miércoles, 6 de julio de 2011

RICARDO ÁLAMO


De infausto nombre
                                                  A Rosana Alonso

Día a día menguan mis reservas, languidece mi disposición de ánimo y depongo mis fuerzas. Pálido, desalentado, cabizbajo, no puedo eludir los funestos presentimientos que me aguijonean. En medio del erial, desnudo totalmente, atado a un poste, sufro en silencio sobre la arena el pertinaz sofoco de la máquina solar y de las incisivas moscas del desierto. Noto la piel cuarteada, un amargor reseco, mínima la saliva y punzantes dolores por todo el cuerpo. Huelo mi propia muerte flotando en la faz ardiente del aire. Imposible saber los días de cautiverio que llevo, ya ni los cuento. Si por algo aún suspiro no es por salvarme –demasiado bien conozco que mis captores no me desatarán-. En este punto del martirio, sólo me gana de verdad la inquietud de no querer padecer otra vez la hora más infausta de todas, ésa en que con una puntualidad lacerante los vigías que me custodian me presentan un surtido pantagruélico de viandas y -en odres de corambre- elixires de líquidos frescos expuestos sobre lienzos de moaré al pie de mis pies descalzos. Los primeros días, con el ánimo indemne, aún era capaz de soportar la tortura. Después, poco a poco, ante la reiteración exacta del desafío, fui perdiendo el juicio, enfermo de hambre y de sed, sumido en altísimas fiebres no imaginarias, sin comprender la razón de tamaña condena. Mi mal es vivir eternamente atado al poste del desierto, ver pasar las horas iguales unas a otras, no morir. La rueda de la necesidad impuesta por mano divina sentencia de esta manera a quien, como yo, cumple –con ligeras variantes- el rito señalado para los que responden al nombre infeliz que tengo.


La caza
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Antes de que amanezca, la comunidad de cazadores aviva la marcha en dirección al monte. En fila india, atraviesan primero la dehesa pardusca de alcornoques, y luego, cuando el camino se escarpa ligeramente en las estribaciones de la ladera, fuerzan aún más las zancadas. Delante de ellos, como cuentas sueltas, corretean los perros de la jauría: dogos, lebreles y corsos que, instintivamente, rastrean la sombra cercana o el olor de las presas. Sopla una tenue brisa. La temperatura es de unos doce grados. El cielo, todavía en el albor de la amanecida, irradia una luz verdosa, escasa, lúgubre.
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Los cazadores, bien pertrechados con toda clase de armas automáticas y trajes de camuflaje, una vez que coronan la cota fijada de antemano, se distribuyen por parejas en sus respectivos puestos, más o menos cada treinta metros a lo largo de una línea imaginaria. Entonces, en espera de que los perros acometan a las presas que se ocultan en la espesura del bosque y las hagan salir y correr hasta descubrirse en un claro o mínima calva, otean con sus prismáticos de visión nocturna entre las raspas de los árboles. Saben que, de un momento a otro, tendrán que emplearse a fondo. De modo que no pueden evitar una aceleración repentina del pulso, ni un hormigueo buido y eléctrico en la punta de los dedos al contacto con el gatillo de sus armas. A lo lejos, los perros continúan arreciando su husmeo y su indeclinable escudriña alrededor de cerrados zarzales o al pie de abigarradas pedrizas, lugares en los que habitualmente suelen atrincherarse las piezas que van a batir.
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Finalmente, se oye el primer disparo. Y luego otro más. En ráfagas irregulares y sucesivas, durante más o menos dos horas y media, un matraqueo silbante de detonaciones va percutiendo arrítmicamente la paz del monte. Y una tras otra, como guiñapos espantados por la sorpresa de los disparos y el denuedo acuciante de los sabuesos, van cayendo todas las víctimas. Esta vez consiguen abatir un número redondo de piezas. En total: diez niños, diez mujeres y diez hombres.
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Ultrasonidos
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Recluido en una aséptica, transparente y campanuda urna de cristal, habita el único niño invisible del mundo. Hace tiempo que innúmeros especialistas, por medio de complicadas técnicas, se afanan en desentrañar los arcanos de su translúcida naturaleza. Hasta ahora nunca ha sido expuesto a las caricias turbadoras del aire libre, del brillo de los días o de la oscuridad secreta de la noche. Con pacientes rutinas, obediente de las penosas labores a las que lo someten a diario, el engendro espectral anuda lentamente sus horas de cautiverio. A veces, cuando se repliega sobre sí mismo, enviscado y evasivo, emite ciertos ruidos, unos ultrasonidos cadenciosos que vibran más allá de la superficie del cristal, en un viaje abisal que traspasa el subsuelo de su habitáculo. Nadie entiende el significado de esos soterrados bramidos, como de quejumbre. Y lo cierto es que, a su manera, desde su risco de prisionero, la criatura emite una compulsiva llamada de socorro, un grito desesperado con el que convoca al enjambre de hombres invisibles que, ocultos y temerosos, pueblan las simas más profundas de la Tierra. En su lengua, chilla con denuedo para que no demoren por más tiempo su rescate.
   
