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Me siento satisfecho de todos los libros que, con la complicidad de José Ángel Zapatero, he contribuido a editar; sin embargo, en algunos hemos puesto especial empeño, como es en el caso de Viejas historias y cuentos completos, de Miguel Delibes, que apareció en el 2006, con prólogo de Gustavo Martín Garzo. Si un editor es su catálogo, como dice el razonable tópico, tenerlo en la colección Reloj de arena nos llena de satisfacción, porque es un libro por el que peleamos mucho. En la nota necrológica que, con motivo de la muerte de Delibes, ha distribuido la agencia EFE, se afirma que fue el último libro importante que publicó el autor de Los santos inocentes. Sin duda es así. Voy a contar ahora cómo logramos convencer al autor para que nos concediera permiso para publicar el conjunto de sus cuentos, lo que no resultó nada fácil, aunque sí muy grato, porque me permitió conocerlo personalmente y mantener una larga conversación telefónica con él.
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Todo se inició con la constatación de que, por sorprendente que pueda parecer, no existía una edición de los cuentos completos del escritor vallisoletano, a pesar de que había publicado varios volúmenes de narrativa breve, de cuentos, novelas cortas e historias, concepto utilizado por Delibes: Siestas con viento sur (1957), Viejas historias de Castilla la Vieja (1964), que el autor consideraba su libro preferido, y el titulado Tres pájaros de cuentas y tres cuentos olvidados (2003).
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De toda la larga y complicada negociación, quizá lo más fácil fuera comprarle los derechos a Destino. Y lo más difícil convencer al autor, quien no estaba demasido decidido a reunir todos sus cuentos en un volumen, ni a que, además, el libro de 1964 formara parte de ellos. Así, en el año 2005, gracias a los buenos oficios de la profesora Pilar Celma, directora de la Cátedra Miguel Delibes, conseguí entrevistarme con él en Valladolid, en su propia casa, cuando ya apenas recibía a nadie, dada la enfermedad que padecía. Allí nos dirijimos Pilar y yo, nos recibió Pepi, la esposa de su hijo Germán, que lo cuidaba con atención, y quien me había advertido previamente que no prolongáramos la visita más de veinte minutos, para no fatigarlo demasiado. Así, convinimos que cuando ella, discretamente, me hiciera una señal, nos despediríamos. Mi objetivo, como he anticipado, consistía en obtener permiso para publicar sus cuentos completos, incluyendo las llamadas viejas historias. Contaba, además, con que el prólogo lo iba a escribir Antonio Vilanova, catedrático que conocía al dedillo la obra de Delibes y a quien el escritor apreciaba. Y, en efecto, a don Miguel, esa parte de la propuesta le pareció muy bien, aunque luego, por la edad y por el exceso de trabajo acumulado, no pudiera hacerlo. Pero Martín Garzo lo escribió, a satisfacción de todos. Delibes ya me conocía porque yo había reseñado elogiosamente, en La Vanguardia, alguno de sus libros anteriores y había escrito un trabajo, de corte más académico, sobre Madera de héroe. Siempre, además, solía corresponderme con alguna tarjeta, mostrando su agradecimiento por mis comentarios sobre su obra.
De toda la larga y complicada negociación, quizá lo más fácil fuera comprarle los derechos a Destino. Y lo más difícil convencer al autor, quien no estaba demasido decidido a reunir todos sus cuentos en un volumen, ni a que, además, el libro de 1964 formara parte de ellos. Así, en el año 2005, gracias a los buenos oficios de la profesora Pilar Celma, directora de la Cátedra Miguel Delibes, conseguí entrevistarme con él en Valladolid, en su propia casa, cuando ya apenas recibía a nadie, dada la enfermedad que padecía. Allí nos dirijimos Pilar y yo, nos recibió Pepi, la esposa de su hijo Germán, que lo cuidaba con atención, y quien me había advertido previamente que no prolongáramos la visita más de veinte minutos, para no fatigarlo demasiado. Así, convinimos que cuando ella, discretamente, me hiciera una señal, nos despediríamos. Mi objetivo, como he anticipado, consistía en obtener permiso para publicar sus cuentos completos, incluyendo las llamadas viejas historias. Contaba, además, con que el prólogo lo iba a escribir Antonio Vilanova, catedrático que conocía al dedillo la obra de Delibes y a quien el escritor apreciaba. Y, en efecto, a don Miguel, esa parte de la propuesta le pareció muy bien, aunque luego, por la edad y por el exceso de trabajo acumulado, no pudiera hacerlo. Pero Martín Garzo lo escribió, a satisfacción de todos. Delibes ya me conocía porque yo había reseñado elogiosamente, en La Vanguardia, alguno de sus libros anteriores y había escrito un trabajo, de corte más académico, sobre Madera de héroe. Siempre, además, solía corresponderme con alguna tarjeta, mostrando su agradecimiento por mis comentarios sobre su obra.
