Mi Universidad tiene un programa, no sé si existe en otras, que se denomina la Universitat a l'Abast (o sea, al alcance de todos), mediante el cual las personas mayores de 50 años pueden cursar las asignaturas que impartimos. Por lo visto, el número de alumnos y asignaturas en las que se matriculan no para de crecer. Los organizadores comentan también que el éxito del programa puede deberse a diversos factores, y entre ellos, a uno esencial: la buena acogida que estos estudiantes veteranos han tenido siempre entre los docentes. Claro que cómo no iba a ser así. Son estudiantes que saben estar en clase, cumplen con sus obligaciones y no dan la lata. O sea, que leen lo que tienen que leer, hacen preguntas e intervienen con inteligencia y sensatez en clase, y no necesitan presumir con sus compañeros, ni por descontado echarse un pulso con los profesores. Lo único que siento es que este año tenga sólo en mis clases a uno de esos mirlos blancos; aunque, en honor a la verdad, este curso tampoco puedo quejarme de los alumnos regulares.
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Aquello que diferencia a estos alumnos de los demás es que no tienen la obligación de examinarse, puesto que el programa carece de validez académica. O sea, que estudian por puro gusto, para saber, algo que han ido olvidando los políticos del ramo, junto con los pedagogos (estos son, sin duda alguna, los mayores enemigos de la educación) y bastantes de los estudiantes normales y corrientes. Mi experiencia es que si estos alumnos se examinaran, y de hecho algunas veces lo hacen, sacarían las mejores calificaciones.
Por desgracia, la educación es uno de esos campos en los que circulan menos ideas sensatas. Y con el disparatado Plan de Bolonia hemos llegado al colmo de los desastres. Por eso mismo hay que felicitar, sea quien sea su artífice, al inventor de este programa, pues ha permitido a la universidad acercarse a lo que siempre tendría que haber sido: un lugar para aprender trabajando.
Aquello que diferencia a estos alumnos de los demás es que no tienen la obligación de examinarse, puesto que el programa carece de validez académica. O sea, que estudian por puro gusto, para saber, algo que han ido olvidando los políticos del ramo, junto con los pedagogos (estos son, sin duda alguna, los mayores enemigos de la educación) y bastantes de los estudiantes normales y corrientes. Mi experiencia es que si estos alumnos se examinaran, y de hecho algunas veces lo hacen, sacarían las mejores calificaciones.
Por desgracia, la educación es uno de esos campos en los que circulan menos ideas sensatas. Y con el disparatado Plan de Bolonia hemos llegado al colmo de los desastres. Por eso mismo hay que felicitar, sea quien sea su artífice, al inventor de este programa, pues ha permitido a la universidad acercarse a lo que siempre tendría que haber sido: un lugar para aprender trabajando.
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* Diego Rivera, "La maestra rural".
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6 comentarios:
Fernando, hace ya años que la Universidad de Cádiz implantó el Aula de Mayores. Ha sido un éxito. Este año yo he dado clases a varios de estos grupos. Estos alumnos (donde se mezclan las profesiones más diversas: amas de casa, carpinteros, maestros o peritos jubilados) se caracterizan por su elevado interés (teniendo en cuenta que no se examinan) y una gratitud emocionante. Muchos alumnos regulares deberían asistir a estas clases para aprender de los mayores. Yo sólo tengo admiración hacia ellos.
Pues me has dado una idea estupenda porque en nuestra facultad este tipo de estudios no existe. Lo voy a comentar, a ver.
Aprender por el deseo de aprender es la clave. Y lo mismo cabe decir de enseñar. Aunque en el primero y en el segundo caso haya también, ¿por qué no?, unos objetivos de utilidad para la vida.
Enhorabuena por esos programas. No me extrañaría que al jubilarme, dentro de no mucho, me gustara usar esa posibilidad abierta para llenar algunos de los "vacíos" que me dejé de joven.
Cómo te entiendo, Fernando. Aunque mi experiencia sea la de secundaria.
Te felicito. También, claro, por la parte que me toca.
Se han vuelto a encontrar, después de tantos años, esta vez en un aula de formación para personas mayores. El tiempo no pasa en balde y se hace notar en forma de canas y sobrepeso. A pesar de ello, la mujer conserva el brillo inequívoco de sus ojos y la misma distinción al caminar que tanto encandilaba a cuantos la miraban. Por su parte, el hombre asume que (si de joven) nunca llamó su atención, ahora tiene incluso menos opciones de que aquella ninfa engreída le dirija una sola palabra amable. Cuando ambos eran estudiantes, ella siempre se enamoraba como una tonta del profesor. Ahora, cuando (por circunstancias de la vida) el profesor es él, tiene que ver cómo la dama clava sus ojos en los alumnos más jóvenes de la clase. Concretamente en uno de cabellos rizados y cuerpo de atleta, que parece haber nacido para aprobar cualquier examen sin necesidad de presentarse. Al menos esa es la fama que le precede. Y el reto, casi imposible, que ahora tendrá que superar.
(microrrelato improvisado, dedicado a Fernando, a quien deseo unas merecidas vacaciones de Semana Santa).
Muchas gracias, Pedro. Las vacaciones me llevan a Almería.
También yo os deseo a todos que paséis una buena Semana Santa, con o sin procesiones, y os agradezco los comentarios, siempre pertinentes.
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