miércoles, 28 de enero de 2009

La Estocolmo del Nobel, 2

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Qué decir sobre el Premio Nobel de Literatura que no se haya contado ya una y mil veces. Desde luego, no pienso volver a repetir que lo ganaron escritores regularcetes, mientras que algunos de los grandes no lo obtuvieron nunca, como hace poco nos recordaba por millonésima vez un narrador argentino. Hace mucho que, por requetesabido, deberíamos de prohibirnos repetir lo que ya todo el mundo sabe.
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En Estocolmo, sin embargo, parece obligada la visita a los tres lugares alrededor de los cuales se desarrolla la organización y ceremonia de los premios. El Museo Nobel, algo decepcionante, se encuentra en la planta baja de la Academia (un antiguo edificio que ocupaba la Bolsa), situado en la Plaza Mayor (Stortorget) de Gamla Stan (Ciudad vieja). Sí resulta obligada, en cambio, la visita a la citada plaza, escoltada por casas multicolores de tres plantas, de estilo holandés. Aquí, además, ocurrió un importante episodio de la historia sueca, el llamado Baño de sangre, puesto que en ella fueron asesinados, en 1520, ochenta y dos nobles nacionalistas que se oponían a la unión con Dinamarca, por orden del rey Christian II. Dice una leyenda que si llueve intensamente entre el 7 y el 10 de noviembre, fecha de la matanza, el pavimento de la plaza se vuelve de un rojo pajizo. De todas formas, si os favorece la diosa Fortuna, podéis encontraros -como me ocurrió a mí- con una exposición temporal dedicada al gran Ingmar Bergman, con lo que la entrada al museo queda justificada. Incluso la librería que alberga está poco provista. El día anterior a mi visita, había muerto el Nobel de literatura Harold Pinter, a quien no le dedicaban ni siquiera un pequeño homenaje o recuerdo.
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En cambio, la visita al Gran Hotel, donde suelen hospedarse los ganadores, sí que resulta imprescindible para los buenos paladares. Mi consejo es que vayan el sábado o el domingo, cuando sirven el smörgasbord (40 euros), e intenten conseguir una mesa junto a los amplios ventanales desde los que se observa el muelle del Strömkajen. El smörgasbord (literalmente, "mesa de pan con mantequilla") consiste, lo cuento para aquellos que no lo sepan, en un buffet que suele tener salmón (lax, el exquisito salmón sueco; o el gravlax, salmón macerado), anguilas, arenques (sill), albóndigas (köttbullar) y gambas, de todo tipo de gustos y sabores (¡nada que ver con lo que lleva ese mismo nombre en nuestro país; gambas aparte, claro, donde los superamos de calle!), que puede acompañarse con diversas salsas, patatas cocidas con eneldo, numerosas variantes de pan, galletas de harina de centeno y mantequilla. Lo propio es tomarlo acompañado de cerveza, y rematar la faena -quien pueda, que no es mi caso, mi estómago no está ya para esos trotes- con un chupito de aguardiente. Aquí, los camareros suelen andar de punta en blanco, con largos mandilones, y resultan la personificación de la discreta cortesía. Por si todo ello fuera poco, desde la ventana, los más románticos pueden quedarse extasiados viendo llegar y partir los pequeños barcos que hacen el recorrido por el fiordo o conectan con los lugares cercanos a la capital.
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El Ayuntamiento es el tercer lugar importante, pues en su Sala Azul, que -por cierto- es de ladrillo rojo, para contradecir su nombre, se celebra cada 10 de diciembre el banquete de gala para los 1.300 invitados, así como la cena y el baile de entrega de los premios. Aquí fue donde Cela lució palmito, echándose un baile con Marina Castaño, una foto para la historia menuda de la literatura. En el restaurante del Ayuntamiento se sirve durante todo el año el menú del Nobel. Éste quizá sea el edificio público más interesante de la ciudad, dado lo decepcionante que resulta la visita al Palacio Real. Su Salón Dorado, que es muy amplio y sí es dorado, merece una visita con sus correspondientes explicaciones. A unas determinadas horas, hay guías en español. El patio central del edificio y la parte que da al canal, con la tumba del viejo rey Vasa, y las dos esculturas, con la vista de la ciudad al fondo, es uno de los lugares más hermosos de Estocolmo, donde -si el tiempo acompaña- puede quedarse uno tranquilamente leyendo un buen libro, como suelen hacer los nativos.

P.S. Ha muerto el narrador norteamericano John Updike (1932-2009), otro de los grandes que se va sin el Nobel.
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* Las fotos son de Gemma Pellicer.
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10 comentarios:

Anónimo dijo...

Dos curiosidades y una maldad, Fernando:

Las curiosidades:

1) En Gdansk, la patria chica de Günter Grass, existen casas idénticas a las bellísimas casas holandesas de colores que Gemma fotografió. Se ve que los holandeses, del Báltico al mar del Norte, colonizaron el mundo con mercancías antes que con futbolistas.

2) Smörgasbord es el título de un precioso relato de uno de los grandes del cuento norteamericano, Tobias Wolff, editado en España en su libro "La noche en cuestión", que Pilar Vázquez tradujo para Alfaguara.

La maldad:

3) ¿Crees que hay algún escritor vivo, en lengua española, que merezca el Nobel, y no atendiendo a gustos particulares, sino por lo que su escritura ha representado y/o representa en el acervo de la literatura universal? (Quiero decir que puede no gustarnos Joyce -no es mi caso, desde luego-, pero todos reconoceremos que la deuda que la literatura tiene con él es innegable). Y que conste que, para mí, hay dos escritores en español que lo merecen. Los digo luego, si la gente se anima.

