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Para todo aquel que
aprecie el arte, la visita al Hermitage, el museo de San Petersburgo, es un
sueño que debería intentar cumplir. Cuando uno se planta en la plaza del
Palacio, de inmediato se da cuenta de que el Hermitage es mucho más que sus
colecciones de arte, pues el entorno en que se encuentra el larguísimo edificio
no es menos significativo, ni tampoco la primera impresión que nos llevamos. Si
accedemos por la Avenida Nevsky, desde muy lejos se aprecia la aguja dorada que
corona el Almirantazgo, pero al tomar la curva y doblar la esquina nos
encontramos de pronto ante un impresionante conjunto: la plaza, la columna en
el centro coronada por el ángel (recuérdese el antológico microrrelato de
Zúñiga, “El ángel”) y por fin, el Palacio de Invierno, con el río Neva al fondo
y el Arco de Triunfo enlazando los edificios amarillos y blancos de capitanía que
forman el edificio del Estado Mayor, a la derecha, en contraste con el verde y blanco del
Hermitage.
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Almirantazgo |
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Palacio de invierno, Hermitage y la columna de Alejandro |
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Palacio de invierno, Hermitage |
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Catalina, la Grande
compuso un decálogo de conducta para que los asistentes a sus cenas y fiestas
lo tuvieran en cuenta, so pena de no volver a ser invitados. Cada visitante del
museo irá componiendo el suyo propio, y aunque no llegue a decálogo, poco
importa. Así, no puede pretender verlo todo porque resulta imposible e
inasimilable (valga por una vez el palabro); debe tener claro lo que prefiere
ver; armarse de paciencia con los funcionarios rusos, toscos y rústicos como no
hay otros, quienes no solo desconocen otra lengua que no sea el ruso, sino que
parece ofenderles que les preguntes en inglés, y como dan por hecho que todo el
mundo habla ruso, se dirigen a ti en su lengua, con absoluta naturalidad; no
menos paciencia se necesita tener con los infinitos grupos de turistas (¿en qué
se distinguen los grupos de japoneses de los chinos?: En que los primeros son
discretos, mientras que los segundos no paran de gritar, empujar y corretear
para no perderse); todos los cuales impiden ver con un mínimo de tranquilidad las salas dedicadas a los maestros antiguos; por suerte, las de los modernos suelen
recorrerlas como posesos, de modo que en el trato con los grupos de turistas
suele resultar muy útil eso que en el baloncesto se llama tomar la posición, o sea, atrincherarse y resistir toda clase de
envites. Pero también es necesario programar, al menos, dos días de visita: uno
para los salones y los maestros antiguos (unas 3 horas), y otro para los
modernos y contemporáneos (3 horas más), dado que una vez sales de museo, no
puedes volver a entrar, y dentro no se puede comer otra cosa que los insípidos sándwiches
de la pequeña cafetería; si queréis evitaros una de las muchas colas que hay
que hacer para todo, puede sacarse la entrada al Hermitage por Internet y
recogerla en un quiosco que hay junto a la entrada, sin hacer cola. Acabo, por
hoy, con algo que me ha llamado la atención: los orientales, los reyes de las
nuevas tecnologías, han descubierto una nueva manera de visitar los museos,
pues la recorren a todo trapo hasta que algo les llama la atención, entonces se
paran en seco, alzan su cámara, apuntan y graban durante cinco segundos
seguidos, para repetir la misma operación en la siguiente sala, fijándose en
una moldura, un cuadro, un marco, o bien en una loza, una lámpara o una estufa. ¡Ahí
está nuestro futuro inmediato!
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La Columna de Alejandro enmarcada bajo el Arco de Triunfo, y dos modelnas locales entaconadas selfieándose |
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Arco de Triunfo en el edificio del Estado Mayor |
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(En la próxima entrada, me
detendré en los cuadros y otros objetos de arte que me hayan llamado la
atención. Las fotos son de GP.)
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3 comentarios:
El ritual para visitar los Museos.
Me encanta.
Espero la segunda parte.
Saludos ermitaños.
Me has hecho recordar mi visita al Hermitage, que mencioné brevemente en este blog el 1 de agosto de 2011.
"Pero descubrí una extraña afición, que consiste en no mirar los cuadros sino fotografiarlos: la gente hacía cola para acercarse a la obra en cuestión y disparaba. ¿Admirarían después esas obras en la soledad de la pantalla de su ordenador? De lo que pude contemplar (en el brevísimo tiempo dedicado a la pintura de nuestra excursión) me impresionó el Hijo Pródigo de Rembrandt, vi la pequeña Madonna de Leonardo da Vinci, y salté a la Polinesia en la sala de Gauguin, entre otras joyas del siglo XX."
Veo que sigue la moda de no contemplar y sí fotografiar los cuadros. Sería mágico poder pasear por esas salas vacías de público: quizás en el duro invierno se despeja el Museo.
Un abrazo
Beatriz, la novedad es que ahora los graban, pero un segundo y sin criterio alguno en la elección, e incluso dudo que cuando regresen a sus casas miren la grabación. En fin. Saludos.
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