David Trueba contaba en El País que, con motivo de la entrega del Premio Cervantes al gran escritor mexicano José Emilio Pacheco, los periodistas le habían hecho preguntas de tanta enjundia como que si le hacía ilusión recibir el premio; si se lo esperaba, o en qué iba a gastarse el dinero. En cualquier otro trabajo, si alguien se moviera en esos niveles de perspicacia lo condenarían al ostracismo al día siguiente.
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Hace unos pocos días comí en Barcelona con un escritor a quien acaban de concederle un importante premio literario. Como ni El País ni La Vanguardia habían reseñado hasta entonces su libro, aparecido en el 2009, un par de periodistas de ambos medios, lo peor de cada casa, se sintieron obligados a darle explicaciones, compitiendo entre sí en torpes -y poco creíbles- excusas. Pero como todo siempre puede ir a peor, me contó el mismo escritor que en una entrevista que le acababan de hacer en una cadena de radio, habían arrancado con la siguiente pregunta: "¿De qué trata?"
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Cuando en 1990 Manuel Vázquez Montalbán publicó su novela Galíndez, el responsable del suplemento cultural del diario El Mundo, donde colaboraba entonces, me pidió que le hiciera una entrevista. Tras la conversación que mantuvimos en mi despacho de la Universidad Autónoma, el escritor me preguntó: ¿sabes cuántas entrevistas me han hecho a lo largo de mi vida? Le respondí que me imaginaba que muchísimas. Y entonces me comentó que tenía la impresión de que era la primera vez que alguien que le hacía una entrevista de un libro recién aparecido para un diario, se lo había leído entero y parecía -además- haberlo entendido. Pero quizá pensó que se había excedido en el halago, él que era tan moderado en sus efusiones, y me espetó, restándole trascendencia: "Claro que tú eres un profesor universitario...". Con lo que me quedé con la impresión, aunque no se lo dijera, de que tenía en muy poca consideración a sus compañeros de oficio.
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.....Cuando en 1990 Manuel Vázquez Montalbán publicó su novela Galíndez, el responsable del suplemento cultural del diario El Mundo, donde colaboraba entonces, me pidió que le hiciera una entrevista. Tras la conversación que mantuvimos en mi despacho de la Universidad Autónoma, el escritor me preguntó: ¿sabes cuántas entrevistas me han hecho a lo largo de mi vida? Le respondí que me imaginaba que muchísimas. Y entonces me comentó que tenía la impresión de que era la primera vez que alguien que le hacía una entrevista de un libro recién aparecido para un diario, se lo había leído entero y parecía -además- haberlo entendido. Pero quizá pensó que se había excedido en el halago, él que era tan moderado en sus efusiones, y me espetó, restándole trascendencia: "Claro que tú eres un profesor universitario...". Con lo que me quedé con la impresión, aunque no se lo dijera, de que tenía en muy poca consideración a sus compañeros de oficio.
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No me gusta generalizar. Compro varios periódicos todos los días y leo bastantes revistas literarias y culturales todos los meses, con gusto y provecho frecuente. Me consta, por tanto, que también existe entre nosotros un periodismo cultural hecho con rigor y conocimiento de causa. Hace un rato, otro periodista de El País acaba de hacerme un puñado de sensatas preguntas sobre la antología Siglo XXI. Otros, sin embargo, mientras siguen ocupando puestos importantes en las redacciones y la rueda del mundo sigue girando, parecen habitar en el limbo de los zotes. Me temo, y lo digo con pesar, pero con no menos consuelo, que estos acabarán achicharrados entre las llamas de aquel infierno que nos enseñó Woody Allen en Desmontando a Harry, por prepotentes, vagos, arbitrarios e incompetentes.
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19 comentarios:
Y te quedas corto con los compañeros de oficio de Vázquez Montalbán. Ese tipo de preguntas son inadmisibles. Sin embargo, también es verdad que son muchas las presiones a las que están sometidos los periodistas culturales. Y algo aún peor que las presiones. Las limitaciones. Si algo hay que recortar, se recortan sus páginas. Además está sucediendo otra cosa que me enferma: los toros y la gastronomía se están apoderando de esta sección. Un buen libro o una buena canción están al alcance de todo el mundo. Sin embargo, ¿cuántos pueden permitirse el lujo de comer en 'El Bulli'? Es agotador. Lo siento, pero cada vez que veo una foto de Ferran Adrià en las páginas culturales se me revuelve el estómago y no precisamente, de hambre.
Querido Fernando, como sabes, acabo de publicar un libro y me encuentro, como siempre que esto sucede, con dos tipos de situaciones. La generada por los entrevistadores ignorantes y la del ninguneo de los críticos perezosos. Es probable que los periodistas culturales (y críticos) sufran mucha presión, como dice Isabel González-González), pero también es cierto que la mayoría actúa como funcionarios abúlicos. No sólo no se comprometen, sino que se conforman como abúlicos vasallos de ese pequeño reino de taifa que parece ser la sección de cultura de los diarios. Ni siquiera son responsables de su firma, que la devalúan estampándola sobre cualquier cosa, incluso en la descarada reproducción de las gacetillas editoriales o de los textos de contraportada.
