Querido Fernando:
sabes que mi relación con las nuevas tecnologías es nula. No existe. Y desde
hace bastante tiempo, tampoco con los medios. Para qué. Nunca la crisis que nos
hunde fue tan de dominio del cinismo y las mentiras. Sé lo que pasa, sin embargo.
El aire, como en el viejo poema de Bob Dylan, tiene todas las preguntas y todas
las respuestas. Ahí leo lo que pasa. Pero sé que eso es insuficiente. Y que
debería acercarme a algunos sitios para encontrar lo que habitualmente no
encuentras en ninguna parte. Internet a veces está para eso. Pero tampoco soy
muy aficionado a las redes. Supe muy tarde lo que era un blog. No estoy en
Facebook ni en Twitter. Como escribía Caballero Bonald (más o menos), abro la
ventana que da a los montes de Gestalgar, mi pueblo, y ahí está mi patria. De
los blogs me acerco a un par cada mucho tiempo. Uno es tu nave llena de locos
sabios y entrañables. Anoche acababa de escribir un capítulo de la novela en
que ando a tientas y me metí donde habitas con tus amigos, con tus libros, con
tus cercanías o lejanías literarias que tanto sirven de consejo o sugerencia. Y
allí, la noticia. Se ha muerto Ricardo Senabre. Fechabas el texto que
escribiste para El País el 8 de
febrero. La hostia: tanto tiempo ya y yo sin saberlo. Es lo que pasa por andar
metido en el último rincón de la tierra. Lo escribiste en El País hace mes y medio y ahora lo veo. Leo eso que escribiste.
Comparto lo que dices de Ricardo. Y tanto. Y siento la misma sensación de estar
una miaja más solo. Sé que es un tópico eso de que nos quedamos huérfanos
cuando se muere alguien que representó algo bueno para nuestra vida. Pero es
verdad que eso sentí anoche cuando leí lo que escribiste sobre Ricardo Senabre.
Lo primero que escribió sobre mí y mis novelas fue en 1997. Ya ha llovido mucho
desde entonces. Hablaba de Maquis.
Era en ABC. Ya entonces leía poco los
suplementos culturales. No lo digo con ningún orgullo. Eso sería de idiotas.
Simplemente nunca tuve esa costumbre. Me lo dijo un amigo, Jenaro Talens:
“Ricardo Senabre escribe sobre tu novela”. Yo no sabía quién era Ricardo
Senabre. “Y qué dice”, pregunté sin acojono y sin nada. “Te pone de puta madre.
Ni siquiera hace referencia a un adverbio mal puesto o a una frase que maltrata
la gramática”, contestó. Le agradecí al crítico el detalle. Desde entonces
hemos cruzado cartas y correos. Yo lo quería muchísimo. Creo que él a mí
también. No sé si muchísimo, pero estoy seguro (y me llena de orgullo) de que
me quería. Si hay algún testigo de lo contrario, que no me lo diga. Escribió de
casi todas mis novelas desde aquella reseña en ABC. Y siempre las trató con un afecto que nunca le agradeceré
bastante. Me enseñaba a escribir mejor con lo que escribía. De la misma manera
que me enseñan sus dos colegas de El
Cultural que nombras en el texto dedicado a la ausencia de Ricardo. Sí,
también Ángel Basanta y Santos Sanz Villanueva forman parte de mis querencias
por lo que saben y por lo que me enseñan, tanto cuando escriben de mis
historias como cuando lo hacen de otras historias y otros colegas. Hay otra
gente que escribe sobre libros y con quienes me unen la admiración y el
agradecimiento, pero aquí hablo de quienes tú nombras en La nave de los locos. Me consta lo que dices: Ricardo Senabre nunca
se casó con quien no quisiera casarse. Nunca admitió bodas impuestas y la
literatura era para él un amor sin condiciones. Mira Machado: “Desdeño las
romanzas de los tenores huecos / y el coro de los grillos que cantan a la
luna”. Sé que hay escritores que lo odiaron por la dureza a veces de sus críticas.
Suele pasar. Ya he dicho que lo quería. Muchísimo. Un detalle: cuando no era él
quien escribía la reseña de alguno de mis libros porque el medio se la había
encargado a otro crítico, me escribía una carta que era como la reseña personal
(intransferible al público) de lo que había leído. Hace unos meses (finales de
septiembre) salió mi última novela: Todo
lejos. Tú escribiste de ella en El
Viejo Topo y luego pasaste el texto a tu blog. El envío lo devolvían a la
editorial desde Salamanca. No estaba en casa. Le escribí. Me contestó
enseguida. Estaba en Alicante. Habían operado a su mujer. Ya no supe nada más.
Hasta anoche. Enterarte de la muerte de alguien a quien quieres es no saber.
Para qué. Sólo vale la ausencia, ese sentido tan irremediable y triste de la
pérdida. Sólo vi a Ricardo Senabre un día. Fue en Valencia. Unos
profesores de la Universidad habían
organizado un Congreso y era él el invitado principal. Uno de esos profesores
me llamó para decirme que don Ricardo les había dicho si me conocían y si era
posible que estuviera en la cena. Me lo dijo así el profesor amigo, querido
Fernando, como tú dices que le gustaba que lo llamaran: don Ricardo. Yo, y no
es por nada, siempre lo llamé Ricardo. No sé. Tal vez hice mal. No sé. Pero ni
en las cartas ni en los correos ni aquella noche en Valencia me salía otra
manera de nombrarlo. Ahora sólo sé que se ha muerto y eso me llena de una
tristeza infinita. Escribo esto a mil por hora. Para agradecerte que estés ahí,
escribiendo sobre lo que lees, dando señales para que nos equivoquemos lo menos
posible con los libros que llenan a veces apestosamente las estanterías del
mercado. Y a Ricardo, pues eso: gracias por estar donde siempre estuvo. En la
parte que me toca: siempre cerca de mí y de mis historias.
Un abrazo grande
Alfons
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* Alfons Cervera es narrador. Su última novela, Todo lejos, la ha publicado Piel de zapa, en Barcelona.
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1 comentario:
Cuando uno de los grandes se va, deja siempre un vacío. Senabre, despertando esa ambivalencia de amor/odio, fue un profesional y, lamentablemente, eso no abunda.
A veces es preferible enterarse tarde de noticias como estas.
Un abrazo,
Cristina.
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