte desmentirme a mí mismo y no quedarme a una sola carta, por eso en una misma colección de relatos (y creo haberlo hecho en libros como Un mortal sin pirueta) puedo ser en unas piezas realista y en otras todo lo contrario. Uno bostezaría sin una mínima experimentación y deseo de progreso. Lo mismo que como lector disfruto de un cuento de Ángel Zapata o de Muñoz Rengel pero también de una potente estampa cotidiana y "como la vida misma" de Pepe Cervera o de Manuel Longares. Porque aquí se ha comentado la grandeza de "La vida ausente", pero podríamos también subrayar, siendo igual de justos, la potencia brutal del reciente "Premonición" de Pepe Cervera. En fin, que por mi parte la sangre, el petroleo o la cerveza no lleguen al río. Y en cualquier caso yo ya no estaré para echar más latas de gasolina y ni siquiera para "dar la lata". Con respeto de nuevo por todos vosotros. Ernesto.
Eso te pasa, Raúl, por tener teléfono móvil. Los auténticos modernos no usamos móvil...
No son de extrañar estas críticas airadas que surgen contra este manifiesto publicado hace cinco años. Estos 22 dogmas conforman un misil de largo alcance que dirige su carga explosiva contra la realidad pútrida, nauseabunda, que nos tratan de imponer. De bromas nada.
A los molestos con las prohibiciones que establecen estos dogmas en torno al cuento, una sugerencia: lean los relatos de Ángel, de Víctor, de Julio, de Inés, lean a Matías y a otros tantos epígonos. Dense cuenta (si aún no han sido descabezados) de qué se está hablando aquí, y de quién y qué impone aquí su (burda) ley en realidad. Luego, si aún les sigue apeteciendo, abran su novela realista de 700 páginas, con panaderos llamados Chema, guarderías, urbanizaciones de la sierra, ejecutivos rampantes que juegan al mus tras un pacharán o van de compras o al médico con su ex mujer, y olvídense de todo mientras les dure.
Me perece muy interesante el debate que está teniendo lugar en tu blog, Fernando, y de hecho creo que hacía falta algo así para revitalizar no sólo la Literatura en general, sino el relato en particular. Dicho esto, no creo que nada de lo que se diga aquí sea nada nuevo. Hace unos cuatro años pude ver delante de mí "La fuente", de Marcel Duchamp, y me emocioné, y era un mero urinanio, pero ese urinario revolucionó el arte y dio origen a las Vanguardias. El propio Duchamp confesaría al final de su vida que toda su obra era una broma devastadora hacia el arte moderno, y así me tomo el decálogo en cuestión. Este decálogo sirvió como punto de partida en su momento porque iba en contra de la "oficialidad", igual que el urinario de Duchamp. Lo malo es que luego se repitió tanto la "broma" de las Vanguardias que cien años después han dejado de tener sentido y forman parte de la "oficialidad" contra la que iba en un principio. Es decir, si este decálogo ya forma parte de lo oficial, ya no es válido. Y menos si se toma a sí mismo demasiado en serio (veo susceptibilidades incluso el el terreno personal, y no lo entiendo). ¿Cuántos años tienen estos dogmas? Seguramente siguen siendo válidos como puñetazo en la mesa, pero el mundo evoluciona. Es más, yo no escribo realismo, sino relato fantástico. Pero como bien dices, decir que el realismo como estilo es el payaso de la torta, bueno, eso ya quedó atrás. Lo que hace Jon Bilbao creo que es realismo, no soy un teórico, pero, ¿es malo? A mí me encanta. Por otro lado, como broma canalla puedo entender que se califique a unas normas como dogma, pero si me lo en serio, como me dicen, entonces reniego de los dogmas, porque eso depende de la infablidad del Papa, y no creo que haya Papas en el mundo de la creatividad, y si alguien se erige como Papa me descojono (con perdón). Por otra parte se trata de hablar de un escrito, no si de las personas que lo han escrito tienen solvencia o no, que tienen más que cualquiera de los feligreses que escribimos aquí, que apenas hemos llegado a monaguillos. Por lo tanto, bienvenida sea la experimentación, el realismo, el surrealismo, o el estilo que sea siempre que no se "acazurre" alos que siguen una tendencia, cosa, que por otra parte, forma parte de la Historia del Arte en general (lo de excluir o dogmatizar). Dicho esto, que siga la experimentación, por supuesto, yo es a lo que me dedico fundamentalmente. E insisto en que el decálogo a mí me sirvió mucho en su momento, pero como decía un profesor de fotografía, las reglas están para conocerlas, y una vez que las conoces, están para saltárselas. Saludos.
Estoy con Calabuig punto por punto. Hay escritores que escriben sobre la solanera de Ronda y consiguen emocionarnos y mostrarnos o revelarnos esa parte poética o inefable de lo humano que a veces, solo a veces, se consigue decir con palabras, y escritores que aunque sigan los 22 dogmas nos dejarán más frío que la historia de un adolescente de Lavapiés con aspiraciones literarias. Hay escritores con algo que decir, y saben o llegan a saber decirlo, y otros, la mayoría, sin nada que decir. Y los hay en todos los grupos, generaciones, tertulias, talleres, etc.
En cuanto a los dogmas... Lo malo de querer cambiar la corriente es que luego lo heterodoxo se vuelve ortodoxo y saldrá el sarampión correspondiente (me temo que ya esté saliendo), como salió el sarampión "Carver", de "cuentistas" que pueden llegar a hartarnos de esa poética.
Una pregunta, sin importancia: ¿por qué estas "disidencias", que antes eran propias de veinteañeros ahora la protagonizan cuarentones? Es mera curiosidad, una pregunta en voz alta, sin más.
Un saludo.
Tenía pensado hacer un comentario más largo, pero como aún lo estoy meditando, prefiero el calentamiento:
"Hay escritores que escriben sobre la solanera de Ronda y consiguen emocionarnos y mostrarnos o revelarnos esa parte poética o inefable de lo humano que a veces...".
No, me temo que no. Escribir sobre la inefable de la solanera de ronda, con la que está cayendo en el mundo, es un acto de irresponsabilidad. Me temo que ahí también está la diferencia: la gente que con cuarenta años escribe cuentos disidentes, y la gente que con cuarenta años escribe sobre lo rica que le sale la paella en su finca con chopos.
Es un detalle, sin más.
Yo creo también que persiste en el relato español, a veces incluso bajo un halo de modernidad, cierta clase de realismo infecto que yo denomino neocostumbrismo (a partir de ahora neocostumbrismo de la solanera de Ronda) y que, para mi gusto, carece de nervio y substancia y ni divierte ni entretiene ni inquieta ni encabrona. Se trata de ficciones, generalmente de parejas, en las que comen y se nos da cuenta exacta de qué, follan (generalmente mal, de eso al menos suelen quejarse ellas), van al cine, se obsequian albornoces por sus cumpleaños, se envían e-mails, escuchan el i-pod, salen de copas y, por la mañana, sacan juntos a pasear el perro. Es un realismo que reduce la realidad a lo anecdótico, a una suma de acciones anodinas, a una especie de Gran Hermano (me refiero al espacio televisivo) narrativo, una realidad prefabricada, un peplum cotidianista de cartón piedra que ni siquiera conserva el encanto naíf y chapucero de su homólogo cinematográfico. Eso, no habría ni que explicarlo, nada tiene que ver, por ejemplo, con la escritura de Jon Bilbao, cuyos relatos exploran la naturaleza humana y acogen ballenas varadas en playas, ratas con un lazo en el cuello en oficinas o extraños sucesos que dejan a la gente sin luz ni agua corriente. Particularmente, ese “realismo”, del que el lector nunca sale indemne, fronterizo a veces con lo fantástico y otras apegado a las pasiones mas irracionales del ser humano, me resulta muy gozoso como lector y muy envidiable como escritor, Manu.
