BARCELONA,
18 DE MARZO DE 1977
Tras publicar un libro de cuentos, que siento no conocer, el autor
planificó una trilogía de la que esta nueva novela es la segunda entrega, tras El anarquista que se llamaba como yo
(2012), recibida con buenas críticas. Él mismo ha explicado que ese primer
volumen del conjunto estaba dedicado a su nombre, mientras que el segundo transcurre
durante su fecha de nacimiento, y el tercero se ocupará de su lugar de origen,
el pueblo de Reus, pues al fin y a la postre se trata de tres datos significativos
sobre la identidad. Recuérdese, además, que los reusenses -entre burlas y veras-
llevan en sus coches una pegatina en la que se lee: “Reus, París y Londres”. En
fin, Tuyo es el mañana resulta ser una
oblicua autobiografía, en la que el autor parte de la realidad para ir adobándola
con ingredientes ficticios.
En la novela se narra lo ocurrido durante las 24 horas del 18 de marzo de 1977,
día en que nació el autor. En esa fecha, Franco ya había muerto; unos pocos
meses antes, el 24 de enero, se produjo la matanza de los abogados de Atocha; ETA
y los GRAPO aterrorizaban a la población; pero aún no se habían celebrado las
primeras elecciones democráticas, ni tampoco aprobado la Constitución, aunque en
la sociedad española, junto a una cierta incertidumbre, podían advertirse ciertas
esperanzas depositadas en un futuro mejor.
El título de la
novela proviene de una canción popularizada entonces por el grupo Jarcha, cuya
letra decía: “Habla pueblo habla / Tuyo es el mañana”... Fue utilizada por la
UCD para convencer a los ciudadanos de que votaran en el Referéndum para la
Reforma política del 15 de febrero de 1976, y luego en las primeras elecciones
que ganó el partido encabezado por Adolfo Suárez. El título vuelve a aparecer
en la última frase de la novela, cuando un narrador en segunda persona exhorta a
un recién nacido a que empiece a vivir.
El clásico “Índice” figura
ahora rotulado como “Contenido”; la dedicatoria, “A l. m. q. m. p.”, me imagino
que va dirigida “A la madre que me parió”, por lo que en ella habla el autor; mientras
que en el título se oye la voz del narrador. Por último, por lo que se refiere
a los paratextos, la cita en latín de Séneca procede de sus Epístolas, y en ella nos anticipa que un
día puede contener toda una vida.
....
La
novela tiene seis partes, en donde se parcelan todas las horas del día:
Medianoche, Madrugada, Mañana, Mediodía, Tarde y Noche. Y cada uno de estos
segmentos se divide, a su vez, en otras seis secuencias que ocupan una
determinada fracción de tiempo. Por tanto, la estructura está sometida al paso
de las horas, señalado en el “Contenido” con puntillosa precisión. Intercalados
entre las partes, aparecen siete breves textos en cursiva, entre ellos los que
inician y cierran la novela, aunque estos no aparezcan reflejados en el
“Contenido”.
Se nos presenta una
sociedad en ebullición, en la que –por ejemplo- se comercia con los recién
nacidos y los escolares padecen el acoso de los matones de patio de colegio (los
españoles que aprecian poco su idioma lo llaman ahora bullying). Algo que no solo sigue ocurriendo hoy, sino que también había
sucedido en las décadas anteriores, como yo mismo podría atestiguar. Se trata
de una narración polifónica, perspectivista, en la que el autor utiliza siete
narradores: una niña llamada Clara, que teme la crueldad de sus compañeros, en
especial de Pena (nombre simbólico); Carlota, estudiante de periodismo y
simpatizante del PSUC, prepara un reportaje sobre recién nacidos robados, mientras
mantiene una relación sexual con Gerardo, su profesor, e intenta no desvelar su
condición de palmípeda; el citado Gerardo, es chileno, y los recuerdos de las torturas
que sufrió en su país le producen pesadillas, pero ahora en Barcelona intenta secuestrar
a un empresario, aunque la impericia del grupo que comanda nos recuerde la
hilarante película Atraco a las tres;
ese empresario sin escrúpulos, ni económicos ni morales que se apellida Raich (quizá
no por casualidad), y resulta ser el típico medrador.
Los tres narradores restantes
son más singulares, aun cuando su heterodoxia los condicione: Lola (María
Dolores Ros de Olano y Figueroa), la madre de Raich, a quien siendo niño le salvó
la vida en el incendio en que ella pereció, nos habla desde un retrato oval, pues
se trata de una mirona que añora la dictadura y crítica las nuevas costumbres
que ha traído consigo la incipiente democracia, de ahí lo adecuado de su punto
de vista estático; un galgo de carreras (ni un perro, ni un chucho…), al que
llaman Solitario VI o Raqui, que al fin y a la postre resulta ser el personaje
más soñador, aunque no le falten por ello instintos depredadores; y un feto, al
que veremos nacer, e incluso colear, a quien el narrador omnisciente se dirige
en segunda persona, en cursiva.
