sábado, 4 de septiembre de 2010

Noticia de Julián Rodríguez y más...

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En paralelo a los libros que viene publicando habitualmente en Mondadori, para quienes ya está preparando la tercera de sus Pieza de resistencia, Fingirnos perfectos, tras Unas vacaciones baratas en la miseria de los demás (2004) y Cultivos (2010), Julián Rodríguez anuncia la publicación de un nuevo ciclo de libritos, llamado a la manera teatral Piezas breves, en la editorial Errata Naturae, una de las casas editoriales nuevas que -confiesa- le gustan más. Sigue en el 2010, por tanto, haciendo recuento, repaso a diez años de trabajo como escritor, revisando materiales anteriores, en este caso dos libros muy breves, de 48 y 64 páginas (a un precio en torno a los 6 euros), que ha montado con textos antiguos, a los que les ha dedicado años y años, pensando que tenían autonomía. Si hasta ahora no se había atrevido a publicarlos es porque pensaba que necesitaban podas, injertos..., aunque algunos de ellos ya habían aparecido, en una versión diferente, fragmentados, en revistas de toda Europa. En suma, que muy pronto estarán en las librerías Tríptico y Santos que yo te pinte. Pero para abrir boca damos las cubiertas y la "nota del autor" que lleva el primero de ellos, inédita hasta ahora, que -apunta Julián Rodríguez- "da el tono, creo, de todo el trabajo que tendrá el ciclo: escritura y reescritura...".
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ESCRIBÍ LA PRIMERA VERSIÓN de estos tres textos en 1998. Luego fueron podados como árboles jóvenes. Hoy, en 2010, no lo son tanto: he vuelto sobre ellos pertinazmente hasta que alcanzaron la forma que ofrecen en este volumen: podas e injertos. Siempre he creído —así como Kafka le reclamaba comprensión a su editor Kurt Wolf a propósito de un texto suyo— que necesitaban independencia, y también, por seguir con la imagen arborescente, aire a su alrededor.
Un aire, eso sí, renovado, es decir —y ahora me refiero al argumento de estas prosas— tan del «Soneto II» de Garcilaso como de «A Letter to Elise» de The Cure.
A lo largo de estos últimos años —y no sólo para trabajar en estos textos—, me he guiado muchas veces por los consejos de Baltasar Gracián: «Hase de hablar como en testamento, que a menos palabras, menos pleitos», «El no y el sí son breves de decir, pero piden pensar mucho»…
Frente a la idea de minimalismo, aplicada a un cierto tipo de escritura lacónica, me gusta la de conceptismo, que no reniega, además de la elipsis y el zeugma, de la anfibología o la paronomasia, por ejemplo.
«Intensidad semántica», escribió alguien para definir el conceptismo. Y un lenguaje literario que aparentemente lucha contra términos como sencillez o llaneza pero que en realidad los necesita tanto como agua para producir esa necesaria concentración de reflexión y acción.
Pero prefiero, si tal cosa fuera posible, un conceptismo-caliente, al igual que pienso en términos como minimalismo-caliente cuando veo las obras del artista Félix González-Torres (1957-1996). Y ese «caliente» ya está derritiendo toda idea de ingenio o brillantez: en voz muy baja me digo: Desdeña la retórica de lo grandilocuente, y recuerda aquel otro lema de Cernuda: contra cualquier retórica, la mejor prosodia posible.
Precisamente están aquí, con sus síes y noes, y no sé si de un modo irónico, cruel o feroz por mi parte, los «amantes perfectos» de González-Torres: tiempo y amor, dos relojes que sólo se tocan por la tangente de la circunferencia.
Y están Duras y Brecht, a quienes también amó el artista cubano. Lo demás son tres historias que podrían ser una sola. Si en un tríptico pictórico las hojas laterales se doblan sobre la del centro, aquí debería entenderse que todas las hojas se doblan sobre las demás y sobre sí mismas a la vez, reacias a formar un todo pero siendo un todo.
J. R.
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