Si el manifiesto era impactante, lo es mucho más esta torrencial traducción de Zapata. Y el tono incendiario es de agradecer en estos tiempos del todo vale... Yo no soy quién para decir gran cosa, excepto gracias, porque de aquí se sale sacudido y reflexivo.
Susana Camps
Estimado y respetado Ángel Zapata.
Me ha gustado mucho tu carta. Creo que es mucho más interesante que el manifiesto. Con todo, creo que el problema de ambos es que nos obligan a tomar partido (o estás con nosotros o perteneces a otra cosa y estás, acaso, en otro lado; y ten cuidado porque el nuestro mola). En ese sentido, no te extrañen las reacciones. Están prescritas en el manifiesto. Desde mi punto de vista, eso es lo menos interesante cuando las cosas se plantean así: al final, lo que prima, aunque disimuladamente, es la querencia del grupo de legitimarse y legitimar lo propio por encima del resto de las cosas. Viene a ser como dibujar la diana allí alrededor de donde están los cuentos de uno, para que estos se encuentren en el centro. Entiendo todo lo malo de cierto realismo en el cuento español, que tan acertadamente explicas (mucho mejor en tu carta), y me parece que, si es todo eso lo que te hace tomar determinada opción en tu escritura, y tus cuentos están bien fuera de esa “corriente” realista, pues fantástico, felicidades, chapó. Pero, ¿de verdad se puede atribuir todo lo negativo del realismo-sin-talento que nos describes (el de los telefilms que ganan premios de novela), también, al realismo de autores de hoy como Coetzee o Naipaul? Bien podrías haber optado por ese realismo-con-talento, obviando el otro. Y hubiese sido una opción igualmente acertada que la que has tomado.
Respetando todas las opciones de escritura.
Un saludo.
Nicolás Melini
Gracias, Fernando, por dar visibilidad y avivar la llama de unos dogmas que, por la controversia que suscitan, aún parece que siguen vigentes. Me has rejuvenecido cinco años.
Me gustaría contribuir a este debate bajando al detalle de alguno de los 22 dogmas, que aún hoy (y espero que por muchos años) me cuestionan y me ponen en riesgo cada vez que emprendo la tarea de escribir (no hasta el punto de bloquearme como le ocurre a nuestro querido Hipólito G. Navarro, pero casi)
13. “Prohibida la “inocencia” (moral, política, histórica, estética, etc.)”.
Llama poderosamente la atención como, muchos de los textos publicados hoy en día, dan la espalda al mundo en que viven. Da miedo la desfachatez con la que los autores de esos textos esquivan (porque saber, saben), no ya las corrientes de pensamiento, estéticas e históricas del siglo pasado (esas, igual no las saben), sino las más evidentes condiciones de existencia de la sociedad a la que estos textos se dirigen.
Creo que esta inocencia voluntariamente asumida, esta ignorancia rentable, invalida por entero sus discursos. Pero también, y más importante, le quita a esos textos toda la legitimidad para dirigirse a sus lectores. Como dice Constantino Bértolo en La cena de los notables: “El rapsoda habla en nombre de una comunidad que a través de sus palabras se narra a sí misma. […] El rapsoda no crea –en el sentido moderno del término- sino que «recoge» y hace verbo las palabras, las historias, los deseos, sueños y miedos de todos los miembros de la comunidad. […] Comunidad sería el conjunto de los que escuchan, teniendo en cuenta que escuchar comporta la capacidad para legitimar al rapsoda. Dicho en otras palabras: el conjunto social que tiene el monopolio de la violencia, y por ello mismo puede legitimar «la violencia» que el acto literario comporta”.
Un abrazo fuerte a toda la tripulación de esta Nave de los locos.
Hola a todos:
Lo de que los autores de los dogmas seamos "oficialistas" o estemos a punto de serlo, francamente, me parece género fantástico puro.
Sobre la posibilidad de escribir realismo: que alguien me diga qué es la realidad, quién la estructura y la ordena, y con qué fines. Barthes dijo que el realismo es lo menos realista que hay. El problema no es que se escriba prosa realista sino que se acepte que HAY UN ÚNICO MODO DE REALIDAD.
Sobre la posibilidad de esa "heterodoxia" que se convierte en "ortodoxia", recuerdo que históricamente esas "conversiones" no son un proceso natural e inocente, sino buscado, pagado, cobrado, etc.
Ejemplo: la última exposición surrealista de la sala Mapfre en Madrid,prohibía la entrada a los niños a cierta sala porque se exponían fotos eróticas de Man Ray, creo, y terminaba el recorrido con una apología de los surrealistas "traidores" ¿casualidad? en absoluto
No se trata se suceptibilidades personales, se trata (en mi caso al menos) de una RADICAL DEFENSA DE LA VALEROSA REBELDÍA QUE MOSTRARON LAS VANGUARDIAS.
Ernesto: tan amigos como siempre (un beso, y grande además),
De acuerdo totalmente con EC y con M.
De acuerdo con Juan Carlos: si abro un libro y encuentro una solanera de Ronda, seguro que no leo más. (en todo caso, para solaneras, mejor vivirlas, yo que soy friolera)
Manuespada: los que se toman en serio a sí mismos son los feligreses de la religión del dinero: los que creen que si venden mucho son mejores autores, no los que RINDEN HOMENAJE A LAS VANGUARDIAS DE LA ÚNICA FORMA QUE SE PUEDE HACER: SIGUIÉNDOLAS
Inés Mendoza
PD: Perdón por lo largo del comentario, no lo hago más
Hola otra vez:
Amigo Nicolás: no se trata de legitimar lo propio (que el manifiesto es de hace 5 años), se trata (repito) de legitimar LA REBELDÍA DE LAS VANGUARDIAS con todo lo que ello implica.
Como dice Belén Gopegui en "Un pistoletazo en medio de un concierto", es ingenuo creer que es posible no tomar partido.
Si uno escribe pretendiendo no tomar partido, entonces está mintiendo, en mi humilde opinión.
besos a todos,
Inés Mendoza
Inés Mendoza
Fernando, o corres a por los extintores, o la nave arderá desde proa a popa y, mucho me temo, habrá naufragio de locos. Fuego literario cruzado. Abrazos a todos.
