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Mosca de
amor
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La mosca ha entrado en la
habitación, donde tú estabas solo y en silencio, leyendo. Casi ni conoce el
mundo y mucho menos te conoce a ti, porque apenas tiene aún unas horas de vida.
El calor del verano es intenso y tú sudas, no mucho la verdad, pero sí lo
suficiente como para que tu olor atraiga a la mosca y se te acerque. La
desprecias con un manotazo al aire, fallido. Tú eres miel para ella, pero no lo
entiendes. La mosca vuelve a aproximarse igualmente sin ninguna cautela. Quiere
lamerte, acariciarte, besarte. Nadie puede negar que esto también es una forma
de amor, quizá la única que la mosca conoce, pero lo es, lo es. Más aún por la
manera en que te mira desde el borde de la mesa. Tú, claro, no le haces ni
caso, sigues ensimismado en no sé qué poemas, aunque la verdad es que ya has
perdido un poco la concentración. Es imposible internarte en la jungla de los
versos al mismo tiempo que la mosca, tu mosca, está ahí, tan cerca. Ya es
improbable que una lágrima vuelva a descender, lenta, de tus ojos, cuando
sientes que la voz que te habla en silencio desde el libro te ha tocado una
parte sensible del alma. La mosca te espía, te acecha imantada por el deseo
implacable, natural, lascivo, que le nace de su hondo irracional. Vuelve a
intentarlo con renovado celo; la rechazas una y otra vez. Cuando desiste por
fin y se posa no muy lejos, una brizna acuosa se desliza, como rocío casi
imperceptible, por su rostro diminuto, y resplandece durante una décima de
segundo en la tarde lívida. Poco después estará muerta, despachurrada entre tu
libro y el tablero de la mesa. Así, en seguida, sin darle la menor importancia,
podrás abandonarte de nuevo a la lectura en brazos de Cupido y olvidarás sin
más a esa mosca que te quiso más que nadie.
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* El libro de Ángel Carrasco Sotos, Basura espacial. Microrrelatos vesiculares, ha sido impreso en Eurográficas, Cuenca, 2014.
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2 comentarios:
Me ha encantado este relato, una casualidad que no esperaba porque acabo de subir un post a mi blog sobre las moscas, una tontada.
Nada que ver con este que me ha llevado de la mano por la lírica y la sensibilidad.
Gracias, y saludos cordiales.
El narrador toma partido en este texto, al utilizar esa segunda persona del singular, que le permite no solo explicar los hechos sino, por encima de todo, juzgar al protagonista, a quien condena con esa frase final, tan inapelable que suena como una cadena perpetua. Es una voz omnisciente pero a la vez cercana, como la voz de la conciencia, que tiene la elegancia de no explicar cómo muere el insecto. Eso se lo ahorra al lector, pero esa elipsis no mengua un ápice la culpabilidad del personaje.
En mi opinión, es un relato tenso, intenso, que provoca desasosiego. Y mucha admiración.
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