El cantero podría haber descuidado la factura de los relieves y
ornamentos más altos de la catedral, ya que prácticamente nadie, en su época,
iba a contemplarlos de cerca; y sin embargo no lo hizo, porque su propósito era
que fueran vistos, no desde la tierra, sino desde el cielo por el único Ojo que
escruta todos los detalles.
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¿Qué
somos? Unos pocos aconteceres que se dejan atrapar por la atención de unos
pocos observadores. Tan solo eso, y quizá ni eso.
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En el infierno, siempre hay sitio para un nuevo desalmado. Incluso
después de los juicios de Núremberg, cuando sus sucios pabellones estaban
repletos, se admitían nuevos ingresos. Nunca tuvo que esperar un cruel por muy
hacinadas que estuvieran las celdas. En el Averno no existen restricciones,
cualquiera es bienvenido y las preferencias quedan completamente prohibidas.
Nadie debe perderse la condena que con tanto merecimiento ganó. El que hizo el
diseño del infierno quiso que, por si acaso, cupiéramos todos.
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Ella me dijo, durante mi hospitalización, que lo fundamental de su
biografía estaba en las tres cicatrices de su cuerpo: la que no podía disimular
su vello púbico le recordaba, a diario, aquel hijo deseado que terminó siendo
este extraño de la foto; la de la mejilla derecha le impedía olvidar a un
marido que, poco después de la boda, se convirtió en su peor enemigo, y la más
reciente, aún con los puntos de sutura, era la de una biopsia que no presagiaba
nada bueno, salvo que sería el último zurcido de su desdichada vida.
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Me
hice amigo de un gladiador, que venía directo de mi imaginación, y lo traje a
vivir conmigo. El vecindario protestaba porque los niños no iban al colegio y
preferían jugar con él. Cuántos paseos tuvimos que interrumpir por el acoso de
los paparazzi y la insistencia de los
fans en busca de unos autógrafos. Los ruinosos circos romanos no le gustaban.
Su lugar predilecto para los combates eran los estadios de fútbol llenos de
hinchas poco antes de terminar el partido, con el consiguiente deterioro del
orden público. En los estudios de cine, no encontró trabajo de especialista
debido a que sus interpretaciones resultaban demasiado verídicas. Al final, las
cosas se aclararon entre nosotros y, de mutuo acuerdo, viendo lo molesto de su
comportamiento arcaico, decidimos que volviera al cuarto oscuro de mi fantasía,
donde los anacronismos pasan desapercibidos.
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El problema de la muerte es que ni se presiente ni
se adivina ni se barrunta y, aun así, termina llegando a deshora como un
huésped inoportuno al que hay que acomodar, encima, en el mejor cuarto de nuestro
piso. El problema de la muerte es que siempre nos coge desprevenidos y con los
preparativos sin hacer, porque tiene la mala costumbre de presentarse sin haber
recibido invitación. El problema de la muerte es que cuando se va, no se va
sola.
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* La foto es de Chema Madoz.
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