Quizá lo que haya que debatir no es realismo sí, realismo no, sino el mismo concepto de vanguardia. ¿Hacia dónde van esas vanguardias? ¿Hay un movimiento de vanguardia hoy en día? Lo cierto es que las vanguardias tienen 100 años, con lo que hoy en día ser vanguardista no es precisamente ser muy rebelde, sólo hace falta pasarse por ARCO cada año, todo es igual, se tiende a la uniformidad. En su día soprendía ver un urinario en una exposición, o una lata de sopa en un cuadro, pero hoy en día ya no nos sorprende ver una vaca en una exposición, eso ya no llama la atención a nadie, aunque de ver en cuando salga un Nocilla y nos lo vendan como el descubrimiento del siglo, como si la literatura fragmentada o de imágenes no se hubiera hecho antes. Sólo abro una nueva línea de debate, no estoy diciendo que las vanguardias hayan muerto, sólo que habrá que explorar nuevos territorios. Para ilustrar el tema os dejo otro manifiesto, el dadaísta, del año 1924:
Coja un periódico
Coja unas tijeras
Escoja en el periódico un artículo de la longitud que cuenta darle a su poema
Recorte el artículo
Recorte en seguida con cuidado cada una de las palabras que forman el articulo y métalas en una bolsa
Agítela suavemente
Ahora saque cada recorte uno tras otro
Copie concienzudamente
en el orden en que hayan salido de la bolsa
El poema se parecerá a usted
Y es usted un escritor infinitamente original y de una sensibilidad hechizante, aunque incomprendido del vulgo.
¡Arde la nave de los locos!, buen título para una entrada, Antonio. ¡Y que no decaiga!
Vaya, qué pronto han amagado con faltarme…
Me pueden creer o no creer, Inés, Ángel…
Contra los maniqueísmos yo ya me vacuné, hace mucho tiempo.
Si yo fuera político enarbolaría la bandera “supuestamente” contraria, me pegaría un discurso en favor del realismo y bien que nos vendría a todos.
¿Escribir pretendiendo no tomar partido? Eso qué es.
A mí ese realismo que no me gusta me sirvió para saber que tenía que intentar ir mucho más allá. Parece que a ustedes para irse a otro lado. Nada que objetar.
Si tengo alguna objeción es contra el maniqueísmo y las banderías como estrategia. Ya me dice alguno de ustedes que no es así, y yo soy una persona confiada (básicamente porque desconfiar es de mala educación…)
Así que un cordial saludo
Nicolás Melini
Faltas dos días en esta nave y la que se arma. Ahí va mi opinión:
Lo último no es siempre lo más nuevo. Creo que no hace falta explicarlo. ¿Que por qué estas proclamas literarias las hacen gente de cuarenta años? Porque no las hacen los de veinte. ¿Que si los 22 dogmas son castrantes creativamente hablando? Es posible que sí, a Poli me remito (ánimo con esa hernia). ¿Que si según estos dogmas se puede escribir sobre castañas, es decir, sobre un ente real, verosímil sin necesidad de coherencia interna, pueril a más no poder, sorprendente dentro de su zurrón, agente homicida de aquel paseante que buscaba una sombra, inocente, melancólico, alimento de vagabundos, castizo, susceptible de ser vendido y fácil de contar? Supongo que lo que está prohibido es escribir castañas. Perdón por mis pretensiones de ingenio.
Entre la desmesurada extensión de la entrada, y la de muchos de los comentarios que ha suscitado, se hace prácticamente imposible detenerse en la particularidad y replicar con tino y sin miedo al extravío, con lo que a lo sumo, uno tiene que hacerse una idea del conjunto de lo dicho, casi leyéndolo en transversal; so pena de dedicarle a tu blog, querido Fernando, más tiempo del que se dispone. Asi que, para empezar, suscribo la queja del compañero que atiza desde "Hiperbreves, S.A.".
En segundo lugar, os juro que no entiendo el resentimiento,sino mala leche, que destila el último párrafo de la carta de Ángel ((que la concurrencia y el aludido le permítan el tuteo a este monaguillo), donde creo que "maltrata" a los "escaldados" del manifiesto, suponiéndoles además hacedores de una literatura que todos detestamos. Desde mi punto de vista, eso es inaceptable en cualquier debate. Perdón.
Alguien lo ha dicho antes que yo. Si lo que se ataca es el realismo como punto de partida, crisol o tapiz del relato, yo me bajo de la nave por no engordar el absurdo. Si por contra lo que se pretende es la lucha contra los lugares comunes, el conformismo y el convencionalismo, los caminos trillados (Hombredebarro, dixit) o incluso del "neocostumbrismo" que acuña el genial Márquez, sigamos debatiendo. Prometo entonces releer el manifiesto, esta vez con otros ojos.
Me manifesté en mi anterior intervención apelando a una aproximación emocional a lo que leemos. Lo reitero. Creo que es la única manera de conseguir el anhelo que pretendo encontrar en cada cosa que leo. Llámenme simple, pero yo lo único que busco es la emoción, y eso lo he conseguido con tus relatos, Ángel Zapata, con, por ejemplo, los de otro Ángel (a Olgoso, me refiero), o, por citar a otro delos presentees, con los relatos del amigo Manu Espada. Pero también lo he conseguido, como no, con esos pespuntes de realidad que destilan los cuentos del difunto Aldecoa, por citar un ejemplo que me parece matriz (aunque mira que me he tenido que marchar lejos para buscarlo) y en las antipodas de lo que me regalan otros escritores "manifestantes".
Un abrazo.
Sólo quería darle las gracias a Ángel Zapata por su carta aclaratoria, carta que suscribo palabra por palabra. Espléndida.
Buen lío montado, Fernando.
Disculpad por lo extenso de mi comentario último. Caigo en el mismo error que critico. Lo siento de verdad.
Pues sí, no se puede faltar aquí por mucho tiempo, la verdad, que se pierde uno demasiadas salsas. Las entradas de estos días dan para mucho, y para mucho más los libros, estilos, escuelas, géneros, aproximaciones o lejanías propuestas por unos y otros.
El caso es que de acuerdo o no con manifiestos y contramanifiestos, realismos o ultraísmos o superísmos, se consigue de nuevo mover el caleidoscopio de las filias y las fobias dormidas, y eso nunca puede ser mala cosa si se alzan posiciones civilizadas.
Yo creo que en el fondo, todos hemos disfrutado la calidad de las obras de autores dispares y estupendos como Ángel Zapata, García Antón, Muñoz Rengel, M.A.Muñoz, Bilbao, Calabuig, Márquez, Esquivias, Monzó, Olgoso... Y lo hemos podido hacer cambiando en cada momento la dirección de nuestros pulsos, no porque se hable de la solanera de Ronda (oigan, les juro que en ocasiones es más soportable que un día bajo el lorenzo agosteño de la mismita Rascafría, ¿eh?) o de un paseante nocturno de los anillos saturninos, sino porque todos ellos son autores comprometidos con la indudable calidad de su escritura, sin compromisos contractuales que los obliguen a escribir según calendarios o modas o más premios que los que se dan, así como el que ni lo busca ni lo desdeña, a una obra ya elaborada, pespunteada con el albedrío libérrimo de su autor.
Por eso creo (o quiero creer) que hablamos de todo esto, porque sabemos los que nos importan, y de los enfoques de sus obras y de sus puntos de vista creativos se puede (y se debe, qué coño) discutir, a veces hasta acaloradamente. De los que no nos importa nada, que hable su agente o su cola de firmantes o sus números tras cada feria del libro. Quizá el manifiesto (cualquier proclama libre), realmente, lo que pretende es lanzar una diatriba contra lo adocenado y servil en literatura más que levantar ampollas sobre qué se debe y qué no se debe escribir. En ese sentido, todas las intervenciones a uno y otro lado del espejo han merecido la pena, han pesado y han movido el estanque una vez más, para que se note que hay agua, que la belleza del cuento sigue siendo convulsa y convulsiva, en Ronda, Alpha Centauri o el bar del vermú de los viernes. En el mundo de la novela no menudean estos debates, claro, porque todo el pescado está vendido en los mismos zocos, llenos de sombra y de viento.
