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El Báltico que he conocido ha sido un mar muy tranquilo, una superficie azul oscura que se ha dejado surcar sin oponerse. Comenzó el crucero en Copenhague, una ciudad con vocación de cuento de hadas que se resume bien en su pequeño parque de atracciones, el Tivoli, con aires orientales, sauces llorones y farolillos de colores. Fue el único momento de todo el viaje en que llovió. Un paseo posterior hasta la Sirenita nos confirmó que es muy pequeña y que los turistas se arremolinan sin dejarla en paz. Por sus calles hombres y mujeres visten con calzado deportivo, elegantes en su atuendo de sport, y ágiles en sus andares o encima de las bicicletas.
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El Báltico que he conocido ha sido un mar muy tranquilo, una superficie azul oscura que se ha dejado surcar sin oponerse. Comenzó el crucero en Copenhague, una ciudad con vocación de cuento de hadas que se resume bien en su pequeño parque de atracciones, el Tivoli, con aires orientales, sauces llorones y farolillos de colores. Fue el único momento de todo el viaje en que llovió. Un paseo posterior hasta la Sirenita nos confirmó que es muy pequeña y que los turistas se arremolinan sin dejarla en paz. Por sus calles hombres y mujeres visten con calzado deportivo, elegantes en su atuendo de sport, y ágiles en sus andares o encima de las bicicletas.
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e de atraParque de atracciones Tivoli
cciones Tivoli
Al día siguiente  en Alemania pisamos la arena de Warnemünde, pequeña localidad  de veraneo donde vuelan cometas y los niños se meten en bolas gigantes de  plástico que flotan en una piscina hinchable. Pocos se bañaban bajo el cielo  surcado por nubes blancas, grises y algún chubasco, lo cual nos hizo desistir de  intentarlo. Los veraneantes paseaban junto a los canales comprando cucuruchos de  pescados ahumados, trozos enormes de peces secos, y lo acompañaban de cerveza  Rostock. También se consumían perritos calientes, salchichas, crepes y helados.  Y había muchos puestos de fresas. Quizá porque el día era más brillante que en  Dinamarca, me pareció que los colores en las casas eran más vivos en Alemania, y  como tampoco era un lugar de turistas extranjeros el inglés no servía como  moneda de cambio. 
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 Playa de Warnemünde
 ...Navegando hacia  Suecia pasamos de largo por nuestra siguiente escala, Visby (en la  isla de Gotland), debido a un problema con la propulsión del barco, lo cual  provocó un amago de motín por parte de algunos pasajeros, pero no por motivos  románticos a lo Bounty, sino por el parné. Atracamos temprano en Nynäshamn,  cerca de Estocolmo, adonde llegamos en autobuses que nos  dejaron delante del palacio de la Ópera. Descubrí una ciudad soleada y de  amplias perspectivas sobre el agua (está construida sobre 14 islas) con  elegantes e históricos edificios de grandes ventanales. El casco histórico  pertenecía al turismo, masivo, chancletero, capaz de esperar una hora al sol  para ver un cambio de guardia en el Palacio Real. Los suecos andaban muy cerca,  en las calles comerciales, entre los tenderetes de frambuesas, arándanos,  cerezas y guisantes, en las paradas del tranvía o embarcando para recorrer los  canales. Qué pena que no hubiera tiempo para imitarles.
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En la entrada del ayuntamiento de Estocolmo
....Al llegar a  Estonia desembarcamos prácticamente dentro del casco histórico de  Tallin, con las temperaturas elevándose y los mosquitos  rondando a los turistas que zumbaban por las callejuelas y se metían en las  pequeñas y hermosas iglesias ortodoxas (que no tienen bancos para sentarse). Fue  la escala más corta asi que la visita fue brevísima, por un decorado de tonos  pastel (verdes, amarillos, ocres, rosas, azules) y aires medievales. Pura  historia congelada a los ojos de los visitantes. 
