lunes, 25 de enero de 2010

El cuento en la revista Mercurio, y 2

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Así las cosas, entre mediados de los sesenta y setenta hubo unos años de un cierto decaimiento en el género, que empezó a recuperarse en 1980, con la aparición de tres libros importantes pertenecientes a Juan Eduardo Zúñiga (Largo noviembre de Madrid, 1980), Cristina Fernández Cubas (Mi hermana Elba, 1980) y Esther Tusquets (Siete miradas en un mismo paisaje, 1981). Este grupo de autores se consolidaría durante la década de los ochenta, junto a otros nombres y libros, como los de Álvaro Pombo (Relatos sobre la falta de sustancia, 1977), Luis Mateo Díez (Brasas de agosto, 1989), José María Merino (El viajero perdido, 1990; y Cuentos del Barrio del Refugio, 1994), Enrique Vila-Matas (Suicidios ejemplares, 1991; e Hijos sin hijos, 1993), Ana María Navales (Cuentos de Bloomsbury, 1991), Javier Marías (Mientras ellas duermen, 1990; y Cuando fui mortal, 1996) y Juan José Millás (Primavera de luto y otros cuentos, 1992). Todos estos nombres aparecen recogidos en mi recopilación Son cuentos. Antología del relato breve español, 1975-1993 (1993), que cuenta ya con con cinco ediciones, en un momento en que se hace balance del renacimiento del género. A los citados narradores habría que sumar el nombre de Juan Marsé, cuyo Teniente bravo (1987) tiene al menos un par de piezas, la que da título al conjunto e “Historia de detectives”, que podrían figurar en las antologías más exigentes.
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En estas dos últimas décadas, el cuento español ha pasado por diversos avatares, viniendo a cuajar en un puñado de nombres nuevos que ya a finales del XX y comienzos del XXI apuntan excelentes maneras. Se trata de Agustín Cerezales (Perros verdes, 1989), Antonio Soler (Extranjeros en la noche, 1992), Mercedes Abad (Amigos y fantasmas, 2004), Eloy Tizón (Velocidad de los jardines, 1992; Parpadeos, 2006), Carlos Castán (Frío de vivir, 1997), Javier González (Frigoríficos en Alaska, 1998), Juan Bonilla (Tanta gente sola, 2009), Gonzalo Calcedo (Temporada de huracanes, 2007), casi todos ellos recogidos en la antología Los cuentos que cuentan (1998), que preparé junto a Juan Antonio Masoliver Ródenas, quien también –por cierto- es un valioso cultivador del relato.
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Por fin, de entre las más recientes antologías del cuento español, destacaría la de Andrés Neuman, Pequeñas resistencias. Antología del nuevo cuento español (2002), avalada por un prólogo de José María Merino. Los nuevos nombres, ya en el siglo XXI, con sus libros más significativos, podrían ser los siguientes: Javier Sáez de Ibarra (Mirar el agua, 2009); Pablo Andrés Escapa (Las elipsis del cronista, 2003), Ángel Olgoso (Los demonios del lugar, 2007), Ricardo Menéndez Salmón (Gritar, 2007), Hipólito G. Navarro (El pez volador, 2008), Óscar Esquivias (La marca de Creta, 2008) y Andrés Neuman (El último minuto, 2007). Pero, además, de entre los libros más logrados, los que parecen haberse convertido ya en referencia en lo que llevamos de nuevo siglo, figuran Capital de la gloria (2003), de Juan Eduardo Zúñiga; Los girasoles ciegos (2004), de Alberto Méndez, con más de 250.000 ejemplares vendidos; Los peces de la amargura (2006), de Fernando Aramburu, y la recopilación de Todos los cuentos (2008), de Cristina Fernández Cubas.
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El fenómeno más novedoso y significativo quizá sea el papel que viene desempeñando internet, a través de las bitácoras y páginas web (véase el blog del escritor de cuentos Miguel Ángel Muñoz, http://elsindromechejov.blogspot.com/), un formato ideal para la difusión de las formas literarias breves, en la propuesta y defensa de nuevos nombres, mediante críticas y entrevistas. Tampoco debería olvidarse la apuesta por el relato de algunas pequeñas editoriales, como Páginas de Espuma y Salto de página, en Madrid; Xordica y Tropo, en Zaragoza; y Menoscuarto, de Palencia, consagradas casi en exclusiva o prestándoles mucho interés al género, como apenas nunca había ocurrido antes.
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Sea como fuere y a pesar de todos los lamentos y pesares, en este último medio siglo, el cuento ha dado en España excelentes frutos; buena prueba de ello son los autores y libros citados, en los diversos matices que van del realismo más estricto a los distintos ribetes que ofrece lo simbólico o lo fantástico, y sus innumerables hibridaciones. Su mala salud de hierro, su crisis permanente, lo ha convertido en un territorio, ante todo, de libertad y experimentación. A la vista de los numerosos autores jóvenes que lo cultivan, así como de la calidad y ambición de sus primeras propuestas, el panorama futuro se me revela muy esperanzador.
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* En las fotos, por orden de aparición, Cristina Fernández Cubas, Esther Tusquets, Juan Eduardo Zúñiga, Javier Marías e Hipólito G. Navarro.
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5 comentarios:

´´ dijo...

Entiéndame de Marcos Giralt Torrente es un libro que me gusto mucho.

Belnu dijo...

Y Belinda y el monstruo, de Luis Magrinyà

Nacho Garrido dijo...

Se echa de menos "La vida ausente", de Ángel Zapata. Y entre los autores jóvenes yo habría mencionado "El malestar al alcance de todos", de Mercedes Cebrián y "La ciudad en invierno", de Elvira Navarro.

Anónimo dijo...

Puede que alguno de los títulos que cita Fernando Valls en su estudio sean circunstanciales, no así sus autores. Se trata de considerar trayectorias sólidas, no un sólo libro en concreto. A pesar de su brevedad, es un análisis que tiene en cuenta cierta perspectiva sobre la evolución del cuento en nuestra literatura. Una perspectiva, duele decirlo, inexistente en otras iniciativas semejantes que pululan por la red dando cabida a sonrojantes compadreos. Los lectores buscamos reflexión, no votaciones tipo festival de Eurovisión.

Sergi Bellver dijo...

Buen artículo, Fernando.

Aparte de a los cuentistas españoles que escriben en otras lenguas oficiales del estado (por ponerme solemne) y que no dejan de tener su influencia en el cuento en castellano (Monzó, sobre todo), también echo de menos a Ángel Zapata, con dos libros de relatos (Las buenas intenciones y La vida ausente). Si nos ponemos puñeteros, el bueno de Óscar Esquivias o el gran Ricardo M. Salmón han trabajado más la novela que el cuento, por ejemplo. Las trayectorias puede, pero la influencia en la evolución del género cuento no sólo se hace libro a libro, sino a veces cuento a cuento (produciendo en lectores y autores esas epifanías del estilo "anda, no sabía que esto podía hacerse", para las que bien sabemos que a veces basta un relato iluminado), y lo poco es entonces suficiente para incidir mucho en quienes vienen detrás, si ese poco es bueno de veras.

Sobre cantidad y calidad, en fin, tenemos al recién desaparecido Salinger como ejemplo de que productividad no tiene por qué ser sinónimo de importancia.

En cuanto a los más jóvenes, tal vez sea el tiempo quien configure la lista más sensata. Está por ver.

Un abrazo,
José Luis Uribarri.

Quiero decir, Sergi, claro. En qué estaría yo pensando...