Abrazos a unos y otros, porque nos unen (a la vista está) más cosas de las que nos separan, como en esas familias intensas en las que una colleja a tiempo levanta tanta ira primero como catarsis colectiva y saneamiento de vísceras cordiales después.
Amigo Manuespada: cuando hablaba de vanguardias, no me refería a ARCO (que no lo es en mi opinión) me refería a movimientos cuya estructura tiene que ver siempre con una postura en contra de la opinión común (con una postura que podríamos llamar política), romántica muchas veces (no en un sentido histórico sino en un sentido de reencantamiento del mundo)pero me parece que en general creo que estamos de acuerdo.
Raúl: no hay debate posible sin la condición de igualdad: si Ángel "maltrata" a los "escaldados" imagínate lo "maltratados" que podríamos sentirnos los autores del manifiesto. Un debate puede ser edulcorado, pero me niego a que TENGA que serlo.
Amigo Nicolás: cordial saludo también. No creo que haya nada malo en las banderías, pues ya te digo que no creo posible la imparcialidad, objetividad, etc. (me refiero a lo que he dicho a propósito de un texto de Gopegui)
obviamente, suscribo lo dicho por Victor. No se podría decir mejor.
Fernando, no te he saludado, me gusta también este ardor que te debemos a tí principalmente.
Saludos a todos
Inés Mendoza
Me encantaría decir que he tenido un dejá vu, pero en el 2005 estos 22 dogmas pasaron casi desapercibidos, así que gracias, Fernando, por el espacio que das a este debate y por tus ganas de comprender.
Los «22 dogmas en torno al cuento breve» invitan a rasgarse las vestiduras. ¿Atacan nuestra posición como escritores, como lectores, como vivientes? «El problema no es que se escriba prosa realista sino que se acepte que HAY UN ÚNICO MODO DE REALIDAD», ha dicho Inés. ¿Y qué hay el pensamiento simbólico? Todo está inventado, cierto, pero, ¿y la manera en que vemos el mundo, o mejor, la manera en que nos gustaría verlo? Eso es lo que no está escrito, como ha dicho Rosana Alonso en una entrada anterior; el «acercamiento visceral» que comenta Raúl puede ser un modo de alejarnos de la receta neocostumbrista y de cualquier receta que se precie. Reivindico nuestra propia mirada, aun consciente del esfuerzo que exige re-apropiarnos de ella. Si escribimos, vamos a querer que nos lean, ¿por qué no? Ahora bien, ¿cómo nos posicionamos ante ese algo más que la búsqueda nos ofrece? ¿Elegimos las recetas o preferimos la propia mirada? O como escuché una vez decir a Ángel Zapata (más o menos), ¿escribir para que el otro me escuche o escribir por si el otro me quiere escuchar? A mí me encanta lo que dice Hipólito G. Navarro en la última antología de Menos Cuarto: «Cuando un cuento se presenta en mi cabeza, con su principio y su final, ése no lo escribo nunca. No puedo. Me aburre mortalmente ese ejercicio. Sólo puedo escribir los cuentos que no sé qué tienen dentro, los que no imagino cómo pueden terminar.» Gracias, Hipólito. No me extraña que no escribas, pero tampoco me extrañaría que nos sorprendieras (y te sorprendieras). También me gusta cuando García Antón dice: «Un relato tiene mucho de acontecimiento, de suceso ligado al tiempo y a la experiencia, algo así como perderse en un bosque por el que paseamos a menudo o sentir, de repente, la complicidad de un extraño». Para perderse como afirma García Antón, para improvisar, como afirma Navarro, no hace falta recetas. Uno se pierde. Y punto. Se rasgue las vestiduras o no.
Un saludo para todos,
Marisa Mañana
Hola, me llamo Saljo Bellver y soy alumno del Taller Tutorial de relato de Juan Carlos Márquez, en la Escuela de Escritores.
He leído este artículo a raíz de un comentario de Juan Carlos en Faceebook sobre él. Bueno, simplemente quería comentar que he leído recientemente un libro llamado “Los mecanismos de la ficción – cómo se construye una novela” de Jame Wood. En la página 160 se cita un ensayo escrito por Cyril Connoly en 1935 que curiosamente postulaba algo muy parecido a lo que se menciona en los “22 dogmas…”, aunque de manera más graciosamente detallista, por ejemplo y cito textualmente: “Muchas situaciones deberían estar prohibidas, todo lo que respecta a conseguir o perder empleos, propuestas de matrimonio, recepción de cartas de amor por cualquier a de los dos sexos […] todas las alusiones a enfermedad o suicidio (excepto la locura) […] Nombres prohibidos: Hug, Peter, Sebastián… […* Caras prohibidas: todos los jóvenes con el cabello rizado o los ojos bonitos… “ En ese mismo libro se cita a Barthes. “Nos movemos simplemente entre distintos géneros de composición de la ficción, que están en competencia, de los cuales precisamente el realismo es el más confuso. […] El realismo no se refiere a la realidad; el realismo no es realista. El realismo es un sistema de códigos convencionales, una gramática tan ubicua que no notamos la forma en que estructura la narrativa burguesa” Un saludo, Saljo
Iba a copiarlo, pero es muy largo. Lean, mis queridos todos, "Lucas, sus discusiones partidarias", en la tercera parte de "Un tal lucas", de don Julio. Ahí hay unas cuantas ideas que vienen al pelo de esta dicusión partidaria nuestra de estos días, pero publicadas en el año 1979 por un joven escritor argentino de 65 años radicado en París desde 1951, a comienzos de aquella década en la que Raymond Queneau cometió algún que otro ejercicio de estilo.
Gracias por los piropos y los ánimos, Víctor, Marisa, Isabel; es una alegría encontraros a todos aquí, sin tener que mover apenas esta bisagra retorcida mía.
Chau.
Poli.
Hola a todos:
Gracias Fernando por haber dado pábulo a los 22 dogmas en tu blog.
Para algunos, con poco sentido de la "realidad", aquellos que fuimos miembros de la llave de los campos tendríamos que haber ardido en un infierno de libros en el escaparate de unos grandes almacenes (seguro que salen voluntarios); libros estos, o mas bien autores que, en su pretendida madurez literaria no se cuestionan en ningún momento que otra narrativa es posible, alejada, si se me permite, de esa barbarie social e infantil que nos rodea. Autores de libros con una expresión artística demasiado pobre y dócil hasta la nausea y que se mueve de maravilla en esta sociedad del espectáculo, donde lo intenso o lo diferente, para algunos, sólo produce zanjas en las calles en vez de brechas en nuestro inconsciente; un inconsciente manido y televisivo que no produce más que congoja a quien esto escribe.
No quiero entrar en un debate sobre dogmas, vanguardias o manifiestos, o de todo lo que se ha dicho en este blog; cada uno de nosotros sabemos, sin edulcorarlo con bonitas palabras, por donde se mueve la literatura (o el cuento que es lo que más me toca), y donde pretendemos situarnos si la flauta suena. Porque cuando suena, a muy pocos conozco que no vayan detrás de la melodía.
Así que os recomiendo, humildemente claro, que os toméis los dogmas como un acto que nos haga enrojecer a todos un poco, aunque solo sea de vez en cuando.
