"La loca"
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Mi madre contaba que mi abuela era loca, loca de amarrar. Que se perdía abandonando a sus hijos de pecho, mientras mi abuelo, montado en su caballo, la buscaba cuesta arriba y cuesta abajo, revólver al cinto y látigo en mano.
Cuando mi abuela volvía a casa, después de varios días y varias noches, tenía la ropa en jirones, los pies descalzos y las trenzas desatadas por el viento. Y aunque no lloraba ni se quejaba, cargaba heridas en el cuerpo y en el alma.
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2
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Mi madre contaba que mi abuela era loca, loca de temer. Aullaba como una loba mirando la luna y trepaba por las paredes como mujer araña. Abría los ojos grandes, muy grandes, y enseñaba las uñas y los dientes en actitud de ataque.
Se acercaba a la cama de sus hijos y, al verlos dormidos, les ponía el frío metal del cuchillo en el cuello y susurraba entre dientes: Ustedes no son niños, sino lechones concebidos por el diablo.
Después salía al patio, levantaba las manos al cielo y maldecía a Dios por haberlos parido.
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3
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Mi madre contaba que mi abuela era loca, loca de remate. Así como desaparecía sin dejar rastro alguno, abandonando a los hijos y al marido, se aparecía en los caseríos aledaños en las noches de luna llena.
Quienes la vieron de cerca, dicen que mi abuela, desgreñada y cuchillo en mano, contaba en voz alta de cómo mató a sus padres, a sus hermanos, a su marido y a sus hijos, y de lo mucho que la hizo gozar el diablo, hasta que un día, los vecinos, atándola de pies y manos, la montaron en un burro y la condujeron a un lejano manicomio, donde ahora escribo este cuento.
Mi madre contaba que mi abuela era loca, loca de amarrar. Que se perdía abandonando a sus hijos de pecho, mientras mi abuelo, montado en su caballo, la buscaba cuesta arriba y cuesta abajo, revólver al cinto y látigo en mano.
Cuando mi abuela volvía a casa, después de varios días y varias noches, tenía la ropa en jirones, los pies descalzos y las trenzas desatadas por el viento. Y aunque no lloraba ni se quejaba, cargaba heridas en el cuerpo y en el alma.
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Mi madre contaba que mi abuela era loca, loca de temer. Aullaba como una loba mirando la luna y trepaba por las paredes como mujer araña. Abría los ojos grandes, muy grandes, y enseñaba las uñas y los dientes en actitud de ataque.
Se acercaba a la cama de sus hijos y, al verlos dormidos, les ponía el frío metal del cuchillo en el cuello y susurraba entre dientes: Ustedes no son niños, sino lechones concebidos por el diablo.
Después salía al patio, levantaba las manos al cielo y maldecía a Dios por haberlos parido.
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Mi madre contaba que mi abuela era loca, loca de remate. Así como desaparecía sin dejar rastro alguno, abandonando a los hijos y al marido, se aparecía en los caseríos aledaños en las noches de luna llena.
Quienes la vieron de cerca, dicen que mi abuela, desgreñada y cuchillo en mano, contaba en voz alta de cómo mató a sus padres, a sus hermanos, a su marido y a sus hijos, y de lo mucho que la hizo gozar el diablo, hasta que un día, los vecinos, atándola de pies y manos, la montaron en un burro y la condujeron a un lejano manicomio, donde ahora escribo este cuento.
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"La libertad"
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En el territorio de los inmortales se cruzaron dos hombres. El primero, montado a caballo, lucía espada al cinto y vestía uniforme de militar, casaca bordada y charreteras de general. El segundo, de barba y melena rebeldes, estaba enfundado en un uniforme de campaña; llevaba mochila, fusil al hombro, pipa encendida y boina con una estrellita roja en la frente.
Al hacer un alto en el camino, no se hablaron ni se miraron, hasta que el segundo, la voz asmática y el cuerpo acribillado a tiros, le preguntó al primero el porqué estaba allí.