[En el reciente libro de José María Conget, Espectros, parpadeos y Shazam (Point de Lunettes, Sevilla, 2010), a propósito de una semblanza de la relación literaria entre el escritor ocultista extremeño Mario Roso de Luna y la teósofa Elena Petrovna Hann Fadéef de Blavatsky, Conget sintetiza irónicamente el ideario mitológico-patafísico de Blavatsky que, en uno de sus libros (Isis sin velo, 1877), afirmaba que la primera raza que habitó la tierra vivió cerca del Polo Norte y la conformaban seres invisibles compuestos de niebla ardiente].
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* "Mi nombre es Ricardo Álamo González. Nací en 1965 en Sanlúcar de Barrameda (Cádiz), a la orilla del Guadalquivir, pero pronto comencé una itinerancia que me llevó a vivir junto a la desembocadura de otro gran río, el Guadiana, en Ayamonte. Luego viajé a Barcelona, donde me licencié en Filosofía y Ciencias de la educación. Mis primeras publicaciones fueron en la revista de filosofía Er, y en el ya extinto suplemento literario Culturas, del Diario de Sevilla y del Diario de Cádiz. En el género del microrrelato he publicado en diversas revistas digitales, como Parafilias ilustradas, Cuentos y más, Narrativas, Internacional microcuentista. En la actualidad preparo la edición de Imaginarium, primer libro de micros. Imparto clases de filosofía en un instituto de enseñanza secundaria y, siempre que puedo, escribo en mi blog Odradek".
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** Los cuadros son de Cy Twombly, que acaba de fallecer.
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5 comentarios:

Rosana Alonso dijo...

Me gustan los tres microrrelatos tan diferentes unos de otros en temática. En común el lenguaje rico y vivo y la atención al detalle y el uso de la palabra necesaria para ese texto, solo esa.
Me gusta especialmente, debido a mis tendencias fantástcias, Ultrasonidos, pero ese "especialmente" no desmerece a los demás. Me ha parecido muy curiosa además la historia que ha servido de inspiración.


Un placer leerlos
Gracias por la dedicatoria Ricardo.

Abrazo a navegante y capitán.

AGUS dijo...

Recuerdo de la anterior entrada su esmero por el lenguaje y ese prosa hipnótica, llena de vaivenes. Me gusta mucho su manera de construir la historia a través del lenguaje.

Enhorabuena Ricardo y gracias Fernando.

Abrazos.

Jesus Esnaola dijo...

Muy buenos los tres micros, desde el terrible castigo del primer micro, pasando por una sorpresa que no lo es tanto cuando descubrimos cuáles eran las piezas que se cobraban los cazadores y terminando con ese afán destructivo del ser humano sobre todo lo que no entiende y que esta vez no quedará sin castigo.

Enhorabuena, Ricardo, esperaremos ansioso ese próximo libro.
Gracias, Fernando.

Gemma dijo...

"Ultrasonidos" y "La caza" me parecen estupendos: el primero por esa lucha del niño invisible y por ello incomprensible o incluso inexistente a ojos de los otros, tan relacionado por cierto con "De infausto nombre" en la elección común del motivo del prisionero sin escapatoria; tema, por lo demás, también presente en "La caza", que me ha hecho recordar la adaptación de Mario Camus de "Los santos inocentes", de Miguel Delibes.

Asimismo, "De infausto nombre" me ha hecho pensar en un poema de Baudelaire titulado "Un viaje a Citera", de Las flores del mal, protagonizado por un náufrago atormentado. De hecho, el personaje de Ricardo parece que sufra la condena de un Prometeo moderno.

Coincido con los demás en que Ricardo posee un estilo rico y preciso que sabe manejar con maestría y convicción. Una alegría verlo por aquí.
Abrazos

Iván Teruel dijo...

Utilizaré una expresión de "Continuidad de los parques" para referirme a ese uso tan preciso del lenguaje que ya han destacado los anteriores comentaristas (tras los cuales, por cierto, resulta difícil añadir mucho más): parece que cada palabra tenga "su empleo minuciosamente atribuido"; así de selecto me parece el registro, aspecto que por afinidades estilísticas valoro mucho en literatura.

Aparte de eso, que no es poco, los tres micros me parecen descorazonadores y desasosegantes, porque ahondan en las miserias de la condición humana. En "De infausto nombre" creo advertir una formulación moderna (y certera) del mito de Tántalo. En "La caza", como apunta Jesus, se puede intuir el final, pero eso no lo hace menos terrible, y recuerda en parte la inhumanidad apocalíptica de "La carretera" de Cormac McCarthy. Y, por último, "Ultrasonidos" me ha hecho venir a la cabeza un micro de Javier Puche titulado "El inmortal", en el que se plantea la misma relación de desconfianza y crueldad del hombre con todo aquello que desconoce y le es diferente.

En resumen: tres muy buenos micros. Así que un placer conocer a este autor.

Saludos a los que me han precedido (hace tiempo que no nos leemos) y al capitán de la nave.