 .... Fachada de la catedral de Alejandro Nevski, Tallin
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 La llegada a  San Petersburgo nos obligó a retrasar dos horas el reloj,  afrontar una minuciosa revisión del pasaporte y visado, y sentir una sofocante  temperatura de 30 grados cargada de humedad. La visita temprana al Hermitage nos  evitó hacer cola a la entrada, pero no las aglomeraciones en su interior, donde  seguíamos, entre codazos, a nuestra guía Kira con auriculares a través de salas  ricas en mármoles de Carrara, piezas de malaquita, porcelanas, y rematadas en  pan de oro. La codicia máxima de zarinas y zares, que tenían allí su Palacio de  Invierno, su segunda residencia. La pinacoteca como es bien sabido es de las  mejores del mundo. Pero descubrí una extraña afición, que consiste en no mirar  los cuadros sino fotografiarlos: la gente hacía cola para acercarse a la obra en  cuestión y disparaba. ¿Admirarían después esas obras en la soledad de la  pantalla de su ordenador? De lo que pude contemplar (en el brevísimo tiempo  dedicado a la pintura de nuestra excursión) me impresionó el Hijo Pródigo de  Rembrandt, vi la pequeña Madonna de Leonardo da Vinci, y salté a la Polinesia en  la sala de Gauguin, entre otras joyas del siglo XX. Supongo que en invierno será  distinto. De hecho es tan impresionante el frío que el majestuoso río Neva, que  discurre delante de los palacios que componen el Hermitage, se congela. Y para  que la gente no tenga la tentación de caminar sobre sus aguas, suele pasar algún  rompehielos para fragmentarlo. Otra curiosidad es que de madrugada los puentes  se levantan y quien queda atrapado del otro lado del río no puede cruzarlo  hasta que vuelven a bajar, pues es el momento de que las embarcaciones puedan  remontar el río hasta su nacimiento en el lago Ladoga. Me encantó el repaso  histórico de la ciudad con todos sus fastos y su rico pasado cultural, pero  también con sus terribles momentos, como el sitio de Leningrado. 
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El río Neva, y al fondo San Petesburgo
El último día  desembarcamos en Helsinki, una ciudad de aire apacible y líneas  elegantes en la arquitectura de sus casas: curvas modernistas, fachadas art  nouveau, edificios de Alvar Aalto. Nuestra guía mexicana, en el recorrido en  autobús con paradas que hicimos antes de llegar al aeropuerto, nos puso los  dientes largos imaginando unos días en alguna cabaña perdida con su sauna y su  lago, su naturaleza y su soledad. 
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 Estación de trenes, diseñada por Eliel Saarinen,  1914
 ...Seis países en  siete noches, gracias a un hotel flotante que no recomiendo como forma de viajar  (horarios rígidos, falta de intimidad), pero en este caso el fin justificaba los  medios: hacernos una idea del norte de Europa para saber adónde volver, cuando  se pueda. El mundo se merece miradas más profundas, inmersión en su pasado y  tiempo. 
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* P.S. Durante el mes de agosto, publicaré las microcrónicas de viaje que me mandéis, seleccionando las que más me gusten. Tienen que ser inéditas e ir acompañadas de fotos. Gracias.  
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8 comentarios:
Buena propuesta, Fernando. Y yo sin vacaciones este año... ggrrhrhrr... Menuda envidia me dio Beatriz... Un abrazo.
Qué buena idea, Bea, hacer un recorrido y contarlo tan bien... :)
Da ganas de estar ahí!!! :)
Me ha gustado mucho este texto de viajes de Beatriz.
A los que aún no tenemos vacaciones y además tampoco podremos viajar más allá de nuestras fronteras nos ayuda a viajar a través de sus ojos.
Muy buena guía Bea.
Un abrazo
Es la primera vez que comparto mis vacaciones de esta forma tan abierta. Ha sido muy interesante ponerse a escribir sobre lo que acabas de pasar (gracias por la invitación, Fernando), porque en cuanto te reincorporas al trabajo todo queda atrás y medio olvidado.
Un abrazo
Bea
¿Treinta grados en San Petesburgo? Yo visité la ciudad en invierno, hace tropocientos años y me parece increíble. Un viaje precioso. Eso sí, se notan las ganas de disfrutar con más calma de cada escala. Tallín me ha abierto el apetito de viajar. De eso se trata en las crónicas viajeras. Gracias por compartir, Bea.
Hola Isa, en diciembre del año pasado llegaron a los 30 bajo cero. Hay que tener cuerpo para aguantar cambios de temperatura de... ¡60 grados! Un beso
Me ha encantado este repaso por el Norte de Europa.Con sus anecdotas y apuntes históricos, que por momentos me han traslado hasta allí. Me parece una buena idea relatar unas vacaciones, y sí es de esta manera... queda genial.
Un saludod.
Me gusta la forma que tiene Beatriz de contarnos su viaje.
Nos acerca a la realidad, al día a día.
La ciudad se ve vibrar, y eso es lo que gusta.
No es un folleto turístico, frío y matemático.
Así se conoce mucho mejor los lugares que se visitan.
Gracias por esta crónic.
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