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Cuando él hizo su aparición en el piso, nos dividimos en dos grupos. Estábamos en un amplio salón atestado de libros, presidido por un cuadro en el que se representaba la cabeza del escritor. Nosotros dos nos sentamos aparte, ocupando él una mecedora, mientras que Pepi y Pilar se quedaban, al fondo, discretamente, un poco alejadas de nosotros, para que pudiéramos conversar. Antes de que yo empezara a comentarle nada, tuve la impresión de que tenía que pasar un examen, que creo que aprobé con no mala nota, por lo que más tarde me comentó su hijo Germán. Así, empezamos a charlar sobre diversos personajes y sucesos de la actualidad literaria, que él fue trayendo a colación, como Umbral (a quien solía llamar Pacorris), José Jimenez Lozano, Javier Marías y el entonces editor de Destino, de quien no tenía precisamente buena opinión. También le dedicó su atención a esa estrambótica y disparatada publicación llamada La Fiera Literaria, que Delibes veía con algo más de benevolencia que yo. Por mi parte, tenía la intención de explicarle cómo era la colección, qué tipo de libros hacíamos y cómo los distribuíamos. Si bien, por un lado, ponía pegas, por otro propuso que el volumen llevara algún tipo de ilustración. Se trataba, en suma, le comentaba yo, de que el libro, siendo sobrio, fuera también atractivo, que estuviera cuidado, a su gusto, desde luego, y bien distribuido. En medio de todas estas disquisiciones, me comentó que su cuento preferido era "La mortaja", y que no estaba seguro de que el libro de 1964 fuera de cuentos.
Cuando él hizo su aparición en el piso, nos dividimos en dos grupos. Estábamos en un amplio salón atestado de libros, presidido por un cuadro en el que se representaba la cabeza del escritor. Nosotros dos nos sentamos aparte, ocupando él una mecedora, mientras que Pepi y Pilar se quedaban, al fondo, discretamente, un poco alejadas de nosotros, para que pudiéramos conversar. Antes de que yo empezara a comentarle nada, tuve la impresión de que tenía que pasar un examen, que creo que aprobé con no mala nota, por lo que más tarde me comentó su hijo Germán. Así, empezamos a charlar sobre diversos personajes y sucesos de la actualidad literaria, que él fue trayendo a colación, como Umbral (a quien solía llamar Pacorris), José Jimenez Lozano, Javier Marías y el entonces editor de Destino, de quien no tenía precisamente buena opinión. También le dedicó su atención a esa estrambótica y disparatada publicación llamada La Fiera Literaria, que Delibes veía con algo más de benevolencia que yo. Por mi parte, tenía la intención de explicarle cómo era la colección, qué tipo de libros hacíamos y cómo los distribuíamos. Si bien, por un lado, ponía pegas, por otro propuso que el volumen llevara algún tipo de ilustración. Se trataba, en suma, le comentaba yo, de que el libro, siendo sobrio, fuera también atractivo, que estuviera cuidado, a su gusto, desde luego, y bien distribuido. En medio de todas estas disquisiciones, me comentó que su cuento preferido era "La mortaja", y que no estaba seguro de que el libro de 1964 fuera de cuentos.