Julio Jurado
A mí me gusta mucho más el tono y el contenido del último comentario de Ángel Zapata que el tono y el contenido del último párrafo de la carta de Ángel Zapata. Y lo celebro. Efectivamente, nos une mucho más, posiblemente lo más importante. Seguramente nos aburre más o menos lo mismo (de ese realismo de redacción, plano, telefilmero), y nos produce placer lo mismo: una literatura inteligente, escrita con honestidad (una vez proscrito el autoengaño), con un buen uso del idioma, lúcida, emocionante, que sorprenda, que seduzca –independientemente de que sea realista u otra cosa.
Tampoco seré yo quien venga aquí a cuestionar la calidad de los cuentos de Ángel Zapata. Creo que es algo que debe quedar al margen de las ideas, los postulados, los dogmas, esgrimidos en el manifiesto. Eso de si me gustan los cuentos de Ángel Zapata entonces el manifiesto debe de estar bien, qué es. ¿Seguidismo?, ¿falta de rigor crítico?, ¿complacencia? La misma dinámica que se denuncia. O sea, que si el libro lo publica esa editorial, lo anuncian en el suplemento, ha ganado tal o cual premio y es realista de telefilm, es que ese realismo de telefilm está bien. No quisiera resultar antipático, pero es que a veces nos pasamos de amables.
Yo creo que es compatible respetar la obra de Ángel Zapata y observar que en este manifiesto y en esta carta ha echado un borrón. Lo del manifiesto todavía se lo puede tomar uno con cierto humor (aunque yo esté también un poquito cansado de los humoristas que se equivocaron de profesión y se metieron a escritores, que en España hay tantos como realistas sin talento); se lo toma uno con humor porque, qué otra actitud adoptar, mentes creadoras y tendentes a la libertad, ante unas ideas que se presentan como dogmas. Pero luego viene la carta, y resulta que detrás de esos dogmas hay dogmatismo del de verdad. Cosa fea. Qué decepción.
Claro, yo es que habré escrito unos 10 libros y no estoy para que me digan cómo tengo que escribir, y si encima todo ello se reduce a algo tan simple como “realismo caca” y hay quien se lo cree y se atreve a subirse al púlpito con el panfleto… Maldita la gracia.
Se atreve uno a decir algo y le disparan con una cita de Belén Gopegui sobre la inocencia del que pretende no mojarse. Se supone que debo “comprometerme” con lo que dice el manifiesto o, al contrario, me encuentro irremisiblemente del lado de lo que denuncia. Maniqueísmo del de toda la vida. Pero es que yo me comprometo con lo que me da la gana. Y si no me comprometo con los postulados del mercado (agentes, editores, suplementos…), ¿me voy a comprometer con los de Ángel Zapata? Pues lo llevan claro... Y es que ya llaman compromiso a cualquier cosa. Habría que ver si la cita de Belén Gopegui está bien traída en contra de determinado realismo (o a favor de los postulados dogmáticos del manifiesto). Si no es así, tal vez podríamos añadir un dogma contra los culturetas e intelectuales que utilizan su conocimiento para convertirnos en seres más idiotas. Por lo demás, ayer se suicida un hombre después de ser desahuciado con su familia, pero, como somos tan comprometidos, nos adherimos a un manifiesto contra el realismo, posiblemente uno de los mejores lugares, en literatura, desde el que abordar una realidad como esa; siendo que, también es cierto y hay que reconocerlo, lo maravilloso de la literatura es que cualquier realidad puede ser abordada con éxito desde infinidad de lugares, más o menos realistas o realistas en absoluto.
¿Acaso debamos recordar que la literatura es un arte de representación del mundo?: en este sentido, da igual lo vanguardistas o realistas que nos propongamos ser; al final, la referencia, la base, lo esencial (por mucho que nos alejemos de la realidad en lo que escribamos) sigue siendo la realidad. Y no pasa nada.
Dicho lo cual, yo espero y deseo que el libro de Inés se encuentre desbordado por la vanguardia, que reboce compromiso, o, cuando menos, que no incurra en todo lo que denuncia el manifiesto. Sería el colmo. La verdad es que yo no he ido nunca a un taller literario. Rebelde que es uno. Pero va a resultar que me equivoqué, los rebeldes se encontraban todos en los talleres. Y abrazando dogmas. (No tengo nada en contra de que la gente se forme como quiera, dicho sea de paso)
Entiendo que hace cinco años, un manifiesto como este podría tener algún sentido, alguna utilidad. Entiendo que, transcurridos esos cinco años, estos escritores han conseguido llamar la atención sobre sus cuentos y han encontrado sitio en los principales sellos editoriales. El tema es, y ahora qué, ¿van a seguir con el mismo discurso versus las mismas cosas? Hace cinco años, tal vez, no había muestras en España de un realismo trascendido y que se desborda, portentoso, como el de Ricardo Menéndez Salmón en Gritar, Jon Bilbao en Bajo el influjo del cometa, etc. (por cierto, también soy fan de Eloy y su Parpadeos); entonces ahora, que sí hay evidentes muestras de ese otro realismo-con-talento, ¿va a seguir este grupo justificando las características de su literatura en base a una necesaria, apremiante, vanguardista y comprometida “huida” del realismo? ¿Acaso este manifiesto no es, básicamente, también, la confesión de una incapacidad? Esos dogmas no implican sólo una denuncia del realismo malo que dominaba entonces los principales premios y editoriales. También supone una confesión vergonzante: no somos capaces de afrontar una escritura realista que vaya más allá de ese realismo ramplón, no sabemos o no conseguimos abordar la realidad desde un realismo elocuente, emocionante, lúcido, buena literatura y mejor representación de la realidad que la realidad misma, no sabemos estar a la altura aquí hoy de los grandes Chéjov, Carver, Cheever…….. pero acaso sí seamos capaces de estar a la altura de otros grandes, así que miramos para ese otro lado.
No seré yo quien demonice la alternativa. No me dedico a los manifiestos.
Estimado Ángel, yo creo que si José María Merino ha dicho eso que comentas sobre el cuento español y el realismo, no es porque se equivoque, sino porque lo suyo es, simple y llanamente, la constatación de un hecho, fruto de una observación rigurosa; no interpreta el dato, lo expone, o al menos así lo entendí yo. Tal vez aquí sí te has “comprometido” demasiado con lo propio; comprometerse demasiado tiene, a veces, esos riesgos: acabamos distorsionando la realidad, creyendo que es como queremos que sea. Pero el dato riguroso que ofrece Merino, a mi entender, no desmerece en absoluto vuestra opción, ya que vuestra opción existe y, en el panorama global, es singular. Mejor así que hegemónica.
En fin. Un abrazo
NICOLÁS MELINI
Sin querer entrar en lo absurdo en lo que se ha convertido este debate (pues qué coño es eso de "realismo, sí, realismo no"; que parece mentira en qué perdemos el tiempo), si que me apetece decirle a Inés Mendoza, a quien no tengo el gusto de conocer ni de haber leído sus obras, que una cosa es que el debate no deba ser edulcorado, y otra muy distinta que se acepten insultos (pero cómo coño se le puede llamar "cazurro" a quien no piense como tú) por mucho apellido ilustre (¡¡ayyy los premios qué malos que son!!) que uno tenga en esto de los cuentos.
