lunes, 1 de febrero de 2010

ANTONIO BÁEZ

"Dédalo".

Tengo tres hijos. El mayor tiene 6 años y el más pequeño un par de meses. Me tocó acompañar al de enmedio a una fiesta de cumpleaños de un amigo de su clase, 4 añitos. El lugar era un local grande, acondicionado como parque, con varios niveles y recovecos, toboganes, camas elásticas y piscinas de bolas. Algo así como Safari Park o Adventure o Los Piratas o Magic. Supongo que ya sabéis. Los niños se descalzan, salen corriendo como ratones en el interior de una jaula, hay un montón de sandwiches que apenas mordisquean y los papás intentan encontrar un hilo de conversación que no aparece por ninguna parte. Nada más penetrar en el recinto me di cuenta de que algo estaba sucediendo. Tengo una especie de alarma perceptiva que me avisa, un radar para encontrar a seres extraordinarios. A ver si me explico. Cuando era pequeño rompía las gafas con frecuencia. Era un serio problema, no sólo porque estaba bastante cegato, sino porque al llegar a casa ya podía estar seguro de que me iba a caer una buena bronca o un tortazo. Por ese motivo aprendí una destreza que ningún otro chico de mi calle necesitó. A ver sin ver, a caminar con seguridad entre nubarrones deformes, a mirar con una sonrisa caras sin rasgos, que para mí estaban tan lisas como un huevo. Pasaba semanas enteras con la montura de las gafas sin cristales y nadie se daba cuenta. Adquirí una sensibilidad exacerbada para interpretar los matices de las voces. Descubrí la entonación de las mentiras, por ejemplo. El caso es que sé cuál de las madres de las filas de mis hijos es ardiente y apasionada. Qué padre lleva una doble vida, compartiendo locuras con otros hombres. Quién ha metido la mano en la caja de su empresa. He descubierto que hay personas con capacidades extraordinarias como hacer que un jardín florezca en la mitad de tiempo, o ponerle el abrigo a los niños con tal encanto que si lo desearan los niños volarían por los aires. Volarían como pajarillos. Bien. No tengo demasiado tiempo para explicaciones. En aquel espacio había alguien que me transmitía una sensación de infinito ahogo, pero yo no daba con el lugar. Había cansancio también. Y tiempo. Una gran concentración de tiempo en su ser. Al principio pensé en alguno de los adultos que estaba acompañando a los críos. No me parecía propio de ninguno de los niños que había allí que albergase ese tipo de desasosiegos. Repasé a madres y padres y no hallé nada más que secretos y miserias rutinarias. Una preocupación especial en alguien por intentar recuperar una melodía asociada a momentos dulces y abstractos. Pero el foco de la angustia no estaba en ninguno de ellos. Era un afán por encontrar la salida de un laberinto, la necesidad de escapar de aquel lugar en el que todos se estaban divirtiendo, todos excepto esa persona. De repente llegó corriendo desde uno de los rincones un grupo de madres muy alarmadas. Traían en brazos a un pequeño lloroso, que se había extraviado y tenía síntomas de fatiga y desorientación. Me alegré amargamente, porque ya sabía yo que no había allí ningún adulto para hacerse cargo de él y que en un descuido volvería a perderse entre los otros niños, donde sólo le quedaría por delante la ciénaga del tiempo, el mismo tiempo sin hilos en el que nos hundíamos todos los padres con un vaso de refresco por delante.

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* Antonio Báez Rodríguez (Antequera, Málaga, 1964) publicó en el 2008 un libro de cuentos titulado Mucha suerte (Narrador.es). En internet mantiene el blog:
http://cuentosdebarro.blogspot.com/
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10 comentarios:

Javier Quiñones dijo...

Estupendo cuento, Antonio. Gracias, Fernando por darlo en tu blog.
Un fuerte abrazo a los dos, Javier.

MARIA FABIANA CALDERARI dijo...

Me gustó mucho. Enhorabuena al autor.
(Después de leer este relato, he deseado tener ese radar para encontrar a seres extraordinarios...)
Saludos cordiales.

Pilar Galán dijo...

Me ha encantado la atmósfera asfixiante que describe el cuento, el calor de esos sitios, el sudor, los gritos de los niños como ratones, las conversaciones banales de los padres, que buscan un hilo para salir del laberinto, y la descripción de cómo un miope aprende a mirar y ver sin gafas. No puedo sentirme más identificada.

David Moreno dijo...

Muy interesante sí.

Un saludo indio

Pedro Herrero dijo...

Poderosa voz narrativa, que se permite abrir pasadizos en un argumento sinuoso, manteniendo siempre la mínima distancia con el lector. A mí me produce tanto placer como leer a Cheever.

Isabel Mª dijo...

Hola Josep, me presento, soy Isabel, de tu sector, más o menos, he llegado aquí de enlace en enlace, esas cosas que tiene la red, que buscas un roto y te sale un "descosio" ( yo también tengo raíces andaluzas). El caso es qe me ha encantado tu forma de narrar, y en cuanto al contenido, te diré que yo comparto en cierto modo ese radar- como dice Fabiana- para sentir a otros. En mi caso tiene algo de innato, un poco de deformación profesional, de condición femenina supongo también,aunque yo lo llamo sexto sentido.
Quisiera decirte, sin embargo, que en esta ocasión t equivocaste, porque a pesar de todo los niños casi siempre encuentran salidas a sus laberintos infantiles. Era yo, estaba en el lavabo, por eso no me viste, los laberintos adultos son más complicados y cuesta mucho más salir de ellos.

Isa Glez dijo...

Hola Isabel González. Soy Isabel González. Tú, medio andaluza y yo, supermaña. Sólo quería decirte que tienes un bonito nombre y que a partir de ahora, firmaré Isa Glez (por ejemplo) para que no haya confusiones ni que por mi culpa, te envíen a ti los inquietantes anónimos que yo recibo. Aunque bien pensado...

Inquietante relato también.

Manu Espada dijo...

Gran escritor hombredebarro, de los primeros que descubrí en el mundo blog y de los más interesantes y prolíficos, pese a no hacer campaña para ello ni caer en los vicios de los blogs.

Anónimo dijo...

Empieza de una manera tan realista que hasta parece una crónica y poco a poco te va desasosegando sin remedio ni solución.

Me ha parecido muy diferente, me ha gustado.

Un saludo

Rosana A.

hombredebarro dijo...

Un afectuoso saludo a todos y gracias a Fernando por las oportunidades que nos ofrece a los escritores sin nombre.