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Durante los años setenta, cuando yo era estudiante de Filología Española en la Universidad Autónoma de Barcelona, el nombre de Antonio Alatorre (Autlán de la Grana, Jalisco, 1922-México, D.F., 2010) solía aparecer con frecuencia en los comentarios de nuestros profesores (Francisco Rico, Alberto y José Manuel Blecua, Sergio Beser y José-Carlos Mainer) y sus obras formaban parte de nuestras lecturas habituales, como gran experto en la poesía del Siglo de Oro y en Sor Juana Inés de la Cruz. Pero, además, Alatorre estaba casado entonces con la también gran filóloga Margit Frenk, nacida en Hamburgo, con quien tradujo nada menos que Literatura europea y Edad Media Latina, de E.R. Curtius; La tradición clásica. Influencias griegas y romanas en la literatura occidental, de Gilbert Highet; El lenguaje. Introducción al estudio del habla, de Edward Sapir; y La España ilustrada de la segunda mitad del siglo XVIII, de Jean Sarrailh. Y ya sólo a él, le debemos también la versión castellana de Erasmo y España, el gran libro de Marcel Bataillon, de quien fue discípulo, como lo fue también de Edmond Faral. Su labor como editor y traductor en el Fondo de Cultura Económica, de México, editorial mítica para las gentes de mi generación, fue importantísima. Pero aunque sólo se hubiera limitado a hacer la traducción de los libros de Curtius y Bataillon, nuestra deuda con él resultaría impagable.
Antonio Alatorre, tras abandonar Derecho, estudió Letras en la Universidad Nacional Autónoma de México y Filología en El Colegio de México, donde fue discípulo de Raimundo Lida, para dirigir la prestigiosa institución entre 1953 y 1972, quizás en sus años de mayor esplendor. También fue responsable de la Nueva Revista de Filología Hispánica, una de las mejores publicaciones periódicas del hispanismo; y junto a Juan Rulfo y Juan José Arreola, editó la revista Pan (Guadalajara, 1945). El entusiasta autor de Confabulario le abrió los ojos, encaminándolo hacia el conocimiento de la literatura más ambiciosa y exigente, por lo que lo tuvo siempre por otro de sus maestros. E incluso entre 1978 y 1979, durante ocho meses, realizaron juntos un programa semanal de televisión.
....... Durante los años setenta, cuando yo era estudiante de Filología Española en la Universidad Autónoma de Barcelona, el nombre de Antonio Alatorre (Autlán de la Grana, Jalisco, 1922-México, D.F., 2010) solía aparecer con frecuencia en los comentarios de nuestros profesores (Francisco Rico, Alberto y José Manuel Blecua, Sergio Beser y José-Carlos Mainer) y sus obras formaban parte de nuestras lecturas habituales, como gran experto en la poesía del Siglo de Oro y en Sor Juana Inés de la Cruz. Pero, además, Alatorre estaba casado entonces con la también gran filóloga Margit Frenk, nacida en Hamburgo, con quien tradujo nada menos que Literatura europea y Edad Media Latina, de E.R. Curtius; La tradición clásica. Influencias griegas y romanas en la literatura occidental, de Gilbert Highet; El lenguaje. Introducción al estudio del habla, de Edward Sapir; y La España ilustrada de la segunda mitad del siglo XVIII, de Jean Sarrailh. Y ya sólo a él, le debemos también la versión castellana de Erasmo y España, el gran libro de Marcel Bataillon, de quien fue discípulo, como lo fue también de Edmond Faral. Su labor como editor y traductor en el Fondo de Cultura Económica, de México, editorial mítica para las gentes de mi generación, fue importantísima. Pero aunque sólo se hubiera limitado a hacer la traducción de los libros de Curtius y Bataillon, nuestra deuda con él resultaría impagable.
Antonio Alatorre, tras abandonar Derecho, estudió Letras en la Universidad Nacional Autónoma de México y Filología en El Colegio de México, donde fue discípulo de Raimundo Lida, para dirigir la prestigiosa institución entre 1953 y 1972, quizás en sus años de mayor esplendor. También fue responsable de la Nueva Revista de Filología Hispánica, una de las mejores publicaciones periódicas del hispanismo; y junto a Juan Rulfo y Juan José Arreola, editó la revista Pan (Guadalajara, 1945). El entusiasta autor de Confabulario le abrió los ojos, encaminándolo hacia el conocimiento de la literatura más ambiciosa y exigente, por lo que lo tuvo siempre por otro de sus maestros. E incluso entre 1978 y 1979, durante ocho meses, realizaron juntos un programa semanal de televisión.
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Pero los ensayos de Antonio Alatorre aparecieron, además, en casi todas las grandes revistas mexicanas de las últimas décadas, como Diálogos; Revista Mexicana, junto a Tomás Segovia; Vuelta; Biblioteca de México; Nexos y Letras libres, no en vano era un extraordinario, puntilloso y temido polemista, por su sabiduría, como ha recordado estos días pasados la escritora Margo Glantz, quien siguió sus clases sobre Sor Juana y Góngora. Entre sus propios libros, destacan El apogeo del castellano, Los 1001 años de la lengua española (1979), Ensayos sobre crítica literaria (1994) y la edición del primer tomo de las Obras completas (FCE, México, 2009) de Sor Juana Inés de la Cruz.
