IV
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Desde los peñascales, contemplando las suaves maneras de las colinas y las techumbres de las viviendas campestres; viendo la declinación del sol y el surgimiento de las primeras estrellas; tirado en el pasto y leyendo a Tonino Guerra. Tú junto a mí en un delicado silencio. No es hora ya de pensar en el porvenir. No hay porvenir.
Desde los años de inocencia y no precisamente felices. En la orfandad, en la tristeza, bajo los lutos pesados de la madre y la abuela. En la casa de duros cimientos a la sombra del muerto entrañable. Recordando a Carlos Lesca llamado El Gallo. Restaurando las horas resquebrajadas. Mirando el hosco cielo y el desaliento de los pájaros silvestres. Alejándome paso a paso de la vida.
Oh, tú, compañera, léeme las señales de la frente, las oscuras, las que no tienen ya regreso y no es posible borrar de ningún modo. Léeme estas horas calladas sin espanto. Léeme todavía las huellas dulces de la sed de vivir.
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Desde los peñascales, contemplando las suaves maneras de las colinas y las techumbres de las viviendas campestres; viendo la declinación del sol y el surgimiento de las primeras estrellas; tirado en el pasto y leyendo a Tonino Guerra. Tú junto a mí en un delicado silencio. No es hora ya de pensar en el porvenir. No hay porvenir.
Desde los años de inocencia y no precisamente felices. En la orfandad, en la tristeza, bajo los lutos pesados de la madre y la abuela. En la casa de duros cimientos a la sombra del muerto entrañable. Recordando a Carlos Lesca llamado El Gallo. Restaurando las horas resquebrajadas. Mirando el hosco cielo y el desaliento de los pájaros silvestres. Alejándome paso a paso de la vida.
Oh, tú, compañera, léeme las señales de la frente, las oscuras, las que no tienen ya regreso y no es posible borrar de ningún modo. Léeme estas horas calladas sin espanto. Léeme todavía las huellas dulces de la sed de vivir.
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VII
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El caballito ciego y sus tropiezos bajando el monte. El caracol dorado de la lluvia de otoño. La lluvia dorada. El viento norte y su señorío en las cumbres. El postigo del ventanuco que se golpea. El abuelo en su lecho de muerte. La congoja de la abuela. El paisaje cruento del silencio. La tarde inmemorial.
El jilguero atrapado en las zarzas con su pata rota. La oveja solitaria. El flaco campesino con su sombrero negro y su navaja española. La mujer inmóvil que piensa.
El carruaje pintado de verde con sus pulidas llantas de hierro. El breve sembrado de girasoles. El sol invisible tras las nubes grises. El recuerdo de Cezanne.
El ataúd de cedro rojo. El espejo inútil suspendido de un clavo. El peine amarillento. El luto. El mensajito de las monjas descalzas. El campesino que se ha quitado el sombrero. La mujer que no deja de pensar. ¿En qué piensa?
El ladrido de los perros de la casa (uno cojo de fauces amarronadas y ojos tristes). La visita tardía de Juan Larrea con su camisa blanca sin cuello. El joven poeta contando las sílabas de un verso nuevo sobre los estragos de la muerte y soñando con Rilke. La lluvia.
La mosca ahogada en el vaso de aceite. El plato de hierro con los restos de comida. El pan y el vino. La gallina bataraza picoteando las migas bajo la mesa de la cocina. La lámpara temprana. La mujer que piensa sentada en una banca y quizá llorando. O no llorando, buscando la flor antigua del mundo, rememorando a San Juan de la Cruz.
El puentecillo de piedra por el que llevaron el ataúd. El niño sentado en el pretil, chorreando por la lluvia. El caracol dorado de la lluvia de otoño.
El horizonte naranja y la noche inminente. Las estrellas también invisibles a punto de brotar. La abuela en zapatillas escocesas llorisqueando por los rincones. El jilguerito que ha muerto en las zarzas. Todo, la vida es muerte. Y vida. La mujer piensa.
El caballito ciego y sus tropiezos bajando el monte. El caracol dorado de la lluvia de otoño. La lluvia dorada. El viento norte y su señorío en las cumbres. El postigo del ventanuco que se golpea. El abuelo en su lecho de muerte. La congoja de la abuela. El paisaje cruento del silencio. La tarde inmemorial.
El jilguero atrapado en las zarzas con su pata rota. La oveja solitaria. El flaco campesino con su sombrero negro y su navaja española. La mujer inmóvil que piensa.
El carruaje pintado de verde con sus pulidas llantas de hierro. El breve sembrado de girasoles. El sol invisible tras las nubes grises. El recuerdo de Cezanne.
El ataúd de cedro rojo. El espejo inútil suspendido de un clavo. El peine amarillento. El luto. El mensajito de las monjas descalzas. El campesino que se ha quitado el sombrero. La mujer que no deja de pensar. ¿En qué piensa?
El ladrido de los perros de la casa (uno cojo de fauces amarronadas y ojos tristes). La visita tardía de Juan Larrea con su camisa blanca sin cuello. El joven poeta contando las sílabas de un verso nuevo sobre los estragos de la muerte y soñando con Rilke. La lluvia.
La mosca ahogada en el vaso de aceite. El plato de hierro con los restos de comida. El pan y el vino. La gallina bataraza picoteando las migas bajo la mesa de la cocina. La lámpara temprana. La mujer que piensa sentada en una banca y quizá llorando. O no llorando, buscando la flor antigua del mundo, rememorando a San Juan de la Cruz.
El puentecillo de piedra por el que llevaron el ataúd. El niño sentado en el pretil, chorreando por la lluvia. El caracol dorado de la lluvia de otoño.
El horizonte naranja y la noche inminente. Las estrellas también invisibles a punto de brotar. La abuela en zapatillas escocesas llorisqueando por los rincones. El jilguerito que ha muerto en las zarzas. Todo, la vida es muerte. Y vida. La mujer piensa.
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.....* Estos textos, que el poeta Elías Moro ha tenido la amabilidad de enviarme, forman parte del libro inédito Antes del silencio. En los próximos meses la Editora Regional de Extremadura publicará la antología Caballo en el umbral, preparada por Benito del Pliego y Andrés Fischer, que recoge poemas de José Viñals escritos entre 1958 y el 2006. La segunda foto es del poeta Guillermo Fernández Rojano.
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4 comentarios:
El IV me recuerda el texto de Eichendorff, que utilizó Strauss en el último (también IV) de sus "Cuatro últimos Lieder". Muy melancólico, con la contemplación serena del paisaje. Una vista atrás llena de sabiduría y paz.
Menos mal que a los escritores no se los jubilan a golpe de decreto.
Un saludo
Estos de José Viñals me encantan, será porque la melancolía minuciosa que percibo en ellos forma parte de mí.
Off-topic:
Hoy he acabado la novela de Andrés Neuman, y me ha dejado con esa heladora sensación de soledad que a veces sienten sus personajes. Cuando leí la última frase casi noté de verdad el viento de bienvenida. Me ha encantado, es muy intensa y es muy lograda la excusa de los encuentros furtivos de los traductores para regalarnos fragmentos de poesía, y buenísimas las reflexiones sobre el arte de traducir... la sugiero como lectura obligatoria en la facultad.
:)
Buen fin de semana.
Es un pintor con la palabra.
Gracias por compartir el trabajo del poeta José Viñals.
Gracias a ti y a Elías por estos textos, tan apropiados para un domingo de niebla.
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