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“Cantos de sirena”
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El olor era nauseabundo. Una mezcla entre pescado, sal, arena, y un hedor causado por las algas más muertas que vivas, que llevaba pegadas en un costado.
− Sé que apesto. No hace falta que sigas disimulando. Tienes el rostro desencajado. Negué con la cabeza, al tiempo que la giré para que no viera que me sobrevenía una arcada.
− No sé quién comenzó, siguió y continuó inventando esas absurdas leyendas sobre nosotras las sirenas de los mares y océanos, o como os dé la gana llamarnos. Como si fuéramos diosas del sexo y amor con las que jugar en vuestras fantasías nocturnas y sueños adolescentes.
− Toda leyenda suele tomar un cariz absurdo con el tiempo – le dije yo, por decir algo.
− Ya.
Era casi de noche, pero se podía ver a la perfección cada detalle, desde su cuello terso, esos senos rayando la perfección, redondos, blancos y sonrosados, los brazos marmóreos y hermosos, el cabello lacio que tapaba uno de ellos como sin querer hacerlo; hasta la nube de insectos que como un gorro de playa de hace décadas se arremolinaban alrededor de su cabeza.
− Y antes aún era peor. Hubo tiempos en los que se nos persiguió sin tregua. Dijo ella dando un coletazo en la arena con su larga cola de pescado, de escamas duras, bastas y malolientes, mientras hablaba y hablaba de las maravillas del fondo marino. No dudé que fuera tan impresionante como lo describía. Podía dar fe de ello por mis insulsas incursiones como submarinista aficionado y los documentales que pasaban por el canal de la siesta, pero en ese momento, sólo sentía el olor.
− Como los naufragios o las muertes de marineros de antaño. Será posible… Salir del agua después de tanto tiempo te hace tener los oídos completamente taponados. ¿Nadie lo ha pensado? supongo que es más fácil inventar que nuestros chirridos enloquecedores causaban las muertes de aquellos que no supieron doblegar al mar. Intentamos cantarles las melodías que se escuchan en los hoteles, las casas que cada día metéis más cerca del agua. No he escuchado a ningún humano cantar bien con los oídos tapados. Cantos de sirenas…
− Ya, es cierto − dije yo. Sin poder quitar mis ojos de una pequeña espina que llevaba entre los dientes.
Aún así, pensé que dentro del agua, no notaría el olor, tendría la posibilidad de ver maravillas prohibidas para cualquiera que no tuviera aletas y tocar esos senos cuando quisiera.
Ella me extendió la mano y se la di, era áspera, dura como sus escamas, y tenía las uñas rotas, desgarradas y sucias. Di saltitos en la orilla. No soporto las uñas sucias.
− Qué te ocurre, pensé que después de esta noche estabas decidido a venirte conmigo.
− Es que está el agua un poco fría ¿no?
− Ya…
Dijo ella alejándose sin darme tiempo a reaccionar, dando fuertes coletazos y dejándome el olor aún palpable a pescado a punto de pudrirse, escuchando su voz dulce aunque algo desentonada, cantando el estribillo de una canción hortera de las noches de verano.
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* Mónica Gutiérrez Sancho (Sevilla, 1973) ha vivido gran parte de su vida en Zaragoza, hasta que en el 2000 se trasladó a Mallorca para dedicarse a la literatura. Allí escribió su primera novela corta, El ombligo de las almas. Después ha aparecido en Caballo de Troya su novela Si vuelves te contaré el secreto. Acaba de finalizar su siguiente novela: Té chino en Atlántida y se ha trasladado a vivir a Barcelona. Mantiene la bitácora Melancolía anónima. Este microrrelato es inédito.
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2 comentarios:
Celebro leer algo reciente de Mónica, a quien sigo la pista desde hace tiempo pero a la que daba por desaparecida. Es verdad que mantiene la bitácora “Melancolía Anónima”, aunque la última entrada se remonta a octubre del presente año.
Es evidente que este relato rompe con la imagen idílica de las sirenas. La historia se llena de malos olores, y la descripción de la belleza femenina queda compensada con la tosquedad y la suciedad del personaje. En cuanto al personaje masculino, queda definido por su apetito sexual, como no podía ser de otra manera.
Parece como si, para reforzar ese desencuentro, la autora haya endurecido la sintaxis, dejando casi un abismo entre los diálogos y la narración. Al menos así interpreto yo los puntos que siguen a los párrafos hablados, y que en mi opinión lastran un poco el ritmo de lectura.
Yo lo siento por los dos personajes, pero los cantos de sirena me seguirán pareciendo música celestial. Y me alegro de que Mónica haya sacado ya su tercera novela. Confío que su bitácora reemprenda ahora el vuelo, como ella misma viene anunciando.
Gracias Fernando por publicar mi microcuento y gracias Pedro tanto por seguir mi corta andadura en el mundo literario como mi blog. "Falta de tiempo" debería ponerle de título. Ahora que ya estoy recién instalada en Barcelona, espero retomarlo de nuevo. Lo echo de menos.
Un fuerte abrazo,
Pedro, haces bien, a mí también me siguen pareciendo música celestial...
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