He reeleido todo lo que los "opositores" dijeron en la entrada del dogma y no he encontrado ningún insulto. No uno que no esté a la altura de los muchos que suelta Zapata en el último párrafo de su "peculiar" e ininteligible -por momentos- carta, sino NINGÚN insulto. Así que no sé por qué narices, Inés, puedes decir que los firmantes de ese manifiesto os habéis sentido "maltratados". En cualquier caso, yo diría que todo lo contrario, pues el titular de este blog (que he descubierto por el ruido que ha ocasionado en otros foros y que me parece de lo más interesante) le ha vuelto a dar vidilla a lo que quizá ya no lo merece.
Así que, por favor, que no se hable de "igualdad de armas" en el debate, porque aquí con lo único que nos hemos encontrado ha sido, únicamente, con un/os boxeadores que han pecado de mal encajadores.
Gracias por publicar este comentario.
Hombre, Sergi, aunque es un detalle de escasa importancia, respecto a lo que aquí tratamos, los libros de Páginas de Espuma, como los de Menoscuarto, me parecen que están en las librerías que tienen que estar. Por ejemplo, y para citar un caso lejano, en las dos mejores librerías de Bogotá. Aquí, el distribuidor, Plaza&Janés, ha hecho bien su trabajo. Saludos.
no es un chiste, Sergi, sino otro punto de vista.
sobre lo de la literatura como arte de representación del mundo, a mí tampoco me gusta que me retuerzan las palabras.
Santi: "Pero sí quiero, no obstante, señalar que buena parte de lo que nos proponíamos con el manifiesto (a saber: abrir una brecha dentro del consenso casi unánime en torno al realismo correoso y mugriento dentro del cuento español) es, a fecha de hoy, una tarea en vías de cumplirse". Ángel Zapata. A ver si al final va a resultar que he sido yo, que no tengo ningún problema ni con el realismo ni con el no realismo.
un saludo
Nicolás Melini
Veo, Sergi, que eres más chinche que yo, que ya es decir... Pero no hace falta que te recuerde que ningún libro de cuentos ha copado nunca las mesas de novedades. Tal y como están las cosas, y dada la compañía que tendrían, casi es mejor que sea así. Pero si estaría bien que estuvieran a disposición de los lectores en esas pocas buenas librerías que hay en todas las ciudades, como La Central o Laie, en Barcelona; Tres rosas amarillas, en Madrid, o Portadores de sueños, en Zaragoza, por sólo citar unas pocas. Y en estas sí están.
Y, por último, y esto no te lo digo a ti, Sergi, sino al mundo mundial que habla castelleno, si los escritores de cuentos leyeran los buenos libros del género con el mismo fervor que leen los poetas, la economía, por lo que respecta al género, estaría algo más saneadita. Y eso también es muy importante. Abrazos.
Nicolás, el humor, en sus variables, es la única forma de soportar la vida mientras aguardamos la muerte. La comedia, como la tragedia, forma parte de la vida y de la literatura desde siempre, y los humoristas son o pueden ser tan escritores como los dramáticos, los amargados o los catastrofistas. De todas la opiniones que he escuchado en este largo debate, esa sobre los humoristas que se meten a escritores me parece la más infundada y la menos graciosa. No veo por qué, de entrada, tiene que tener más mérito colocarle a un personaje un cáncer terminal o escudriñar el horror de una guerra que provocar una sonrisa.
La verdad es que, con Santi S., yo no sé si me hubiera tomado tan bien la carta de Ángel Zapata si hubiera sido Ricardo Menéndez Salmón, Hipólito G. Navarro, Ernesto Calabuig, Antonio Tello ... o cualquiera de los que libremente opinaron en el primer post.
La reacción de Ángel Zapata me ha parecido un poco agresiva, y su razonamiento en general, el de hace cinco años y el de ahora, un poco impositivo, un poco de "o estás con nosotros o contra nosotros o eres un inútil de las letras españolas". No me gustan esos planteamientos, lo reconozco, ni los que vienen del cuento ni los que vienen de la supuesta postmodernísima novela.
Tampoco me ha parecido normal que a renglón seguido convocara, como quien echa a los perros, a toda la cohorte de sus alumnos: Víctor García Antón, Inés Mendoza, Matías Candeira, Juan Carlos Márquez, Marisa Mañana, Sergi Bellver, Julio Jurado... Hasta donde yo sé todos ellos en su día empezaron como alumnos de taller de Zapata, aspirantes inéditos, escritores tardíos... No sé. Nadie ha opinado sobre esto. Pero me parece también un tema muy interesante del debate. ¿Qué es ser escritor? ¿Hasta qué punto se puede aprender a ser escritor? (se puede mejorar, indudablemente, ¿pero un treintañero o cuarentón que nunca ha escrito puede de repente decidir ser escritor después de asistir a un taller?) ¿Hasta qué punto el autor se puede o debe someter a las imposiciones estéticas de otro autor o maestro?
A veces, el escritor, todos lo sabemos, tras ver truncadas su expectativas de notoriedad, de éxito de ventas o de reconocimiento, puede acabar deformando su talento y su conducta para lograr cierto poder sucedáneo. Nadie está, por desgracia, a salvo de eso. Y menos los poetas, por cierto. Pero ¿es lícito fundar movimientos o grupos o generaciones, desarrollar manifiestos o estrategias de marketing, en torno a uno mismo y a su obra para obtener la relevancia por otros cauces?
Muchas gracias, Sergi. Tan sólo lanzaba las preguntas, me parece que dibujan otra parte interesante del debate.
Espero que a usted no le hayan parecido tan pesadas como dice, y que los demás también podamos debatir y opinar más allá de la senda que usted marque.
Por cierto, cada vez que interviene aprovecha para hablar de escritores prescindibles, de críticos adocenados, de lectores aborregados, de editores cuestionables... Vaya, que usted está por encima del bien y del mal y reparte para todo el mundo. La próxima vez que esgrima una enumeración para acusar, sin dar nombres ni argumentos, quizá debería de plantearse quién es y qué hace usted, a cuántas fiestas ha ido durante cuántos años, qué estrategias ha usado, y qué pensarán de usted todos los demás. No lo conozco personalmente, no he leído sus libros, pero si la mitad de lo que se opina sobre usted es cierto, preferiré que siga siendo así.
Un saludo y gracias por las respuestas. Algunas me han parecido interesantes.
Estaba siguiendo el caluroso debate con mucho interés, en silencio, porque soy de las que le gusta más "escuchar", hasta que lo ha copado Sergi Bellver. De un año a esta parte todos los hilos de todos los blogs acaban siendo invadidos por Sergi Bellver. Qué afán. Siempre lo mismo. Y ya aburre.
Lo siento. Es una opinión. Pero creo que bastante objetiva y probablemente compartida.
Creo que sería muy conveniente que nos centráramos en los aspectos estrictamente literarios del debate. Gracias a todos.
A la vista de este comentario: "No lo conozco personalmente [...] pero si la mitad de lo que se opina sobre usted es cierto, preferiré que siga siendo así" he decidido borrar mis intervenciones anteriores y no volver a comentar nunca en una bitácora, para no dar pábulo a esta clase de ataques personales malintencionados. Ya he sufrido bastantes anónimos y hasta un hacker. He tenido bastante, la verdad. A este tipo de mezquindad me refería cuando albergaba mis dudas iniciales, desencantado con el mundillo literario. Lamento mucho haberme equivocado al intervenir, pensando que el debate iría por buena senda.