Uno de los retos de
la novela estribaba en singularizar cada una de estas voces narradoras. Estos siete
personajes irán transformándose conforme avance el relato, tal y como exige el
género narrativo, la novela, aunque la difunta Lola quizá resulte el menos
logrado, el más monolítico, dada su condición de difunta. Se trata, en suma, de
una obra dialogada donde aflora algún que otro coloquialismo, sin que falten
tampoco los catalanismos (que pueden permitirse los personajes, no el narrador),
en la que las historias acaban entrelazándose, completando su sentido en
colaboración con el lector. Son, pues, fragmentos de vidas, pero lo suficientemente
cruciales para que las experiencias narradas adquieran significado.
La novela, en suma,
muestra los avatares vitales de una niña inquieta que prefiere la compañía de
un galgo con mucho carácter; junto con las andanzas de un profesor/guerrillero
patoso; o la suerte de un galgo soñador que encuentra la libertad; además de
las pesquisas de una joven que no acaba de comprender a su maduro amante, pero
que descubre espantada el comercio humano; sin olvidar las idas y venidas,
tanto en sus negocios como en la vida privada, de un turbio empresario; o bien los
disgustos de una difunta por los cambios sociales que se han producido en la
sociedad, por cómo está el servicio... Por tanto, la narración podría leerse como un fresco de la vida
española durante el inicio de la Transición, en el que aparece representada la
amistad y el sexo, el miedo y la violencia, el clasismo, los abusos y las
mentiras, sin distinción de edad, clase social, género o situación.
Pablo Martín Sánchez
forma parte de ese grupo mayoritario de escritores que sin haber vivido la
Transición tienen una opinión muy crítica sobre ella, pues dicen sentirse
engañados por la visión idílica que les ha llegado de aquellos años. Lo curioso
del caso es que algunos de los que la vivimos no tengamos en absoluto esa impresión,
pues ni tuvimos la sensación de que fuera idílica, sino muy problemática, ni nos
llegó nunca tampoco, ni oralmente ni por escrito, esa versión complaciente. Estaría
bien saber de dónde procede.
El
autor, que se define como continuador de la tradición literaria, a diferencia
de otros miembros de su generación que se alimentan del cine, las series de
televisión, la música o los cómics, se presenta además como el único miembro
español del OULIPO, seguidor de Perec (Vid.
su tesis doctoral, defendida en el 2012: ),
amén de patafísico, con estéticas y maneras literarias distintas, aunque en la
práctica, su forma de narrar, al menos en esta novela, me parezca más cercana a
la del Nouveau roman. De ser cierto,
lo realmente importante, sin embargo, sería que Pablo Martín Sánchez, quizás escarmentado
en cabeza ajena, le haya insuflado bastante oxígeno a la escritura leprosa de Robbe-Grillet
y compañía.
Sin que su planteamiento
estructural resulte del todo novedoso, sí lo es en conjunto; no en vano, nos
encontramos ante un autor poco acomodaticio, con un acerado sentido crítico,
que sabe dosificar la trama con humor. Él mismo nos ha proporcionado las
fuentes en las que ha bebido, pues la presencia del feto procede de Rabos de lagartija, de Marsé, aunque
allí sea el nonato quien narre en primera persona; la voz del galgo, de Ánima, de Wajdi Mouaward, a quien
nuestro autor tradujo al castellano. Por lo que se refiere a la estructura, no
escasean las novelas cuya acción suceda a lo largo de un día; o sea, con el
tiempo reducido y un protagonista colectivo. Llegó a ser moda en el mundo
occidental, entre la publicación de Manhattan
Transfer (1925) y la de La colmena
(1951). Y puesto que tanto el mismo autor como algunos de los críticos que ya se
han ocupado de su novela han recordado algunos títulos de otras literaturas,
voy a centrarme esta vez en algunos españoles: La noria, de Luis Romero; Ronda
del Guinardó, de Marsé; La caída de
Madrid, de Rafael Chirbes, o El
corrector, de Ricardo Menéndez Salmón. Tampoco escasean las narraciones de vidas cruzadas, ya sea en el cine ya en
la literatura, y un ejemplo reciente sería el tándem formado por Carver/Altman en 1993, o el celebérrimo ciclo de
cuentos de Alberto Méndez, inspirado, por lo que se refiere a la estructura, en
dicha película. Y del interés por la sextina medieval de los oulipianos debe
provenir la alternancia y combinación de las voces narrativas. Pero, en fin, lo
concluyente es el resultado, que en esta ocasión resulta ser muy satisfactorio,
pues el autor se plantea diversos retos, ya nos hemos referido a ellos, de los
que logra salir airoso, confirmando a Pablo Martín Sánchez como uno de los
nuevos nombres más interesantes de la narrativa española actual.
* Esta reseña apareció publicada en Los diablos azules, suplemento literario de infoLibre, núm. 53, 24 de febrero
del 2017. Puede consultarse también aquí.