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Toda mi vida se ha movido siempre en la universidad. Para otros, la universidad es un periodo de unos años, una transición más o menor sugestiva y singular, un paréntesis de mayor o menos extensión que se acaba cerrando para entrar en lo que se llama comúnmente la vida normal. En esta versión, la universidad es un prólogo, un aprendizaje y preparación, un paso más en una larga trayectoria. De modo distinto, para mí, la universidad ha sido y sigue siendo el espacio y el foco determinante de mi vida. Primero, como estudiante en la Universidad Central de Barcelona, luego en la Universidad de California en Los Angeles, donde hice el doctorado, huyendo física y mentalmente de la sórdida e inacabable agonía del franquismo. En Los Angeles, pude deshacerme de bastantes lastres de la sociedad española de esos años: la educación rutinaria y memorística, la asfixia moral y sensual, el temor patológico a asumir cualquier riesgo intelectual y personal. Los Angeles —junto con Las Vegas— es la más imprevisible de las urbes americanas y a ella le debo la motivación para adaptarme a otras normas y principios de vida. Para arriesgarme a dar el salto hacia maneras divergentes de ser. Allí escribí mi primer libro sobre el que era en ese momento el écrivain maudit por excelencia, Juan Goytisolo, y el que me había inspirado existencial e intelectualmente en mi decisión hacia el desplazamiento y la aventura. También escribí allí mi primera novela, De la destrucción de la urbe, que narra el surreal y mítico apocalipsis de esa ciudad de extranjeros, inmigrantes y nómadas que es Los Angeles y que tanto esfuerzo me costó comprender y aprender a amar. La novela es un intento de ubicarme frente a un medio extraño y diferente, vencer el Angst y la frustración causados en mí por una urbe vasta y desconcertante.
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Luego, el periplo universitario no ha cesado ya nunca, de una costa a otra de Estados Unidos, del norte al sur, del estado de Washington a Nueva Orleans, Nueva York, Chicago y regreso a California. De una punta a otra del continente americano, de Canadá a Argentina. Y cruzar el Atlántico una y otra vez, para continuar el recorrido en Berlín, Santiago de Compostela, Quito, Ratisbona, Lyon, Lima, Estocolmo, Neuchâtel… He conocido infinidad de auditorios, salas de seminario, bibliotecas, faculty clubs... Siempre entre estudiantes, profesores, lenguas diversas, ciudades grandes y pequeñas, recorridas entre conferencia y conferencia, en aeropuertos y aviones de todos los tamaños, combatiendo el jet lag, mesas redondas, debates, lecturas, presentaciones de libros. Una Babel cacofónica, agobiante a veces, pero también inspiradora y renovadora. Un bello y apasionante trascurso por lo que antes eran templos del saber y ahora se están transformando, cada vez más, en centros administrativos de acreditación profesional.
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Lo que me ha transportado en ese viaje ha sido la literatura y el arte. Escribir, leer, enseñar a leer y a escribir, eso es lo que lo ha hecho todo posible. Sin la palabra literaria de ayer y de hoy, de muchos otros y la mía propia, muy posiblemente no me hubiera movido mucho más allá de mi pequeño barrio de Sant Antoni en Barcelona, al que retorno en cuanto puedo para reencontrarme con mis amigos de siempre de la infancia y la adolescencia. La literatura ha sido el eje que me ha mantenido vivo y en movimiento constante.
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Sostengo un concepto amplio y posnacional de la literatura. No sólo me interesan los textos actuales, sino también los clásicos del pasado, tratando no de separarlos y dividirlos entre antiguos y modernos, sino haciendo que dialoguen, poniendo de relieve su interconectividad conceptual, los modos en que se hablan entre sí. Algunos de mis libros responden a esa necesidad de conversación íntima a través de los tiempos, las lenguas y las naciones: Quevedo y César Vallejo, Pascal y Maquiavelo, Kolakowski, Deleuze y mi colega de Irvine, Alain Badiou. Y, además de los textos de la literatura, los de otros medios estéticos, como el cine y la arquitectura: La modernidad como crisis (los clásicos modernos ante el siglo XXI) o mi último libro, La utopía en las narraciones contemporáneas, (novela/cine/arquitectura), son ejemplos de mi propuesta.
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Me apasiona la palabra escrita pero no he querido nunca quedarme sólo en ella. De ahí, la exploración del movimiento y el tiempo visual y plástico. De la misma manera, no he querido nunca encontrarme del todo cómodo dentro del perfil convencional del homo academicus. Por ello, he probado la ficción, el relato de las experiencias de los demás, la novela, en la que he procurado incluir mi respuesta a un discurso cultural como el actual, que creo que está en un proceso de reconfiguración crítica de resultados y consecuencias todavía imprevisibles. Mi última novela, En blanco y negro, -que es una reposesión nostálgica de los años treinta en Hollywood y Barcelona, entre otros lugares— incorpora esta visión.