El 23 de abril pasado tuve que firmar (con mi pesar) y me tocó al lado de un conocido presentador que había publicado una novela. Probablemente al comprobar la diferencia de lectores que teníamos, muy a su favor en cantidad, me dijo en tono de broma «ah, eres un jodido escritor de culto».
Las preguntas idiotas sólo pueden proceder de una profunda y absoluta falta de interés. Y eso es lo que duele.
Fernando, otra mujer que te confiesa su experiencia. En realidad tengo dos y voy a contarte la más neutra. La otra es demasiado fuerte.
Me pregunta ELLA si le cuento a mis NIETECITOS, qué me pagaron por el primer artículo... y por ahí seguido.
Cuando pude hablar, le respondí con otra pregunta: que si esas cuestiones se las planteaba a Saramago o a cualquier otro caballero.
O esta "joya" de la estulticia que escucharon estas orejas de que natura me dotó, dirigida a Francisco Brines:
"Usted escribe poesía. ¿Por qué?"
Como decía un amigo mío, vamos de culo, cuesta arriba y contra el viento.
Un abrazo.
Lo malo de las preguntas idiotas no es porque el periodista sea idiota, sino porque el jefe del periodista suele pensar que sus lectores son idiotas y hay que hacer entrevistas simplonas que "entienda hasta su abuela la del campo" para vender más periódicos.
Como periodista, aunque no cultural, he de decir que la culpa de que estas cosas ocurran no siempre es del que da la cara en última instancia. Conozco algo del ejercicio diario del periodismo y, sinceramente, con la carga de trabajo que tienen algunos es imposible preparar con el rigor que merecería muchas entrevistas y, no digamos ya, muchas ruedas de prensa. Para que el periodismo sea de alta calidad hace falta tiempo. Y si tus jefes te exigen una producción inmediata y diaria, difícilmente se puede mantener el nivel de excelencia.
Voy a poner un ejemplo: un profesor universitario publica un artículo en una revista científica. ¿Cuánto tiempo ha tenido para documentarse, prepararlo, redactarlo y corregirlo? En el caso de un periodista, ese proceso se condensa en unas horas (muchas veces de un día para otro)o, en el mejor de los casos, unos pocos días. ¿Se puede exigir el mismo nivel, el mismo rigor, la misma profundidad?
El periodismo especializado es también una quimera en muchos casos... Y tampoco podemos exigir a un periodista cultural que sea un erudito en la poesía del siglo XX en España, la novela del siglo XIX en Alemania, la nueva literatura guatemalteca, el haiku, la obra de Saramago, la obra de Borges, la poesía de Benedetti...
Un periodista es un mensajero, no un sabio ni un catedrático de todo lo que aborda, y su deber es hacer llegar el mensaje de una forma clara y rigurosa. Su producción es para una mayoría amorfa de lectores, no para una minoría experta (a excepción de los grandes suplementos o medios especializados, claro está).
No nos engañemos, tal y como está el ejercicio del periodismo y las empresas... demasiado bien salen las cosas.
Respecto a las preguntas idiotas, le planteo un sencillo juego a todos: piensen en algún asunto que que desconozcan por completo y luego busquen un personaje vinculado con esa materia... ahora redacten diez preguntas interesantes que le harían...
A veces eso es ser periodista... Que dos o tres horas antes te digan vete y entrevista a la embajadora de Finlandia en España, a un chef vasco de renombre, a un experto en neurocirugía neonatal o a un autor que está presentando una novela que no has leído.
Triste, pero real.
Recuerda a "la paz en el mundo" de las mises, pero en boca del entrevistador. Todavía hay algo peor que la estupidez: la estupidez del ignorante. Abrazos.
Interesante problema el de la competencia… Hiper apunta que el entorno de la actividad de periodista no da para más. Tal vez tiene algo de razón: la totalidad de los conocimientos es difícil de adquirir y mantener a día…. No obstante, hoy día existen bases de datos fácilmente accesibles, lo mínimo que debería hacer un “todo- terreno” seria acudir a ellas.
Un saludo.
Hace ya algunos años trajimos a MVM a la Facultad de Filología de la Universidad de Sevilla. Lo trajimos, y quizá por eso acepto, para que leyera sus poemas. Al recogerlo del aeropuerto le dijimos que iríamos primero a una rueda de prensa. Nos puso mala cara y nos dijo: "¿Sabéis cuál va a ser la primera pregunta que me harán?" "¿Cuál?" "¿Qué me parece cómo va el BarÇa? Efectivamente, así fue.
