Es probable que Ricardo Senabre (Alcoy,
1937-Alicante, 2015) haya sido uno de
los últimos descendientes de la exigente tradición de la Escuela de Filología
Española, aquella que tuvo como primer maestro a Ramón Menéndez Pidal y algunos
de sus mejores eslabones en Rafael Lapesa, Dámaso Alonso y Fernando Lázaro
Carreter. Este último fue su maestro en Salamanca y quien se lo recomendó a
Luis María Anson como crítico literario, ejerciendo primero en ABC y luego en El Cultural, donde ha escrito hasta los últimos momentos de su
vida, componiendo un terceto inmejorable, junto a Santos Sanz Villanueva y
Ángel Basanta, expertos en la narrativa española.
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Don Ricardo, como le gustaba que le
llamaran, estudió Filología Románica en la Universidad de Salamanca, doctorándose
con una tesis, luego convertida en libro, sobre Lengua y estilo de Ortega y Gasset (1964), ejerciendo de profesor
hasta su jubilación. Pero antes dejó excelentes discípulos a su paso por la
Universidad de Extremadura, como María José Vega. Esos años cacereños lo
convirtieron en voraz lector de los escritores de aquella región, de cuyas
obras solía ocuparse a menudo. Al citado libro habría que añadir otros sobre La poesía de Rafael Alberti (1977), Gracián y El Criticón (1979), Literatura y público (1987), Antonio Machado y Juan Ramón Jiménez: poetas
del siglo XX (1991), los Estudios
sobre Fray Luis de León (1998) y Metáfora
y novela (2005), o el volumen misceláneo Claves de la poesía contemporánea: de Bécquer a Brines (1999). A
ellos habría que sumar ediciones modélicas de clásicos: Fray Luis de León,
Zorrilla, Valle-Inclán, Unamuno, Baroja y Ortega y Gasset. A la luz de sus numerosas
publicaciones podría afirmarse que conocía al dedillo la literatura española,
desde el Siglo de Oro al XXI, pues trabajó además en todos los géneros clásicos:
poesía, novela, teatro y ensayo, barajando la reflexión teórica con el peso de
la lengua y la literatura.
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Por lo que se refiere a la práctica crítica,
le gustaba denominarla crítica inmediata,
se mostró siempre independiente y lúcido, por lo que creo que ha sido uno de
los mejores de las tres últimas décadas. Se ocupaba tanto de los autores
consagrados como de los más jóvenes, tratándolos con el mismo rasero, con
semejante talante crítico, siempre respetuoso, analizando el sentido de la
obra, su valor, no solo en el momento de su aparición, sino también en la
tradición literaria de la que formaba parte. Así, por ejemplo, alentó desde sus
inicios, cuando todavía era un joven narrador desconocido, la obra de Fernando
Aramburu; en cambio, no apreció la obra de Javier Marías.
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Sus saberes eran múltiples y siempre se
mostraba generoso con ellos: desde la colaboración en un blog, hasta la
recomendación de una lectura o un dato que mejorara un estudio o edición que le
habían enviado. En mi caso, puedo decir que cada vez que anotando un texto me
surgía una duda que no conseguía resolver, solía recurrir a él, y a menudo me
solucionaba el problema. Además, tuve la fortuna de oírlo en varias ocasiones y
siempre me pareció un excelente y ameno conferenciante, un maestro en suma; y un
crítico clarificador cuyas lecturas echaré de menos todas las semanas.
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* Este artículo ha aparecido publicado en el diario El País, el 8 de febrero del 2015, p. 50.
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5 comentarios:
Me recordaba mucho al gran Fernando Lázaro Carreter y sus "Dardos en la palabra". Yo leía con mucho interés las críticas de Senabre en El Cultural (el suplemento de El Mundo que sale los viernes), y lo que más me gustaba era ese colofón en que ponía de chupa de dómine a muchos autores por las incorrecciones lingüísticas de sus textos. Porque lo primero que tiene que aprender un escritor es a manejar bien su principal herramienta, o sea, el lenguaje. Y es gran pena que en España los libros estén generalmente trufados de barbarismos (como "en base a"), discordancias y anacolutos. Senabre siempre denunciaba estos defectos, y en este sentido hizo una gran labor. Lo que siempre me sorprendió es que las editoriales no le contratasen para dar un último repaso y "visto bueno" lingüístico a los textos antes de publicarlos. La edición española habría ganado mucho en calidad.
(Sandra Suárez)
No llegué a ser alumna suya, pero sé el respeto que le tenían sus alumnos, y lo que muchos reconocen deberle. Yo también echaré de menos sus críticas.
Es una justa y hermosa necrológica, Fernando
Qué buen artículo. Y qué buena definición. Yo todavía tuve a profesores herederos de esa exigente tradición y, desde luego, se lo agradezco muchísimo.
Buena semana, Fernando.
Tuve la suerte de ser su alumna en Cáceres.Un magnífico profesor.
De Ricardo Senabre no he podido borrar la cara entre sorprendida y desafiante cuando decidí no respetar las sugerencias de lecturas previstas para el trabajo de análisis crítico ese curso. Dígame las obras sobre las que quiere trabajar: Poeta en Nueva York de Lorca, La Realidad y el deseo de Cernuda y Reivindicación del conde D. Julián de Juan Goytisolo. Bueno, veamos qué estudio me trae. No debí defraudarle, fue muy generoso en la nota. El rigor que exigía me lo contagió sin duda. El desafío de las complejas lecturas de teoría crítica literaria me enseñaron a avanzar con mucho respeto y prudencia por los textos. Lamento no haber tenido nunca la osadía de enviarle mis poemas. Gracias, Fernando, por la semblanza que me ha hecho volver a recordar sus clases, su enorme estatura como crítico y su generosidad con la osadía de la tímida adolescente que era.
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