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¿Próximos proyectos? Seguir el viaje, claro está. Más que lugares ya, ahora profundizar en los relatos de gentes nuevas de aquí y allá. Y dos libros próximos: un estudio sobre la estética de la enfermedad y la terapia individual y colectiva en el periodo de entreguerras en Europa y Estados Unidos, y una novela de la que tengo ideas todavía embrionarias, pero que sé que tendrá un componente histórico notable y que espero completar en mi próximo sabático.
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No tengo duda de que, sin la literatura, no sería lo que soy ni habría hecho lo que he hecho. Ella me ha abierto caminos y me ha ofrecido algunas respuestas. Al mismo tiempo, nunca me ha definido por completo. Me ha gustado siempre hacer cosas que no estaban conectadas con lo académico: salir en bicicleta con mis hijos, cuidar de los árboles de mi huerto, jugar al dominó con los amigos. El pequeño jardín volteriano -ya sea entre los naranjos y limoneros del sur de California o los geranios del carrer de Tamarit en Barcelona- sigue siendo para mí el lugar/refugio primordial donde ampararse de los estragos de la temporalidad y la muerte…, y seguir concibiendo nuevas historias del pasado y el presente.
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* Gonzalo Navajas (Barcelona, 1946) es catedrático de literatura moderna y cine en la Universidad de California en Irvine. Ha sido profesor visitante en numerosas universidades americanas y europeas y es conferenciante asiduo en universidades e instituciones culturales internacionales. Además de los ya citados más arriba, ha publicado numerosos libros sobre teoría estética, literatura, cine y cultura contemporánea, entre los que destacan: La narrativa española en la era global, Más allá de la posmodernidad (estética de la nueva novela y cine españoles), Miguel de Unamuno: bipolaridad y síntesis ficcional y Teoría y práctica de la novela española posmoderna. Es también autor de varias novelas. Las dos últimas son En blanco y negro y La última estación. Su página web es: http://www.humanities.uci.edu/~gnavajas
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Toda mi vida se ha movido siempre en la universidad. Para otros, la universidad es un periodo de unos años, una transición más o menor sugestiva y singular, un paréntesis de mayor o menos extensión que se acaba cerrando para entrar en lo que se llama comúnmente la vida normal. En esta versión, la universidad es un prólogo, un aprendizaje y preparación, un paso más en una larga trayectoria. De modo distinto, para mí, la universidad ha sido y sigue siendo el espacio y el foco determinante de mi vida. Primero, como estudiante en la Universidad Central de Barcelona, luego en la Universidad de California en Los Angeles, donde hice el doctorado, huyendo física y mentalmente de la sórdida e inacabable agonía del franquismo. En Los Angeles, pude deshacerme de bastantes lastres de la sociedad española de esos años: la educación rutinaria y memorística, la asfixia moral y sensual, el temor patológico a asumir cualquier riesgo intelectual y personal. Los Angeles —junto con Las Vegas— es la más imprevisible de las urbes americanas y a ella le debo la motivación para adaptarme a otras normas y principios de vida. Para arriesgarme a dar el salto hacia maneras divergentes de ser. Allí escribí mi primer libro sobre el que era en ese momento el écrivain maudit por excelencia, Juan Goytisolo, y el que me había inspirado existencial e intelectualmente en mi decisión hacia el desplazamiento y la aventura. También escribí allí mi primera novela, De la destrucción de la urbe, que narra el surreal y mítico apocalipsis de esa ciudad de extranjeros, inmigrantes y nómadas que es Los Angeles y que tanto esfuerzo me costó comprender y aprender a amar. La novela es un intento de ubicarme frente a un medio extraño y diferente, vencer el Angst y la frustración causados en mí por una urbe vasta y desconcertante.
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Luego, el periplo universitario no ha cesado ya nunca, de una costa a otra de Estados Unidos, del norte al sur, del estado de Washington a Nueva Orleans, Nueva York, Chicago y regreso a California. De una punta a otra del continente americano, de Canadá a Argentina. Y cruzar el Atlántico una y otra vez, para continuar el recorrido en Berlín, Santiago de Compostela, Quito, Ratisbona, Lyon, Lima, Estocolmo, Neuchâtel… He conocido infinidad de auditorios, salas de seminario, bibliotecas, faculty clubs... Siempre entre estudiantes, profesores, lenguas diversas, ciudades grandes y pequeñas, recorridas entre conferencia y conferencia, en aeropuertos y aviones de todos los tamaños, combatiendo el jet lag, mesas redondas, debates, lecturas, presentaciones de libros. Una Babel cacofónica, agobiante a veces, pero también inspiradora y renovadora. Un bello y apasionante trascurso por lo que antes eran templos del saber y ahora se están transformando, cada vez más, en centros administrativos de acreditación profesional.
