LAS TRES EDADES DEL HOMBRE
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Este es uno de esos libros que siendo atípicos por su
naturaleza resultan cada vez más frecuentes en nuestras letras, pues baraja con
absoluta naturalidad la autobiografía y el ensayo. Sin embargo, no es la
primera vez que lo memorialístico aparece en la obra de Fernando Aramburu, como puede
comprobarse en Fuego con limón, Viaje con Clara por Alemania y Años lentos. En Las letras entornadas (Tusquets, Barcelona, 2015) cuenta
cómo los jueves, a lo largo de once meses, el narrador, un hombre maduro
identificado con el autor, conversa y le lee textos a un personaje que denomina
el Viejo, quien ya en la primera página se define como “un disfrutador”, aunque
tenga 79 años y se encuentre casi ciego.
Está compuesto por 32 capítulos, cada uno de ellos dividido
a su vez en dos partes. En la primera, compuesta en cursiva, aparece el marco
donde se cuentan las historias y enuncia las opiniones o reflexiones sobre los temas
que trata en su obra o el papel que desempeña la experiencia personal en sus
ficciones. El marco se sitúa en la casa del anciano, quien propicia los
encuentros mediante la conversación, buenos y variados vinos, rico picoteo y
una surtida biblioteca. En la segunda parte del capítulo, en redonda, se expone
un asunto cuyo origen suele ser un texto publicado por el narrador.
La mecánica de la conversación estriba en que, en
esencia, el narrador cuenta y el Viejo escucha, porque atender es la forma que
tiene de recordar, de volver a ser quien fue. Así, nos habla del niño que se crió
en San Sebastián en una familia obrera; rememora sus primeras aficiones y
lecturas, el distanciamiento de la religión; homenajea a sus padres y a su tío
Basilio Nebreda (personaje que daría para una narración independiente), a los
maestros que alentaron su vocación y a dos amigos queridos, quienes lo alentaron
en privado: el profesor Juan Manuel Díaz de Guereñu y el poeta Francisco Javier
Irazoki. Todo lo cual lo lleva a
reflexionar sobre su incipiente ambición por salir del medio al que por
nacimiento y condición social parecía predestinado, para lo que se vale de la
formación cultural, rompiendo así la cadena del destino, además de recordar su
sueño temprano de vivir en otros lugares. Ambos deseos se cumplirán, al
convertirse en un reconocido escritor; y acabar residiendo en Alemania, donde
se casa y nacen sus hijas.
Pero también nos encontramos con atinadas reflexiones
sobre autores y obras de su preferencia: El
Quijote; Lorca, el primer escritor a quien quiso parecerse; dos autores
muertos jóvenes: Félix Francisco Casanova y Wolgang Borchert, que fue quien
inauguró en Alemania la literatura del trauma y las ruinas; clásicos
contemporáneos como Dostoyevski, Thomas
Mann o Camus; nuevos nombres: Marcos Giral Torrente, Juan Gracia Armendáriz o
Pilar Adón; Aleixandre, Mercè Rodoreda y un Celaya visto en claroscuro; junto
con algunos de los grandes escritores vascos en castellano: Blas de Otero,
Ignacio Aldecoa y Ramiro Pinilla. E incluso se ocupa del crítico literario Marcel Reich-Ranicki y de sus
atinadas opiniones sobre el oficio: sin amor a la literatura no hay crítica,
que debe escribirse con claridad, sin jergas ni tecnicismos, y tiene que
sustentarse en el gusto personal producto de numerosas y bien asimiladas
lecturas (p. 169).
Todos estos comentarios a veces aparecen vinculados con
su propia obra de ficción, como cuando reconoce el cervantismo de su primera
novela; recuerda las acciones del grupo CLOC de Arte y Desarte, o el invento
del chestoberol. De todas formas, el homenaje más emotivo es el que les rinde a los
responsables de la librería Lagun, donde Aramburu empezó muy joven a comprar
libros, mítico establecimiento destrozado primero por la violencia de la
extrema derecha franquista, y luego por los abertzales. Para alguien que lleva
tantos años viviendo en Alemania, tampoco podía estar ausente el nacionalsocialismo,
aquí tratado a través de la historia trágica de Victor Klemperer. Aramburu se
plantea además cuestiones literarias esenciales, desde cómo fomentar la lectura
entre los jóvenes, qué tipo de ciudadano es un escritor, en qué consiste un buen
poema, quién debe sostener la literatura, qué es la realidad, qué papel
desempeñan los personajes en la novela, o su socarrona opinión sobre la consabida
y supuesta muerte de la novela. A veces, nos proporciona respuestas muy
sensatas, pero en otras ocasiones saben a poco, como cuando trata de la
literatura erótica, aunque no debería olvidarse que estas consideraciones se
dirigen a un público lector, no a los expertos.
Pero por qué las
letras entornadas. Quizá porque el autor prefiera los libros abiertos a
consideraciones diferentes, pues al fin y a la postre no son sino otro eslabón
más de esa interminable cadena que es la tradición literaria. El caso es que
trate el tema que trate, ese humor socarrón que cree haber heredado de su padre
se expande por todo el libro, oxigenándolo. Se cierra, tras diversas
disquisiciones, con la noticia de que el Viejo tiene que abandonar su casa e
instalarse en un hotel porque la corroen las terminas, lo que les proporciona
una excelente excusa para analizar “Casa tomada”, el cuento de Cortázar. En el
comentario que cierra el libro, en la última línea, se desvela la personalidad
del Viejo, si es que no la habíamos intuido ya.
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Se trata, en suma, de un libro sobre las tres edades del
hombre: el niño que fue, el hombre que es hoy Fernando Aramburu y el anciano en
que piensa que se convertirá. Pero observando la foto de la cubierta diría que
en ese niño de 8 años que se lleva la mano al corazón, mientras le da una
calada a un cigarrillo, está ya el escritor que será, pues como nos confiesa:
“noto un vínculo incesante entre el adulto que escribe y el niño que ideaba
ocurrencias maliciosas para vencer el aburrimiento” (p. 204), e incluso en su
gesto se intuye al viejo disfrutador. No me cabe duda de que este libro, inteligente
y ameno, llegará a ser imprescindible para todo aquel que quiera entender mejor
su obra.
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* Esta reseña ha aparecido publicada en la edición española de la revista Buensalvaje, núm. 3, mayo y junio del 2015, p. 6.
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