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El tiempo pasaba y Pepi me hizo una seña para que diera por concluida la charla. Yo, obediente, hice un amago de despedida que él no atendió y siguió conversando; pero cuando hice el segundo intento de levantarme, interpretando la mirada de su nuera, él me espetó: ¡Pero tan pronto se va a ir usted! Con lo que todos entendimos que se encontraba cómodo y tenía ganas de charlar un rato más, por lo que proseguimos el diálogo hablando de temas diversos, no siempre literarios. Delibes me parecíó un entrañable cascarrabias, con una insaciable curiosidad; pero ni hosco ni hurraño, como él mismo se había definido. Tenía el rostro un poco embotado, me imagino que producto de la medicación que tomaba por el cáncer, de ahí que prefiriera, seguramente, que no lo vieran en público. La verdad es que le costaba hablar y oía regular, como él mismo me advirtió, y desde luego, se mostraba firme partidario de llevar la voz cantante en la conversación, algo que me pareció lógico y normal. Me comentó que ya no escribía, pero que leía todas las tardes; que no le apetecía salir, pero que cuando lo hacía, disfrutaba de ello, como más tarde me confirmó también su hijo Germán. Cuando nos despedimos, se disculpó por no poder asistir a un acto público en el que yo participaba; aunque me dijo que sus hijos irían en su lugar, como así fue.
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El tiempo pasaba y Pepi me hizo una seña para que diera por concluida la charla. Yo, obediente, hice un amago de despedida que él no atendió y siguió conversando; pero cuando hice el segundo intento de levantarme, interpretando la mirada de su nuera, él me espetó: ¡Pero tan pronto se va a ir usted! Con lo que todos entendimos que se encontraba cómodo y tenía ganas de charlar un rato más, por lo que proseguimos el diálogo hablando de temas diversos, no siempre literarios. Delibes me parecíó un entrañable cascarrabias, con una insaciable curiosidad; pero ni hosco ni hurraño, como él mismo se había definido. Tenía el rostro un poco embotado, me imagino que producto de la medicación que tomaba por el cáncer, de ahí que prefiriera, seguramente, que no lo vieran en público. La verdad es que le costaba hablar y oía regular, como él mismo me advirtió, y desde luego, se mostraba firme partidario de llevar la voz cantante en la conversación, algo que me pareció lógico y normal. Me comentó que ya no escribía, pero que leía todas las tardes; que no le apetecía salir, pero que cuando lo hacía, disfrutaba de ello, como más tarde me confirmó también su hijo Germán. Cuando nos despedimos, se disculpó por no poder asistir a un acto público en el que yo participaba; aunque me dijo que sus hijos irían en su lugar, como así fue.
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Unos meses después, seguía sin darnos el visto bueno, hasta que un día me llegó un aviso de que podía llamarlo por teléfono, para volver a tratar el asunto. Hablamos un buen rato. A él no le gustaba la idea de hacer unos cuentos completos, pero tuve la imprensión de que, al final, nos concedería el permiso. Acaso diera con una fórmula que nos satisfacía a todos: darle preponderancia en el título a su libro preferido, pero también que quedara claro que eran sus cuentos completos. Cuando le expliqué, además, que sus viejas historias..., en efecto, no eran un libro de cuentos, como él decía, pero sí podían considerarse un ciclo de cuentos, explicándole en qué consistía tal cosa, me dijo, con humor: ¡No quiero seguir hablando con usted porque al final logrará convencerme! Y, en efecto, poco después nos concedió el permiso para editar el libro, quedando más que satisfecho con el resultado. Tuvo, además, la gentileza de mandarme, a través del editor, un ejemplar dedicado.
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Miguel Delibes ha muerto a los 89 años de un cáncer que venía padeciendo desde los años noventa. Es uno de esos escritores que nos han acompañado toda la vida, con el que tanto hemos disfrutado leyendo. Pero también se trata de esos pocos autores que, sin ceder nunca en la ambición literaria, han logrado seguir haciendo lectores, contentando casi siempre a los más avezados, y ello sin excluir a quienes sólo se acercaban ocasionalmente a la lectura.