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Lo que me ha transportado en ese viaje ha sido la literatura y el arte. Escribir, leer, enseñar a leer y a escribir, eso es lo que lo ha hecho todo posible. Sin la palabra literaria de ayer y de hoy, de muchos otros y la mía propia, muy posiblemente no me hubiera movido mucho más allá de mi pequeño barrio de Sant Antoni en Barcelona, al que retorno en cuanto puedo para reencontrarme con mis amigos de siempre de la infancia y la adolescencia. La literatura ha sido el eje que me ha mantenido vivo y en movimiento constante.
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Sostengo un concepto amplio y posnacional de la literatura. No sólo me interesan los textos actuales, sino también los clásicos del pasado, tratando no de separarlos y dividirlos entre antiguos y modernos, sino haciendo que dialoguen, poniendo de relieve su interconectividad conceptual, los modos en que se hablan entre sí. Algunos de mis libros responden a esa necesidad de conversación íntima a través de los tiempos, las lenguas y las naciones: Quevedo y César Vallejo, Pascal y Maquiavelo, Kolakowski, Deleuze y mi colega de Irvine, Alain Badiou. Y, además de los textos de la literatura, los de otros medios estéticos, como el cine y la arquitectura: La modernidad como crisis (los clásicos modernos ante el siglo XXI) o mi último libro, La utopía en las narraciones contemporáneas, (novela/cine/arquitectura), son ejemplos de mi propuesta.
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Me apasiona la palabra escrita pero no he querido nunca quedarme sólo en ella. De ahí, la exploración del movimiento y el tiempo visual y plástico. De la misma manera, no he querido nunca encontrarme del todo cómodo dentro del perfil convencional del homo academicus. Por ello, he probado la ficción, el relato de las experiencias de los demás, la novela, en la que he procurado incluir mi respuesta a un discurso cultural como el actual, que creo que está en un proceso de reconfiguración crítica de resultados y consecuencias todavía imprevisibles. Mi última novela, En blanco y negro, -que es una reposesión nostálgica de los años treinta en Hollywood y Barcelona, entre otros lugares— incorpora esta visión.
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¿Próximos proyectos? Seguir el viaje, claro está. Más que lugares ya, ahora profundizar en los relatos de gentes nuevas de aquí y allá. Y dos libros próximos: un estudio sobre la estética de la enfermedad y la terapia individual y colectiva en el periodo de entreguerras en Europa y Estados Unidos, y una novela de la que tengo ideas todavía embrionarias, pero que sé que tendrá un componente histórico notable y que espero completar en mi próximo sabático.
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No tengo duda de que, sin la literatura, no sería lo que soy ni habría hecho lo que he hecho. Ella me ha abierto caminos y me ha ofrecido algunas respuestas. Al mismo tiempo, nunca me ha definido por completo. Me ha gustado siempre hacer cosas que no estaban conectadas con lo académico: salir en bicicleta con mis hijos, cuidar de los árboles de mi huerto, jugar al dominó con los amigos. El pequeño jardín volteriano -ya sea entre los naranjos y limoneros del sur de California o los geranios del carrer de Tamarit en Barcelona- sigue siendo para mí el lugar/refugio primordial donde ampararse de los estragos de la temporalidad y la muerte…, y seguir concibiendo nuevas historias del pasado y el presente.
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* Gonzalo Navajas (Barcelona, 1946) es catedrático de literatura moderna y cine en la Universidad de California en Irvine. Ha sido profesor visitante en numerosas universidades americanas y europeas y es conferenciante asiduo en universidades e instituciones culturales internacionales. Además de los ya citados más arriba, ha publicado numerosos libros sobre teoría estética, literatura, cine y cultura contemporánea, entre los que destacan: La narrativa española en la era global, Más allá de la posmodernidad (estética de la nueva novela y cine españoles), Miguel de Unamuno: bipolaridad y síntesis ficcional y Teoría y práctica de la novela española posmoderna. Es también autor de varias novelas. Las dos últimas son En blanco y negro y La última estación. Su página web es: http://www.humanities.uci.edu/~gnavajas
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* El autorretrato es de Andy Warhol.
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1 comentario:
Menudo regalo le hizo la vida: huir a las Américas y comenzar de veras a aprender, a enseñar de lo vivido y aprendido, a ver más allá de una Libre...
¡Si yo hubiese tenido un Profesor como Usted!, seguramente ya habría escrito hace tiempo alguna palabra; pero mi profe-tutor me dejo claro que era "tonto, que andaba siempre soñando...". ¡Ojala hubiera podido exiliarme!, pero era un miedoso y delgaducho niño...
Hermosa la narración de su "periplo" universitario: estudiante de convicción, profesor "feriante"-si me permite- en continuo movimento para "enseñar lo vivido y aprendido" ...de aquí a allá vocanionando el ansia de aprender a escribir palabras en un papel.
¡Si yo hubiese tenido un profesor como Vd...!
Un Saludo D. Gonzalo Navajas y otro para el Capitan de la nave, que me permite, sin llamarme tonto, escribir palabras en su Nave de las letras.
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