lunes, 7 de marzo de 2011

JUAN SENÍS FERNÁNDEZ

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"Punto de fuga"
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Supe que me llamaba Luis el día en que la madre de Jaime nos sorprendió conversando en la cocina.
- ¿Con quién hablas, hijo? – preguntó avanzando hacia mí con tal decisión que estuvo a punto de pisarme.
- Con mi amigo Luis – respondió Jaime impaciente, como siempre que le hacían explicar lo obvio.
Su madre echó una incrédula ojeada a su alrededor, sacudió los hombros y luego sacó una sartén de un armario.
- Pues nada, a jugar a otro sitio, que tengo que hacer la cena – dijo sin convicción, con el tono de quien intenta desembarazarse de un loco.
Aquella tarde jugamos juntos hasta la hora de cenar. Jaime parecía el de siempre, dulce conmigo pero un poco mandón, y no se dio cuenta de que yo había comprendido algo sobre mí que antes ignoraba. Los firmes trazos que hasta ese momento delimitaban mi conciencia habían empezado a borrarse y sentía todo mi ser arrastrado hacia un punto de fuga tan lejano y apenas visible como difícil de eludir.
A partir de entonces, Jaime me fue convocando cada vez menos tardes, hasta que dejó de hacerlo durante largos periodos de tiempo y luego ya casi del todo. Suspendido en un éter mudo con otros niños desahuciados como yo, en los que veía reflejada mi propia expresión de desamparo infinito pero con quienes no podía hablar, a veces un fogonazo inesperado me devolvía a su lado. Encontraba entonces a un Jaime crecido, envejecido y triste, en el que a duras penas reconocía su cara infantil, mientras que yo seguía siendo un niño aunque tuviera el alma cada vez más difuminada.
Ahora, sin embargo, llevo mucho tiempo junto a la cama donde Jaime yace conectado a una máquina que suelta pitidos agudos, con su calva nimbada por largas guedejas blancas brillando bajo la fría luz de un neón. De vez en cuando, una señora mayor y dos chicos jóvenes (uno de ellos, muy parecido a Jaime) lo miran compungidos desde el otro lado de un gran ventanal. Se turnan para entrar a verlo unos minutos al día y, cuando están dentro, contemplan a Jaime y lloran.
Aunque no me oyen, me gustaría decirles que no se preocupen, pues yo permanezco a su lado todo el tiempo, cogiéndole la mano, y no lo abandonaré cuando llegue el momento. Y, aunque tal vez Jaime tampoco me oiga, no dejo de repetirle que no tema, pues no estará muerto del todo mientras haya alguien que se acuerde de él.
A mí, en cambio, solo me quedan unas horas.
Las suyas.
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* Juan Senís Fernández (Oviedo, 1975) es doctor en Filología Hispánica y licenciado en Historia del Arte. En la actualidad es profesor en el I.E.S. San José y en la Facultad de Educación de Cuenca, donde reside. Ha publicado el ensayo Mujeres escritoras y mitos artísticos en la España contemporánea (Carmen Martín Gaite, Espido Freire, Lucía Etxebarria y Sylvia Plath) (Pliegos, 2009) y el libro infantil Astrizia y los asteroides (UCLM, 2005), así como diversos artículos y trabajos sobre literatura en revistas especializadas y publicaciones colectivas.
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13 comentarios:

Puck dijo...

Me ha encantado el relato y esas últimas horas de Luis.
Saludillos

Rocío Romero dijo...

Estupendo, Juan, especialmente la frase de inicio (que ya cuenta una historia) y me quedo también con la certeza del narrador de que dejará de existir junto con Jaime. Qué vida
la de los amigos imaginarios, ¡ay! ;-)
Abrazos para el autor y para Fernando,

hugo dijo...

Hola Fernando:

Gracias por traernos a LaNave a Juan acompañado de este gran relato, un verdadero micrazo.