La primera pregunta de la primera entrevista relacionada con la salida del libro de microrrelatos "Un koala en el armario" fue: ¿el koala es gay?
Me quedé tan fuera de juego que sólo pude contestar que eso era indiferente...
Las apreciaciones de Manu e Hiperbreves hay que leerlas con calma, porque es el mundo en el que se mueven.
También el artículo de Javier Marías (sumamente divertido) del domingo pasado retomaba esta idea.
No me interesa mucho la crítica periodística sobre obras literarias, la verdad. Subrayo lo de perdiodística.
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Me llegó por fin a casa 100 narradores españoles de hoy, de José María Pozuelo. Si no recuerdo mal, fuiste tú quien lo recomendaste. Gracias
Besos
Y ojo, no digo que haya impresentables, gandules y malos profesionales en el periodismo. Los hay a manos llenas, pero a veces no es lo que parece. Creo que no hay nada peor para un periodista que hacer una pregunta idiota y darte cuenta a posteriori.
Manu, Raúl, hay preguntas y aptitudes que no tienen justificación alguna, ni por los jefes, ni por las condiciones precarias de trabajo. Hoy, cualquier periodista tiene a su disposición fuentes de información suficientes para salir airoso, con dignidad, de estas situaciones. Y buena prueba de todo ello, es que también hay otros quien lleva a cabo bien su trabajo, en los mismos medios, con idénticos jefes y con condiciones de trabajo semejantes.
Gracias a todos por vuestros comentarios.
El azar siempre le ayuda al que está trabajando, por lo que leyendo `Cuando éramos honrados mercenarios´, el excelente libro de artículos de Perez Reverte, editado por Alfaguara, me encuentro con una perla, "Olor de guerra y otras gilipolleces", que llama la atención sobre la manera, a veces disparatada, que tienen los periodistas, o sus jefes, de titular.
Después de leídas todas las opiniones extraigo la conclusión de que el problema radica en la falta de preparación y competencia de un buen equipo de redacción, que cubra racionalmente las áreas de la cultura, y de una adecuada organización de la dirección del periódico que no permita esos pasillos de disparates, al tiempo que va consolidando la propia red de críticos e informadores. Supongo que, a la postre, profesionalidad, experiencia y competencia.
Y una última cuestión: también será un nefasto profesional el que pide que le cumplan o realiza tareas a sabiendas de que no es competente.
Las redacciones periodísticas son una imperfecta maquinaria de organización y desorganización, a mitad de camino entre el rigor y la espontaneidad, entre la sabiduría establecida y las azarosas veleidades de la vida cotidiana. Hay grados, pero es difícil que sean de otra forma. Aquí va un revelador texto de lo acaecido a Bertrand Russell extraído del blog de Eduardo Berti http://eduardoberti.blogspot.com/
Bertrand RUSSELL
"Basta leer algo de su llamada filosofía para descubrir inmediatamente qué clase de idiota es usted. El otro día leí en un diario suizo alemán algo que evidentemente usted había dicho: ´Vivimos en una época que tiene tres revoluciones por delante: la lucha de la juventud contra la vejez; la lucha de la pobreza contra la riqueza y la lucha de la estupidez contra la inteligencia…´ (…) Le digo categóricamente que las tres revoluciones que lo inquietan no las tenemos por delante, sino que han caracterizado a todas las generaciones de todos los siglos".
Así era la carta que un hombre común le escribió a Bertrand Russell en 1958. La respuesta no se hizo esperar:
Estimado señor
Hay una categoría de idiotas que usted ha omitido mencionar. Es la categoría de quienes creen lo que leen en los diarios. Yo nunca hice la declaración que usted cita.
Lo saluda atentamente,
Bertrand Russell
Así son las cosas y yo creo que van a peor. Antes en las radios había gente que se leía los libros y preguntaba según lo que había leído. En los últimos años, me da la impresión de que todo eso ha cambiado a peor. Un periodista al que le habíamos mandado el libro dos veces, justo antes de empezar me dijo "Fes-me cinc cèntims del llibre", o sea, resúmemelo en pocas palabras. Yo siempre me acordaba con envidia de un escritor francés que, en la rueda de prensa en Barcelona, les dijo: Señores, esto es una pérdida de tiempo, volvamos a quedar cuando se hayan leído el libro, y se fue.
Preguntar a un narrador por el Barça o por si el koala del título es homosexual, descalifica la posible entrevista y su sentido desde su arranque. Pero en otras ocasiones, de una pregunta "absurda" de un periodista o de un asistente a una conferencia o lectura pública, con paciencia y dando la vuelta a la situación, se puede contestar sacando la altura que uno quiere lanzar a esos lectores que tiene en ese momento delante. El poder lo da la ocasión, y la altura de la nota depende del escritor, no del preguntante. No hay preguntas absurdas, hay respuestas inteligentes.
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