lunes, 8 de noviembre de 2010

PEDRO GUILLERMO JARA, 3

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"La venganza"
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En la isla Intiqarka, en el lago Titicaca, nació un niño cíclope. Sus padres, avergonzados, se lo entregaron a un viejo pastor que lo crió, enseñándole la vida sana, el buen juicio y las artes de la guerra: la lucha cuerpo a cuerpo, simulacros de combate, trepar cerros, nadar, hacer señales de humo, construir trampas. Y le puso por nombre Juan Quispe.
Cierta noche Juan soñó con una isla lejana y una voz que le decía: “Ve a cobrar venganza”.
Su mentor le dijo: “Sé preciso, que no te tiemble la mano, que el Dios Inti te proteja, toma, lleva esto para tu viaje”, le dijo y le extendió una bolsita con coca. Juan tomó su huacachina y huachi, su arco y las flechas; su escudo cubierto con cuero de venado; su umachina, casco de metal, y su coraza de oro, plata y bronce.
La aurora temprana de dedos de rosa lo vio partir. Y voló sobre la ruta de las aguas.
Una lóbrega noche sin luz y sin vista, Juan Quispe descendió en la playa de la isla. Llegó al palacio, cruzó el umbral de madera de fresno. Euriclea dormía profundamente. Laertes, distante del palacio, no escuchó nada, tampoco Eumeo, mayoral de los cerdos. El espíritu de Argos no ladró.
Juan ingresó al salón de las armas de bronces gloriosos. En el muro colgaban yelmos, combados broqueles, lanzas agudas, el arco retráctil con la aljaba preñada de hirientes saetas bajo las cuales perecieron los nobles galanes. Un poco más allá, un escudo y un yelmo de bronce con altos penachos de crines. Y en el centro del salón, el trono de fúlgido bronce desde donde gobernaba el Rey de la isla.
Avanzó con cautela. Ingresó al segundo piso del palacio. Juan Quispe parecía flotar en el aire. La diosa protectora no lo escuchó mientras abría la puerta del dormitorio y allí, en el lecho yacía Ulises y Penélope bajo el hechizo del sueño. Tensó su huacachina y disparó la flecha al corazón de Ulises. “Por Polifemo”, murmuró Juan Quispe mientras su ojo resplandecía. La coca, como un manto de bruma, lo envolvió.
Juan Quispe, hijo de dioses, sobrevoló Itaca para luego regresar a su amada isla de Intiqarka.
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"El francotirador"
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El francotirador se arrastró un par de centímetros y se quedó quieto. Su cuerpo se confundía con la arena del desierto. Tomó su fusil Mosin-Nagant y apuntó al blanco ubicado a 120 metros. “Sigilo y paciencia”, murmuró. A través de la mira podía adivinar el latir del corazón del hombre que se movía constantemente en un ir y venir febril. “Los dioses están conmigo”, murmuró. El blanco se detuvo alzando los brazos en señal de victoria. El francotirador apuntó con cuidado al punto vulnerable. Pasó la bala a la recámara. Dejó de respirar. Su pulso se afirmó en la quietud y jaló del gatillo. La flecha salió rauda en dirección al talón de Aquiles dando en el blanco. Paris, envuelto por una densa neblina propiciada por Afrodita, regresó raudo a la protección de los muros de Troya.
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1 comentario:

Araceli Esteves dijo...

La foto retocada del niño cíclope es espeluznante. Nada produce tanto escalofrío como la asimetría de un rostro.