Me parecen interesantes un par o tres de cosas.
Primero señalar la dificultad del trabajo con el punto de vista: pillar la expectativa del lector con el paso cambiado en cuanto arranca la narración, no es fácil y entraña un riesgo de focalización que Juan lo solventa perfectamente y con mucho oficio. Hace bueno aquello que pretendía el Rilke de "Elegías del Duino", pero sobre todo el de la prosa "Los apuntes de Malte Laurids Brigge": volver invisible lo visible -y no al revés-.

El tema de la soledad es más viejo que Homero, pero plantearla desde la existencia de un solitario invisible tienta y seduce y ello se traslada también al tiempo de la lectura. Es muy interesante, el protagonismo central de Luis durante la infancia de Jaime, su adelagazamiento hasta casi desaparecer durante la madurez y al final el retorno cuando Jaime, de alguna forma vuelve ser un niño. El tiempo del relato se pliega sobre final del tiempo existencial del binomio Luis-Jaime.
Es precisamente en la inminencia y la urgencia del final de Jaime donde Luis sitúa el tiempo de la narración.

Sin duda uno de los mejores microrrelatos que he leído desde que frecuento LaNave. Mi enhorabuena a Juan y, por supuesto,
al capitán Fernando por traerlo a cubierta.

salut,
hugo

Fermín López Costero dijo...

Estupendo microrrelato. De los que a mí me gustan. Decía el maestro y amigo Antonio Pereira que lo más importante de un cuento era el comienzo, puesto que, si el comienzo es bueno, el final sale sólo. Aquí tenemos un buen comienzo y un espléndido final. Mi enhorabuena a Juan Senís.

Jesus Esnaola dijo...

Estoy muy de acuerdo con los comentarios anteriores. El micro es fabuloso, lleno de una ternura nada impostada. Enhorabuena, Juan, un verdadero placer.

Abrazos a los dos.

Hansel en Baviera dijo...

Excelente relato, muy bien estructurado. Mi enhorabuena.

Esteban Dublín dijo...

Una verdadera maravilla de micro. Gracias por acercarnos a Juan Senís, Fernando.

Juan dijo...

Muchas gracias a todos por los elogios y, especialmente, a quienes han invertido su tiempo en comentar el micro tan detenidamente. Hugo: citar a Rilke a propósito de mi texto me parece el mayor lujo al que podría aspirar, pues es uno de mis poetas preferidos.
Y gracias al capitán, por supuesto.

Manuel dijo...

No sé cómo calificarlo:
Emocionante, directo, sin fisuras, de portentosa belleza, escalofriante...
Gracias Juan por mostrar tu talento.

MARIA FABIANA CALDERARI dijo...

Exquisito.

Rosana Alonso dijo...

Me ha parecido una forma muy novedosa de plantear el tema del amigo invisible y hacerlo trasncender y volar muy alto.
Tiene razón Hugo , de lo mejor que he leído y sin artificios.


Un abrazo a los dos

Carmela Greciet dijo...

Qué gran impacto, Juan, asistir a los últimos momentos de este Ser No Sido -de este Ser Verdadero y, sin embargo, no sido-, que no ha encontrado posibilidad de "serse", al no haber sido confirmado por esa madre incrédula y todopoderosa, capaz de dar nombre, pero también de negar toda una existencia desde su raíz, de interpretar como juego o locura esa parte esencial, aunque invisible, de su hijo. Y qué involución la de éste, que pasa de la consideración de esa parte suya como algo obvio que no necesita explicación a la dejación de ya no convocarla casi nunca (salvo en fogonazos inesperados de, quizá, lucidez o nostalgia). De ahí ese ir borrándose, difuminándose, que convierte al amigo invisible en desahuciado, en desamparado y, por último, en una ya casi inminente e inmediata nada.
Adquiere este micro dimensiones de tragedia existencial, que yo quiero interpretar como una llamada a un vivir más auténtico. Gracias, Juan.

ÁNGEL dijo...

Me ha gustado, Juan. Bien trabado y logra lo que ha de ser finalidad de todo buen micro: atraparte en la lectura y dejarte suspenso tras ella durante al menos un instante que no parece pertenecernos.

Saludos.