Hong Kong y `La caja china´

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Hace unos días, he vuelto a ver la película La caja china (1997), dirigida por Wayne Wang, e interpretada por las maravillosas Gong Li y Maggie Cheung, Jeremy Irons y un Rubén Blades metido con calzador, de la que tenía un recuerdo casi inmejorable. No he podido dejar de pensar qué había sido de la ciudad, doce años después, desde que pasó a formar parte de China. La película, lo recordarán, cuenta cómo John (Jeremy Irons), un periodista especializado en economía, se pasa el día filmando todo lo que ve. Lleva quince años en Hong Kong y está enamorado de Vivian (Gong Li), una antigua prostituta oriental que ahora vive con Chang, poderoso hombre de negocios que no puede casarse con ella por su pasado, a pesar de que ella se haya convertido -digamos- en una mujer respetable que sirve copas en un bar. Cuando John se entera de que tiene leucemia, de que le quedan unos pocos meses de vida, casi el mismo tiempo que falta para que la ciudad pase a formar parte de China, la relación entre ambos -digamos- se acelera. No menos fascinante me parece la otra protagonista femenina, la joven hongkonesa (¿se dirá así?), con la mitad de la cara quemada, que parece haberse inventado una historia de amor juvenil (Maggie Cheung). La película se arma, en suma, con dos posibles historias de amor, que tienen como fondo los últimos momentos de la colonia británica.

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Pero mi intención no es hacer crítica cinematográfica, boyeros tiene el cine, sino responder a la pregunta inicial. Pues acabo de encontrar las respuestas que buscaba en un interesante reportaje de Joaquín Luna, publicado en La Vanguardia, el pasado 3 de mayo, en el que resuelve mis dudas. Allí se explica que, contra todo pronóstico, Pekín ha cumplido sus promesas, "un país, dos sistemas", respetando la autonomía y la personalidad internacional de la ciudad, China desde 1997. Así, el gobierno ha mantenido la ley civil que instauraron los británicos, el inglés se mantiene como lengua cooficial (el cantonés es la lengua más hablada por casi el 90 % de una población de 7 millones de habitantes), e incluso se han respetado los nombres ingleses de las calles. En fin, hay que alegrarse de que no siempre se cumplan los peores pronósticos.

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De todas formas, tras el fallecimiento anunciado de John, que él mismo filma, me he quedado con las ganas de saber qué fue de aquellas dos mujeres tan distintas, en edad y circunstancias vitales. Pero eso sería otra película, que podría filmarse.

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