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"El bazar abierto a los enjambres de moscas"
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El lugar es idóneo, un escaparate donde da el sol toda la mañana, con cierto grado de humedad y sin heladas por la noche, repleto de cosas viejas que no se limpian en años. Un microclima, telas de araña, diminutos hongos, polillas y termitas que sirven de alimento. La primera mosca que llegó, tras sonar la campanilla y abrirse la puerta, inspeccionó el lugar, era lo que buscaba para fundar una familia. Enseguida hizo el traslado.
El viejo propietario vende algo de vez en cuando y procura no equivocarse con el dinero. Por las mañanas suele barrer e intenta sacar la suciedad por la puerta de la calle. Las más de las veces la porquería se remueve, sube, baja y termina estrellándose contra la puerta de cristal sin abandonar la tienda. Las motas de polvo aprovechan ese movimiento para, de un salto, colocarse en el escaparate, entre los objetos. Allí contribuyen al desarrollo del paraíso de las moscas, donde crecen y mueren, se descomponen y dan lugar a otra vida, detritus donde depositar huevos que crecen sanos y hermosos, salen larvas que dan lugar a otras moscas, que aprovechan el sonido de la campanilla para pasear por la calle.
La información corre con el zumbir de alas: ¡un sitio estupendo, nadie limpia!, y llegan nuevos habitantes. Moscas verdes de los prados asturianos, donde apenas podían vivir entre cagadas de vacas, encerradas en granjas asépticas donde todo es recogido, aprovechado y reciclado según la normativa europea. Moscones, moscardones, tábanos, van llegando en familias. Las moscas africanas fundan una colonia en la zona más calurosa. Entre ellas, una familia de moscas tsé-tsé. Llegan otras de ojos rasgados, muy raras, procedentes del oriente y unas mucho más claras de cuerpo y diminutas de tamaño. Se fundan varias colonias, las moscas comunes entre lámparas antiguas y llaveros; las negras escogen un hueco entre abanicos, guantes y lupas. Las moscas del vinagre, las más diminutas, ojos rojos y tórax bronceado, se quedan entre la materia fermentada y en descomposición que producen las muertas y, por último, las moscas botella desovan en la zona más húmeda.
La armonía reina entre el enjambre y el propietario, aunque las únicas moscas que percibe son las de sus ojos, donde las cataratas velan la nitidez de los días. Pocos son sus clientes, pero no tan raros como los que entran un día, nerviosos, mirando de un lugar a otro. El anciano se altera, no le gustan, huele el miedo y ve que sacan un cuchillo y le obligan a poner las manos en alto. Desvalijan el poco dinero de la caja y después van hacia el escaparate. ¿Quién osa alterar la calma? Tábanos y tsé tsé empiezan el ataque mientras el resto revolotea metiéndose por los ojos, narices y oídos de los ladrones, que caen a los pies del propietario muertos de sueño, el viejo piensa que acaso sus sobacos tienen algo que ver. Llama a la policía, que lo felicita por su heroísmo y recibe una recompensa. Ahora todo el barrio lo admira y aumentan las compras en la tienda. Ha ampliado el horario y la puerta siempre está abierta, pero no deja que nadie altere la vida del escaparate.
...... "El bazar abierto a los enjambres de moscas"
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El lugar es idóneo, un escaparate donde da el sol toda la mañana, con cierto grado de humedad y sin heladas por la noche, repleto de cosas viejas que no se limpian en años. Un microclima, telas de araña, diminutos hongos, polillas y termitas que sirven de alimento. La primera mosca que llegó, tras sonar la campanilla y abrirse la puerta, inspeccionó el lugar, era lo que buscaba para fundar una familia. Enseguida hizo el traslado.