Gracias y mis disculpas, Fernando.
Veo que al final el debate ha terminado por aterrizar asuntos personales. He estado el fin de semana fuera y no he visto los comentarios borrados de Sergi, por lo que a lo mejor estoy ya un poco fuera del momento, pero en relación con el anterior debate, el que para mi estupor se había centrado en el realismo sí/ realismo no, en primer lugar (permitidme la ironía) debo agradecer a los teóricos que nos iluminen en el camino correcto y no nos dejen volver a decir nunca más “paella” ni “solanera de Ronda” en un texto literario. Pero dicho esto, lo único que en realidad (que nadie se me ofenda por mentarla) me lleva a intervenir con este comentario es que he echado mucho de menos en algunos detractores del realismo algo que se ha reivindicado mucho en política y que también debería movernos a todos al compromiso: el respeto y la tolerancia mutua. El respeto al trabajo bien hecho, sea dentro del género que sea, y el respeto a la individualidad.
La emoción, el efecto de esa (ya celebérrima) brecha que la buena literatura ha de provocar, no es algo que se perciba de forma universal y automática, sino que (obvio es decirlo) pertenece de pleno a la esfera personal de cada lector/escritor. Cada cual es soberano de encontrar sus propias emociones en lugares diferentes. Nadie debería tener que pedir disculpas ante la emoción que le provoca descubrirse a sí mismo en la literatura, bien sea a través de la imagen de un árbol sin hojas o de la de unas purulencias que bailan danzas orientales. Si está bien hecho, todo es válido. Y a la inversa, si no está bien hecho no hay género, ni subgénero, ni subfamilia de género, que sea capaz de sostenerlo. Por eso me ha extrañado que no nos centráramos en lo que de verdad importa: que la literatura sea buena. La única división o clasificación que creo que debería interesarnos destacar. ¿Por qué no nos ocupamos en combatir la mediocridad y la ramplonería imperante, el conformismo o la falta de criterio, en vez de dedicamos a denostar las opciones ajenas?
Yo aprecio personalmente a algunos de los que se manifiestan contrarios al realismo y practican su escritura en consecuencia. Aunque cultiven un género que me resulta poco atractivo como lectora y mucho menos como escritora, no dejo de reconocer que son excelentes escritores por cuyo trabajo tengo un enorme respeto. A la inversa me gustaría comprobar que también funciona la misma ecuación.
En fin, esa es mi opinión, no puedo decir otra cosa.
Creo que es sano discrepar, siempre que se haga –apelo una vez más a la misma idea—
desde el respeto.
Saludos a todos.
Desde mi punto de vista Ángel Zapata hace bien siendo un poco provocador, puesto que solo así se enciende un debate. Es importante ser provocador, pues, aunque a veces nos pasemos un poco. De la provocación nace la reflexión y la toma de posición, y de esas tres cuestiones la más interesante es la segunda, la reflexión. No pasa nada porque alguien se caliente y diga alguna inconveniencia, o nos dé caña, yo creo que hay que tener un poco de aguante. A mí me han llamado “medio idiota” en una ocasión en un debate on-line, no respondí a eso, ni tanpoco he cortado la comunicación con el foro en que surgió ese calificativo, ni con el señor o señora que me calificó así, son los inconvenientes del directo... por otra parte ser medio idiota es mejor que ser idiota, y en ese sentido pensé que al menos el que o la que me había calificado de esa manera se lo había pensado un poco.
The Show must go on, ¿no?
Saludos a todos, Saljo
Benditos los tiempos en los que los escritores se peleaban por la estética y la ideología y, sobre todo, por la verdad, por su verdad. Ahora hay que poner la otra y mejilla y decir “vale, pero si haces realismo guay, no pasa nada”. Que alguien me traiga un ironicómetro, ¿de acuerdo? no sea que me vayan a salir los enanos del circo a ponerme la puntilla.
Adolfo: si a ti la carta te parece agresiva, a mí tu comentario me parece, como poco, ignorante hasta un grado que me produce risa
("Tan sólo lanzaba las preguntas, me parece que dibujan otra parte interesante del debate."
Recuerda: prohibida la falsa inocencia, decían los dogmas.
No creo que necesite recordarte que la relación histórica (filosófica, política, poética) entre discípulos y maestros, entre conocimiento y legado, se remonta a los socráticos. La cantidad de años que lleva implantada la disciplina de la escritura creativa en el sistema de universidades Norteamericano no te la enumero no sea que te pongas colorado. Tampoco los escritores de primer nivel que han pasado por uno y lo han impartido después (Lorrie Moore, Dave Eggers, David Foster Wallace, Richard Ford, Raymond Carver), a ver si te van a entrar gases. Eso no lo has mencionado, bien porque tienes poca idea del tema, bien porque es más interesante reducir la cuestión hasta el ruido blanco de la televisión para desacreditar una opción estética o elaborar peregrinas teorías sobre lo malograntes que son los talleres para con los aspirantes a escritor. Un escritor es escritor antes de pasar por un taller, y cuando sale. Uno que va todas las semanas a leer un cuento y a tomarse una caña con los compañeros, es también eso mismo.
Manda pinochos: ahora resulta que yo escribo no-realismo porque he pasado por un taller y allí Ángel, ese demonio negro africano, me enseñó que era malo y hacía pupa. Argumenta mejor, léete mis libros, mis cuentos en antologías, mis artículos sobre cuento, mis poéticas, mis reseñas. Así sabrás cuál es la escritura que defiendo (no los talleres a los que he ido) Y por favor, en cualquier caso, no menciones mi nombre si es para decir tonterías. Sube el pan, cae la bolsa de Wall street y los perros se ponen a aullar de vergüenza.
Creo que la carta de Ángel es una medida de higiene estética de primer nivel, ofende a quien puede ofender, de una manera más que divertida: hasta esa gente indignada hasta la náusea ha confrontado su propia escritura y ha buceado en busca de cuentos sobre la solanera de ronda o el pimiento de la paella. La carta era necesaria, cabal, además de una llamada de atención para que cuestionemos nuestra posición como narradores. Si tú quieres mirar para otro lado, allá tú, pero es un hecho que cierta clase de realismo ramplón y yo qué sé cuántas más variantes estéticas del basural están plenamente implantadas en la literatura que se practica o se perpetra estos días. Y en este sentido, el cuento español no es ajeno a esa infección (ni nosotros estamos curados de no enfermar y hacer cuentos espantosos). A esos abundantes cuentos de mujeres maltratadas, putas de buen corazón y gente que empieza sus narraciones con alguien que apaga un despertador, hay que sumar la abrumadora hegemonía de “lo doméstico”; los cuentos de parejas que no follan, los hijos muertos, las amas de casa que suenan con comprarse un Pony e infinitas y correosas variantes de una vía muerta de escritura, que consiste en radiografiar, en usar códigos gastados y en importar modelos que no cuestionan, sino legitiman lo que hay. Contra esta infinita gradación de pornografía emocional lucha la carta (y los dogmas). No impelen a ser cumplidos, sino a ser leídos como acto violento, insurgente, que nos cuestiona y nos provoca preguntas.
¿Quiere todo esto decir que a algunos no nos gusta el realismo (si es que existe), que incluso odiamos el realismo y queremos combatirlo con piedras?
