viernes, 5 de julio de 2013

Gergiev en escena

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Como clausura de las actividades del año ruso en Alemania actuó hace unos días en la Filarmónica de Berlín la orquesta del Teatro Marinsky, de San Petersburgo, dirigida por Valery Gergiev. Durante la primera parte interpretaron piezas de Wagner y Shostakóvich, con la colaboración del bajo René Pape, que cantó un fragmento de La valquiria, y el pianista Denis Matsuev, respectivamente. En la segunda parte del concierto, en cambio, tocó solo la orquesta, interpretando la “Patética” de Chaikovski. El teatro estaba lleno y lo único negativo fue que tuvimos que soportar un par de discursos políticos, en ruso y alemán, con sus correspondientes traducciones a la otra lengua. El público, alemanes y japoneses aparte, estaba compuesto en su mayoría por rusos, quienes me temo que siguen siendo poco apreciados por los alemanes, por gritones, horteras y amigos de la ostentación (los tacones de las señoras son tan llamativos como sus peinados), con todas las razonables excepciones que queráis.
Pero no voy hablar de los rusos en Berlín, ni tampoco de música, sino del director, de la sorprendente puesta en escena de Valery Gergiev. Para empezar, se hace esperar siempre, apura todo lo que puede el tiempo de salida al escenario, pero cuando acaba la pieza y el público aplaude reparte generosamente los reconocimientos con los solistas, el concertino y el conjunto de la orquesta.
A Gergiev hay que verlo en la Filarmónica desde el sector H, teniéndolo de frente, aunque la orquesta nos dé la espalda y la voz de los cantantes se aleje hacia el lado contrario del teatro. Aquí, el escenario está situado en el centro de la sala, como si se tratara de una pista de circo, y lo rodean los espectadores, que parecen colgados de las paredes, de abajo arriba. Pero el espectáculo lo dio el director que condujo la orquesta prescindiendo del atril y de la batuta, tal como hizo en la segunda parte, poniendo en movimiento todo el cuerpo, encogiendo los hombros y moviendo la cabeza, y hasta susurrando, indicando a los músicos con los ojos lo que debían hacer y sobre todo acompasando las manos. La izquierda desempeñó un papel importante pero secundario, sobre todo comparada con los gestos que desarrolló la mano derecha, con unos dedos que no permanecieron un solo instante quietos, pues giraron, apuntaron, se agruparon y abrieron volando como si de un pájaro se tratara, superando con creces las posibilidades de la batuta. A pocos directores de orquesta hemos visto sacarle tanto partido al cuerpo, a la gesticulación, y a menos aún cuyas indicaciones sigan los músicos con tanta precisión como si adivinaran el sentido de cada gesto. Alguien debería rodar un corto con los movimientos de este director a lo largo del un concierto. Si tenéis oportunidad de verlo actuar, sobre todo con la Orquesta del Marinsky, no os perdáis la actuación del extraordinario maestro Gergiev.





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