domingo, 6 de febrero de 2011

FRANCISCO SILVERA, 1

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“La luz”
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Para Alejandro Ruiz
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Como cada año, Alejandro miró los destinos posibles para concursar: Cabo Vilán, Estaca de Bares, Sacratif, Cabo de Gata, Sálvora... Pensó en sus compañeros y en su Tiempo de Servicio... en su primer destino y la cocina colgada del acantilado desde la que desayunaba, sobrevolando el mar bravo, tedioso con la pregunta de a qué dedicar otro día, pendiente sólo de una alarma que jamás saltaba. Su padre, tan atento y preocupado como él, le habría indicado, por experiencia, los mejores faros y, una vez más, le habría recomendado no cambiar jamás de oficio; y él le dejaba hacer aunque sabía que, como otros fareros, buscaba pasar su vejez junto al olear o la paz del océano, evitando trasladarse, después de más de cuarenta años, a pueblo ninguno.
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Miró los códigos, hojeó la normativa y releyó otra vez la solicitud. Se sintió con buen sino por el oficio que había elegido; subir las escaleras espirales, como quien penetra en la entraña de las cosas para conocer su proporción, y limpiar despacioso la lente; posar la vista serena en las primeras luces de los barcos en lontananza de invierno pelágico, fantaseando sobre cubiertas y marineros, patrones y sentinas, cadenas y petróleos o mecánicos y contramaestres, imaginando las soledades de la marinería y olvidando las suyas propias, saboreando las nostalgias del navegar de los barcos sobre los lomos de la mar, sintiendo brisas que arrebatan los olores del oleaje y traspasan las cubiertas hasta llegar a lo más alto de la guía luz (rodante cíclope, benéfico astro)...
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Quiso sentir esa paz, concursar otra vez con la duda sobre el corazón, respirar la primicia de una nueva torre y una playa nueva, querría haber tenido a su padre en otro destino sobrevenido pero ni estaba ya ni pudo acabar como ansió, ni el océano era su fondo ni este Concurso de Traslados era posible porque los fareros ya no tenían faros, fueron cuerpo a extinguir por aquella terrible Ley de Puertos, y la única luz lenta que se le antojaba móvil era la de un salvapantallas que, más de una vez, como desespero de la máquina, saltaba quejándose de sus silencios y su quietud de aceptación.
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“El árbol del mundo”
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El origen del mundo, parte tercera.
6 de noviembre de 2010
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De su ombligo brotó una punzada de hierro y sintió palpos que penetraban la tierra. Así, como clavada al limo fértil del suelo, le pareció que ya jamás podría cerrar las piernas y un dolor intenso le hizo lanzar tiernas aguas sobre estas raíces, que parecían buscar un infierno. Se quebró como el lamento de un tronco semicortado que resistiera, en su fibra, a la atracción de caer, y le pareció que todo el roncar de su madera restallaba por lo silencioso del bosque de su cabeza. Alzó la mirada y movió sus brazos como ramas floridas que intentaran rasgar el cielo, como aspas de una cruz que arañaran el aire celeste, como innumerables ramones de árbol que intentaran atrapar la nada sagrada de la brisa intangible.
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Así, con su cima sosteniendo el cielo, con su parte media llenando los aires y con sus pies afianzando la tierra; así, como centro y eje del cielo, la tierra y el infierno; así, como un punto originario donde toda la fuerza de lo que existe estuviera concentrada, reunida, lista para brotar, hizo un esfuerzo más que le nubló los sentidos y notó otras ramas, otro tronco, otras raíces que pasaban rozándose y lacerando sus carnes de dentro. Y salió como fruta nueva su hija nueva, y oyó el llanto de su nuevo hijo y sus ojos se llenaron también de chiribitas y de luz anegada; prendida, como árbol a la tierra que tiende al cielo, quiso abrazar a su criatura doliente, amarga y feliz.
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* Francisco Silvera (Huelva, 1969) es narrador. Ha publicado Las apoteosis (2000), Libro de las taxidermias (2002), Libro de los humores (2005) y Libro del ensoñamiento, además del ensayo Copérnico y Juan Ramón Jiménez: crisis de un paradigma (2008). Estos textos son inéditos.
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2 comentarios:

mera dijo...

Me ha encantado, estoy contento de que Francisco Ruiz me haya enviado el enlace. Muchas gracias por acordarte de los faros y los fareros. Un saludo.

Rosana Alonso dijo...

Me gusta especialmente el del farero.

Un lenguaje muy rico en ambas historias.



Un saludo