martes, 4 de marzo de 2014

Ana María Moix

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No sabría decir cuantos lectores actuales, aquellos que tiene menos de 40 años, han leído alguna obra de Ana María Moix. Durante los 70, la hermana pequeña de Terenci Moix fue considerada una de las grandes esperezanzas de nuestra literatura, mimada por Carlos Barral, José María Castellet, Esther Tusquets, además de por los entonces jovencísimos y cómplices Pere Gimferrer y Leopoldo María Panero. Ana María formaba parte del cogollito de la cultura de aquellos últimos años del franquismo, como poeta y narradora; actividades a las que, con los años, añadió su trabajo como traductora (de Beckett, Leiris, Duras o Rodoreda), editora (en Plaza & Janés y Bruguera) y crítica literaria en diversos medios. Su muy recomendable libro de entrevistas, 24 x 24 (1972), con fotos de Colita, de conversaciones con las gentes de la gauche divine, todavía sigo consultándolo. Su crónica, 24 horas de la gauche divine (2002), apareció muchos años después de ser escrito, y la verdad es que sabe a poco. Como autora de ficción, se inició con los poemas de Baladas del dulce Jim (1969), aunque su prestigio, el que sea hoy en día, se lo debe a su presencia en la antología de Castellet, Nueve novísimos poetas españolas (1970), en la que aparece como la única mujer. Por lo que se refiere a la prosa narrativa, escribió cuentos y novelas, pero yo destacaría Vals negro (1994), sobre la vida de la empreratriz Sissi, con el que obtuvo el Premio Ciudad de Barcelona. Su último libro fue un ensayo, muy crítico, como no podía ser menos, sobre la crisis política, económica y cultural, titulado Manifiesto personal (2011).
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Lo cierto es que no tuve demasiado trato con ella, aunque coincidimos en diversas ocasiones, sobre todo en las fiestas que organizaba en su casa Esther Tusquets y en actos de la Asociación de Escritores, en Barcelona. Pero quizá la vez que hablé más con Ana María fue con motivo de la presentación de un libro de Rafael Sender, que ella había editado, pues incluso cenamos juntos y tuvimos ocasión de charlar con un cierto detenimiento. Yo había leído sus libros, pero en aquella ocasión, en el trato personal, me pareció una persona afable y tímida, con una media sonrisa entre cordial e irónica, con un carácter opuesto al de su hermano, con quien se llevaba muy bien. Pero la verdad es que tengo la impresión de que no llegó a hacer la obra que prometía, que no cumplió las expectativas que había despertado. Me temo que la mayoría de sus libros no deben de ser fáciles de hallar, tras la edición en Lumen de la Biblioteca Ana María Moix, en los primeros años del nuevo siglo, y acaso sea necesario disponer tanto de una buena antología de sus poemas, como de sus cuentos. Ese es el mejor homenaje que se le puede hacer. Ha muerto de cáncer, a los 66 años, demasiado pronto. Era una feminista poco estridente, socialista militante, pero crítica, y poco amiga de nacionalismos. Me gusta saber que en su entierro sonó Schubert, pero también "La niña de la estación", en la voz de Concha Piquer, una canción que solía entonar cuando viajaba rumbo a Calafell.   
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1 comentario:

Miguelángel Flores dijo...

Un delicioso homenaje. Disfruté conociendo de la hermana Terenci Moix, de quien no sabía nada.
Gracias.