Yo creo en el realismo de Chirbes o en el de Primo levi o en el de Gopegui, no en el del Niño del pijama de rayas.
Y yo te pregunto, M:
¿Es espantoso –ya de entrada- un cuento que hable de mujeres maltratadas, putas de buen corazón y parejas que follan poco? ¿lo descalificamos –de inicio- porque hable (¡¡por dios!!) de un hijo muerto?. ¿No nos esperamos a ver si nos emociona SU FORMA de contarnos; si descubrimos en él segundas lecturas; si sus elipsis (por ejemplo) nos trasladan...?
Respóndeme, anda. Hazlo, y evítame el sufrimiento de tener que leerme tus (enumero): libros/cuentosenantologías/artículossobrecuentos/poéticas/reseñas.
Respóndeme de una vez y entonces podré gritarte aquello de: ¡no te has enterado de nada, chaval!... (Aunque yo no creo que la culpa sea de los Talleres -fíjate en la mayúscula y entenderás que los respeto- a los que hayas ido. Yo creo que aquí más bien tendríamos que aplicar aquello de que lo que la naturaleza no da, ya se sabe que Salamanca...)
Si, efectivamente, los dogmas prohíben la falsa inocencia. La putada es que nada decían de los “grupies”. ¿O sí? Porque en defensa de esa libertad creativa que luego ellos mismos cercenan, entiendo que no deberían ser bien invitados a la mesa de los rebeldes dogmáticos, todos aquellos que en su manifestarse, resultaran uno adláteres, unos líquenes, unas hienas o esas rémoras que van amarradas a la piel o las escamas del pez gordo.
M. Ya sabemos lo que te provoca la risa –lo has dejado claro- pero seguimos sin saber si la carta del maestro te parece agresiva y si es justo o no llamar “cazurros” a quines defiendan la buena narrativa sin tapujos, o coordenadas preestablecidas.
Pd: Me juego unas birras a que fuiste a ver la película... la de El niño con el pijama de rayas, digo.
Santi.
Espero que os deis cuenta de que este toma y daca no tiene ningún interés para los lectores del blog. Limitaros, por favor, a los argumentos literarios. Gracias.
Parece que el término realista está bastante claro en este debate, se diría que en el cuento ser realista es ser propenso a escribir refritos de Carver, pero cual es el término que define a la otra línea de escritura, ¿realismo paralelo? (visto que el concepto "realismo mágico" ya está ocupado) ¿Como los universos, un universo regido por leyes físicas diferentes? Quiero decir, ¿el debate sería realismo versus qué?
En cuanto a Foster Wallace hay que tener la paciencia del Santo Job para leerlo. El año pasado leí "Las correcciones" de Jonhatan Franzen y por poco muero en el intento, de sobredosis de realismo, claro. Una cosa es ser realista y otra Jonathan Franzen.
Por otra parte hay mucho escrito en el frente del "realismo paralelo" (o como quiera que se llame) que es bastante soso también, debidamente editado y todo, claro, todo sea dicho. En ese subgénero del cuento parece que también empiezan a abundar los estereotipos (plancha utilizada en estereotipia). Lo digo como lector y sin ánimo de ofender.
Un saludo, Saljo
Efectivamente, Fernando, creo que el nivel del debate ha bajado, en mi opinión gracias a comentarios como el de Adolfo Poncela.
Intento recuperarlo: Marian, creo que en España tenemos un problema de nivel crítico en los lectores/escritores, y que proviene del temor a defender posturas intelectuales radicales. Estoy contigo en que es importantísimo discutir cuál es o no la BUENA literatura, pero precísamente por eso hay que proponer, digamos, unos "métodos" de medición de esa calidad, pues si no caemos en aseveraciones del tipo "yo con lo que llevo dentro" más propias de la música popular(respetable por otra parte) que del arte literario.
Esa constatación del bajo nivel de cuestionamiento crítico fué lo que nos llevó (hace 5 años, insisto) a PROPONER estos dogmas, y promover una discusión sobre el conveniente olvido y la ingenuidad políticamente correcta en la literatura española actual.
¿Acaso no crees que esa es una forma de "combatir la mediocridad y la ramplonería imperante, el conformismo o la falta de criterio"?
un saludo cordial
Inés Mendoza
Inés, me imagino que habrás visto ya la nueva contribución al debate de Javier Saéz de Ibarra, con la que recuperamos de nuevo el rumbo a toda vela...
Por indicación de un amigo, vengo a leer esta entrada y los comentarios surgidos en cascada posteriormente. Como no soy cuentista ni pontifico sobre el cuento y sus metas, no entraré en la discusión, pero sí os dejo lo que pienso:
Ah, tristes egos incendiados. Qué decepcionantes estos debates de ojos enfocados en lo más cercano y cerrados a la belleza ajena. Estas guerras son propias de gentes que pierden el tiempo y quieren ganarlo solo para sí. Yo a veces veo válido hasta lo que condené una vez.
Salud y suerte para todos los que respetan a los demás y creen que aún pueden aprender del más sencillo, del más humilde.
Mi respuesta, la última sobre este asunto, en cuatro puntos. Voy a acabar todos los puntos con el verbo “relee”, porque a algunos les hace buena falta. Me excita eso de imprecar al padre y que me conteste el hijo.
1. “¿Es espantoso –ya de entrada- un cuento que hable de mujeres maltratadas, putas de buen corazón y parejas que follan poco? ¿lo descalificamos –de inicio- porque hable (¡¡por dios!!) de un hijo muerto?”.
Hay gente que tiene el ironicómetro en modo on, y hay otra que no. Relee. Repito: relee. O como decía Edgard Keret en un estupendo cuento suyo: “Afeitaos, afeitaos con agua caliente, que relaja mucho”. Es espantoso en la medida en que es tendencia y hasta cáncer. Pero si me enseñas cómo, yo le digo a mi abuela, que en paz descanse, que se tomara suyo con un poquito más de humor. Pero abuela, hombre, si es un bultito de nada…
Ah, perdona, sigo en ironicómetro on. Temo que me denuncies a la liga de la oncología.
En serio, relee.
2. “Entiendo que no deberían ser bien invitados a la mesa de los rebeldes dogmáticos, todos aquellos que en su manifestarse, resultaran uno adláteres, unos líquenes, unas hienas o esas rémoras que van amarradas a la piel o las escamas del pez gordo.
A menos que te pegaran mucho en la cara cuando eras pequeño, tengo la impresión de que esta respuesta te retrata más a ti que a mí. Al fin y al cabo yo tengo una obra por la que puedo responder (te ahorro el sufrimiento: ella responde por mí para entender qué es lo que hago y mi discurso sobre la literatura), pero de ti no sabemos nada más que te llamas Santi S., que no sabes leer (pues ya he puesto lo que opino de la carta) y que te gustan los niños superemocionantes y epifánicos sobre la orina con sangre del abuelo.
3. Has perdido unas birras. Ya sabes, estoy en contra de la pornografía emocional. Si quiero saber de qué va el holocausto, me leo a Primo Levi antes que un producto (me niego a llamarlo novela) donde gente que gasea a otra gente se reune para comer strudel y hablar del tiempo.
Disculpa la largura, Fernando. Seguimos donde J. Sáez de Ibarra, que es mucho más enriquecedor volver a los primeros territorios del debate.
Donde pone "niños" léase "cuentos". Lapsus linguae.
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