sábado, 28 de junio de 2014

Los cuentos de Adolfo García Ortega

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FISURAS
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Resulta difícil entender por qué no ha tenido un mayor reconocimiento la obra literaria de Adolfo García Ortega: ¿quizá por su trabajo en el mundo editorial, como probablemente le ocurrió también a Carlos Pujol? Además de la prosa narrativa ha cultivado el artículo de opinión, la poesía, el ensayo y la traducción; aunque creo que algunas de sus novelas, sobre todo, tendrían que haber adquirido un mayor peso en la literatura española reciente.
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En este nuevo volumen (Verdaderas historias extraordinarias. Cuentos reunidosSeix Barral, Barcelona, 2013) se recoge tres libros cuyas fechas abarcan 25 años, dos ya publicados (Privado paraíso, 1988; y La ruta de Waterloo, 2008) y un último inédito (La mujer de Sorrento). Lo primero que nos llama la atención es el título y el subtítulo, al referirse obviamente al género de los textos, anunciando que se trata de historias, cuentos, aunque no sea exactamente así. Sin embargo, encontramos resonancias, sin hacer aquí innecesarios alardes de erudición, con el concepto de historia verdadera, de Blas de Otero, que además era fingida, en el recuerdo de Poe y sus historias extraordinarias y en su estela Roald Dahl.  
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Tras la lectura del conjunto, el prólogo resulta más desconcertante que clarificador, pues no parece que la tradición en la que afirma engarzarse -Poe, Chéjov, Kafka, Onetti y Cortázar, “todo relato ha de partir de un fogonazo deslumbrante en la mente del autor y ha de mostrar un rasgo extraordinario de un universo ordinario, amén de muy disímil”-, guarde relación con la que García Ortega cultiva, al tratarse más bien –suponemos- de rasgos y autores que aprecia como lector del género. ¿Qué son, entonces, estas piezas: historias, relatos, cuentos verdaderos o extraordinarios? Me parece que no todos ellos son cuentos, ya que el primer libro está compuesto sobre todo por textos híbridos, cercanos al artículo, la semblanza, el retrato (“los retratos son juicios del alma, tan bien traicionada por el cuerpo que la aguanta”, p. 37) y la crónica. “Los siglos de la infancia”, por ejemplo, consiste en una reflexión en torno a los primeros años de existencia, tras recibir en herencia unos muebles de la casa familiar.
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Del  volumen de 1988, en el que todos los textos excepto los dos últimos tratan de la vida u obra de escritores célebres, con un Flaubert enfermo de literatura en primer lugar, destacaría “Un día tranquilo”, aunque me parece que las dos páginas iniciales resultan innecesarias. En el libro del 2008 sobresale “Vidas, mitad de trayecto”, cuento en la tradición de La ronda, La colmena o La noria, si bien narrado en segunda persona; o “Habid”, una historia de amor homosexual. Asimismo se incluye una atractiva narración, “Hoteles Metropol”, que los numerosos establecimientos con su nombre podrían imprimir, exento, y regalar a sus clientes. El cuento que da título al conjunto, “La ruta de Waterloo”, puede leerse como la historia de una obsesión producto del azar que surge tras el accidente de una anciana y un regalo, y se alimenta de ocho lecturas de La cartuja de Parma, de Stendhal, y alguna de Los miserables, de Víctor Hugo. Estos hechos conducen al protagonista, un diplomático español, a recorrer el campo de batalla siguiendo el mismo trayecto que Fabricio del Dongo, para acabar identificándose con él, entre sueños y alucinaciones quijotescas, que lo llevan a convertir un periplo turístico en un viaje a través del tiempo, a caballo entre la historia y la ficción.  
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El libro inédito, en cambio, me parece menos logrado. En “Cosas que sé…”, por ejemplo, concluye con un truco tramposo, impropio de un autor tan avezado; mientras que “Hermanas y maridos” resulta poco sutil y en “Los héroes” no consigue trascender lo anecdótico. Y así podríamos seguir con el resto de los textos… Sin embargo, sean del género que sean, se leen con gusto todas aquellas piezas del conjunto en las que el autor se muestra más letraherido, e incluso fetichista, al recrear episodios de la vida y la obra de grandes autores (Cadalso, Larra, Poe, Stendhal, Gide, Cernuda o Pavese), aun cuando a veces el exceso de detalles ahogue el fluir natural del desarrollo narrativo, según ocurre también en “La conferencia”, que trata de los indios patagones.    
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A la vista de la totalidad acaba uno teniendo la impresión de que el cuento es un género en el que nuestro autor, quien afirma concebirlo de forma abierta, no ajustada a lo establecido, parece desenvolverse con cierta incomodidad. Pero, además, al agavillar textos tan dispares, resulta un conjunto demasiado heterogéneo e irregular, como si muchos de ellos fueran meros tanteos, poco cuajados, sin llegar a alcanzar una voz propia, lo que produce una extraña sensación a quienes tanto hemos disfrutado con novelas suyas como Café Hugo o Autómata.
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* Una versión reducida de esta reseña ha aparecido publicada en el suplemento Babelia del diario El País, el 28 de junio del 2014, p. 10.
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1 comentario:

Anónimo dijo...

Hola, Fernando:

Parece un autor interesante. Tomo nota, ya que lo recomiendas tú.
Besos

Inés Mendoza