El viejo propietario vende algo de vez en cuando y procura no equivocarse con el dinero. Por las mañanas suele barrer e intenta sacar la suciedad por la puerta de la calle. Las más de las veces la porquería se remueve, sube, baja y termina estrellándose contra la puerta de cristal sin abandonar la tienda. Las motas de polvo aprovechan ese movimiento para, de un salto, colocarse en el escaparate, entre los objetos. Allí contribuyen al desarrollo del paraíso de las moscas, donde crecen y mueren, se descomponen y dan lugar a otra vida, detritus donde depositar huevos que crecen sanos y hermosos, salen larvas que dan lugar a otras moscas, que aprovechan el sonido de la campanilla para pasear por la calle.
La información corre con el zumbir de alas: ¡un sitio estupendo, nadie limpia!, y llegan nuevos habitantes. Moscas verdes de los prados asturianos, donde apenas podían vivir entre cagadas de vacas, encerradas en granjas asépticas donde todo es recogido, aprovechado y reciclado según la normativa europea. Moscones, moscardones, tábanos, van llegando en familias. Las moscas africanas fundan una colonia en la zona más calurosa. Entre ellas, una familia de moscas tsé-tsé. Llegan otras de ojos rasgados, muy raras, procedentes del oriente y unas mucho más claras de cuerpo y diminutas de tamaño. Se fundan varias colonias, las moscas comunes entre lámparas antiguas y llaveros; las negras escogen un hueco entre abanicos, guantes y lupas. Las moscas del vinagre, las más diminutas, ojos rojos y tórax bronceado, se quedan entre la materia fermentada y en descomposición que producen las muertas y, por último, las moscas botella desovan en la zona más húmeda.
La armonía reina entre el enjambre y el propietario, aunque las únicas moscas que percibe son las de sus ojos, donde las cataratas velan la nitidez de los días. Pocos son sus clientes, pero no tan raros como los que entran un día, nerviosos, mirando de un lugar a otro. El anciano se altera, no le gustan, huele el miedo y ve que sacan un cuchillo y le obligan a poner las manos en alto. Desvalijan el poco dinero de la caja y después van hacia el escaparate. ¿Quién osa alterar la calma? Tábanos y tsé tsé empiezan el ataque mientras el resto revolotea metiéndose por los ojos, narices y oídos de los ladrones, que caen a los pies del propietario muertos de sueño, el viejo piensa que acaso sus sobacos tienen algo que ver. Llama a la policía, que lo felicita por su heroísmo y recibe una recompensa. Ahora todo el barrio lo admira y aumentan las compras en la tienda. Ha ampliado el horario y la puerta siempre está abierta, pero no deja que nadie altere la vida del escaparate.
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* El cuadro es de Antoni Abad.
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6 comentarios:
Inquietante el dibujo de la cómoda porquería y la creación de un pacífico ecosistema que no sabemos imitar.
Me ha divertido el mierdéficit astur por culpa de la normativa europea. Me ha hecho pensar en cómo las empresas de biocombustibles acaban, como algunas editoriales, comprendo la paja que antes no valía.
G.
Me ha gustado por su originalidad y por cómo consigue que el lector se meta en la historia gracias a la descripción minuciosa de ese microclima y miniecosistema creado en el escaparate. Es fantástico pero con esas puntillas de humor e ironía que me han hehco sonreír.
Un saludo cordial
Me ha gustado mucho esta orientación del microrrelato hacia las microformas de los insectos. Sólo hay algo que creo, modestamente, que sobra: la referencia a los sobacos del viejo. Así pues, mis felicitaciones a Carmen Peire.
Otro gran cuento de la amiga Peire donde se dice más de lo meramente escrito. Me encanta la sutileza de sus palabras, esa manera de decir las cosas.
Felicidades,
Ginés
Sólo una cosa(se me olvidó ayer) lo único que no me convence es el título. Quizá porque me parece muy largo y explícito respecto al texto.
Casí me gusta más Ecosistema o La colonia o Reserva natural...pero, como siempre, esto es una consideración meramente personal.
Un saludo cordial
Tendré en cuenta vuestras sugerencias, queridos lectores, tanto del título como de los sobacos. ¡Qué bueno esto de tener correcciones por la red! M iles de gracias. Así, el día que se publique, estará mejorado.
Carmen Peire
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