Era un defensor de la literatura escrita en español, sin distinción de nacionalidades, sin importarle si estaba escrita en Argentina, España o México, país que veía en un futuro no demasiado lejano como bilingüe. Se mostró muy crítico siempre con los nuevos rumbos que tomó la teoría y la crítica literaria, con los llamados críticos neo-académicos, sobre los que escribió en 1988 lo siguiente: “la metodología que impera y prospera en la Nueva Academia, constriñendo a sus adeptos a decir, en lenguaje cada vez más refinadamente técnico, cosas cada vez más inútiles, más ajenas a la lectura, la comprensión y el goce de las obras literarias, obligándolos a erigir torres de viento, a convertir lo llano en escarpado y lo ameno en tedioso”. Alatorre defendía la intuición personal, iluminada por el conocimiento y la inteligencia, como método crítico, frente a lo que él llamaba chácharas neoacadémicas y galimatías interpretativos. .......
Antonio Alatorre falleció de un paro respiratorio el pasado jueves, 21 de octubre de 2010, a los 88 años, en su casa de Ciudad de México. En una misiva enviada por sus allegados al diario mexicano La Jornada se decía que "por instrucciones expresas suyas, no habrá velorio, ritos, ceremonias, homenajes, ni ningún otro exorcismo", pero a quienes quieran recordarlo -seguía la carta- "le pedimos que lean sus libros. Lo participan con dolor, su esposo, Miguel Ventura, y sus hijos Silvia, Gerardo y Claudio". Así lo hemos hecho, disfrutando de un provecho y placer semejante al que siempre hemos sentido al frecuentar sus trabajos.
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Pero los ensayos de Antonio Alatorre aparecieron, además, en casi todas las grandes revistas mexicanas de las últimas décadas, como Diálogos; Revista Mexicana, junto a Tomás Segovia; Vuelta; Biblioteca de México; Nexos y Letras libres, no en vano era un extraordinario, puntilloso y temido polemista, por su sabiduría, como ha recordado estos días pasados la escritora Margo Glantz, quien siguió sus clases sobre Sor Juana y Góngora. Entre sus propios libros, destacan El apogeo del castellano, Los 1001 años de la lengua española (1979), Ensayos sobre crítica literaria (1994) y la edición del primer tomo de las Obras completas (FCE, México, 2009) de Sor Juana Inés de la Cruz.
Era un defensor de la literatura escrita en español, sin distinción de nacionalidades, sin importarle si estaba escrita en Argentina, España o México, país que veía en un futuro no demasiado lejano como bilingüe. Se mostró muy crítico siempre con los nuevos rumbos que tomó la teoría y la crítica literaria, con los llamados críticos neo-académicos, sobre los que escribió en 1988 lo siguiente: “la metodología que impera y prospera en la Nueva Academia, constriñendo a sus adeptos a decir, en lenguaje cada vez más refinadamente técnico, cosas cada vez más inútiles, más ajenas a la lectura, la comprensión y el goce de las obras literarias, obligándolos a erigir torres de viento, a convertir lo llano en escarpado y lo ameno en tedioso”. Alatorre defendía la intuición personal, iluminada por el conocimiento y la inteligencia, como método crítico, frente a lo que él llamaba chácharas neoacadémicas y galimatías interpretativos. .......
Antonio Alatorre falleció de un paro respiratorio el pasado jueves, 21 de octubre de 2010, a los 88 años, en su casa de Ciudad de México. En una misiva enviada por sus allegados al diario mexicano La Jornada se decía que "por instrucciones expresas suyas, no habrá velorio, ritos, ceremonias, homenajes, ni ningún otro exorcismo", pero a quienes quieran recordarlo -seguía la carta- "le pedimos que lean sus libros. Lo participan con dolor, su esposo, Miguel Ventura, y sus hijos Silvia, Gerardo y Claudio". Así lo hemos hecho, disfrutando de un provecho y placer semejante al que siempre hemos sentido al frecuentar sus trabajos.
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4 comentarios:
Fernando, justo, claro e informadísimo homenaje al Maestro Antonio Alatorre.
Un verdadero hombre de letras.
Un abrazo en español.
Sergio Astorga.
*?Cómo te has enterado de esas emisiones por televisión de Arreola y Alatorre? Yo ví esas emisiones cuando tenia 11 o 12 años y todavía las recuerdo con emosión literaria. Fantástico.
Sergio, había oído hablar de esas emisiones, que siento mucho no haber visto nunca, pero el mismo Alatorre las recuerda en un artículo de `Letras libres´ (octubre de 1999) donde evoca la figura de su maestro Arreola.
Tu libro, por cierto, se deja querer y no acaba de llegar a la ahora helada Prusia. Abrazos.
Fernando, disculpa parece ser que hubo temporal y no llega el otro. De inmediato voy a chatear al Sr Rubalcaba.
Un abrazo apendo
Sergio Astorga.
*Voy a Letras Libres, gracias.
Y así lo haremos quienes, conocíamos su nombre pero no habíamos visitado sus trabajos, por tener actividades ajenas al hispanismo ... Gracias por tan buen semblante que nos permite conocer su obra en toda su dimensión... Saludos y felicidades por su blog
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