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No puedo escribir sobre mí mismo. En primer lugar, por que no soy capaz. Ni siquiera tengo una lengua propia. En segundo lugar, soy demasiado consciente de que, si lo intentara, el yo acerca del cual escribiría no sería el yo que soy, puesto que soy un sujeto y no un objeto. En tercer lugar, escribir sobre aspiraciones y decisiones es como hacer proyectos. Puede ser interesante para los amigos o para las personas con las que tengo una relación personal, pero su interés se limita a este ámbito.
Y sin embargo escribo. No sobre mí mismo, sino que me escribo a mí mismo. Todo aquello que escribo es, al menos, una parte de mi yo. Todo lo que escribo es autobiográfico. Sólo pongo por escrito pensamientos que yo mismo he pensado como palabras. Yo mismo soy aquello de que escribo y escribo como alguien que habla.
Soy especialmente sensible a dejar que la palabra hable, a permitir que el lenguaje se desarrolle a sí mismo. El yo que también reside en el lenguaje (y que es diferente del ego), habla y se revela a sí mismo en la medida en que dice lo que ha de decir. Por eso el yo no se expresa completamente, y el proceso de devenir lenguaje no se produce automáticamente. El yo tiene necesidad de mí como de un mediador necesario. Soy un elemento activo de esta revelación; gran parte depende de mi transparencia, además de mi atención y otros factores.
Recuerdo un ideal: cada párrafo que escribo, cada frase, debería reflejar, en la medida de lo posible, toda mi vida y ser expresión de mi ser. Se debería reconocer mi vida entera en una sola frase, del mismo modo que puede reconstruirse el esqueleto completo de un animal prehistórico a partir de un solo hueso.
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No puedo escribir sobre mí mismo. En primer lugar, por que no soy capaz. Ni siquiera tengo una lengua propia. En segundo lugar, soy demasiado consciente de que, si lo intentara, el yo acerca del cual escribiría no sería el yo que soy, puesto que soy un sujeto y no un objeto. En tercer lugar, escribir sobre aspiraciones y decisiones es como hacer proyectos. Puede ser interesante para los amigos o para las personas con las que tengo una relación personal, pero su interés se limita a este ámbito.
Y sin embargo escribo. No sobre mí mismo, sino que me escribo a mí mismo. Todo aquello que escribo es, al menos, una parte de mi yo. Todo lo que escribo es autobiográfico. Sólo pongo por escrito pensamientos que yo mismo he pensado como palabras. Yo mismo soy aquello de que escribo y escribo como alguien que habla.
Soy especialmente sensible a dejar que la palabra hable, a permitir que el lenguaje se desarrolle a sí mismo. El yo que también reside en el lenguaje (y que es diferente del ego), habla y se revela a sí mismo en la medida en que dice lo que ha de decir. Por eso el yo no se expresa completamente, y el proceso de devenir lenguaje no se produce automáticamente. El yo tiene necesidad de mí como de un mediador necesario. Soy un elemento activo de esta revelación; gran parte depende de mi transparencia, además de mi atención y otros factores.
Recuerdo un ideal: cada párrafo que escribo, cada frase, debería reflejar, en la medida de lo posible, toda mi vida y ser expresión de mi ser. Se debería reconocer mi vida entera en una sola frase, del mismo modo que puede reconstruirse el esqueleto completo de un animal prehistórico a partir de un solo hueso.
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* Raimon Panikkar (1918-2010) ha fallecido esta semana en Tavertet, pueblo de la provincia de Gerona, donde vivía retirado. De padre indio y madre española, era hermano del filósofo Salvador Pániker, quien había castellanizado su apellido. Fue un metafísico que creía en la identidad múltiple y se mostraba ferviente partidario del diálogo cultural y religioso, de la interdependencia entre Oriente y Occidente, entre el Norte y el Sur, apostando por una filosofía que trascendiera el racionalismo. Había sido profesor en diversas universidades de España, Canadá, la India y los Estados Unidos. Entre sus obras, traducidas a diversas lenguas, destacan: El silencio de Buda (1996), La plenitud del hombre: una cristofanía (1999), De la mística: experiencia plena de la vida (2005) y la que quizá sea su gran obra, Mito, fe y hermenéutica (2007).
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3 comentarios:
Leí el otro día la necro.
Gracias, Fernando por este artículo que plasma ese yo incansable y en búsqueda constante sobre la escritura.
Un abrazo.
Cómo me gusta este texto de R. Panikkar, qué buena manera de despedirle.
En este texto Raimon Pannikar apunta hacia la paradoja que se le presenta al místico frente a la escritura: ¿cómo escribir de un yo que es ilusorio?, ¿desde dónde escribe quien ha desaparecido?, ¿cómo resuelve esa contradicción? Pues él -tal como expone- lo hizo.
Lamento su muerte y celebro sus textos.
Juan Gracia Armendáriz
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