Miguel Delibes ha muerto a los 89 años de un cáncer que venía padeciendo desde los años noventa. Es uno de esos escritores que nos han acompañado toda la vida, con el que tanto hemos disfrutado leyendo. Pero también se trata de esos pocos autores que, sin ceder nunca en la ambición literaria, han logrado seguir haciendo lectores, contentando casi siempre a los más avezados, y ello sin excluir a quienes sólo se acercaban ocasionalmente a la lectura.
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Con su primera novela, La sombra del ciprés es alargada, obtuvo en 1947 el premio Nadal. En 1973 ingresó en la Real Academia Española; en 1982 ganó el premio Príncipe de Asturias de las Letras y en 1993, el premio Cervantes. Algunas de sus novelas han sido adaptadas al cine o a la televisión, pero quizá la más afortunada sea la que hizo Mario Camus, Los santos inocentes, en la que resulta imposible olvidar las interpretaciones de Paco Rabal y Alfredo Landa, como Azarías y Paco el bajo.
Nos deja libros tan importantes como El camino (1950), Cinco horas con Mario (1966), Los santos inocentes (1981), Madera de heroe (1987) y El hereje (1998). Y, sin embargo, su carrera artística arrancó como caricaturista, en el diario El Norte de Castilla, en donde firmaba bajo el pseudónimo de Max, periódico que luego dirigió, contando entre sus redactores a José Jiménez Lozano y Francisco Umbral, quienes luego obtendrían, asimismo, el Premio Cervantes, Manu Leguineche, Javier Pérez Pellón y César Alonso de los Ríos, a quien le debemos un libro de conversaciones con el escritor, que junto al de Javier Goñi, debería reeditarse. Delibes ha sido, junto a Cela y Gonzalo Torrente Ballester, uno de los grandes novelistas de la postguerra española.
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* Las caricaturas son de LPO, quien, con su habitual generosidad, se suma también a nuestro homenaje.
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16 comentarios:
Miguel Delibes era el autor preferido de mi padre, profesor de literatura, y he crecido al lado de todos sus libros. Regalarle el volumen de cuentos que publicaste, fue un momento especial. Gracias por haberlo intentado y por haberlo conseguido.
En fin, qué decir. He visitado el blog buscando precisamente algo así, siguiendo ese " a ver qué dice Fernando de esto" y me he encontrado, como esperaba, un retrato más humano y cercano a la persona de lo que uno encuentra por otros lindes. A Delibes no lo conocí ni, por supuesto, tuve nunca la oportunidad de agradecerle nada (y hubiera tenido, como lector, mucho que agradecer, pues lo frecuente con gusto en libros amarillentos de Destinolibro, comprados en el Mercado de San Antonio), así que a tí, Fernando, muchas gracias por compartir estos recuerdos.
Un abrazo,
Mario G.
Qué suerte la tuya, Fernando, que pudiste conocer en persona y recibir el respeto y el afecto de un personaje tan esencial como Delibes. He leído tu crónica esta mañana temprano, como si hubiera ido a misa de nueve, yo que ya no soy católico. Admiro profundamente a Delibes, cuya pasión por la caza no puedo compartir. Pero comparto absolutamente todo lo demás relativo a su estilo, a su elegancia y a su innata sencillez. Seguro que todos quienes aman la literatura lo tendrán siempre en su recuerdo.
Una pena su desaparición. Y más pena me da, todavía, que las televisiones sólo se ocupen de los escritores cuando mueren. Después de escuchar los miles de elogios que ayer le dedicaron desde las pantallas me formulé la siguiente pregunta: ¿si tan bueno era, si tan importante lo consideran ahora, por qué no dedican ni un solo minuto -salvo honrosas excepciones- a hablar de escritores y literatura? ¿O es que sólo se trata de retórica vacía y realmente no han leído ni una línea suya? Me apunto el título y me lo autoregalo cuando me sobren cuatro chavos. Un saludo.
Estoy triste. Se ha ido uno de los grandes. Yo nunca pude decirle cuanto disfrutaba sus libros, lo mucho que me gustaba lo que intuia de el como ser humano... Nunca. Y ahora se va. O no. Delibes ya es inmortal!!
