EL JOVEN TROLERO
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Arranca este libro de Luis Landero, El balcón en invierno (Tusquets, Barcelona, 2014), con las cuitas de
un narrador, que pronto identificamos con el autor, sobre la crisis que vive la
literatura, no por falta de calidad, sino de lectores; acerca de sus dudas e inseguridades
en el momento de iniciar una nueva obra. Semejantes cavilaciones surgen al
darse cuenta de que no puede limitarse a narrar sus orígenes familiares, los
episodios relevantes de su existencia, desde la estricta ficción convirtiéndolos
en otra novela más con sus tecniquerías,
tal y como reconoce en el capítulo primero, fechado en septiembre del 2013, “No
más novelas”. Decide, por ello, contar los hechos con más sinceridad y devoción (en
palabras del autor), con menos trucos retóricos. Así pues, se vale de los
recuerdos, del material propio de la autobiografía, aunque utilizando también los
mecanismos habituales de la novela, su forma y procedimientos, para barajar el
tiempo a su gusto, como si su existencia hubiera sido una ficción, retratándose
por tanto como un personaje novelesco, con el fin de convertir sin artificios
innecesarios unas vidas sencillas en materia novelable.
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Cuando
el lector comience el segundo capítulo no podrá evitar preguntarse quién cuenta,
o si la voz del autor y la del narrador se superponen entre sí. El caso es que
estamos en 1964, en el momento en que muere el padre del narrador, cuando este
solo tenía 16 años. Desde la madurez del presente, empieza a relatar su vida con
una cierta distancia e ironía, pues en el capítulo 17 se dirige en segunda persona
a aquel joven que fue. Lo que cuenta, por una parte, es la historia familiar:
la llegada a Madrid en 1960 de unos emigrantes extremeños; el largo viaje que
los lleva del campo al pueblo, y del pueblo a la capital del país acarreando
consigo el mundo rural; cómo empiezan a ganarse la vida; la apabullante figura
del padre y de la madre abnegada, tan distintos; y la del primo hermano Paco,
luego también cuñado, un inventor que tocaba la guitarra pero soñaba con ser
torero, el Dédalo del joven Ícaro que era el protagonista, quienes acabarán
transitando caminos muy diferentes. En todo ello subyace una visión de la
postguerra española, un homenaje a las generaciones que más sufrieron.
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Por
otra parte, narra cómo un chico acaba desempeñando diversos oficios modestos
antes de jurar ante el cadáver de su padre, el episodio central de la vida del
protagonista fue esa muerte (pp. 88 y 90), que llegaría a ser un hombre de
provecho (p. 68), convirtiéndose con el paso del tiempo en estudiante, poeta y
guitarrista, a pesar de tener en contra tanto las condiciones sociales como las
familiares. Aunque, eso sí, había destacado ya en su familia como trolero, tal
y como le reprocha su madre en varias ocasiones
(pp. 28, 60, 77), quizá porque los atractivos de la ficción se impusieron
fácilmente a una realidad paupérrima, degradada. No parece, por tanto, que haya
diferencia alguna entre el escritor que nos muestra sus dudas y el adulto que
recuerda un pasado que esta vez, sin apenas filtros, podemos identificar con el
del autor.
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El título alude precisamente al
mirador de la vejez, del invierno de la vida (p. 133). En las fotos de la
cubierta y la contra aparece Luis Landero con 17 años, junto a su abuela
Francisca, Frasca, última depositaria
de esa cultura o experiencia campesina de la que habla John Berger, maestra en
el arte del relato oral. El libro se compone de 18 capítulos datados entre 1925
y el 2014, pero los dieciséis restantes se ocupan de lo que ocurrió en diversas
fechas, aunque el año clave resulte ser 1959, pues seis capítulos están fechados
entonces, cuando el autor tenía solo 11 años. De todo lo que aquí se cuenta destacaría
la experiencia del viaje, en el capítulo 12; todo el extraordinario capítulo
14; y la atinada descripción del canon que se hace en el 15; pero también el
relato de su educación literaria, las lecturas intuitivas de un joven de
postguerra (p. 124), y sentimental, eso que denomina las sucias canciones
románticas, la basura melódica que nos envenenaba (p. 83), “la música tramposa
y fatal del amor” (p. 114). Algunas de las historias que se nos narran ya las
conocíamos por otros libros del autor, como Entre
líneas: el cuento o la vida (1996 y 2001) y El guitarrista (2002). No menos llaman la atención unos cuantos conceptos
singulares, rastreables en sus anteriores ficciones: el bichero de la calle (p.
26), la gente gorda, el dinero chico y el grande (p. 97), el afán (pp. 20, 148,
210, 234 y 244), el jeito (pp. 34 y 238), las lumbres altas y las lumbres bajas
(p. 163) o los momentos estelares de las novelas.
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Al final, el protagonista le confiesa
a su madre que está escribiendo un libro sobre “la vida de todos nosotros”, en
el que cuanto “se dice es verdad” (p. 212).
Esa verdad le llega al lector a través del estilo, del tono, de la sensación de
autenticidad y sinceridad con que relata, y por la emoción contenida que
destilan las historias. ¿Dónde encajarlas? Landero, sin disimulo alguno,
compone una novela (la define en una entrevista como “novela de hechos
totalmente verídicos”), un autorretrato en cierto modo, pero tratado en forma
de ficción, como si quisiera contar la novela de su existencia; no en vano el
protagonista se afilia a la casta de los desclasados, como Sorel o Gatsby (p.
220), y nos confiesa que `el signo de su vida´ había sido “la ambigüedad, el
desarraigo, el merodeo, la vaguedad de los contornos, la indefinición de las
tareas” (p. 97), pero, sobre todo, cómo fue encontrándole sentido a una existencia errática. Quizá porque según se
afirma en un momento dado: “lo que no se escribe se pierde sin remedio” (p.
116); y para que nada se pierda y adquiera sentido, el ámbar donde se atesoran los
recuerdos debe convertirse en un relato como el que ahora nos brinda Luis
Landero.
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* Esta reseña ha aparecido publicada en el núm. 1, correspondiente a los meses de noviembre y diciembre del 2014, p. 11, de la ed. española de la revista Buensalvaje. Corrijo un error que cometí en la versión que aparece en la revista impresa.
* Esta reseña ha aparecido publicada en el núm. 1, correspondiente a los meses de noviembre y diciembre del 2014, p. 11, de la ed. española de la revista Buensalvaje. Corrijo un error que cometí en la versión que aparece en la revista impresa.
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