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Si la novela es al cine lo que el cuento a la fotografía, tal y como afirmaba Cortázar, el microrrelato bien pudiéramos compararlo con un sello de correos, por la concentración de elementos que muestra, así como por la simbología, la representatividad y el carácter portátil. Pero quizá sean sus bordes dentados los que consigan verdaderamente singularizarlo; de ahí que lo esquivo e híbrido de su condición alcance a atraer o repeler formas literarias y géneros narrativos diversos.
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En cualquier caso, por fin empezamos a estar de acuerdo en que sólo cabe considerar como microrrelatos aquellos textos narrativos breves que cuentan una historia. En efecto, el componente narrativo resulta imprescindible para distinguirlo del poema en prosa, género muy próximo a él y a partir del cual debió de evolucionar, durante la segunda mitad del siglo XIX, diferenciándose así, desde sus mismos orígenes, del cuento. Y por lo que respecta a la brevedad, no debe olvidarse que ésta no es una característica más, sino una consecuencia de la intensidad y precisión que definen al microrrelato.
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Sabemos también, aunque visto lo visto sea necesario volver a recordarlo, que ni los aforismos, las fábulas, ni mucho menos los chistes son microrrelatos. Aun cuando éstos puedan compartir algunas características con aquéllos, lo cierto es que forman parte de otras modalidades o géneros literarios, no sólo al poseer una historia y desarrollo distintos sino sobre todo una diferente tradición y evolución. No en vano, el microrrelato se vale de una intensidad y radicalidad en la utilización de los procedimientos retóricos, con la elipsis como principal recurso, que no resulta habitual en dicha proporción, dentro del cuento.
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En muy pocos años estos textos narrativos brevísimos que llamamos microrrelatos (la minificción es otra cosa: un territorio mucho más amplio y no estrictamente literario), han calado entre los jóvenes escritores, de donde es fácil apreciar una exigencia y calidad cada vez mayores en las piezas que se publican, y de lo que es buena prueba este concurso. La red parece haberse convertido en el hábitat natural, en el más propicio para el género; si bien la agrupación y ordenación peculiar que exige un libro, su posible convivencia con el cuento o la poesía, les proporcione sin duda otra dimensión distinta y acaso una mayor complejidad.
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No es menos importante que hoy en día el escritor de microrrelatos tenga a su disposición una rica tradición literaria en castellano de la que alimentarse y con la que poder aquilatar sus fuerzas, la cual arrancaría con Rubén Darío, Macedonio Fernández, Juan Ramón Jiménez, Ramón Gómez de la Serna, Vicente Huidobro y Lorca, teniendo en la segunda mitad del siglo XX a cultivadores tan exigentes como Borges, Max Aub, Francisco Ayala, Bioy Casares, Arreola, Monterroso, Marco Denevi, Ana María Matute, Antonio F. Molina, Javier Tomeo, Luisa Valenzuela, José Emilio Pacheco, José María Merino, Luis Mateo Díez, Ana María Shua, Pía Barros o, por citar a un joven y prestigioso autor actual, el hispanoargentino Andrés Neuman.
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Hoy por hoy, el microrrelato cuenta con dos enemigos: la supuesta facilidad, esto es, la peregrina idea de que unas pocas líneas puede escribirlas cualquiera, incluso en un pis pas; y lo que me parece más grave: el escaso conocimiento que muestran algunos de sus cultivadores primerizos respecto de esa variada y compleja tradición literaria a la que me acabo de referir.
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El concurso de microrrelatos de la Cadena Ser y de la Escuela de Escritores se inició en el 2008 y en esta tercera edición que nos ocupa ha obtenido el galardón Agustín Martínez Valderrama, de 34 años, con su texto “Carne rebozada”, compitiendo con otros 24.000 micros presentados, entre los que se encuentran finalistas de calidad como Isabel González González, Rosana Alonso, Alberto Corujo y Beatriz Alonso Aranzábal, por sólo recordar a aquellos autores cuya obra conozco un poco mejor.
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Con la ayuda de las sensatas apreciaciones que dejaron en mi blog La nave de los locos, Jesús Esnaola, Isabel González González, Antonio Serrano Cueto, Lola Sanabria y Gemma Pellicer, voy a dedicarle a continuación un breve comentario a “Carne rebozada”, la pieza ganadora. En ella, una familia está a punto de cenar cuando observan a través de la ventana, siempre indiscreta, que el vecino de enfrente pretende suicidarse. Aun cuando, como era de prever, se pongan todos a observarlo, realizando cábalas sobre si será capaz de decidirse o no, al verlo dudar tanto, acaban desentendiéndose del asunto y hasta se ponen a cenar. Quizá sea éste el microrrelato que hubiera escrito Rafael Azcona, de haber cultivado el género, por su mezcla de ingenuidad y humor negro, o lo que nos desvela sobre la condición humana, capaz de convertir la tragedia en espectáculo, al tiempo que esos mismos espectadores se muestran imposibilitados para reaccionar como debieran. Agustín Martínez Valderrama baraja muy bien la frivolidad de los mirones, ni siquiera están inquietos, sólo expectantes, con las dudas del suicida, así como el humor con las reiteraciones, lo visual con lo introspectivo, el inicio casi banal y levemente enigmático, con la discreta sorpresa que nos depara el cierre, para lo que se vale de una frase lapidaria que si bien podría sonar a muletilla, en este caso lo explica casi todo. Pero quizás el momento clave sea aquel en que la familia corre las cortinas, baja el telón, para poder olvidarse del suicida y comer tranquilamente la carne rebozada del título, metáfora negrísima de ese mismo vecino desnudo del que no llegamos a saber si aquel día logró poner fin a su vida. No nos quedan dudas, en cambio, de que estos vecinos, los auténticos protagonistas de la historia, se comieron caliente aquella carne rebozada sin llegar a indigestarse.
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En fin, sólo me queda felicitar a todos los participantes en el concurso de la SER; en especial al ganador, a los finalistas, y al jurado que supo elegir con acierto. Y mostrar agradecimiento a los organizadores de este certamen por llevar a buen puerto tan saludable idea; así como a la editorial Alfaguara por haber acogido esta singular antología de microrrelatos en su prestigioso catálogo.
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La red, en su mejor versión, quizá sea posible entenderla como un foro en donde los escritores pueden dar a conocer sus textos, los cuales quedan siempre a disposición de múltiples lectores esparcidos por el mundo de habla española, contando además con la opinión de todos ellos. El camino ha sido largo, porque un día, en soledad, alguien escribió una historia que fue seleccionada, entre otras muchas, por lectores expertos. Luego fue leída en la radio y volvió a juzgarse, para ser publicada en un blog y comentada con sagacidad, y finalmente editada en un libro; con lo que parece haber recorrido todo el ciclo vital propio de un texto literario breve en este siglo XXI, cambalache, más problemático y febril, si cabe, que el denostado por Discépolo.
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* Prólogo a la antología Relatos en cadena. 2009-2010, Alfaguara, Madrid, 2010, pp. 9-15.
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* En la foto aparecen el ganador y los finalistas del Concurso de Microrrelatos de la Cadena SER. Sentadas, de izqda. a dcha.: Almudena Sánchez, Ana Martínez, Beatriz Alonso, Rosana Alonso e Isabel González González. De pie, en el mismo orden: Alberto Corujo, Agustín Martínez Valderrama, Javier Regalado, Ernesto Girondo y Miguel Torija.
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