P.D. Disculpen la ausencia de tildes; tengo el teclado estropeado.
Emocionante crónica, Fernando. De ella se desprende que Delibes cuidaba su obra, estaba vigilante y tenía mucho criterio acerca de cómo debía o no ser editada y ello es digno de admiración, aunque te hiciera dar más vueltas de las necesarias; al final, visto el resultado de la edición, todo salió con bien.
Um abrazo, Javier.
Gracias por esta crónica tan diferente y bonita sobre Delibes. He descubierto este volumen de cuentos que, lógicamente, leeré con cariño.
Javier, Delibes no tenía agente y apenas publicaba nada fuera de Destino. Por tanto, cuando lo hacía, quería asegurarse del aspecto que iban a tener sus libros, pero también de que estuvieran bien distribuidos. Y más, en el caso, de una obra tan importante como son los cuentos completos. Además, le hizo gracia que una pequeña editorial castellana, de Palencia, hiciera libros atractivos, y se hubiera empeñado en una empresa tan quijotesca como editar una colección dedicada sólo a la narrativa breve.
Gracias a todos por vuestros comentarios.
Me ha chocado que hoy, entre los elogios a Delibes y en las noticias de TV, un canal se ocupara apasionadamente de la venta de sus libros. Los expusieron muy bien y añadieron una flor roja. Buen negocio estos días. Hay que aprovecharlos.
Me ha gustado esta entrada y además has conseguido que me apetezca mucho leer esa edición de los cuentos de Delibes.
Un saludo
Rosana A.
Me alegro mucho, Fernando, de que consiguieras publicar ese libro del que hablas, que buscaré.
Por mi parte, he leído todas las novelas de Delibes que han caído en mis manos. La primera, a los catorce: "La hoja roja"
Todas me han gustado, salvo una, "El hereje".
A mi modo de ver,"El hereje"es la más floja. En el arranque se nota la labor de documentación que llevó a cabo. Eso no sucede en ninguna otra. Creo que es su novela más forzada.
El resto de su obra revela, en mi opinión, a un observador muy fino del ser humano , con grandes dotes psicológicas, además de un sabio conocedor de la naturaleza.
Estoy deseando leer sus cuentos. Me figuro que serán excelentes. Podrías hablar un poco de ellos, a modo de adelanto.
Precioso homenaje.
Normalmente resulta arriesgado conocer a un autor al que uno admira porque siempre puede suceder que la persona que se esconde detrás no sea tal y como la habíamos "creado". Sin embargo, por tu entrada y por otros artículos y entrevistas, siempre me ha parecido que Delibes no defraudaba en absoluto y que en él se encontraba al castellano, cazador, seco, austero, sincero y honesto de sus novelas. El campo castellano no se puede entender sin él, como Soria no se puede entender sin Machado, éso es lo que consiguen los grandes.
Un abrazo
Pues, no María, Delibes, en el trato personal no sólo no defraudaba sino que me pareció un hombre extraordinario, a la altura de su obra. Como Carmen Martín Gaite, Gil de Biedma, Juan Benet y José Ángel Valente, por citar a otros escritores fallecidos que tuve la fortuna de tratar y conocer. Pero, por desgracia, no siempre el hombre está a la altura de la obra literaria.
Blanca, si te han interesado las novelas de Delibes, también te gustarán sus cuentos, puesto que forman parte del mismo mundo literario, aunque la intensidad de la historia contada sea otra. Así, muchos de sus cuentos están en el origen de las novelas posteriores.
Reflexionando sobra todas las palabras que se han dicho en estos días sobre Miguel Delibes, queda la conclusión de que, además de ser un gran escritor, fue un hombre íntegro, honesto y ejemplar.
Pues sí, Julia, lamentablemente una fauna en extinción. Sobre todo, vista la obsesión maniobrera que padecen algunos no tan jóvenes narradores españoles y el gusto por intercambiar elogios tanto con el goytisolo de turno (Juan, claro) como con sus coetáneos.
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