Un abrazo,
Ricardo MS

Fernando Valls dijo...

Ricardo, con esa condición que pones, la influencia actual en la literatura universal, ninguno podría obtenerlo. Quizá Javier Marías. Pero no parece fácil cumplir esa premisa para un escritor en lengua española, y muchos de los que han obtenido el premio tampoco la observan.
Soy partidario, a la hora de la concesión del Nobel, de la calidad literaria, de llamar la atención sobre un escritor de una lengua que no sea necesariamente el ingés, el francés o el alemán.
Creo que, volviendo a España, Juan Marsé, Luis Mateo Díez, Javier Marías, e incluso Enrique Vila-Matas, por su singularidad, o Quim Monzó, cumplirían de sobra con el requisito de la ambición y el acierto del conjunto de su obra.
Parece ser que Ana María Matute y Miguel Delibes han estado cerca de conseguirlo, o al menos son nombres que han barajado los miembros de la Academia.

Anónimo dijo...

Querido Fernando:

"Cervantinicemos" -perdón por la palabra- el campo. Valen escritores desde la Patagonia, por donde hace poco anduviste perdido, hasta Filipinas, si es que alguien sigue allí escribiendo en español.

Nuevos abrazos,
Ricardo MS

Pepe Cervera dijo...

Me gusta la propuesta de Luis Mateo Diez, Vila Matas y Monzó, sobre todo el último, aunque creo que nos resistimos a considerar su obra desde la perspectiva "academicista" que requiere la concesión de ese premio. Pero sí, Quim Monzó creo que lo merecería, por la singularidad y el peso específico de sus creaciones.
Saludos

Fernando Valls dijo...

Excelente idea, Ricardo, porque tenemos entonces mucho más juego, como el que nos proporcionan Mario Vargas Llosa o Nicanor Parra, por no alargar la lista demasiado y concentrar fuerzas.
Y si nos iberizamos, que tampoco estaría mal, podriamos añadir a Lobo Antunes y Nélida Piñón. Jugar es gratis...

Juan Carlos Márquez dijo...

Qué difícil. Delibes me acompañó, un poco a la fuerza (todo hay que decirlo)en mi adolescencia, Monzó lo hizo en mi juventud, a Vila-Matas lo descubrí ya en la edad adulta. Mi apuesta es, sobre todo, sentimental. Cualquiera de los tres estaría bien.

Anónimo dijo...

«Por lo que su escritura ha representado y/o representa en el acervo de la literatura universal». Bueno, en fin: pido perdón al respetable. Ya sé que esta fórmula es un poco pedante, pero no se me ocurría otra para escapar a la mera discusión del gusto, que siempre tiene algo de bizantina.

Desaparecido Juan Benet, que por biología podría estar perfectamente aquí, entre nosotros, y quién sabe si metiéndole caña a esta estupenda Stultifera Navis, me parece que los dos grandes escritores españoles vivos son Juan Marsé y Rafael Sánchez Ferlosio. A mí me encantaría ver «Nobel» a cualquiera de ellos, pues creo que han sido ejemplos de honestidad, autoexigencia y, por qué no decirlo, posicionamiento ante el hecho literario en sí, con lo que tiene de vanidad de vanidades. Aquél desde la ficción pura, en la que me parece un maestro insuperado —por cantidad y calidad—; éste desde la ficción —poca pero deslumbrante— y el ensayo —mucho y esclarecedor—, escribiendo, además, en el mejor español que yo he leído jamás, desde Valle-Inclán para acá.

Abriendo el abanico a América, se me ocurren otros dos nombres que merecen el premio. Uno, en boca de todos, ya lo mencionó Fernando: Vargas Llosa. Creo que cualquiera con dos dedos de frente, más allá de cuestiones ideológicas, reconocerá en él al mayor escritor de que eso que se llamó el boom. Para mí, después de Los 4 Fantásticos (Borges, Carpentier, Onetti y Rulfo), Vargas Llosa ha sido el mayor escritor en nuestro idioma del siglo veinte, por la monumentalidad del conjunto y por la calidad del detalle. El otro nombre que se me ocurre es más polémico, pero creo que responde a otra dimensión nada desdeñable de los premios Nobel: premiar no sólo la excelencia en un campo, sino la excelencia humana. En ese sentido, puede que no haya sido el más aliñado, exquisito ni cuidadoso de los escritores, pero muchas veces me pregunto quién, en español, ha escrito libros tan inquietantes, con preguntas tan desasosegantes y con motivos que todos los hombres de buena voluntad podemos sentir como propios, que un escritor que, en mi humilde opinión, es uno de los grandes olvidados de los últimos tiempos: Ernesto Sabato.

Saludos a todos, y muy especiales a Juan Carlos, que esta noche verá a sus leones sucumbir ante la muchachada sportinguista en El Molinón,
Ricardo MS

Fernando Valls dijo...

A la Stultifera hay que darle caña, Ricardo, que si no se amojama... Lo de Sábato (de Sobre héroes y tumbas, del personaje de Alejandra, tengo recuerdos inolvidables), e incluso Ferlosio, me parecen bien, aunque soy menos ferlosiano que tú. Pero Alfanhui y el cuento "Dientes, pólvora, febrero" son oro puro.

Anónimo dijo...

¿Sucedería algo terrible si nos diese igual el Nobel?

Fernando Valls dijo...

Julia, nada terrible sucedería, desde luego, pero nos entretendríamos un poco menos. Si ha servido, que me imagino que sí, para que algunos lectores descubran a Coetze, o para que alguien que no lo conociera se haya decidido a ver una obra de Pinter, para mí ya ha cumplido su función.