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PADRES,
HIJOS Y PAYASOS
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En el año 2006, dos años antes del
estallido de la crisis económica, dos generaciones, padres e hijos, y dos
familias, los Trelles y los Cotta, conviven sin poder evitar ciertas perturbaciones.
Y aunque toda la historia que se cuenta en esta novela de Andrés Barba (En presencia de un payaso, Anagrama, Barcelona, 2014) pivote alrededor de Marcos Trelles, la mayoría de los
personajes está presente en la acción y tiene voz, mientras otros solo aparecen
aludidos sin que por ello carezcan de protagonismo.
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El
caso es que cuando arranca la acción, Marcos, un físico de 43 años, acaba de conseguir
que una prestigiosa revista científica le publique un artículo. Sin embargo, en
ese momento de éxito empiezan también sus cuitas, al resentirse su moral, pues ni
reconoce la contribución de Marta, la joven becaria, ni parece capaz de componer
el autorretrato desenfadado que le exige la publicación. Por otra parte, Nuria,
su esposa, profesora de enseñanza media, le ha confesado la aventura que
mantuvo con Francesco, amante de quien nuestro científico no conseguirá olvidarse.
Pero, además, su cuñado, el famoso payaso Abel Cotta, quien años antes había
cuestionado el sistema político, regresa a Madrid, tras pasar unos años en
Colombia, acompañado por Mina, su joven esposa. Al igual que Beppe Grillo, aprovechándose
de su popularidad, había creado un partido para sentar un maniquí en el
congreso, ya que la mayoría de los diputados parecía estar pintada en sus
escaños.
Por
su parte, en la generación de los padres, la que despliega más protagonismo es Marisa, la madre
de Nuria y Abel, fallecida un año antes, una artista excéntrica sin reconocimiento.
Las dos parejas se reúnen en la vivienda que tenía la madre en la sierra, para pasar
juntos las Navidades, arreglar la herencia y levantar la casa. Y mientras esto
sucede, el círculo que compone la trama se redondea con la llamada urgente de
socorro del padre de Marcos. Estos son, en suma, los mimbres de un relato que
se presenta sin apenas interrupción, aparte del epílogo, pues no hay capítulos más
allá de las quince unidades narrativas levemente separadas por blancos. Sin
embargo, es una pena que en una novela tan bien articulada y cimentada chirríe
a veces la prosa, debido a las numerosas e innecesarias repeticiones léxicas, los
anglicismos e incluso catalanismos tan manidos como: “¿Sabes qué? (de Saps què?).
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Pero
de lo que realmente trata la novela, cuyo título proviene de una película que
Bergman rodara en 1997 para la televisión, es de las sutiles relaciones que se tejen
tanto en el matrimonio, como entre hermanos, padres e hijos. Al fin y a la
postre, todo pende de un hilo, nada resulta ser lo que parece, de modo que una
conversación, los cuadros o esculturas que dejó Marisa, el descubrimiento de unas
fotos escondidas, una llamada de teléfono o una bolsa sucia con dinero, pueden
cambiar la idea que íbamos haciéndonos de los personajes, dadas las dobleces o secretos
que escondían.
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¿Cómo
se resume una vida? ¿Cómo nos presentamos ante los demás? ¿Qué imagen queremos
mostrar? En la novela, el foco se centra primero en Marcos, luego se detiene en
Nuria, se desplaza hacia Abel, y finalmente se ocupa de Marisa y del padre de
Marcos. Pero, además, tengo la impresión de que aparecen tres imágenes que podrían
sintetizar de manera alegórica el sentido de la novela: la de Abel luciendo el
sujetador de su madre; las fotos de ésta desnuda y, por último, la escena en donde
Marcos y su padre queman el dinero ahorrado por la esposa adúltera.
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Pero
quizá sea el regreso del payaso, con sus exigencias, ironías y risas (véase, al
respecto, su artículo “La moral de la risa”, Caminar en un mundo de espejos, 2014), el que empuja a Marcos a replantearse
al cabo las relaciones que mantiene con sus allegados, permitiendo a los
lectores intuir cómo somos realmente, en un país todavía demasiado envarado y en
exceso trascendente.
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