Aires de renovación en la década de los treinta, por Graciela Tomassini y Stella Maris Colombo
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En la novelística de Filloy se entrecruzan dos vectores de transformación estilística capaces de enmascarar los hiatos entre los distintos discursos que polemizan en el texto. De una parte, hay una escritura minuciosamente consciente de su propia condición artística y específicamente “literaria”; de otra, una marcada tendencia a hacer del texto narrativo un territorio de libertad donde caben la exploración y el juego. Es probable que el lector actual de Op-Oloop o de Caterva perciba, por momentos, los pliegues de su estilo: ese choque, a veces estrepitoso, entre clasicismo y exceso, sujeción y libertad, férrea voluntad de estilo y vitalidad transgresora. Su lenguaje es proclive a los refinamientos de un léxico para filólogos. Al mismo tiempo, incorpora técnicas vanguardistas de vario cuño: la imagen expresionista, el juego metalingüístico y humorístico de la greguería y el palíndroma –como en ¡Estafen!-, la furiosa desacralización del cuerpo y el ataque a la moral sexual convencional. Ninguna escritura precedente llega tan lejos en la manipulación literaria de los géneros del discurso oral, aún los vinculados
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con las prácticas y los rituales de la intimidad humana: el discurso no eufemístico sobre las funciones y sensaciones corporales (ingesta, deyección, sexo); el discurso festivo ligado al ocio, con inclusión de chistes picarescos y anécdotas zumbonas; el intercambio gratuito de pullas y pseudo insultos que caracteriza a los juegos, típicamente masculinos, de competencia verbal escatológica. Estas formas del discurso no están orientadas a la demarcación de niveles socio-culturales entre los personajes o entre éstos y el narrador; esta función la desempeñan recursos ya legitimados en el paradigma literario de producción, como la transcripción fonomimética y el pastiche burlesco. Pero la franca incorporación del lenguaje de lo bajo corporal constituye, en las novelas de Filloy de la década de los treinta, un nuevo instrumento de producción textual que sólo sería puesto en juego en la novela a partir de la década de los cuarenta con Leopoldo Marechal, y legitimado por el sistema mucho después.
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