–Estoy aquí –contestó agotado tras un largo viaje–, porque juré liberar a las naciones americanas del imperio colonial. Fundé cinco repúblicas, pero la traición y la enfermedad acabaron con mi vida a los 47 años de edad. ¿Y tú?
–Porque quise liberar a esas mismas naciones de otro imperio más poderoso. Intenté encender la chispa de la revolución continental, pero la muerte, fuera de combate y a los 39 años de edad, se me anticipó a la victoria final.
–La libertad no conoce espadas ni balas que la maten –le recordó–. Y nuestros ideales de forjar una Patria Grande, donde todos vivan hermanados por la libertad, hoy se hacen realidad.
–A todo esto –dijo el que estaba de pie, haciendo humear la pipa–, ya sé quien eres, mi general; pero me gustaría que lo dijeras tú mismo.
El jinete tendió la mirada en el horizonte, sujetó las riendas del caballo y prosiguió su camino hacia la eternidad.
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"La libertad"
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En el territorio de los inmortales se cruzaron dos hombres. El primero, montado a caballo, lucía espada al cinto y vestía uniforme de militar, casaca bordada y charreteras de general. El segundo, de barba y melena rebeldes, estaba enfundado en un uniforme de campaña; llevaba mochila, fusil al hombro, pipa encendida y boina con una estrellita roja en la frente.
Al hacer un alto en el camino, no se hablaron ni se miraron, hasta que el segundo, la voz asmática y el cuerpo acribillado a tiros, le preguntó al primero el porqué estaba allí.
–Estoy aquí –contestó agotado tras un largo viaje–, porque juré liberar a las naciones americanas del imperio colonial. Fundé cinco repúblicas, pero la traición y la enfermedad acabaron con mi vida a los 47 años de edad. ¿Y tú?
–Porque quise liberar a esas mismas naciones de otro imperio más poderoso. Intenté encender la chispa de la revolución continental, pero la muerte, fuera de combate y a los 39 años de edad, se me anticipó a la victoria final.
–La libertad no conoce espadas ni balas que la maten –le recordó–. Y nuestros ideales de forjar una Patria Grande, donde todos vivan hermanados por la libertad, hoy se hacen realidad.
–A todo esto –dijo el que estaba de pie, haciendo humear la pipa–, ya sé quien eres, mi general; pero me gustaría que lo dijeras tú mismo.
El jinete tendió la mirada en el horizonte, sujetó las riendas del caballo y prosiguió su camino hacia la eternidad.
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* Víctor Montoya (La Paz, Bolivia, 1958) es escritor, periodista cultural y pedagogo. Es autor de más de una decena de libros entre novelas, cuentos, ensayos y crónicas. Dirigió las revistas literarias PuertAbierta y Contraluz. Su obra está traducida a varios idiomas y tiene cuentos en antologías internacionales. Reside en Estocolmo, donde llegó como exiliado político, tras haber sido liberado de la prisión en 1977. Escribe en publicaciones de América Latina, Europa y Estados Unidos. Estos microrrelatos son inéditos.
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* La imagen es de Eric White.
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5 comentarios:
De Víctor hemos publicado algunos trabajos en nuestra revista En Sentido Figurado. En su relato “La loca”, creo apreciar cómo la locura transmite sus vibraciones a las generaciones futuras, cambiando la actitud desproporcionada por un recuerdo incoherente, aunque más sereno y aparentemente inofensivo. Me alegro de ver a Víctor en La nave, y le mando un afectuoso saludo.
de abuelas y libertadores, así es la historia en este continente.
America ha sido forjada literariamente por las madres y matronas... las negras de Africa que amamantaban a los hijos de sus dueños, y de aquellas que aún organizan la vida en esta parte del mundo... incluso participaron de una u otra forma en la lucha por la independencia de estos pueblos... Saludos.
La conversación distanciada, fría, dota ambos relatos de una profunda tristeza.Tal vez porque ambos saben que no consiguieron lo deseado. Nada termina. Seguirán sus caminos, quizá vuelvan a en contrarse y se dirán lo mismo.
que bueno es el relato de la abuela!! de las mejores cosas que he leido en blogger enserio.
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